viernes, 6 de julio de 2018

A Minas Gerais por tierra



Marzo de 2005. Salimos en el Crucero del Norte, del sector internacional de la terminal de ómnibus de Retiro. No éramos más que diez pasajeros en total, con dos choferes y un camarero. Era de noche y a poco de andar nos sirvieron pollo con champignon en bandejita con bebidas de todo tipo, incluyendo whisky y café. Atravesamos toda la Mesopotamia en la madrugada por la ruta nacional nro. 14, denominada “ruta de la muerte”, que iba bordeando el río Uruguay. Llegamos a Posadas a primera hora de la mañana donde nos bajamos en la terminal de la empresa y tomamos un café con leche con medialunas calientes, recién hechitas. La empresa Crucero del Norte tenía talleres para sus micros y elaboración propia de la comida que se ofrecía en los viajes. Además, contaba con uno de los equipos de fútbol más importantes de Misiones. Continuamos a pleno día por la ruta nacional nro. 12 que bordeaba el Alto Paraná hasta llegar a Puerto Iguazú. Era un tramo que siempre disfruté, a pesar de la cantidad de veces que lo había hecho. Esa ruta con suaves ondulaciones, la tierra colorada y la vegetación que ya no era tan frondosa, porque habían reemplazado la selva subtropical por bosques implantados de pinos.
Cruzamos la frontera sin impedimentos y recorrimos largas extensiones de lo que fuera selva (la mata), convertidos en grandes campos de soja. Pasamos por la ciudad de Cascavel, que había tenido un gran crecimiento en los últimos años y ya desde la ruta podía verse la moderna edificación en horizontal. Cerca de Maringá bajamos en una de las lanjerías que consistían en grandes establecimientos donde se servía comida por peso, podían usarse los sanitarios y comprar diversos productos. Durante la noche tomamos la ruta que iba hacia la costa y a primera hora de la mañana estábamos en la terminal de ómnibus de Sao Paulo. El camino a Río era muy bonito porque presentaba muchas curvas y pendientes atravesando morros y viendo varias ciudades de alta densidad. El tráfico allí se hacía conflictivo en especial cuando nos acercábamos al mediodía. Y después de cuarenta y dos horas de viaje, arribamos a la terminal de Rio de Janeiro. Allí mismo tomamos otro micro que nos llevaría a Juiz de Fora (estado de Minas Gerais) en aproximadamente dos horas más. Eran sólo ciento ochenta kilómetros los que separaban a Río de Juiz de Fora, que en español se traduce como Juez de Afuera.
A medida que subimos por la Sierra de Mantiqueira, la temperatura comenzó a disminuir como también notamos el cambio del paisaje vegetal. Pasamos por Petrópolis y luego por una zona de sembrados y de viviendas rurales de alto grado de marginalidad, en las márgenes del río Paraibuna, para llegar hasta el Centro de Juiz de Fora, que se encontraba a unos setecientos metros de altitud.  
Allí nos esperaban nuestros amigos Nathan y Joao quienes tuvieron la gentileza de albergarnos en sus casas y hacernos sentir como de la familia.
Omar y yo teníamos que dar unas charlas en la Universidad Federal de Juiz de Fora, lo que nos resultó muy interesante por el grado de participación tanto de profesores como de estudiantes.
Terminados los compromisos salimos a conocer la ciudad, que no solamente era grande en tamaño (más de medio millón de habitantes), comparada con las ciudades intermedias argentinas, sino que gozaba de una activa vida cultural. Allí se organizaban conciertos de música barroca, que era el estilo que había predominado durante la etapa de explotación minera por parte de los portugueses. También había muchas librerías con títulos de todo Brasil y de otros países latinoamericanos.
 La ciudad presentaba muchos desniveles por estar enclavada en la montaña y en apariencia, predominaba un sector socioeconómico medio, que no era tan común en la mayor parte de las grandes ciudades de Brasil.
Joao y Nathan nos llevaron a un restorán que mantenía la decoración de época, a probar manjares mineiros. La gastronomía era una de las tantas representaciones geográficas que pudimos disfrutar. La comida mineira era un claro ejemplo de ello, ya que reflejaba la mezcla de alimentos y condimentos utilizados por los indígenas nativos, como los aportes de los portugueses y los de sus esclavos africanos. Por eso debía ser una de las más ricas de Brasil, donde además de la típica feijoada y frutas tropicales, era muy alta la inclusión de cerdo y pollo, como su mezcla con choclos, batatas, mandioca y otras verduras. También se acostumbraba allí a tener postres, lo que no ocurría en otras regiones, y era una manifestación de una historia de riqueza y de una actual buena calidad de vida. Se estilaba consumir compotas de frutas de la región o quesos con dulces, como miel o dulce de leche, durante las sobremesas. Y era allí donde se tomaba café a lo largo de todo el día, acompañado con roscas y bizcochos. Y por qué no tomar un licorcito u otra bebida espirituosa, antes de ir a dormir. Eso tenía, sin duda, un gran parecido con las costumbres argentinas. Pero no sólo comimos rico en restoranes sino que nuestros amigos en sus casas también nos hicieron probar deliciosos platos.
 Después de varios días disfrutando de la ciudad y fundamentalmente de la cálida amistad, tomamos rumbo hacia el sur porque en Sao Paulo estaba por comenzar el Encuentro de Geógrafos de América Latina.

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