En cualquier parte del
mundo donde yo fuera mi padre tenía algún amigo. Entonces antes de partir me
daba el teléfono para que le hiciera llegar sus saludos. ¡Ni qué hablar dentro
de Argentina! Los había en todos lados. Pero en el caso de Puerto Madryn se
trataba de alguien muy especial, nada menos que de Roy Centeno Humphreys, a
quien yo sentía como parte de mi familia.
Nacido en Esquel y
descendiente de galeses, comenzó su carrera periodística en Bahía Blanca y
había sido compañero de mi padre en el diario El Mundo de Buenos Aires, para
años más tarde radicarse en Estados Unidos como redactor y reportero de United
Press International (UPI), cubriendo eventos de gran significación a nivel
mundial y habiendo entrevistado a grandes personalidades del arte, del deporte
y de la política como Louis Armstrong, Gina Lollobrigida, Ava Gardner, Ringo
Bonavena, Juan Manuel Fangio, Pascual Pérez, Arturo Íllia y Alfredo Stroessner,
entre otros. Había fundado y dirigido el diario Noticias del Mundo en Nueva
York y también había escrito cuentos y novelas por lo que se ganó un merecido
reconocimiento en la Patagonia, y también se había destacado en los medios como
fotógrafo. Él había tomado mi primera fotografía a una semana de mi nacimiento
y había continuado haciéndolo durante mi niñez; y tanto me quería que siempre
decía que esa era la actividad más importante que había hecho en su vida, ser
mi “personal photographer”. Y él, junto con mi padre, habían sido quienes
fomentaran en mí la pasión por los viajes y por la fotografía, además de
inculcarme que estudiara inglés aunque no me gustara, porque era imprescindible
para abrirme paso en todo el mundo. Cuando se jubiló, regresó a la Argentina y
luego de pasar unos años en San Carlos de Bariloche, se radicó en Puerto
Madryn.
Era el domingo 8 de
enero de 2006 cuando llamé a su casa, y la conversación fue así:
-“Hola”, -atendió su
mujer.
-“Hola Lina, ¿cómo
estás? ¿Está el tío Roy?”
-“¡¿Quién habla…?!”
–contestó sospechando de quién se trataba.
-“Habla Eo” – contesté
emocionada porque ese era el sobrenombre que Roy me había puesto. Aparentemente
había sido mi primer vocablo, o por lo menos, cuando me preguntaban cuál era mi
nombre, yo contestaba “Eo”. Pero nunca nadie más me había llamado así. Era algo
muy íntimo entre él y yo.
-“¡Eo! ¡Qué alegría!”
– contestó Lina, quien lo fue a buscar rápidamente.
Pero fue ella quien
volvió al teléfono: -“No puede hablar, se puso a llorar, hace mucho que no te
ve. ¿Dónde estás?”
-“Estoy parando en
Trelew, pero mañana iré a Madryn”.
-“¡Vení a casa!
Preparo un té galés y festejamos los ochenta y cinco años que Roy acaba de
cumplir el viernes pasado.”
Al día siguiente partí
junto con Omar y Martín rumbo a Puerto Madryn en un colectivo de línea, que en
una hora de desierto y viento nos dejó en destino.
Madryn era un mundo de
gente que hablaba en diversidad de idiomas, nada más parecido a la Torre de
Babel. Y las empresas de turismo ofrecían diferentes excursiones, pero ninguna
conformaba nuestras expectativas, no sólo por las tarifas que equivalían a
varios dólares o euros, sino porque además de no ser época de ballenas,
demandarían gran parte del día y teníamos el compromiso de la visita al tío Roy
a las “five o’clock”.
Entonces tomamos un
taxi y le pedimos que nos llevara a Punta Loma, que quedaba a diecisiete kilómetros
al sur de Puerto Madryn, donde yo había estado veinticinco años atrás.
En camino a la Reserva de
Punta Loma
El mirador se
encontraba sobre una barranca desde donde se podían ver, decenas de metros
hacia abajo, lobos marinos de un pelo desplazándose o durmiendo sobre la playa
de fino canto rodado.
Vista del golfo Nuevo desde
el mirador de Punta Loma
Lo ideal hubiera sido
visitar el lugar con marea totalmente baja debido a la cantidad de ejemplares
que podrían haberse visto, pero ya había comenzado a bajar y eso nos permitió
cumplir con nuestro objetivo, aunque fuera parcialmente.
Y mientras Martín se
entretenía mirando los lobos marinos, a mí también me interesó observar las
características geomorfológicas, tanto las grandes mesetas que llegaban al mar
formando acantilados, como las grutas naturales producto de la erosión marina,
algunas de las cuales habían servido de refugio a los primeros galeses que
arribaron a la zona.
Vista de las mesetas formando
barrancas al llegar al mar
La playa cuando comenzaba a bajar
la marea y las grutas producto de la erosión marina
La Reserva de Punta
Loma fue creada el 29 de setiembre de 1967 por la Ley Provincial número
seiscientos noventa y siete, siendo una de las primeras del sistema de
conservación de la Provincia de Chubut, y su objetivo principal había sido el
de proteger a los lobos marinos de un pelo (Otaria flavescens) siendo el único
apostadero permanente.
Según la época del año
podían observarse la formación de harenes, los apareamientos o los nacimientos.
Y en el mes de enero, momento en que nos encontrábamos, nacían las crías.
Permanecimos allí un
buen rato y Martín se entusiasmó mirándolos de cerca a través del teleobjetivo
de mi cámara por lo que terminó sacándoles una foto.
Fotografía tomada por Martín con
un teleobjetivo de doscientos cinco milímetros
Pero además allí
también habitaba una colonia de cormoranes roqueros, denominados así por formar
sus nidos en las paredes de arcilla, y no por ser fanáticos del rock. Y entre
otras aves marinas y terrestres había gaviotines sudamericanos, gaviotas grises
o australes, ostreros y garzas que no anidaban en el lugar.
Cormoranes haciendo sus nidos en
las paredes de arcilla de la barranca
Cormorán sobre el paredón
de la barranca
Y en la parte
esteparia se podían identificar especies de la flora local como zampa,
quilembay, falso tomillo, jume, llaollín y la típica jarilla; mientras que cuando
no había mucho movimiento, también se podían observar animales autóctonos como guanacos,
choiques, maras, zorros y piches.
Flora típica del área esteparia
Si bien el tiempo se
había presentado inestable desde temprano, ya había comenzado a caer una garúa
finita pero lo suficiente como para abandonar el lugar, así que decidimos
regresar a Puerto Madryn.
En camino de Puna
Loma a Puerto Madryn
Al ingresar a Puerto
Madryn nos detuvimos en Punta Cuevas donde se encontraba el monumento al Indio
Tehuelche, realizado por el escultor argentino Luis Perlotti, y que fuera
colocado en 1965 al cumplirse el centenario de la llegada de los galeses a esas
tierras. La placa de mármol que lo identificaba decía: “El reconocimiento de
la ciudad de Puerto Madryn a los visionarios que entre 1965 y 1967 unieron dos
culturas la Aborigen y la Galesa a través de los monumentos que las recuerdan
en la ciudad”. Pero el escultor lo vistió con sólo un taparrabo que no
acordaba con las prendas de los nativos del lugar, que por cuestiones climáticas
usaban quillangos y cuero de guanaco.
Monumento al Indio Tehuelche, un
tanto desabrigado
Observamos la vista
panorámica y tomé algunas fotos, pero subimos nuevamente al auto porque la
lluvia se había intensificado, por lo que le pedimos al taxista que nos dejara
en el Centro donde seguramente encontraríamos más reparo.
Vista de Puerto Madryn
desde Punta Cuevas
Mástil de Punta Cuevas
Bordeando el mar en
camino hacia el Centro de la ciudad
La fundación de la
ciudad databa del 28 de julio de 1865, cuando llegaron a sus costas ciento
cincuenta galeses en el velero “Mimosa”, denominando al puerto natural en que
desembarcaron “Puerto Madryn”, en referencia a Love Jones Parry barón de
Madryn, terrateniente galés miembro del parlamento representando al condado de
Caernarfon por el partido liberal, y uno de los promotores de la colonización
galesa en la Patagonia.
El asentamiento creció
como resultado de la llegada del tren que la conectaba con Trelew, siendo
Madryn la conexión portuaria por presentar aguas profundas naturalmente.
Casona tradicional convertida en
local gastronómico donde nos reparamos de la lluvia
A medida que nos
acercábamos al casco céntrico yo había notado poblados gran cantidad de
terrenos que eran puro campo en enero de 1981, cuando había visitado la ciudad
por última vez, y se habían construido varios edificios de altura. Claro que en
ese entonces sólo había veintidós mil habitantes, mientras que ahora, en 2006,
superaba los setenta mil. Si bien en 1961 el ferrocarril había sido cerrado
definitivamente, y en los ’70, habían desaparecido las empresas marítimas que
operaban el puerto al levantarse las franquicias que lo sustentaban,
paralelamente se había incentivado el turismo como circuito no tradicional y se
había asentado la planta de ALUAR (Aluminio Argentino).
Modernos edificios en la zona
céntrica de la avenida costanera
Nuevas edificaciones y
localización de comercios y servicios para turistas
Un sector de la
costanera se llamaba Julio Argentino Roca, lo que nos pareció una flagrante
contradicción que mientras se le hiciera un monumento al indio tehuelche, se le
dedique una de las avenidas principales al mayor genocida de los pueblos
originarios patagónicos.
Avenida Julio Argentino Roca y
calle 28 de Julio, pleno Centro de Puerto Madryn
Después de almorzar en
un restorán céntrico destinado al turismo recorrimos la costanera que estaba
llena de charcos, algo no muy frecuente en un lugar donde las precipitaciones
apenas llegaban a doscientos milímetros anuales.
Plazoletas a la vera del
mar
Y aprovechando que la
lluvia había parado caminamos por el muelle Comandante Luis Piedrabuena, que
habiendo sido sólo pesquero, fuera reacondicionado para recibir a los cruceros
con pasajeros de todo el mundo, teniendo desde allí una vista panorámica de la
ciudad.
Vista de Puerto Madryn
desde el muelle Comandante Luis Piedrabuena
Mientras estábamos
tomando fotografías y conversando con algunas personas que también paseaban por
el lugar, el cielo comenzó a cambiar de color, tornando rosa a todo el paisaje.
Otra tormenta se avecinaba. El viento aumentó su velocidad, algunas gotas
comenzaron a caer sobre nuestras cabezas y el mar comenzó a picarse. Así que
nos obligó a refugiarnos nuevamente en un bar hasta que pasara.
Tormenta en ciernes sobre Puerto
Madryn
Pequeñas embarcaciones amarradas
en el muelle Comandante Luis Piedrabuena
Nos daba mucho temor que los
barcos partieran en semejante tempestad
En menos de una hora
todo se normalizó y volvimos a la costanera caminándola hacia el norte, donde
encontramos una boca de efluentes sobre una de las playas del Centro, junto a
algunas algas pardas que habían quedado sobre la arena. Sin embargo, ese no era
ni el único ni el principal foco de contaminación. La empresa ALUAR constituía
el gran problema y su expansión atentaba contra la fauna del lugar, pero el
mayor crecimiento de la ciudad y las mayores fuentes de trabajo provenían de
allí, lo que generaba enfrentamientos entre quienes dependían de la metalúrgica
y quienes vivían del turismo ecológico, además de poner también en peligro la
actividad pesquera, otra de las fuentes de recursos de la región. Justamente en
esos días no había pulpo en los restoranes porque al ponerse ácidas las aguas,
era el primero en desaparecer.
Efluente sobre una playa céntrica
con presencia de algas pardas
Siguiendo nuestra
marcha encontramos el Monumento a los Caídos en Malvinas donde todos los años,
el día dos de abril se hacían actos conmemorativos con la presencia de
excombatientes residentes en la ciudad.
Monumento a los Caídos en Malvinas
Ya eran casi las cinco
de la tarde y nos esperaban Roy y Lina. Ellos vivían en la zona norte de la
ciudad en una casita modesta pero muy cómoda y bonita. Lina había preparado el
té galés con tortas elaboradas con sus propias manos, y como era su costumbre,
nos llenó de atenciones.
Nos quedamos
conversando un largo rato, tanto del pasado como del presente y el futuro
inmediato. Me dijeron que en Madryn ya no se podía vivir, que era muy inseguro,
y que estaban por mudarse a Gaiman, que era el tamaño ideal para gente de su
edad. Después Roy nos mostró los recuerdos traídos desde diferentes partes del
mundo durante el ejercicio de su profesión y nos acompañó hasta el Centro porque
debía entregar una nota para un medio periodístico local. Con un fuerte abrazo
y un saludo para mi padre nos despedimos lagrimeando. Fue la última vez que lo
vi.
Martín me tomó esta foto junto al tío
Roy y Lina degustando un té galés
Junto con Martín y el tío Roy con
los souvenirs de todo el mundo
Ya era tarde, pero por
ser verano y la elevada latitud en que nos encontrábamos, todavía era de día,
por lo que regresamos a la costanera desde donde vimos cómo la gente poblaba
las playas porque las condiciones meteorológicas eran ideales. ¡Con sol y sin
viento!
Con sol y sin viento cuando ya
había avanzado la tarde
Puerto Madryn se
caracterizaba por su gran amplitud térmica, producto de la escasa humedad
ambiente, a pesar de encontrarse a la vera del mar. Lo que ocurría, como en
toda la Patagonia Extraandina, que los vientos predominantes eran los
provenientes del oeste, que con mayor fuerza por derivar de la rotación de la
Tierra, no permitían casi ingresar a los del Atlántico.
En el verano y durante
el día las temperaturas solían ser elevadas por lo que las playas eran muy
concurridas, y donde además de los baños de sol y agua, se practicaban deportes
náuticos como kayak, canotaje, windsurf, kitesurf y motosky, entre otros. Además,
los golfos San José y Nuevo eran visitados para realizar “bautismos
submarinos”, siendo Puerto Madryn denominada “Capital Nacional del Buceo”, ya
que poseía aguas cristalinas y serenas, permitiendo una penetración de la luz
hasta los setenta metros de profundidad.
Turistas y locales disfrutando de
la playa al atardecer
Y si bien las aguas de
Madryn eran menos frías que las de playa Unión por estar encerradas en los
golfos, no satisfacían a nuestros termostatos por lo que permanecimos en la
arena y al solcito.
Con Martín en la playa a la hora
de las sombras largas
Dimos otra vuelta por
la ciudad y desde la terminal de ómnibus emprendimos el regreso a la ciudad de
Trelew.
Antigua estación del
Ferrocarril Patagónico
Vértebra de ballena franca austral
en la terminal de ómnibus de Puerto Madryn
Habíamos pasado un día
con las condiciones contrarias a las que se promocionaba turísticamente a Puerto
Madryn a nivel nacional e internacional, ya que se la vendía mediante un afiche
que mostraba la cola de una ballena asomando en el mar y a pleno sol. Sin
embargo, no siempre la realidad era esa, y a pesar de que la ciudad como tal no
era muy atractiva, el paseo había sido muy agradable, digno de ser repetido en
otra ocasión.
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