Marzo de 2005. Salimos en el Crucero del Norte, del sector
internacional de la terminal de ómnibus de Retiro. No éramos más que diez
pasajeros en total, con dos choferes y un camarero. Era de noche y a poco de
andar nos sirvieron pollo con champignon en bandejita con bebidas de todo tipo,
incluyendo whisky y café. Atravesamos toda la Mesopotamia en la madrugada por
la ruta nacional nro. 14, denominada “ruta de la muerte”, que iba bordeando el
río Uruguay. Llegamos a Posadas a primera hora de la mañana donde nos bajamos
en la terminal de la empresa y tomamos un café con leche con medialunas
calientes, recién hechitas. La empresa Crucero del Norte tenía talleres para
sus micros y elaboración propia de la comida que se ofrecía en los viajes.
Además, contaba con uno de los equipos de fútbol más importantes de Misiones.
Continuamos a pleno día por la ruta nacional nro. 12 que bordeaba el Alto
Paraná hasta llegar a Puerto Iguazú. Era un tramo que siempre disfruté, a pesar
de la cantidad de veces que lo había hecho. Esa ruta con suaves ondulaciones,
la tierra colorada y la vegetación que ya no era tan frondosa, porque habían
reemplazado la selva subtropical por bosques implantados de pinos.
Cruzamos la frontera sin impedimentos y recorrimos largas extensiones
de lo que fuera selva (la mata), convertidos en grandes campos de soja. Pasamos
por la ciudad de Cascavel, que había tenido un gran crecimiento en los últimos
años y ya desde la ruta podía verse la moderna edificación en horizontal. Cerca
de Maringá bajamos en una de las lanjerías que consistían en grandes
establecimientos donde se servía comida por peso, podían usarse los sanitarios
y comprar diversos productos. Durante la noche tomamos la ruta que iba hacia la
costa y a primera hora de la mañana estábamos en la terminal de ómnibus de Sao
Paulo. El camino a Río era muy bonito porque presentaba muchas curvas y
pendientes atravesando morros y viendo varias ciudades de alta densidad. El
tráfico allí se hacía conflictivo en especial cuando nos acercábamos al
mediodía. Y después de cuarenta y dos horas de viaje, arribamos a la terminal
de Rio de Janeiro. Allí mismo tomamos otro micro que nos llevaría a Juiz de
Fora (estado de Minas Gerais) en aproximadamente dos horas más. Eran sólo
ciento ochenta kilómetros los que separaban a Río de Juiz de Fora, que en
español se traduce como Juez de Afuera.
A medida que subimos por la Sierra de Mantiqueira, la temperatura
comenzó a disminuir como también notamos el cambio del paisaje vegetal. Pasamos
por Petrópolis y luego por una zona de sembrados y de viviendas rurales de alto
grado de marginalidad, en las márgenes del río Paraibuna, para llegar hasta el
Centro de Juiz de Fora, que se encontraba a unos setecientos metros de altitud.
Allí nos esperaban nuestros amigos Nathan y Joao quienes tuvieron la
gentileza de albergarnos en sus casas y hacernos sentir como de la familia.
Omar y yo teníamos que dar unas charlas en la Universidad Federal de
Juiz de Fora, lo que nos resultó muy interesante por el grado de
participación tanto de profesores como de estudiantes.
Terminados los compromisos salimos a conocer la ciudad, que no solamente
era grande en tamaño (más de medio millón de habitantes), comparada con las
ciudades intermedias argentinas, sino que gozaba de una activa vida cultural.
Allí se organizaban conciertos de música barroca, que era el estilo que había
predominado durante la etapa de explotación minera por parte de los
portugueses. También había muchas librerías con títulos de todo Brasil y de
otros países latinoamericanos.
Joao y Nathan nos llevaron a un restorán que
mantenía la decoración de época, a probar manjares mineiros. La gastronomía era
una de las tantas representaciones geográficas que pudimos disfrutar. La comida
mineira era un claro ejemplo de ello, ya que reflejaba la mezcla de alimentos y
condimentos utilizados por los indígenas nativos, como los aportes de los
portugueses y los de sus esclavos africanos. Por eso debía ser una de las más
ricas de Brasil, donde además de la típica feijoada y frutas tropicales, era
muy alta la inclusión de cerdo y pollo, como su mezcla con choclos, batatas,
mandioca y otras verduras. También se acostumbraba allí a tener postres, lo que
no ocurría en otras regiones, y era una manifestación de una historia de
riqueza y de una actual buena calidad de vida. Se estilaba consumir compotas de
frutas de la región o quesos con dulces, como miel o dulce de leche, durante
las sobremesas. Y era allí donde se tomaba café a lo largo de todo el día,
acompañado con roscas y bizcochos. Y por qué no tomar un licorcito u otra
bebida espirituosa, antes de ir a dormir. Eso tenía, sin duda, un gran
parecido con las costumbres argentinas. Pero no sólo comimos rico en restoranes
sino que nuestros amigos en sus casas también nos hicieron probar deliciosos
platos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario