Diciembre de 2005. Fin
de semana largo. Volví a Colón después de bastante tiempo. Eran sólo 320 km desde
Buenos Aires, lo que permitía cortas escapadas. Había crecido
significativamente. Después de la crisis de 2001, para sacar el dinero del
corralito bancario muchos invirtieron en alojamientos en centros turísticos, y
Colón había sido uno de los más elegidos. A pesar de eso, no conseguíamos
lugar, y tuvimos que hospedarnos en un hotelito bastante rudimentario con mucho
olor a cucarachicida, que además era caro. Habíamos llegado al mediodía en el
Flechabus, empresa de micros que surgió en esa ciudad y ya tenía alcance
nacional. Sus dueños vivían en Colón y ellos también habían construido un nuevo
hotel que se estaba por inaugurar, el Puntarenas, de cuatro estrellas y con
sala de convenciones.
La ciudad estaba más
linda que nunca con los lapachos y ceibos en flor que adornaban las calles y la
avenida Costanera.
Como en realidad
habíamos ido a organizar el Encuentro Humboldt que se realizaría nueve meses
después, estuvimos visitando diferentes espacios, factibles de ser la sede del
congreso, así como otros servicios necesarios para los participantes.
Finalmente decidimos hacerlo en el Teatro Centenario, que era un edificio
histórico de la calle 12 de abril, y su director nos dio las mejores
condiciones.
Pero además de las
cuestiones logísticas de la organización, lo principal estaba en los contenidos
del evento, por lo que nos pusimos en contacto con diferentes personas del
mundo intelectual, político y ciudadanos en general, con el fin de que
participaran activamente.
En esos momentos, la
ciudad estaba empapelada con consignas en contra de la instalación de la
pastera de Botnia, en Fray Bentos, frente a Gualeguaychú. Las asambleas
ciudadanas estaban discutiendo a pleno las medidas que tomarían para hacer
frente a semejante situación. No se trataba solamente de apoyo a las de la otra
ciudad entrerriana por compartir el mismo río, sino que cuando soplaba viento
sur, tanto la correntada como los vientos llegaban a Colón, que estaba 100 km
aguas arriba. Muchas veces, más al norte también. Peces, pájaros, arenas, y de
hecho la población toda estaba siendo afectada por la contaminación. Desde ya
que decidimos apoyarlos y tuve la oportunidad de concurrir a una reunión de una
de las asambleas. Se realizó en el sótano de un comercio. Sentía que estaba en
la Jabonería de Vieytes (lugar de reunión de los revolucionarios que dieran
lugar al primer gobierno patrio el 25 de mayo de 1810). Entre las decisiones
tomadas estuvieron las de los cortes del puente internacional que unía Colón
con Paysandú.
Mientras tanto, la planta de pasta
celulósica de la empresa finlandesa Botnia seguía construyéndose a pesar de
entrar en colisión con la letra del Estatuto del Río Uruguay, del cual tanto
Argentina como Uruguay habían sido firmantes. El propósito de las asambleas era
exigirles a los gobiernos de Argentina y Uruguay que implementaran las medidas
necesarias para que detuvieran las obras en forma inmediata, y que adoptaran un
Plan de Producción Limpia de la Industria del Papel para la región.
La contaminación se debía a los residuos ácidos altamente tóxicos y
aumento de la temperatura del agua, lo que impactaría en forma directa sobre la
biodiversidad (peces, aves, mamíferos); a la elevada cantidad de agua consumida
por día; a las emisiones de azufre (olor a huevo podrido), dioxinas y furanos
que producían cáncer y enfermedades respiratorias, cefaleas, trastornos del
sueño; a la lluvia ácida que impediría el consumo de los cultivos y ganado de
la región; a la desaparición de los balnearios y de hecho, pérdida de empleos.
Por
todo esto, cruzamos a Paysandú a invitar a nuestros colegas uruguayos a
participar del Encuentro Humboldt para poder discutir esos temas entre todos.
Ellos tenían sus opiniones divididas, pero dijeron que por cuestiones de
presupuesto o de permisos en sus instituciones, no podrían estar presentes.
Varios hicieron referencia a la contaminación de los balnearios de Fray Bentos,
Carmelo y Colonia. También conversamos con gente de la calle y notamos con preocupación,
que quienes estaban en contra de la instalación de las pasteras, tenían cierto
temor en expresarse, habiendo conflictos entre los propios connacionales.
Retornamos a Colón y
salimos a caminarla. Era realmente placentero, que a pesar de aumentar su
actividad, se mantuvieran la tranquilidad y el profundo silencio a la hora de
la siesta. Primero disfrutamos de la costanera y la plaza Cristóbal Colón.
Llegamos hasta las termas que habían comenzado a explotarse en los últimos años
y que permitían que el lugar fuera atractivo durante todo el año, aunque era
cuestionable su utilización. Muchas localidades argentinas y uruguayas habían
hecho perforaciones sin estudios previos. Obtenían aguas del acuífero Guaraní
no quedando claro su tratamiento posterior.
Volvimos al Centro, varios edificios históricos permitían vivir el pasado
local. Uno de ellos era la Biblioteca Fiat Lux y otro era el Registro Civil,
primero en el país. En el centro artesanal “La Casona” pudimos ver una serie de
obras realizadas con materiales de la zona, muchas de ellas con ramas de
palmeras. Y al llegar a la plaza San Martín, observamos cómo un
irreverente hornero había hecho su nido en el hombro del Libertador, para luego
posarse sobre su mano...
Por todo esto, como homenaje
y respeto a los pueblos y a la naturaleza y poder continuar siendo parte del
paraíso, digamos: ¡SÍ A LA VIDA...
NO A LAS PAPELERAS!
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