sábado, 7 de julio de 2018

San Luis: una provincia, tres geografías


En el mes de julio de 2005, Omar y yo regresamos a la provincia de San Luis para ultimar detalles sobre la organización del Encuentro Humboldt a realizarse dos meses después en la Villa de Merlo. Pero en esa oportunidad, primeramente nos dirigimos a San Luis Capital con el fin de agilizar trámites sobre el no cómputo de inasistencias a los profesores de la Provincia, ya que nadie nos había dado respuestas a pesar de la cantidad de cartas y notas que habíamos enviado por correo postal. Y como otras veces, en ese viaje lo llevamos a Martín, que, con tal de pasear, toleraba tediosas esperas y actividades ajenas a él.
Salimos de la terminal de ómnibus de Retiro una noche muy fría. El micro tomó la ruta nacional número siete, que atravesaba el sur de la provincia de Córdoba, y aunque hizo algunas paradas en Laboulaye y Vicuña Mackenna, nosotros permanecimos calentitos sobre el vehículo, ya que desde la ventanilla se veía todo escarchado.
A la mañana muy temprano, cuando todavía era de noche, arribamos a la ciudad de San Luis, donde la temperatura era aun más baja. Así que en esas condiciones no tuvimos mejor idea que hospedarnos frente a la terminal de ómnibus, en el primer hotel donde hubiera lugar y buena calefacción, aunque resultara deficiente en otros aspectos.
En cuanto se hizo de día comenzamos a visitar todos los organismos públicos, que estaban concentrados en la Casa de Gobierno, que estuvieran en condiciones de dar apoyo a nuestro Encuentro; pero allí comprobamos que al margen de que hubieran recibido o no nuestra correspondencia, no estaban del todo dispuestos a dar aval a algo que se realizara en la Villa de Merlo, donde había un importante frente de oposición a la gestión saaista del resto de la provincia.
En San Luis, como en muchas otras capitales provinciales, la mayor parte de los habitantes estaban empleados en la administración pública. Y eso, además de una desocupación disfrazada, implicaba un evidente clientelismo para el gobierno provincial. En ese entonces, el gobernador era Alberto Rodríguez Saa, quien contaba con gran apoyo en la ciudad capital. Los únicos que se podían dar el lujo de pensar y expresarse libremente eran quienes pertenecían a la Universidad, que, al ser nacional, no los obligaba a depender de los puestos provinciales. En San Luis Capital funcionaban el Rectorado, y básicamente las Humanidades.  
La ciudad de San Luis fue fundada por Luis Jofré el 25 de agosto de 1594, como hito y parada en el camino entre Santiago de Chile y Buenos Aires. Recibió el nombre de San Luis de Loyola Nueva Medina de Río Seco, en honor a San Luis Rey de Francia, a don Martín García Oñez de Loyola, Capitán General de Chile, y en conmemoración del pueblo natal del padre del fundador, en Valladolid, España.
Y si bien el gentilicio de los habitantes de la provincia de San Luis era “sanluiseños”, a los oriundos de la ciudad capital se les decía “puntanos”. Y eso provenía de la ubicación de la ciudad, al pie de las sierras de San Luis, en un extremo denominado “Punta de los Venados”.
La Casa de Gobierno se encontraba frente a la plaza Independencia, la fundacional, que posteriormente quedara algo apartada de la zona comercial, que giraba en torno a la plaza Juan Pascual Pringles, bautizada así en honor al máximo héroe libertador puntano.
 Frente a la plaza Pringles se encontraba la catedral, cuyo frontispicio triangular representaba momentos en la vida de San Luis Rey de Francia, santo patrono de la provincia. Y en ese caso, además, a un lado y otro de la plaza, también estaban el Colegio Nacional “Juan Crisóstomo Lafinur” y la Escuela Normal  de Niñas “Paula D. de Bazán”.
  La ciudad no tenía grandes atractivos. En realidad, ni grandes ni chicos, digamos que ninguno. Tampoco era importante a nivel comercial, ya que los escasos negocios estaban dirigidos a un escaso sector, y la mayoría ofrecía artículos a precios sumamente elevados. Por otra parte, a metros de la plaza principal había una feria artesanal, dirigida a los turistas, que, en su mayor parte, estaban de paso. ¡Y nada más!
Es cierto que no había nadie durmiendo en la calle. ¡Ni siquiera pidiendo! Y eso se había conseguido mediante el empleo público provincial, o bien con la incorporación de quienes estaban marginados, como ex-convictos, entre otros, a quienes se los había “empleado” como servicio de seguridad urbana. Y además, existía una especie de bonos que formaban parte del plan de inclusión, con los cuales los más necesitados, podían adquirir bienes de consumo de primera necesidad en los supermercados y otros locales adheridos.
Y a tan sólo una cuadra de la plaza principal y de los dos colegios más importantes, se emplazaba nada menos que el casino New York. Ya la fachada era algo impactante, porque no solamente que reproducía la estatua de la Libertad, tal vez en su tamaño real, sino también los edificios más emblemáticos de la ciudad; incluso en la calle lateral, semejaban las viviendas de New York con sus clásicas escaleras externas. Y tal como me lo habían indicado, ingresé en horas de la mañana cercanas al mediodía, y la sorpresa fue tremenda. Por un lado, se destacaba la decoración, donde aparecían el puente a Brooklyn, y todo el cielorraso oscuro con las lucecitas de los principales edificios de Manhattan iluminando las salas; además de contar con ruletas electrónicas de última generación. Y por otro, la presencia de todos los estudiantes que se habían rateado de los colegios cercanos, que desde ya, eran menores de edad. ¿Y nadie los veía? Por supuesto, que como en todo casino, estaba prohibidísimo tomar fotografías, porque hubiese sido una prueba irrefutable de lo que allí ocurría, pero sinceramente también habría que pensar ante quién hacer la denuncia, ya que la corrupción era generalizada. Pero ese no era el único casino, como tampoco los casinos eran los únicos locales de juegos de azar. También había una gran cantidad de cybers, creo que promedio uno por cuadra, donde los jóvenes pasaban gran parte de su tiempo. 
En los días subsiguientes salimos a hacer una recorrida por los alrededores, y la primera de ellas fue en la búsqueda de la Ciudad de la Punta, el centro urbano, si así se lo podía llamar, más nuevo de la provincia. A la salida de San Luis Capital, ya las condiciones de aridez se manifestaban a partir del bioma, donde los arbustos espinosos eran los predominantes. 
La Ciudad de la Punta se encontraba a veinte kilómetros al norte de la ciudad de San Luis, y había sido fundada en marzo de 2003, por decisión de Adolfo Rodríguez Saa, cuando era gobernador de la Provincia. Todo a su alrededor era un desierto, y en medio de la nada, allí estaban algunos edificios que parecían elefantes blancos.
Lo primero que divisamos fue el estadio de fútbol Juan Gilberto Funes, con una iluminación envidiable por muchos clubes de fútbol de primera; y cumpliendo con todos los requisitos exigidos por la FIFA. Y su capacidad era para más de quince mil espectadores sentados, es decir, para la décima parte de la población total de la ciudad de San Luis, y algo más de la totalidad de la población de la Villa de Merlo para esa fecha.
La Ciudad de la Punta estaba aislada de todo, pero desde allí se podían ver las Sierras de San Luis hacia el este, y una extensa planicie hacia el oeste.
Los residentes contaban con escuela primaria, pero para asistir a la secundaria los estudiantes debían trasladarse a San Luis Capital, veinte kilómetros de ida y otros tantos de vuelta.  
No hacían todavía dos años y medio de su fundación y todo estaba en construcción: la Universidad Provincial de la Punta, las viviendas, los servicios, los lugares de recreación… Muy comprensible, pero, de todos modos, nuestra impresión fue bastante negativa. 
Y continuando con nuestra visita, encontramos un enorme edificio fuertemente custodiado, donde pretendían limitarnos el acceso, para lo cual insistimos en que sólo queríamos tomar algunas fotografías. Se trataba de estudios de filmación con equipos absolutamente sofisticados que se utilizaban para hacer tanto cortos como largometrajes. Algunas de las novelas estaban destinadas al mercado israelí, utilizando el desierto como escenografía. Justamente en esos meses se estaba grabando allí la novela “Sálvame María”, con Andrea del Boca y Juan Palomino, que se emitiera por canal 9 de Buenos Aires.
Eso era una de las mayores pasiones “del Alberto”, como llamaba la gente al gobernador, quien pretendía armar una “Hollywood argentina”, quien además tenía especial atracción por las actrices, prueba de ello era el romance que había mantenido con Leonor Benedetto.
Regresamos a San Luis por donde habíamos venido con la vista perdida en esa formación geológica, y con unos cúmulos impresionantes. 
Al día siguiente rumbeamos para la Villa de la Quebrada, a casi cuarenta kilómetros al norte de San Luis Capital, el principal centro de turismo religioso del oeste argentino, que contaba con tan sólo cuatrocientos habitantes. Pero entre los días primero y tres de mayo de cada año, alrededor de ciento cincuenta mil devotos llegaban para venerar al Cristo de la Quebrada, cuya aparición milagrosa se produjera en el tronco de un árbol.
A pocos metros de la capilla, ascendiendo el cerro Tinaja, se encontraba un Vía Crucis de tamaño natural, esculpido en mármol de Carrara en Pietrasanta, Italia por Nicolás Arrighini, y que fuera emplazado en el cerro en 1952.
A las peregrinaciones asistían personas provenientes de toda la provincia y de las vecinas, concentrándose vehículos de variedad de marcas y habilitándose todo tipo de alojamiento, predominando las carpas.
A medida que ascendíamos podíamos tener una vista panorámica del valle, que se mostraba bastante seco debido a que los casi seiscientos milímetros que precipitaban en esa zona, lo hacían prácticamente sólo en los meses de verano. 
Y luego de pasar por las estaciones del Vía Crucis, llegamos a la cima del cerro donde se encontraba el Cristo crucificado.
Antes de iniciar el descenso permanecimos un buen rato observando el paisaje, ya que, a pesar de las bajas temperaturas, el tiempo se presentaba agradable gracias al sol radiante y a la ausencia de viento.
A partir de la referencia de las patentes ofrecidas al Cristo de la Quebrada, pudimos identificar la procedencia de los peregrinos. La mayor parte de ellas era de Mendoza (M), le seguían las de la provincia de Buenos Aires (B), habiendo otras de Córdoba (X), San Juan (J), y por supuesto de San Luis (D).
También pudimos ver largas paredes cubiertas de exvotos, aunque en la mayoría de ellas, las placas de bronce y de otros elementos de valor, habían desaparecido quedando sólo la marca del cemento que las había adherido. 
 Nuevamente en el poblado, recorrimos los negocios de artesanías que se encontraban alrededor de la plaza Lucía Soler, nombre dado en homenaje a la primera maestra rural del lugar. Y allí vimos que en todos los locales estaba la foto de Adolfo Rodríguez Saa. Conversando con los lugareños nos decían que “el Adolfo” siempre estaba presente encabezando las peregrinaciones, que era muy buenito y hacía obras. Mientras que “el Alberto” era ateo y se dedicaba a la actividad artística, cosa que no servía para nada.
Y regresando a San Luis Capital, ya teniendo una idea más cabal de la zona, le preguntamos a la gente adónde recurrían cuando no contaban con ciertos bienes y servicios, en especial el de la salud. Y todos nos respondieron que a Mendoza, que era sin duda, la mayor referencia y el lugar deseado por la mayoría de los puntanos, sobre todo de los jovenes.
Al otro día tomamos un colectivo de línea y en poco más de una hora estábamos en Villa Mercedes, la segunda ciudad de la provincia, que apenas llegaba a cien mil habitantes. Allí todo era muy distinto a la capital provincial. El comercio era muy denso y variado, pudiendo conseguir mercancías de diferentes calidades y precios. Todos se lamentaban de que muchas industrias radicadas durante la promoción industrial ya habían emigrado, no obstante, eran muchas las fábricas que veíamos por todas partes. Evidentemente, en determinado momento, todo había sido mejor, pero a nosotros nos dio una impresión de dinamismo que de ninguna manera tenía San Luis Capital. Y no casualmente, la Universidad Nacional tenía concentradas allí las Ingenierías.
Como en toda la provincia había una especie de “cuidadores” que supuestamente daban seguridad a la población; sin embargo, para muchos vecinos, habían comenzado los robos con la llegada de esta gente, que, en muchos casos, habían estado detenidos justamente por haber cometido ese delito. Es decir, que lejos de proteger, eran quienes ponían el ojo sobre los bienes a sustraer. Y tal como en San Luis, también había gran cantidad de casas de juego, en una proporción muy elevada en relación con la cantidad de habitantes.
Entre las medidas positivas del gobierno se destacaba la adjudicación de viviendas a quienes residieran en la provincia durante dos años o más, con una cuota muy inferior a la de cualquier alquiler. Y entre los beneficiarios se encontraba Juan José Bertolino, geógrafo egresado de la Universidad Nacional de Río Cuarto, quien se había radicado allí tiempo atrás y estaba ejerciendo en colegios de la zona. Desde ya, lo invitamos a participar en el Encuentro.
Pero, a pesar de ciertos beneficios relativos respecto de San Luis Capital, determinados servicios, en especial la salud, estaban por debajo de las necesidades de la mayor parte de la población. Y fue entonces que, al preguntar a los mercedinos, hacia dónde se dirigían en esos casos, nos contestaron que a la ciudad de Río Cuarto, en la provincia de Córdoba.
Esa misma noche regresamos a San Luis y quisimos sacar pasaje para ir a la Villa de Merlo al otro día, pero no nos aseguraron que todos los micros salieran, ya que dependería de la cantidad de pasajeros. Entonces, a mitad de la mañana siguiente, recogimos todos los bártulos y fuimos directamente a la terminal para subir al primer micro que pudiéramos.
El tiempo de viaje no daba más que para algo de tres horas, pero el camino estaba en tan mal estado, además de que parara cada vez que alguien le hacía seña o quisiera bajarse, que tardamos casi cinco horas.
Paramos en la Hostería Argentina, en la avenida Los Almendros y Pringles, que tenía un lobby cargado de piezas de colección, tanto de antigüedades como rocas y objetos peculiares. Y como en otros casos, atendida por sus dueños, una abogada y un arquitecto. También ese era el caso del Hotel El Cortijo, de cuatro estrellas, que estaba a cargo de un geólogo que al jubilarse decidió quedarse en el lugar que más le había gustado durante su vida profesional, y junto con su mujer, se hacían cargo de la administración y hacían relaciones públicas con los pasajeros.
Reservamos el salón del hotel El Hornero, confirmamos las tarifas de hospedajes de diferente categoría, y finalmente visitamos la sede de la Universidad Nacional de San Luis, que como no podía ser de otra manera, tenía la carrera de Turismo.
En la Villa de Merlo muchos de sus habitantes decían preferir ser cordobeses porque seguramente no los tendrían tan marginados por parte del gobierno provincial. Y de hecho, cuando requerían servicios de mayor nivel, tanto comerciales como sanitarios y educativos, recurrían a la ciudad de Villa Dolores, justamente en el sudoeste de la provincia de Córdoba.
Y fue así como vimos una provincia totalmente fragmentada, con tres geografías bien diferenciadas, y dependiendo de conexiones externas, como una especie de tupacmerización.
Regresamos a Buenos Aires directamente desde la Villa de Merlo, en un micro diurno que entró en todos los pueblos del sur de Córdoba y le puso cerca de catorce horas. ¡Insoportable!!!

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