En el mes de julio de
2005, Omar y yo regresamos a la provincia de San Luis para ultimar detalles
sobre la organización del Encuentro Humboldt a realizarse dos meses después en
la Villa de Merlo. Pero en esa oportunidad, primeramente nos dirigimos a San
Luis Capital con el fin de agilizar trámites sobre el no cómputo de
inasistencias a los profesores de la Provincia, ya que nadie nos había dado
respuestas a pesar de la cantidad de cartas y notas que habíamos enviado por
correo postal. Y como otras veces, en ese viaje lo llevamos a Martín, que, con
tal de pasear, toleraba tediosas esperas y actividades ajenas a él.
Salimos de la terminal
de ómnibus de Retiro una noche muy fría. El micro tomó la ruta nacional número
siete, que atravesaba el sur de la provincia de Córdoba, y aunque hizo algunas
paradas en Laboulaye y Vicuña Mackenna, nosotros permanecimos calentitos sobre
el vehículo, ya que desde la ventanilla se veía todo escarchado.
A la mañana muy
temprano, cuando todavía era de noche, arribamos a la ciudad de San Luis, donde
la temperatura era aun más baja. Así que en esas condiciones no tuvimos mejor
idea que hospedarnos frente a la terminal de ómnibus, en el primer hotel donde
hubiera lugar y buena calefacción, aunque resultara deficiente en otros
aspectos.
En cuanto se hizo de
día comenzamos a visitar todos los organismos públicos, que estaban
concentrados en la Casa de Gobierno, que estuvieran en condiciones de dar apoyo
a nuestro Encuentro; pero allí comprobamos que al margen de que hubieran
recibido o no nuestra correspondencia, no estaban del todo dispuestos a dar
aval a algo que se realizara en la Villa de Merlo, donde había un importante frente
de oposición a la gestión saaista del resto de la provincia.
En San Luis, como en
muchas otras capitales provinciales, la mayor parte de los habitantes estaban
empleados en la administración pública. Y eso, además de una desocupación
disfrazada, implicaba un evidente clientelismo para el gobierno provincial. En
ese entonces, el gobernador era Alberto Rodríguez Saa, quien contaba con gran
apoyo en la ciudad capital. Los únicos que se podían dar el lujo de pensar y
expresarse libremente eran quienes pertenecían a la Universidad, que, al ser
nacional, no los obligaba a depender de los puestos provinciales. En San Luis
Capital funcionaban el Rectorado, y básicamente las Humanidades.
La ciudad de San Luis
fue fundada por Luis Jofré el 25 de agosto de 1594, como hito y parada en el
camino entre Santiago de Chile y Buenos Aires. Recibió el nombre de San Luis de
Loyola Nueva Medina de Río Seco, en honor a San Luis Rey de Francia, a don
Martín García Oñez de Loyola, Capitán General de Chile, y en conmemoración del
pueblo natal del padre del fundador, en Valladolid, España.
Y si bien el
gentilicio de los habitantes de la provincia de San Luis era “sanluiseños”, a
los oriundos de la ciudad capital se les decía “puntanos”. Y eso provenía de la
ubicación de la ciudad, al pie de las sierras de San Luis, en un extremo
denominado “Punta de los Venados”.
La Casa de Gobierno se
encontraba frente a la plaza Independencia, la fundacional, que posteriormente
quedara algo apartada de la zona comercial, que giraba en torno a la plaza Juan
Pascual Pringles, bautizada así en honor al máximo héroe libertador puntano.
Es cierto que no había
nadie durmiendo en la calle. ¡Ni siquiera pidiendo! Y eso se había conseguido
mediante el empleo público provincial, o bien con la incorporación de quienes
estaban marginados, como ex-convictos, entre otros, a quienes se los había
“empleado” como servicio de seguridad urbana. Y además, existía una especie de
bonos que formaban parte del plan de inclusión, con los cuales los más
necesitados, podían adquirir bienes de consumo de primera necesidad en los
supermercados y otros locales adheridos.
Y a tan sólo una
cuadra de la plaza principal y de los dos colegios más importantes, se
emplazaba nada menos que el casino New York. Ya la fachada era algo impactante,
porque no solamente que reproducía la estatua de la Libertad, tal vez en su
tamaño real, sino también los edificios más emblemáticos de la ciudad; incluso
en la calle lateral, semejaban las viviendas de New York con sus clásicas
escaleras externas. Y tal como me lo habían indicado, ingresé en horas de la
mañana cercanas al mediodía, y la sorpresa fue tremenda. Por un lado, se
destacaba la decoración, donde aparecían el puente a Brooklyn, y todo el
cielorraso oscuro con las lucecitas de los principales edificios de Manhattan
iluminando las salas; además de contar con ruletas electrónicas de última
generación. Y por otro, la presencia de todos los estudiantes que se habían
rateado de los colegios cercanos, que desde ya, eran menores de edad. ¿Y nadie
los veía? Por supuesto, que como en todo casino, estaba prohibidísimo tomar
fotografías, porque hubiese sido una prueba irrefutable de lo que allí ocurría,
pero sinceramente también habría que pensar ante quién hacer la denuncia, ya
que la corrupción era generalizada. Pero ese no era el único casino, como
tampoco los casinos eran los únicos locales de juegos de azar. También había
una gran cantidad de cybers, creo que promedio uno por cuadra, donde los
jóvenes pasaban gran parte de su tiempo.
En los días
subsiguientes salimos a hacer una recorrida por los alrededores, y la primera
de ellas fue en la búsqueda de la Ciudad de la Punta, el centro urbano, si así
se lo podía llamar, más nuevo de la provincia. A la salida de San Luis Capital,
ya las condiciones de aridez se manifestaban a partir del bioma, donde los
arbustos espinosos eran los predominantes.
La Ciudad de la Punta
se encontraba a veinte kilómetros al norte de la ciudad de San Luis, y había
sido fundada en marzo de 2003, por decisión de Adolfo Rodríguez Saa, cuando era
gobernador de la Provincia. Todo a su alrededor era un desierto, y en medio de
la nada, allí estaban algunos edificios que parecían elefantes blancos.
Lo primero que
divisamos fue el estadio de fútbol Juan Gilberto Funes, con una iluminación
envidiable por muchos clubes de fútbol de primera; y cumpliendo con todos los
requisitos exigidos por la FIFA. Y su capacidad era para más de quince mil
espectadores sentados, es decir, para la décima parte de la población total de
la ciudad de San Luis, y algo más de la totalidad de la población de la Villa
de Merlo para esa fecha.
La Ciudad de la Punta
estaba aislada de todo, pero desde allí se podían ver las Sierras de San Luis
hacia el este, y una extensa planicie hacia el oeste.
Los residentes
contaban con escuela primaria, pero para asistir a la secundaria los
estudiantes debían trasladarse a San Luis Capital, veinte kilómetros de ida y
otros tantos de vuelta.
No hacían todavía dos años y medio de su fundación y todo estaba en construcción: la Universidad Provincial de la Punta, las viviendas, los servicios, los lugares de recreación… Muy comprensible, pero, de todos modos, nuestra impresión fue bastante negativa.
No hacían todavía dos años y medio de su fundación y todo estaba en construcción: la Universidad Provincial de la Punta, las viviendas, los servicios, los lugares de recreación… Muy comprensible, pero, de todos modos, nuestra impresión fue bastante negativa.
Y continuando con
nuestra visita, encontramos un enorme edificio fuertemente custodiado, donde
pretendían limitarnos el acceso, para lo cual insistimos en que sólo queríamos
tomar algunas fotografías. Se trataba de estudios de filmación con equipos
absolutamente sofisticados que se utilizaban para hacer tanto cortos como largometrajes.
Algunas de las novelas estaban destinadas al mercado israelí, utilizando el
desierto como escenografía. Justamente en esos meses se estaba grabando allí la
novela “Sálvame María”, con Andrea del Boca y Juan Palomino, que se emitiera
por canal 9 de Buenos Aires.
Eso era una de las
mayores pasiones “del Alberto”, como llamaba la gente al gobernador, quien pretendía
armar una “Hollywood argentina”, quien además tenía especial atracción por las actrices,
prueba de ello era el romance que había mantenido con Leonor Benedetto.
Regresamos a San Luis
por donde habíamos venido con la vista perdida en esa formación geológica, y
con unos cúmulos impresionantes.
Al día siguiente
rumbeamos para la Villa de la Quebrada, a casi cuarenta kilómetros al norte de
San Luis Capital, el principal centro de turismo religioso del oeste argentino,
que contaba con tan sólo cuatrocientos habitantes. Pero entre los días primero
y tres de mayo de cada año, alrededor de ciento cincuenta mil devotos llegaban
para venerar al Cristo de la Quebrada, cuya aparición milagrosa se produjera en
el tronco de un árbol.
A pocos metros de la
capilla, ascendiendo el cerro Tinaja, se encontraba un Vía Crucis de tamaño
natural, esculpido en mármol de Carrara en Pietrasanta, Italia por Nicolás
Arrighini, y que fuera emplazado en el cerro en 1952.
A las peregrinaciones
asistían personas provenientes de toda la provincia y de las vecinas,
concentrándose vehículos de variedad de marcas y habilitándose todo tipo de
alojamiento, predominando las carpas.
A medida que
ascendíamos podíamos tener una vista panorámica del valle, que se mostraba
bastante seco debido a que los casi seiscientos milímetros que precipitaban en
esa zona, lo hacían prácticamente sólo en los meses de verano.
Y luego de pasar por las
estaciones del Vía Crucis, llegamos a la cima del cerro donde se encontraba el
Cristo crucificado.
Antes de iniciar el
descenso permanecimos un buen rato observando el paisaje, ya que, a pesar de
las bajas temperaturas, el tiempo se presentaba agradable gracias al sol
radiante y a la ausencia de viento.
A partir de la
referencia de las patentes ofrecidas al Cristo de la Quebrada, pudimos
identificar la procedencia de los peregrinos. La mayor parte de ellas era de
Mendoza (M), le seguían las de la provincia de Buenos Aires (B), habiendo otras
de Córdoba (X), San Juan (J), y por supuesto de San Luis (D).
También pudimos ver
largas paredes cubiertas de exvotos, aunque en la mayoría de ellas, las placas
de bronce y de otros elementos de valor, habían desaparecido quedando sólo la
marca del cemento que las había adherido.
Nuevamente en el poblado, recorrimos los negocios
de artesanías que se encontraban alrededor de la plaza Lucía Soler, nombre dado
en homenaje a la primera maestra rural del lugar. Y allí vimos que en todos los
locales estaba la foto de Adolfo Rodríguez Saa. Conversando con los lugareños
nos decían que “el Adolfo” siempre estaba presente encabezando las
peregrinaciones, que era muy buenito y hacía obras. Mientras que “el Alberto”
era ateo y se dedicaba a la actividad artística, cosa que no servía para nada.
Y regresando a San
Luis Capital, ya teniendo una idea más cabal de la zona, le preguntamos a la
gente adónde recurrían cuando no contaban con ciertos bienes y servicios, en
especial el de la salud. Y todos nos respondieron que a Mendoza, que era sin
duda, la mayor referencia y el lugar deseado por la mayoría de los puntanos,
sobre todo de los jovenes.
Al otro día tomamos un
colectivo de línea y en poco más de una hora estábamos en Villa Mercedes, la
segunda ciudad de la provincia, que apenas llegaba a cien mil habitantes. Allí
todo era muy distinto a la capital provincial. El comercio era muy denso y
variado, pudiendo conseguir mercancías de diferentes calidades y precios. Todos
se lamentaban de que muchas industrias radicadas durante la promoción
industrial ya habían emigrado, no obstante, eran muchas las fábricas que
veíamos por todas partes. Evidentemente, en determinado momento, todo había
sido mejor, pero a nosotros nos dio una impresión de dinamismo que de ninguna
manera tenía San Luis Capital. Y no casualmente, la Universidad Nacional tenía
concentradas allí las Ingenierías.
Como en toda la
provincia había una especie de “cuidadores” que supuestamente daban seguridad a
la población; sin embargo, para muchos vecinos, habían comenzado los robos con
la llegada de esta gente, que, en muchos casos, habían estado detenidos justamente
por haber cometido ese delito. Es decir, que lejos de proteger, eran quienes
ponían el ojo sobre los bienes a sustraer. Y tal como en San Luis, también
había gran cantidad de casas de juego, en una proporción muy elevada en
relación con la cantidad de habitantes.
Entre las medidas
positivas del gobierno se destacaba la adjudicación de viviendas a quienes
residieran en la provincia durante dos años o más, con una cuota muy inferior a
la de cualquier alquiler. Y entre los beneficiarios se encontraba Juan José
Bertolino, geógrafo egresado de la Universidad Nacional de Río Cuarto, quien se
había radicado allí tiempo atrás y estaba ejerciendo en colegios de la zona.
Desde ya, lo invitamos a participar en el Encuentro.
Pero, a pesar de
ciertos beneficios relativos respecto de San Luis Capital, determinados
servicios, en especial la salud, estaban por debajo de las necesidades de la
mayor parte de la población. Y fue entonces que, al preguntar a los mercedinos,
hacia dónde se dirigían en esos casos, nos contestaron que a la ciudad de Río
Cuarto, en la provincia de Córdoba.
Esa misma noche
regresamos a San Luis y quisimos sacar pasaje para ir a la Villa de Merlo al
otro día, pero no nos aseguraron que todos los micros salieran, ya que
dependería de la cantidad de pasajeros. Entonces, a mitad de la mañana
siguiente, recogimos todos los bártulos y fuimos directamente a la terminal para
subir al primer micro que pudiéramos.
El tiempo de viaje no
daba más que para algo de tres horas, pero el camino estaba en tan mal estado,
además de que parara cada vez que alguien le hacía seña o quisiera bajarse, que
tardamos casi cinco horas.
Paramos en la Hostería
Argentina, en la avenida Los Almendros y Pringles, que tenía un lobby cargado
de piezas de colección, tanto de antigüedades como rocas y objetos peculiares.
Y como en otros casos, atendida por sus dueños, una abogada y un arquitecto.
También ese era el caso del Hotel El Cortijo, de cuatro estrellas, que estaba a
cargo de un geólogo que al jubilarse decidió quedarse en el lugar que más le
había gustado durante su vida profesional, y junto con su mujer, se hacían
cargo de la administración y hacían relaciones públicas con los pasajeros.
Reservamos el salón
del hotel El Hornero, confirmamos las tarifas de hospedajes de diferente
categoría, y finalmente visitamos la sede de la Universidad Nacional de San
Luis, que como no podía ser de otra manera, tenía la carrera de Turismo.
En la Villa de Merlo
muchos de sus habitantes decían preferir ser cordobeses porque seguramente no
los tendrían tan marginados por parte del gobierno provincial. Y de hecho,
cuando requerían servicios de mayor nivel, tanto comerciales como sanitarios y
educativos, recurrían a la ciudad de Villa Dolores, justamente en el sudoeste
de la provincia de Córdoba.
Y fue así como vimos
una provincia totalmente fragmentada, con tres geografías bien diferenciadas, y
dependiendo de conexiones externas, como una especie de tupacmerización.
Regresamos a Buenos
Aires directamente desde la Villa de Merlo, en un micro diurno que entró en
todos los pueblos del sur de Córdoba y le puso cerca de catorce horas. ¡Insoportable!!!
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