El martes 10, en un bar
frente al hotel “Plaza del Teatro”,
Omar y yo pedimos un desayuno continental, lo que en ese lugar consistía en un
café grande, un sanduche (como decían los ecuatorianos) de quesillo, un huevo
revuelto y un jugo grande, todo por tres dólares.
Luego
fuimos a un CYBER a revisar mensajes e hicimos una larga caminata hasta llegar
a la nueva terminal de ómnibus Sur, que se había inaugurado en el año 2008,
solo cuatro años antes de nuestra estada.
La
Terminal Terrestre Quitumbe se había convertido en la principal estación de
transporte interprovincial de Quito, y juntamente con la de Guayaquil, las de
mayor tráfico de pasajeros del país. No solo que era muy lujosa, sino que
contaba con un patio de comidas, locales comerciales, información turística y
algunas agencias bancarias, sino que su diseño era de última tecnología, sujeta
a un cambio moderno y versátil con una estructura metálica que permitirá hacer
ampliaciones sin causar molestias a los usuarios. Además de todas esas
características, en las ventanillas de venta de pasajes se habían instalado
micrófonos, sin embargo, tal vez por tradición o por imposibilidad de lectura
de la cartelería por parte de gran parte de la población que aún era analfabeta,
continuaban ofreciendo los destinos a los gritos de: -¡Cuencaaa…, Cuenca…!
¡Riobambaaa…!
Averiguamos
precios y horarios a diferentes lugares y regresamos al Centro Histórico.
Terminal Terrestre
Quitumbe de la ciudad de Quito
Almorzamos
en uno de los restoranes del “Paseo Parroquial” y volvimos a deambular
por las antiguas calles quiteñas.
Lentamente
primero y con más rapidez más tarde se comenzó a nublar, y mientras tomaba una
foto del cerro El Panecillo con su famosa Virgen Alada, nos sorprendió un
chaparrón. Nos refugiamos en cornisas y galerías y volvimos al “Paseo Parroquial”
a tomar cafés y charlar en el bar “Querubín” de la calle Chile. Y con
gran sorpresa nos encontramos con que toda la música de fondo que allí pasaban
era argentina: Piero, Tormenta, Horacio Guarany, Atahualpa Yupanqui…
Vista
panorámica del cerro El Panecillo con la Virgen Alada
Ya
de noche y con el cielo estrellado, fuimos a La Mariscal, uno de los lugares
más turísticos de la capital ecuatoriana, ya que en ese barrio se localizaba la
mayor cantidad de hoteles, hostales, restoranes, cafeterías, tiendas de ropa,
de recuerdos y de artesanías; además de poseer una notoria vida nocturna debido
a la alta concentración de bares, pubs, discotecas, y diversos lugares de
diversión.
Históricamente,
esa zona había estado ocupada por la laguna “Añaquito” o “Iñaquito”,
formada por el deshielo del estratovolcán Pichincha, después de la última Edad
de Hielo, pero había desaparecido cuando los españoles llegaron y ordenaran su
drenaje.
Desde
la época colonial y hasta el siglo XIX el lugar había estado dedicado
principalmente a los cultivos, ya que la mayor parte de las familias adineradas
vivían en sus palacetes y mansiones en lo que posteriormente se lo conoció como
Centro Histórico. Pero la saturación comercial y el elevado crecimiento
demográfico obligaron a los quiteños más pudientes a buscar nuevos lugares para
emplazar sus residencias y así vivir en un ambiente más tranquilo. Es en dicho
contexto que nació el barrio de Mariscal Sucre, en honor al Gran Mariscal de
Ayacucho, que sería conocido en el futuro simplemente como La Mariscal. Pero, a
partir de los años ’70, con el aumento de la actividad comercial, ese sector
socioeconómico comenzó a abandonar poco a poco sus casas para ocupar nuevas
urbanizaciones y sectores más hacia el norte de la ciudad.
Dimos
unas cuantas vueltas por ese barrio que no nos atrajo para nada ya que tanto su
arquitectura como su estilo podía encontrarse en muchas otras urbes del mundo,
careciendo de identidad propia.
De
entre muchas otras ofertas, encontramos un restorán paquete de comida
ecuatoriana, y allí me serví una fritada criolla, que consistía en un trozo de cerdo
acompañado por un choclo, quesillo, maíz inflado, bananas y porotos salteados
en aceite; y Omar comió un arroz vegetariano con bananas fritas; tomamos tres
gaseosas y un espresso; y todo costó veinte dólares. Cuando se hicieron las
diez de la noche comenzaron a cerrar el local, aunque quedaban abiertos otros
restoranes, los boliches y karaokes.
El
miércoles 11 por la mañana tomamos un taxi en la calle Guayaquil para ascender
al cerro El Panecillo donde se encontraba la “Virgen Alada”.
Calle Guayaquil en el
Centro Histórico de Quito
El
Panecillo era una elevación natural, que si bien tenía una altura de 3.000
m.s.n.m., solo sobresalía unos doscientos metros respecto del promedio de la
ciudad de Quito, siendo un excelente mirador desde el cual se podía apreciar la
disposición urbana, tanto de su Centro Histórico como de sus extremos norte y
sur.
Tan
ancestral como los pueblos que se habían asentado sucesivamente en sus
alrededores, la colina dividía su historia en tres grandes momentos: la época
quitu-inca, la colonial y la moderna.
A
su llegada a Quito, los españoles no encontraron más que cenizas de lo que
fuera la segunda capital del Tahuantinsuyo; sin embargo, notaron que la colina,
conocida como “Shungoloma”, era un lugar estratégico en el valle de
Pichincha, por lo que asentaron la ciudad españolizada junto a ella y la
bautizaron con el nombre de “Panecillo”, por su semejanza a un pan
pequeño.
Durante
toda la época colonial, el “Panecillo” marcó el fin de la ciudad por el
extremo sur y contaba con un sector boscoso. En su cima los españoles
construyeron una fortificación provista de cañones, que constituía la sede de
la guarnición militar quiteña, desde donde podían vigilar tanto el norte como
el sur.
Durante
la Guerra de la Independencia, el “Panecillo” fue escenario de un feroz
combate entre las fuerzas realistas de Toribio Montes y Sámano, y los patriotas
comandados por Carlos de Montúfar y otros defensores del Estado de Quito de
1812, quienes fueron derrotados volviendo a flamear la bandera española. A
partir de dicha victoria, los españoles acuñaron una medalla conmemorativa del
combate que algunos lucían como escarapela en el uniforme, que mostraba un
cerro con dos cañones, con una corona real y banderas españolas, con la leyenda
”Vencedor del Panecillo en Quito por Fernando 7mo”.
En
1822, durante la Batalla de Pichincha, el fortín del Panecillo sirvió de puesto
de comando de los españoles, quienes hicieron fuego de artillería contra los
patriotas que habían ascendido la falda del volcán Pichincha. Pero esa vez, los
españoles fueron derrotados capitulando el 25 de mayo de 1822, siendo arriada su
bandera y entregadas sus armas al Ejército de la Gran Colombia. De esta manera,
en la cima del Panecillo tuvo lugar el acto final del Imperio Español en
Ecuador.
Durante
el siglo XIX, tras la demolición de la antigua fortaleza colonial, El Panecillo
perdió su importancia militar. Se hicieron varias construcciones particulares a
lo largo del siglo XX, siendo el punto de atracción más importante para el
turismo.
En
1975, el español Agustín de la Herrán Matorras, realizó la obra “La Virgen
de Quito”, también conocida como “La Virgen de Legarda” o “La Virgen
Alada”, una escultura gigante compuesta por siete mil piezas diferentes, que se
convertiría en la mayor representación de aluminio en el mundo. También era
denominada “Virgen del Apocalipsis” ya que representaba a la Virgen
María como se la describía en ese libro bíblico: una mujer con alas, una cadena
que apresaba a la serpiente que tenía bajo sus pies y que representaba a la
bestia del 666.
La
Virgen Alada
Subiendo
a “El Panecillo”
Tomé
fotos de diferentes puntos cardinales de la ciudad, pudiendo divisar varios
edificios emblemáticos, como La Basílica del Voto Nacional de estilo neogótico
hacia el norte, el colegio Hermano Miguel La Salle hacia el nor-noreste, y la
iglesia de La Merced hacia el este-sudeste, entre otros.
Vista
panorámica de Quito desde el cerro “El Panecillo”
Vista
hacia el norte de la ciudad
La
iglesia de estilo neogótico era La Basílica del Voto Nacional
Diferentes
vistas en función de las curvas del camino del cerro
Vista
hacia el nor-noreste donde se divisaba el colegio Hermano Miguel La Salle,
además
de otras instituciones religiosas
Iglesia
de La Merced, hacia el este-sudeste de Quito
Con
Omar en un mirador del cerro “El
Panecillo”
Bajamos
del taxi en la intersección de la calle Guayaquil, que antes se llamaba “de
las Churretas” con la calle “de La Ronda”, que ahora se llamaba
Morales, donde había diversidad de tiendas y locales destinados a la actividad
turística.
Calle
Guayaquil (ex calle de las Churretas)
Calle
de LA RONDA
Calle
Morales (ex calle La Ronda)
El cerro “El
Panecillo” y la Virgen Alada desde la calle Guayaquil
La
calle Guayaquil con el fondo del cerro “El
Panecillo”
Calle
de la Ronda esquina Guayaquil
Muyuyo-eco tiendas
era un local de artesanías que ofrecía productos elaborados por fundaciones y
artesanos ecuatorianos que promovían el comercio justo y que utilizaban
materiales naturales obtenidos de manera sustentable.
MUYUYO-eco/tiendas en la calle de la Ronda
Y de los locales
gastronómicos se destacaban “El Buen Café de Joel”, “La Leyenda-café Concierto”; y “NOCHES DE RONDA-Resto-bar”,
entre muchos otros.
Restaurante “El
Buen Café de Joel” en la calle de la Ronda
Por
la calle de la Ronda llegando a Guayaquil
La
Ronda centenaria
Casas
rondeñas
La Leyenda - café Concierto en la calle de
la Ronda
Balcones
floridos en la calle de La Ronda
Caminando
por la calle de La Ronda
NOCHES DE RONDA – Resto-bar
Oferta
de comida costeña
Algo
que nos llamó la atención fue el local de “Sombreros Humacatama”, en el
cual el artesano Luis López realizaba con sus propias manos un trabajo
realmente artístico, tanto diseños de línea antigua como contemporánea, una
actividad casi extinta en todo el mundo, pero que formaba parte del proyecto “Manos
en La Ronda” impulsado por “Quito Turismo”.
Luis
López había heredado su arte tanto por parte de su abuelo como de sus padres, y
había puesto en la cabeza de reconocidas personalidades sus hermosas
creaciones, como artistas, futbolistas y políticos.
Sombrerería
“Humacatama” en la calle de la Ronda
Muy
cerca de allí se encontraba la plaza de Santo Domingo, en torno a la cual se
levantaban la iglesia y el monasterio del mismo nombre, así como varios
edificios emblemáticos y civiles de importancia.
Los
planos del conjunto de Santo Domingo habían sido realizados por el arquitecto
extremeño Francisco de Becerra en 1581, pero su sobria fachada fue finalizada
recién a mediados del siglo XVII. Como en otras construcciones de Quito, los
constructores se encontraron con un terreno abrupto y desigual, como también con
las ordenanzas del Cabildo, por lo que debieron inventar varias soluciones para
dar continuidad al templo principal y a las capillas, de allí nació el Arco de
Santo Domingo, por cuya base discurría sin interrupciones la calle Rocafuerte.
Arco
de Santo Domingo
Fachada
principal de la iglesia de Santo Domingo
Torre
de la iglesia de Santo Domingo
Edificio
patrimonial en la calle Simón Bolívar frente a la plaza de Santo Domingo
En
1541 habían llegado a Quito frailes dominicos, quienes levantaron su iglesia y
convento en el sitio conocido como la Loma Grande, posteriormente intersección
de las calles Juan José Flores y Simón Bolívar, y era allí donde se encontraba
uno de los edificios patrimoniales convertido, en el año 1965, en el Museo
Dominicano de Arte “Fray Pedro Bedón”. Dicho nombre consistía en un
homenaje al padre Bedón quien había sido el primer muralista, ilustrado libros
y enseñado arte, por lo cual se lo consideraba como el primer maestro de la
llamada Escuela Quiteña.
Museo
Dominicano de Arte “Fray Pedro Bedón”
Si
bien muchos bares no contaban con baños destinados a sus clientes, era habitual
encontrar servicios higiénicos públicos en el Centro Histórico.
Baño
público en la cuadra del Museo
Dominicano de Arte “Fray Pedro Bedón”
SERVICIOS
HIGIÉNICOS
Continuamos
caminando por la calle Juan José Flores, bautizada así en honor al primer
presidente del Ecuador. Sin embargo, en la época de la colonia, se le conocía
con los nombres “De las Herrerías” y “De la Centavería”, que en
Ecuador significaba corral o caballeriza. Esto se debía a que en la zona había
establos para caballos, y de hecho gran cantidad de herreros.
Caminando
por la calle Juan José Flores
CALLE
DE LAS HERRERÍAS
En
esa misma calle, encontramos una pequeña tienda denominada “Cerería Luz de
América”, que llevaba más de cien años de funcionamiento, ya que databa de
1893, fundada por los padres de Zoila Unda de Muñoz, quien había comenzado a
trabajar a los diez años, continuando la actividad Eduardo Muñoz Unda, su hijo.
Era uno de los puntos comerciales más antiguos del Centro Histórico, y se
dedicaba a la elaboración de floreadas velas, en una época en que no había luz
eléctrica, y las personas usaban velas de cebo para trasladarse de un lugar a
otro. Pero, posteriormente, se las encargaban tanto como motivo de
ornamentación, para cumplir con promesas en la iglesia, o bien en forma de
cirios gigantes para la procesión que se realizaba en Viernes Santo.
Cerería
“Luz de América” en la calle Flores
Andando
por el Centro Histórico de Quito encontramos a dos mujeres pertenecientes al
pueblo originario Kichwa Otavalo, que se destacaban por su peculiar vestimenta,
cuyas prendas eran hechas a mano por ellas mismas. Y si bien, por una creciente
aculturación no llevaban en su totalidad el atuendo tradicional, cumplían con
gran parte de sus componentes. Algunos de ellos eran la humaguatarina, una tela
doblada colocada sobre la cabeza, una camisa bordada con diferentes diseños y
colores, y vistosas cintas en el cabello, faldas largas y rectas; todo
complementado con el reboso, una tela cruzada por debajo del brazo amarrada en
el hombro contrario, y la fachalina, llevada adelante por las mujeres casadas y
a un costado por las solteras; además de aretes, collares y pulseras, muchas
veces de color rojo, para protegerse de los malos espíritus.
Mujeres
otavalas en el Centro Histórico de Quito
Y
así llegamos a la esquina de Flores con Sucre, una esquina que se caracterizaba
por ser el centro de reunión de trabajadoras sexuales, lo que le había hecho
perder, en parte, el apogeo que había alcanzado durante la década del ’60, en
que todo comerciante soñaba con tener un local allí.
La
calle José de Sucre, a partir de 1970 había sido bautizada con el nombre de quien
fuera político y militar venezolano, prócer de la emancipación hispanoamericana
y principal héroe de la República del Ecuador, así como diplomático, estadista,
presidente de Bolivia, gobernador del Perú, General en Jefe del Ejército de la
Gran Colombia, Comandante del Ejército del Sur y Gran Mariscal de Ayacucho.
Previamente
esta arteria era conocida como la calle “Del Algodón”, debido a la
cantidad de locales comerciales que vendían colchones confeccionados con dicha
fibra, a pesar de la existencia de negocios de todo tipo, especialmente de
artículos del hogar, mueblerías y hasta de telas y ternos. De todas formas, en
2012, cuando nosotros nos encontrábamos allí, ya no había ningún local dedicado
a la venta de colchones.
Calle
Sucre (ex - calle del ALGODÓN)
Al
llegar al cruce de esta calle con Guayaquil nos topamos con un gran edificio
llamado “Pasaje Tobar”, por pertenecer a la Fundación María Isabel
Tobar. De estilo neoclásico, había sido construido en 1925, recibiendo el
premio al ornato “Ciudad de Quito” en 1926. Se trataba de un pasaje
peatonal cubierto dedicado a centro comercial y oficinas, además de contar con
lujosos apartamentos de viviendas.
Pasaje
Tobar en la esquina de las calles Guayaquil y Sucre
Hicimos
un alto para almorzar, momento en que me di el gusto de probar un plato
típicamente ecuatoriano, como lo era la carne con bananas. ¡Una delicia!
Carne
con bananas, comida típica ecuatoriana
Retomamos
la calle Guayaquil hasta arribar a la calle Espejo, antes conocida como “la
del Chorro de Santa Catalina” y como la “de los Enamorados”,
apelativo que tuvo su origen en el siglo XVIII por pasear por esta vía las
jóvenes parejas. A mediados del siglo XX se le cambió el nombre en memoria de
Eugenio de Santa Cruz y Espejo, médico, abogado y escritor de origen mestizo,
destacado como el polemista que inspiró el movimiento separatista de Quito,
difundió las ideas de la Ilustración y como higienista redactó un importante
tratado sobre las condiciones sanitarias del Ecuador. Murió de disentería
mientras se encontraba preso debido a sus denuncias sobre la carencia de
educación, manejo económico y corrupción de las autoridades en la Audiencia de
Quito.
Calle
Espejo (ex - PASAJE DE ESPEJO)
CALLE
DEL CHORRO DE STA. CATALINA
En
Espejo esquina Flores se encontraba el Monasterio de Santa Catalina de Siena,
que databa del siglo XVI, reedificado a fines del siglo XVII y re-hecho el
tejado a fines del siglo XVIII, siendo uno de los cuatro que hacía presencia la
comunidad dominica en el Ecuador y era uno de los cinco de clausura femenina
más antiguos de Quito. La iglesia que componía el complejo había sido
restaurada recientemente.
Monasterio
e iglesia de Santa Catalina de Siena en la calle Espejo
Portal
del Monasterio de Santa Catalina de Siena
Continuamos
nuestro recorrido caminando plácidamente por la peatonal Espejo, tomando
fotografías y haciéndonos de información sobre gran parte de los edificios que
nos llamaban la atención a nuestro paso.
Caminando
por la peatonal Espejo
Y,
además, pasamos por una de las sucursales de la cadena de farmacias “Sana
Sana”, que tenía una ranita como logotipo, haciendo referencia a la frase
sanadora con las que nos calmaban de niños ante ciertas dolencias:
“Sana Sana, colita de rana,
Si no sana hoy, sanará mañana…”
Farmacias
Sana Sana
En
la calle Flores, entre Espejo y Chile, había una casa con una placa en homenaje
a Federico González Suárez, eclesiástico, historiador, catedrático
universitario y arqueólogo, quien había nacido en ese solar el 12 de abril de
1844. Se destacó como político combatiendo a la dictadura instaurada por el
General Ignacio de Veintemilla, haciendo muy respetada su figura; y en 1906,
Pío X lo nombró Arzobispo de Quito, dirigiendo la Iglesia ecuatoriana hasta su
muerte en 1917. A él se debió la despolitización del clero, históricamente
unido al Partido Conservador Ecuatoriano; sin embargo, se mantuvo firme en las
doctrinas de sus antecesores oponiéndose a las leyes que iban en contra de la
Iglesia como el matrimonio civil, el registro civil, la libertad de cultos, el
divorcio, y el laicismo estatal y educativo. Fue autor de varios libros, entre
ellos un Atlas arqueológico e Historia General de la República del Ecuador; y en
1909 fundó la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos que en
1920 se transformaría en la Academia Nacional de Historia de Ecuador. En 1910,
ante el inminente enfrentamiento bélico entre Ecuador y Perú, manifestó lo
siguiente: “Si ha llegado la hora de que el Ecuador desaparezca, que
desaparezca, pero no enredado en los hilos de la diplomacia, sino en los campos
del honor, al aire libre y con el arma al brazo. No lo arrastrará a la guerra
la codicia, sino el honor.”
Placa
en la casa de la calle Flores, entre Espejo y Chile, donde nació Federico
González Suárez
Anduvimos
de aquí para allá hasta llegar a la intersección de las calles Manabí y García
Romero, observando diferentes aspectos de la cotidianeidad quiteña, el
movimiento del tránsito en calles tan angostas, y costumbres tan extendidas
como llevar los niños a cococho.
Y
luego regresamos al hotel para descansar un rato antes de continuar conociendo
la cultura de tan peculiar país.
Ómnibus
urbano de la ciudad de Quito
Una
mujer con su niño a cococho
Calle
Manabí entre Venezuela y García Romero
Calle
Manabí desde la esquina de García Romero
Calle
García Moreno desde la esquina de Malabí
Hotel
Internacional “Plaza del Teatro”
El
balcón del medio del primer piso era de nuestra habitación