jueves, 12 de julio de 2018

¡Sí a la vida...! ¡No, a las papeleras!



Diciembre de 2005. Fin de semana largo. Volví a Colón después de bastante tiempo. Eran sólo 320 km desde Buenos Aires, lo que permitía cortas escapadas. Había crecido significativamente. Después de la crisis de 2001, para sacar el dinero del corralito bancario muchos invirtieron en alojamientos en centros turísticos, y Colón había sido uno de los más elegidos. A pesar de eso, no conseguíamos lugar, y tuvimos que hospedarnos en un hotelito bastante rudimentario con mucho olor a cucarachicida, que además era caro. Habíamos llegado al mediodía en el Flechabus, empresa de micros que surgió en esa ciudad y ya tenía alcance nacional. Sus dueños vivían en Colón y ellos también habían construido un nuevo hotel que se estaba por inaugurar, el Puntarenas, de cuatro estrellas y con sala de convenciones.
La ciudad estaba más linda que nunca con los lapachos y ceibos en flor que adornaban las calles y la avenida Costanera. 
Como en realidad habíamos ido a organizar el Encuentro Humboldt que se realizaría nueve meses después, estuvimos visitando diferentes espacios, factibles de ser la sede del congreso, así como otros servicios necesarios para los participantes. Finalmente decidimos hacerlo en el Teatro Centenario, que era un edificio histórico de la calle 12 de abril, y su director nos dio las mejores condiciones.
Pero además de las cuestiones logísticas de la organización, lo principal estaba en los contenidos del evento, por lo que nos pusimos en contacto con diferentes personas del mundo intelectual, político y ciudadanos en general, con el fin de que participaran activamente.
En esos momentos, la ciudad estaba empapelada con consignas en contra de la instalación de la pastera de Botnia, en Fray Bentos, frente a Gualeguaychú. Las asambleas ciudadanas estaban discutiendo a pleno las medidas que tomarían para hacer frente a semejante situación. No se trataba solamente de apoyo a las de la otra ciudad entrerriana por compartir el mismo río, sino que cuando soplaba viento sur, tanto la correntada como los vientos llegaban a Colón, que estaba 100 km aguas arriba. Muchas veces, más al norte también. Peces, pájaros, arenas, y de hecho la población toda estaba siendo afectada por la contaminación. Desde ya que decidimos apoyarlos y tuve la oportunidad de concurrir a una reunión de una de las asambleas. Se realizó en el sótano de un comercio. Sentía que estaba en la Jabonería de Vieytes (lugar de reunión de los revolucionarios que dieran lugar al primer gobierno patrio el 25 de mayo de 1810). Entre las decisiones tomadas estuvieron las de los cortes del puente internacional que unía Colón con Paysandú. 
Mientras tanto, la planta de pasta celulósica de la empresa finlandesa Botnia seguía construyéndose a pesar de entrar en colisión con la letra del Estatuto del Río Uruguay, del cual tanto Argentina como Uruguay habían sido firmantes. El propósito de las asambleas era exigirles a los gobiernos de Argentina y Uruguay que implementaran las medidas necesarias para que detuvieran las obras en forma inmediata, y que adoptaran un Plan de Producción Limpia de la Industria del Papel para la región.
La contaminación se debía a los residuos ácidos altamente tóxicos y aumento de la temperatura del agua, lo que impactaría en forma directa sobre la biodiversidad (peces, aves, mamíferos); a la elevada cantidad de agua consumida por día; a las emisiones de azufre (olor a huevo podrido), dioxinas y furanos que producían cáncer y enfermedades respiratorias, cefaleas, trastornos del sueño; a la lluvia ácida que impediría el consumo de los cultivos y ganado de la región; a la desaparición de los balnearios y de hecho, pérdida de empleos.
Por todo esto, cruzamos a Paysandú a invitar a nuestros colegas uruguayos a participar del Encuentro Humboldt para poder discutir esos temas entre todos. Ellos tenían sus opiniones divididas, pero dijeron que por cuestiones de presupuesto o de permisos en sus instituciones, no podrían estar presentes. Varios hicieron referencia a la contaminación de los balnearios de Fray Bentos, Carmelo y Colonia. También conversamos con gente de la calle y notamos con preocupación, que quienes estaban en contra de la instalación de las pasteras, tenían cierto temor en expresarse, habiendo conflictos entre los propios connacionales.
Retornamos a Colón y salimos a caminarla. Era realmente placentero, que a pesar de aumentar su actividad, se mantuvieran la tranquilidad y el profundo silencio a la hora de la siesta. Primero disfrutamos de la costanera y la plaza Cristóbal Colón. Llegamos hasta las termas que habían comenzado a explotarse en los últimos años y que permitían que el lugar fuera atractivo durante todo el año, aunque era cuestionable su utilización. Muchas localidades argentinas y uruguayas habían hecho perforaciones sin estudios previos. Obtenían aguas del acuífero Guaraní no quedando claro su tratamiento posterior.
Volvimos al Centro, varios edificios históricos permitían vivir el pasado local. Uno de ellos era la Biblioteca Fiat Lux y otro era el Registro Civil, primero en el país. En el centro artesanal “La Casona” pudimos ver una serie de obras realizadas con materiales de la zona, muchas de ellas con ramas de palmeras. Y al llegar a la plaza San Martín, observamos cómo un irreverente hornero había hecho su nido en el hombro del Libertador, para luego posarse sobre su mano...
  Después de caminar Colón de punta a punta, fuimos a Colonia San José, que era el lugar donde se asentaron los primeros inmigrantes, tras desembarcar en 1857 en la Calera del Espiro, actual desplazamiento portuario de Colón. Eran colonos que provenían de los Cantones Suizos de Saboya o del Piamonte que al poseer costumbres, idiomas y religiones comunes se adaptaron fácilmente. Dedicados a la actividad agrícolo-ganadera fueron acercándose a la zona aledaña al puerto, para agilizar la comercialización de los productos. Al incrementarse cada vez más el número de pobladores en ese sector, el general Urquiza consideró necesaria la creación de un nuevo poblado en las inmediaciones de la Calera Espiro. Pasaron muchas cosas antes de poder darle a esa gente la posibilidad de poseer su propia Villa, pues los conflictos entre Buenos Aires y la Confederación demoraron el nacimiento de Colón. En esa localidad se realizaba la Fiesta de la Colonización, y podían visitarse el Museo Regional y el Molino Forclaz. Este exótico molino construido en 1888 por Don Juan Forclaz, había sido declarado Monumento Histórico Nacional y constituía un símbolo del esfuerzo y tesón de los primeros colonos. Destinado a moler granos de trigo y maíz, como era de estilo holandés, necesitaba vientos potentes, fue así que nunca llegó a funcionar plenamente. Su dueño tuvo que volver a utilizar el antiguo sistema de molienda, llamado malacate.
 Dedicamos un día entero en visitar el Parque Nacional El Palmar. Era otro de los lugares a los que podría llegar a ir una y mil veces. Estaba a casi 50 km de Colón. Era óptimo para el avistaje de aves y la observación de fauna en general. Abundaban los caminos, ya fuera vehiculares o peatonales, y esto hacía mucho más cómodo el recorrido de distintos ambientes sin tener necesidad de abrirse paso entre la vegetación o improvisar senderos donde no los hubiera. Aunque a algunos pudiera parecerles extraño, las aves permitían que nos aproximemos más desde un vehículo que si lo hacíamos caminando. Era increíble la confianza que mostraban varias especies, que aceptaban un acercamiento suficiente como para efectuar una toma fotográfica ideal. Esto ocurría en forma notoria en la zona del camping, donde se podían ver con toda comodidad al lagarto overo, las vizcachas, zorros y varias especies de aves que se posaban directamente sobre las mesas próximas a las carpas: urracas, cardenales, renegridos, calandrias, picabueyes, lechuzas y varias especies más. También había un sendero peatonal que conducía a las ruinas de la calera de Barquín a través de una selva en galería. Si el río estaba en su cauce normal aparecía una hermosísima playa de arena donde se podía tomar sol y disfrutar algunas zambullidas en el río, aunque con cuidado porque podía aparecer alguna inocente viborita en las arenas. El Centro de Interpretación, además del personal especializado, contaba con cartelería muy didáctica que permitía interpretar la naturaleza circundante al público en general.  
Por todo esto, como homenaje y respeto a los pueblos y a la naturaleza y poder continuar siendo parte del paraíso, digamos: ¡SÍ A LA VIDA... NO A LAS PAPELERAS! 

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