Una noche de octubre de 2004, Martín y yo subimos al micro en la
terminal de ómnibus de Retiro. Cuando nos despertamos estábamos en la terminal
de Río Cuarto. Pero desde entonces nos resultó más difícil volver a dormirnos,
porque el camino en el tramo de la provincia de San Luis, estaba absolutamente
poceado, parecía que andábamos entre trincheras.
Ya en la Villa de Merlo nos estaban esperando otros miembros del Centro
Humboldt que habían viajado anticipadamente con el fin de organizar el
Encuentro que realizaríamos allí en setiembre del año siguiente.
Nos hospedamos en un hotelito sencillo sobre la avenida del Sol,
justamente el nuevo eje por el cual crecía el pueblo. Hacía cinco años que no
pisaba el lugar, y ya no conocía prácticamente nada.
En realidad, había dos Villas de Merlo. La de siempre, alrededor de la
plaza Marqués de Sobremonte, frente a la cual se encontraban la antigua
iglesia, la municipalidad, los negocios tradicionales, y los bares y
confiterías a los que concurrían los viejos pobladores. Y la nueva Merlo, a lo
largo de la avenida del Sol, donde se habían localizado recientes
emprendimientos, hoteles, comercios destinados a los turistas, y los inmigrantes
procedentes de grandes ciudades como Buenos Aires, Córdoba y Mendoza, con
costumbres y demandas muy diferentes a los anteriores.
El crecimiento había sido descomunal. El Censo del 91 acusaba poco más
de seis mil habitantes, mientras que en el de 2001 ya vivían más de once mil
personas. Pero desde ese momento, no paraba de llegar gente y de construirse
casas, hoteles y negocios. Si bien, el turismo basado en la tranquilidad y en
la salud, pensando en que se endilgaba al lugar como de tener un microclima con
O3, siendo ideal para quienes padecían enfermedades respiratorias, se sumaban
otros factores. Uno de ellos era la casi nula delincuencia; y la otra, que le
diera mayor impulso, el tema del corralito bancario del año 2002. En ese
momento, una de las escasas posibilidades para retirar dinero de los bancos,
era el de hacer una inversión inmobiliaria. Y entonces, quienes ya contaban con
una vivienda, pretendieron hacerse de ladrillos en un lugar turístico, y la
Villa de Merlo fue una de las más elegidas. Y esto incomodaba totalmente a los
antiguos pobladores quienes se quejaban de que ya no se conocían todos, que los
nuevos vecinos eran muy ruidosos, que muchas veces no respetaban las horas de
la siesta, y que sus hijos ya no hablaban con el cantito sanluiseño, sino que
lo hacían como porteños.
Merlo fue fundada a partir de la plaza el 1ro de enero de 1797. Y en su
centro se encontraba la reconstrucción del antiguo aljibe comunal que proveía
de agua a los vecinos. El predio estaba muy bien cuidado, y por estar en
primavera, se lucía mucho más por las flores que allí habían plantado. Pero,
salvo algún que otro establecimiento que habían remozado, todo el resto se veía
bastante caído y descuidado.
Plaza Marqués de Sobremonte
en el casco histórico
Mientras que la avenida del Sol y sus alrededores expresaban todo lo
contrario. Y si bien las edificaciones eran en general bonitas, se notaba que
todo había surgido repentinamente, como hongos después de la lluvia, y desde ya
les faltaba historia.
Pero en la nueva Villa de Merlo, también se habían realizado otro tipo
de construcciones que no eran solamente referidas a la infraestructura
turística, sino que se relacionaban con el área educativa, como el Centro de
Educación Nro. 27 “Gobernador Santiago Besso”. Y en el año 2002, con la
participación de los estudiantes de nivel polimodal de Comunicación, Arte y
Diseño, se realizaron tres grandes murales cuyo tema era los Derechos Humanos,
para lo cual los alumnos se basaron en una investigación histórica y social de
nuestro país, resaltando los hechos que consideraron importantes y
significativos.
Mural
sobre el pasado histórico y político
Mural
sobre el presente: 2002, época del cacerolazo
Mural
sobre el futuro, donde expresaron sus deseos e ilusiones
Y como era nuestro propósito la organización del Encuentro Humboldt,
salimos a recorrer el pueblo buscando salones, casas de comidas y hoteles, lo
que nos ocupó un tiempo considerable, dada la cantidad y variedad de servicios.
Uno de los restoranes visitados fue La Vieja Bodega, un edificio
re-funcionalizado al mejor nivel.
La
Vieja Bodega
Era un verdadero placer caminar por las calles tanto por su
tranquilidad como por la belleza de las casas y de los jardines.
Con
Martín en un jardín florecido en la calle Pedernera
Uno de los principales hoteles que visitamos fue el Villa de Merlo,
de cuatro estrellas, decorado con excelente gusto, gran amplitud de espacios, y
con el plus del paisaje de fondo.
Hotel Villa
de Merlo
Y después de haber visitado gran parte de la hotelería del pueblo,
continuamos por Piedra Blanca, sector originariamente sólo zona veraniega, pero
que ya formaba parte de Merlo. Y en ese lugar, mucho más tranquilo aún,
encontramos hospedajes realmente paradisíacos como la Hostería del Virrey y la
Choay.
Hostería del
Virrey
Hostería
Choay
Caminando por las apacibles calles de Piedra Blanca, nos encontramos
ante la capilla Nuestra Señora de Fátima. En 1945 Doña Rosa de Herrera, vecina
del lugar, manifestó a la Diócesis la intención de levantar una capilla, para
lo cual donó un terreno. Y en 1972 fue llevada la imagen de Nuestra Señora de
Fátima.
Capilla
Nuestra Señora de Fátima
En esa zona también había casas de té, y siendo ya la mediatarde
decidimos tomarnos un descanso y saborear las exquisiteces con que se
acompañaban las diferentes hierbas, muchas de ellas bien autóctonas.
Omar
ingresando a Merlin, la casa de té
más conocida
Y antes de dar por finalizada esa jornada, nos llegamos hasta el
Algarrobo Abuelo, un ejemplar de aproximadamente ochocientos años, verdadero
testigo de la historia del lugar. Ese árbol fue fuente de inspiración de Antonio
Agüero, el poeta merlino que le dedicara Las Cantatas del Árbol.
Algarrobo
Abuelo
Esa noche fuimos a comer chivito y paralelamente nos ofrecieron un
espectáculo de transformismo. Muy bien aceptado por los turistas y los
foráneos, pero muy osado para los merlinos.
Y al día siguiente, nos dirigimos hacia el balneario El Rincón,
donde al bajar las escaleras en medio de imponentes rocas, pudimos llegar al Balcón
de los Sueños.
El
Balcón de los Sueños en el balneario El Rincón
Y allí mismo, un grupo de personas estaba atravesando el arroyo
practicando salto tirolés.
Una
persona vestida de rojo se lanzó en tirolesa a cruzar el arroyo
Continuando camino nos dirigimos hasta
el Mirador del Sol, desde donde se podía ver el valle de Concarán en toda su
extensión. Y luego, yendo por el filo de la sierra de Comechingones, límite
natural entre las provincias de San Luis y Córdoba, pudimos comparar las
distintas vistas hacia ambas laderas.
Valle
de Concarán desde el Mirador del Sol
En la amplia plataforma del Mirador del
Sol, un grupo de artesanos ofrecían sus trabajos en ónix y en otras piedras de
la región.
Martín
junto a un artesano en el Mirador del Sol
Y al desandar el camino, giramos a la
derecha y nos encontramos con el casino Dos Venados, que como casi todos los
del país, también fue reconvertido a bingo y a otras actividades paralelas.
Casino
Dos Venados
Por un camino serpenteado, con molles y
pastizales secos, por la estación del año en que nos encontrábamos, nos
dirigimos hacia Pasos Malos.
Finalizado
el invierno los pastizales aún estaban secos
Finalmente pudimos acceder a un arroyo
que descendía entre cortaderas y enormes rocas graníticas, pero que, debido a
las escasas lluvias de la época, aun no estaba crecido.
Omar
cruzando el arroyo por rocas muy resbaladizas
Y después de una caminata con ascensos,
descensos y mantenimiento del equilibrio, nos tomamos un descanso disfrutando
del suave sol primaveral.
Omar
y Martín junto a quien nos guiara en la salida
Y antes de regresar pasamos por la
Cascada Olvidada que se trataba de un pequeño salto de agua transparente y muy
bonito.
Cascada
Olvidada
Ya de vuelta, tomamos un camino
consolidado bastante ancho, como una pequeña pampa, donde la vegetación
comenzaba a densificarse, hasta estar todo el terreno cubierto de pasturas
verdes y más tiernas.
Camino
consolidado volviendo de Pasos Malos
Y a poco de andar llegamos al Mirador
del Peñón Colorado obteniendo vistas panorámicas del cerro Chumamaya y su
urbanización privada.
Country
super exclusivo de Chumamata
Pero el country de Chumamata contaba
con algo más que su paisaje serrano y su bella arquitectura, sino que tuvo una
trascendencia histórica inesperada.
A las 20 del 20 de diciembre de 2001,
los gobernadores justicialistas llegaban al Aeropuerto Internacional del Valle
del Conlara, para asistir a su inauguración. Es que cuando el gobernador
puntano Adolfo Rodríguez Saa cursó las invitaciones, nadie pensaba que el país
estaría embarcado en una crisis institucional sin precedentes. El acto, que se
hizo con la mayor discreción posible en sintonía con la gravedad de los hechos
que se vivían a nivel nacional, comenzó pasadas las 20,30, una hora después de
que el helicóptero presidencial sacara a Fernando de la Rúa de la Casa Rosada,
que estaba rodeada de manifestantes. El Partido Justicialista aprovechó ese
encuentro protocolar para iniciar una discusión que no terminó la noche en que
los gobernadores compartieron la cena en el coqueto country de Chumamaya, junto
a quinientas personas, escuchando zambas y chacareras interpretadas por Ariel
Ramírez y el Chango Nieto. Los referentes del PJ continuaron a puertas cerradas
en la casa del empresario Juan Carlos Caram, un amigo personal de Rodríguez
Saa.
Inicialmente
asumió la presidencia Ramón Puerta, por ser el presidente del Senado, quien al
tercer día entregara el cargo a Adolfo Rodríguez Saa, elegido por el poder
legislativo.
Adolfo Rodríguez Saa quien ocupara el cargo de
gobernador de la provincia de San Luis desde el 10 de diciembre de 1983, dejó
en su lugar a María Alicia Lemme, para hacerse cargo de la presidencia de la
Nación. Pero su mandato duró solo ocho días, ya que, por los continuos cacerolazos
y la falta de apoyo de la mayoría de los gobernadores, se viera obligado a
renunciar.
Sin embargo, dentro de su provincia había tenido gran consenso. Incluso
en la Villa de Merlo, donde siempre había habido intendentes opositores, por no
depender de los cargos provinciales para vivir, muchos habitantes reconocían en
“EL Adolfo”, la ejecución de obras de infraestructura, sobre todo a nivel
educativo, que habían permitido sostener sin sobresaltos el crecimiento
exponencial que estaban viviendo.
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