Desde Trelew fuimos a Rawson, capital de la provincia de Chubut, que se
encontraba a menos de veinte kilómetros.
Rawson en ese momento, enero de 2006, tenía sólo veinticinco mil habitantes
frente a los noventa y cinco mil de Trelew. Por lo tanto, era la capital
provincial argentina con menor cantidad de población.
Como otras ciudades de la provincia, Rawson tuvo su origen en las
colonias galesas que se habían concentrado cerca de la desembocadura del río
Chubut, única fuente de agua dulce, en un ambiente árido con precipitaciones
inferiores a doscientos milímetros anuales. Enrique Libanus Jones fue quien
diera el puntapié inicial levantando una serie de casuchas a las que se llamara
Fuerte Viejo. Pero la ciudad fue fundada oficialmente el 15 de setiembre de
1865 sobre una loma de grava y arena cerca de allí, cuando el Teniente Coronel
Julián Murga iniciara la distribución y construcción de calles y casas. Y en
ese momento se le dio el nombre de Trerawson (pueblo de Rawson), en honor a las
gestiones realizadas por el entonces Ministro del Interior Guillermo Rawson,
quien posibilitara la inmigración. Casi un siglo después, en 1957, una vez
alcanzado por Chubut el estatus de provincia quedaría establecida como ciudad
capital, destinándose prácticamente por completo a las funciones de gobierno.
Como todos los centros urbanos de la costa patagónica me parecía una
ciudad desagradable e insulsa. Sin montañas, de aridez extrema, y con fuertes
vientos las veinticuatro horas de los trescientos sesenta y cinco días del año.
Pero además, prácticamente no había ningún otro atractivo que compensara sus condiciones
físicas desfavorables. Por lo tanto, permanecimos muy poco tiempo, y
desplazándonos siete kilómetros más llegamos a Playa Unión.
Nelson Mandela decía: “No hay nada como volver a un
lugar que no ha cambiado para darte cuenta de cuánto has cambiado tú”. Y
ese era para mí el caso de Playa Unión donde hacía veinticinco años que no iba.
Y si bien había más construcciones sobre la playa, el clima y la temperatura
del agua seguían siendo los mismos. Pero en enero de 1981, yo venía desde
Ushuaia donde había estado viviendo desde 1979, por lo que tal como los
chubutenses sentía que estaba en el Caribe; mientras que ahora, viniendo desde
Buenos Aires, no pude poner un dedo en el agua y el viento me resultaba
insoportable. Así que seguimos hasta el puerto que se encontraba a seiscientos metros
de allí.
Puerto Rawson se caracterizaba por su actividad netamente pesquera,
donde se destacaba la llamada “flota amarilla”, de barcos fresqueros que
pescaban mayormente merluzas, langostinos y moluscos, con su consecuente
procesamiento, como fileteadoras y envasadoras.
La flota amarilla estaba compuesta por barcos de altura que contaban
con cámaras frigoríficas pudiendo permanecer varios días fuera de puerto, y
barquitos costeros que iban y volvían en el día.
El
Don Pablo y el Diego Fernando eran costeros fresqueros; y el Paola S, fresquero
de altura
El
Marta Ester, barquito costero de rada o ría, navegando en las cercanías de
Puerto Rawson
Mientras caminábamos por el lugar nos ofrecieron hacer un avistaje de
lobos y delfines en gomón, y si bien a mí no me causaba demasiada gracia
navegar, pensé que sería interesante, muy especialmente para Martín, así que
nos dispusimos a que nos disfrazaran con los elementos indispensables para
hacer la excursión.
Martín y Omar preparados para subir al gomón
Con
Martín en el ingreso al puerto
Ponernos los salvavidas y las capas nos había resultado divertido y las
indicaciones en caso de emergencia nos habían parecido exageradas, pero cuando
nos acercamos a la costa y nos dijeron que llegaríamos con el gomón hasta donde
estaban los barquitos pesqueros, casi nos arrepentimos, ¡pero quien no arriesga
no gana! Y allí fuimos…
Barquito
pesquero en mar abierto
El gomón se llenó con una gran cantidad de turistas, la mayoría de
ellos españoles, y partimos.
Mientras navegamos cerca de la costa, todo estuvo muy bien, pudiendo
divisar las playitas de arena y de canto rodado, así como los comederos
producto de la acumulación de conchillas marinas que los tehuelche dejaban luego
de alimentarse con moluscos, y gran cantidad de gaviotas que permanecían
quietas a la vera del mar.
Gaviotas
en las playas de la costa chubutense
Repentinamente todas las gaviotas comenzaron a volar, y eso era sin
duda, signo de que el alimento se estaba acercando.
Siempre me gustó ver cómo volaban a gran velocidad, muchas veces casi
rozando el mar, o bien cómo desde la altura se tiraban en picada para capturar
algún pez, volviendo a remontar vuelo rápidamente con la víctima en su pico.
Aunque, cuando vivía en Ushuaia las odiaba porque hacían lo mismo con las
bolsas de basura, rompiéndolas con su pico y desparramando todo. Y si bien
muchas veces contenían restos de pescados, ellas no le hacían asco a nada, y
deglutían lo que viniera.
Gaviotas
en busca de alimento
Indudablemente las gaviotas no se habían equivocado, porque en ese
preciso instante, los barquitos amarillos estaban saliendo para seguir al
cardumen.
Barquito
de rada echando redes al mar
Entonces el guía comenzó a explicar lo difícil que era navegar en la
zona por la velocidad del viento y la bravura del mar, haciendo referencia a la
cantidad de naufragios porque los barcos más pequeños se daban vuelta o el
oleaje los hacia encallar contra los acantilados o los dejaba varados en la
playa. Y si bien los barquitos pesqueros se veían muy endebles, ¡ni qué hablar
de nuestro gomón!
Barco
pesquero de rada varado en la costa chubutense
Y después de diferentes explicaciones sobre el entorno, comenzamos a
alejarnos de la costa porque la fauna motivo de nuestro paseo no aparecía por
ninguna parte.
En
el endeble gomón alejándonos de Puerto Rawson
Cada vez más lejos, y ¡nada…! Por lo que los turistas españoles
comenzaron a protestar diciendo que se trataba de una estafa y que querían que
les devolvieran el dinero. Cuando de pronto… ¡apareció una familia de lobos de
mar a la que nos fuimos acercando lentamente! Y entonces, los mismos que tanto
habían pataleado, se volcaron sobre uno de los lados del gomón que comenzó a
inclinarse peligrosamente con riesgo de ponérnoslo de sombrero.
Familia
de lobos marinos nadando en aguas abiertas
Cachorro
de lobo marino junto a nuestro gomón
Así permanecimos un buen rato, siguiendo a los lobos hasta que
aparecieron varios más y nadaron a ambos lados del gomón. Pero cuando el
viento, que era de casi cincuenta kilómetros por hora, aumentó su velocidad y
el mar se comenzó a picar, el timonel decidió regresar a puerto, pero en ese
preciso momento… ¡Aparecieron los delfines! Así que todos aceptamos desafiar
las condiciones del tiempo y nos dispusimos a ver cómo el mar bailaba con
ellos…
Como
baila el mar con los delfines…
Fue realmente maravilloso a pesar de mis temores porque el gomón se
sacudía permanentemente. Y aunque Eolo se ensañó con nosotros, regresamos sanos
y salvos a puerto.
Omar
y Martín soportando el cabeceo del gomón y el viento
Omar
tratando de reparar del viento a Martín
En Puerto Rawson fuimos a una cantina donde Omar y Martín se dieron una
panzada de frutos del mar, mientras yo preferí unos simples fideos al fileto. Y
nuevamente en Rawson, con el ánimo de tomar un café mientras esperábamos el colectivo
que iba a Trelew, nos encontramos con que la ciudad estaba desierta porque era
domingo, y lógicamente por ser meramente administrativa, y gran parte de los
empleados vivir en Trelew, no tenía nada para ofrecer.
Una
de las tantas avenidas aburridas de Rawson
Por un puente cruzamos el río Chubut cuyas márgenes quedaran
convertidas en un verdadero vergel con producción frutícola y hortícola
mediante sistemas de riego.
Valle
inferior del río Chubut en las afueras de la ciudad de Rawson
Y ya en Trelew, permanecimos un rato descansando en el hotel antes de
encarar una nueva salida.
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