Salimos de la residencial Ski donde estábamos hospedándonos, y ya en la
esquina, en San Martín y 25 de Mayo, vimos pintada en la calle una calavera
color oro con la leyenda “NO A LA MINA”. Y a medida que avanzábamos por la
zona céntrica de Esquel, en casi todas las paredes, vidrieras de locales y
ventanales de casas particulares, esto se repetía como demostración de resistencia
a la minería de gran escala a cielo abierto, conocida también como “megaminería”.
Calavera
color oro pintada en la calle en la intersección de San Martín y 25 de Mayo en
Esquel
En agosto de 2002, la multinacional con mayoría de capitales canadienses
“Meridian Gold” había comprado “El Desquite”, un yacimiento de
oro y plata en el Cerro 21, a sólo siete kilómetros en línea recta del Centro
de la ciudad de Esquel y sobre un importante cauce de agua. Y apenas anunciaron
la forma en que iba a ser la extracción, utilizando cianuro, ácido clorhídrico
y soda cáustica, liberando además durante el proceso arsénico y óxido de plomo,
todos elementos altamente contaminantes, un grupo de vecinos entre los que se
contaban numerosos profesionales, docentes y estudiantes de la sede local de la
Universidad Nacional de la Patagonia “San Juan Bosco”, se organizaron
difundiéndolo al resto de la comunidad mediante manifestaciones públicas,
reparto de folletería, blogs y cadenas de correos electrónicos.
Téngase en cuenta que Esquel estaba situada muy próxima al Parque
Nacional Los Alerces, un ambiente natural protegido, caracterizado por un
sistema de lagos unidos a través de ríos y arroyos que finalmente desaguaban en
el Pacífico; y que las principales fuentes de ingreso estaban relacionadas con
el turismo, la pesca deportiva, el cultivo de frutas finas, y la elaboración de
dulces y conservas derivada de dicha producción, además de los empleos
públicos, entre los que se encontraba la gendarmería por tratarse de una zona
fronteriza. Pero a pesar del desarrollo de esas actividades existían problemas
de desocupación que habían sido tenidos en cuenta por la empresa minera para
prometer trescientos puestos de trabajo.
Sin embargo, las consecuencias irían más allá. Al removerse grandes
cantidades de tierra y roca, el aire se contaminaría por nubes de polvo en
suspensión más la oxidación con liberación de tóxicos de rocas al descubierto;
podrían provocarse hundimientos, y contaminación de la laguna Willimanco,
principal fuente de abastecimiento de agua para la ciudad, así como de las
napas subterráneas; deforestación y alteración de los cursos de agua, ya que
muchas veces se desvIaban los cursos para su mejor aprovechamiento formando lagunas,
las más de las veces con agua contaminada; el material sobrante quedaría para
siempre allí como un gigantesco basural; y además como consecuencia de todo lo
anterior, desplazaría a las producciones propias del lugar.
El movimiento finalmente logró que el 23 de marzo de 2003, el Concejo
Deliberante de Esquel convocara a un plebiscito sobre la aceptación o rechazo
de las actividades mineras en la zona, aunque con carácter no vinculante. Como
el ochenta y uno por ciento de los votantes se pronunciaron en contra se
sancionó la Ordenanza Nro. 33/2003, que declaró a Esquel “municipio no
tóxico y ambientalmente sustentable”.
Al momento de producirse el plebiscito el proyecto se encontraba en
etapa de exploración y podían verse caminos en las laderas del cerro y caños de
plástico introducidos en la tierra, usados para ver hasta dónde llegaba la veta
de oro. Una vez concluida esa etapa comenzaría la de la explotación para lo
cual había que sacar piedra de la montaña, procesarla con cianuro para separar
el oro del resto y después colocar los desechos en recipientes al aire libre. Y
cuando la montaña se vaciara, aproximadamente en diez años, la empresa se
retiraría. Por eso el pueblo se había unido para preservar el patrimonio
natural de toda el área contando con el apoyo de organismos nacionales e
internacionales, incluyendo a Greenpeace que reuniera más de ciento cincuenta
calaveras color oro frente a la Casa Rosada para representar el impacto
ambiental que la explotación ocasionaría.
Con dichas acciones no se había logrado la cancelación del
emprendimiento, pero sí su momentánea suspensión, lo que obligaba a los
esquelenses a continuar la lucha para lograr ese objetivo.
Pintada
en 9 de Julio y Sarmiento
Omar y Martín nunca habían estado en Esquel, mientras que yo hacía
veintiséis años que no iba, por lo que caminamos sin rumbo un largo rato
reconociendo las principales calles.
La ciudad no tenía acta fundacional considerando como fecha de
nacimiento el 25 de febrero de 1906, cuando Medardo Morelli decidiera instalar
en el lugar una estación de comunicaciones telegráficas en la casa del
Comisario de Policía y Teniente de Caballería de la Guardia Nacional Eduardo Humphreys.
Pero en realidad su gestación había estado directamente relacionada con la
llegada de los colonos galeses a las costas de Chubut en 1865, que a fines del
siglo se habían desplazado hacia la cordillera, fundando la Colonia 16 de
Octubre. Y dado que habían arribado nuevos inmigrantes galeses, John Murray
Thomas impulsó la idea de crear un pueblo al norte del valle 16 de Octubre que
se consolidó el 25 de mayo de 1910 cuando el Gobierno Nacional entregó
cincuenta títulos de propiedad a los pioneros. Esquel comenzaba a ser una
realidad.
El nombre Esquel derivaba de una voz tsonek que significaba abrojo o
abrojal, haciendo referencia a las características de la flora local compuesta
por el coirón, el neneo, el calafate y otros arbustos espinosos, aunque en el
entorno predominaban los pastos verdes y tiernos, así como el parque de
fagáceas y los bosques fríos y húmedos en los que se destacaban las coníferas y
caducifolias de la selva Valdiviense.
Si bien la ciudad se encontraba rodeada de montañas que se podían
visualizar desde cualquier sitio, estaba asentada sobre un valle sobre las
márgenes del arroyo Esquel, por lo que su casco céntrico estaba diseñado en
forma ortogonal en damero. Sin embargo, no tenía el perfil parroquial de las
fundaciones españolas durante la colonia, en que alrededor de la plaza
principal se encontraban la catedral y las instituciones gubernamentales. Allí
sí se localizaba el edificio de la Municipalidad, pero la iglesia, que era muy sencilla,
se encontraba en una calle lateral, así como las capillas protestantes. En
realidad, se manifestaba en todas partes la impronta galesa que le habían dado
sus orígenes, mostrando humildad en todas sus construcciones.
A medida que los inmigrantes galeses se iban instalando en diferentes
puntos del Chubut, iban edificando capillas con sus propias manos para
convertirlas en el centro del asentamiento donde practicaban las costumbres y
creencias de este pueblo que había arribado a la Argentina en busca de libertad
de culto.
Una de esas capillas era Seion que se había comenzado a construir en
1910 para finalizarse cinco años después. Tanto la capilla como el Vestry
fueron realizados con base de piedra y barro y con paredes de ladrillo cocido y
techo de chapa. El Vestry era un espacio que había sido destinado a las
reuniones dominicales, a la ceremonia del té y también a una escuelita. Pero
posteriormente allí comenzó a funcionar una escuela de galés, utilizándose
además para la presentación de libros, conciertos y del coro. En 1995 la
capilla Seion de Esquel fue incluida en el Registro Provincial de Sitios,
Edificios y Objetos de Valor Patrimonial, Cultural y Natural de la Provincia de
Chubut.
Capilla
Seion Esquel
La esquina más céntrica de la ciudad era la de las calles 25 de Mayo y
Rivadavia donde se encontraban los principales comercios y lugares destinados a
los servicios requeridos por el turismo, pero la actividad era bastante
limitada ya que en esos momentos Esquel contaba con apenas treinta mil
habitantes. De todos modos, aproveché para revelar los rollos que traía desde
la costa en Juan Castro Foto, un local perteneciente a un fotógrafo premiado
internacionalmente que, entre otras muestras, muchas las había dedicado a la
naturaleza. Y ese fue un motivo de larga charla hasta que llegó la hora de cerrar
el negocio porque allí los horarios de la siesta se respetaban religiosamente.
Así que aprovechamos para ir a almorzar a una parrillita de la calle
Sarmiento entre Rivadavia y 9 de Julio, donde a sólo una cuadra del “ruido”
ya todo había perdido densidad e incluso las avenidas eran predominantemente
residenciales.
Después de comer no había absolutamente nada para hacer por lo que
caminamos por la avenida Alvear hasta la terminal de ómnibus para averiguar
sobre horarios y precios a diferentes destinos y así programar nuestras
actividades en los días siguientes.
Avenida
Alvear a sólo dos cuadras del centro comercial más importante
Edificio
del Banco de la Nación Argentina en avenida Alvear y General Roca
Como era de esperar tanto la oficina de turismo como varias ventanillas
de la terminal estaban cerradas, por lo que tuvimos que esperar en el bar
tomando sendas infusiones mientras paralelamente comenzaba a llover
torrencialmente.
Recién a las cuatro de la tarde pudimos hacer las consultas y emprender
el regreso ya que la lluvia había parado.
Avenida Alvear en las cercanías de la terminal de ómnibus con el marco
de las montañas
Martín
disfrutando del lugar a pesar de temerles a los perros que andaban sueltos
Si bien en verano la temperatura podía llegar a superar los 30°C, ese
no era el día, ya que había comenzado a bajar repentinamente y estábamos cerca
de los 10°C. Así que a pesar de haber salido el arco iris, supuesto signo de
fin de la lluvia, nos recluimos en el hotel donde nos dedicamos a ver películas
por televisión hasta la hora de cenar.
La
esquina de la residencial Ski después de la lluvia
Ingresando a la zona andina las isohietas se modificaban rápidamente
llegando a precipitaciones muy elevadas, pero en la ciudad de Esquel eran
escasas, del orden de los cuatrocientos milímetros anuales predominando en
invierno; sin embargo, en enero de 2006, se produjeron lluvias extraordinarias
que nos dejaron pasados por agua a lo largo de los varios días que permanecimos
allí.
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