Era el mes de
diciembre de 2004, y yo, como todos los años desde 1988, debía tomar examen en
la Universidad Nacional de Mar del Plata; y debido a que se presentarían sólo
dos estudiantes, decidí llevar a Martín conmigo.
Él tenía en ese
momento doce años, y a pesar de su autismo, la pubertad la estaba viviendo
bastante tranquilo, por lo que durante mis ocupaciones primeramente se puso a
escribir su nombre en el pizarrón repetidas veces, y después a observar por la
ventana del aula el barrio de chalecitos que rodeaba a la universidad.
En menos de una hora
quedé libre, y tras almorzar hamburguesas con papas fritas, lo llevé a caminar
por la costanera, y después a disfrutar de la playa.
Hicimos una caminata
por el Boulevard Marítimo Patricio Peralta Ramos, que recorría las playas
céntricas de la ciudad, y que llevaba el nombre de quien la fundara.
En 1860 Patricio
Peralta Ramos, había viajado por primera vez a la zona de Cabo Corrientes en
una galera que había partido del puerto de Buenos Aires. Y habiendo adquirido
las tierras de cuatro estancias y un saladero, intentó reimpulsar la actividad,
pero no prosperó. Y al fracasar el negocio de la salazón, tuvo la idea de
convertir sus grandes extensiones de tierras rurales en lotes urbanos, e
instalar un poblado que contaría con un puerto. Este proyecto contó con la
oposición de estancieros vecinos y de algunas autoridades, pero finalmente el
10 de febrero de 1874, mediante decreto del gobernador Mariano Acosta, se
oficializó la fundación de Mar del Plata.
Finalmente llegamos al
hotel Provincial, edificio emblemático construido por el famoso arquitecto
Alejandro Bustillo en 1946. Su estilo ecléctico, tenía reminiscencias
neoclásicas francesas (Luis XIII), con frente revestido en piedra Mar del
Plata, ladrillo a la vista y mansardas en pizarra francesa.
Martín en el Boulevard
Marítimo Patricio Peralta Ramos, frente al hotel Provincial y el helipuerto
Esperando que bajara
un poco el sol, nos instalamos bajo una sombrilla de la playa Bristol, que no
habiendo comenzado aún la fuerte temporada estival, permanecía casi vacía y
fundamentalmente, limpias sus arenas.
Fue en 1886, con la
llegada del tren, que Mar del Plata había comenzado a atraer familias para
pasar el verano; y recién en 1888, con la inauguración del lujoso hotel
Bristol, esta playa se había convertido en el sitio preferido de la burguesía y
de los hombres más ilustres de todo el país, por lo que, a principios del siglo
XX, el balneario adoptara el apodo de “Biarritz Argentino”.
Pero a partir de la
década del ’40, con un cambio en las políticas sociales, la mayoría de los
hoteles fueron adquiridos por sindicatos, pudiendo acceder así las clases media
y baja. Habiéndose masificado el turismo, los sectores de mayor nivel socio-económico
fueron desplazándose hacia balnearios más alejados del Centro de la ciudad.
Martín bajo una
sombrilla de la playa Bristol junto a un perro callejero
Durante la primera
mitad del siglo XX se habían edificado grandes mansiones y chalets de piedra
que le daban a Mar del Plata una atracción extra debido a su calidad y buen
diseño; pero durante los ’60, la propiedad horizontal comenzaría a avanzar
lentamente al principio y con mayor velocidad más tarde, para ir reemplazando a
las grandes casonas, que se tiraban abajo sin nadie que las protegiera.
En 1966, el empresario
Demetrio Elíades, fundador de la fábrica de alfajores Havanna, emprendió la
construcción del edificio más alto de la ciudad, de ciento veinticinco metros
de altura, el Palacio Belvedere, que estuviera a cargo del arquitecto Juan
Antonio Dompé. Dicha torre se situaba frente a la playa Las Toscas, y debido al
fallecimiento de su alma pater durante las obras, fue bautizada con su nombre;
sin embargo, desde su inauguración en 1969, siempre fue conocida como el
Edificio Havanna, debido al enorme cartel existente en su parte superior.
La playa Bristol y el
famoso edificio Havanna
Disfrutamos unos días
más de la ciudad y regresamos a Buenos Aires antes de que arribara la horda
turística proveniente de todos los rincones del país.
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