sábado, 29 de septiembre de 2018

A Bogotá por el EGAL


  
Marzo de 2007. Se hacía en Santa Fe de Bogotá, el XI Encuentro de Geógrafos de América Latina. Y la delegación argentina iba a ser bastante numerosa dado que los costos en Colombia no nos resultaban elevados.
Después de mucho tiempo, volvía a cruzar la Cordillera por aire, pero esta vez ya no me permitieron pasar a la cabina y sólo pude tomar fotografías desde la ventanilla. Y si bien siempre disfruto del paisaje cordillerano, no me impacta tanto como cuando cruzo por tierra.
 Como volábamos por LAN, pedimos un stop en la capital chilena para visitar a los amigos, algunos de los cuales viajaron luego con nosotros hasta Bogotá.
En esos momentos se estaban viviendo en Santiago las consecuencias de la instalación del Trans Santiago, un sistema de ómnibus que ocupaba los carriles centrales de las principales avenidas, y que tenía paradas en estaciones tal cual el ferrocarril. Como el funcionamiento de este servicio vino aparejado con la eliminación de todas las pequeñas micros que se desplazaban hasta los barrios más alejados, mucha gente quedó aislada, teniendo que caminar decenas de cuadras para acceder al metro. A la vez se sobrecargó de tal manera el subterráneo, que se producían todos los días desmayos y hasta muertes, por la falta de oxígeno y los apretujamientos. Y como siempre, las respuestas de las autoridades eran ridículas, aconsejando a los ancianos, embarazadas y mujeres con niños que evitaran tomar estos medios de transporte. 
Subimos a un avión más grande que el que nos había traído y continuamos viaje a Bogotá.
La ciudad se encontraba en un valle de la Cordillera Oriental de los Andes, por lo cual estaba rodeada de cerros. Los más conocidos eran el Montserrate y el Guadalupe, al este de la ciudad.
El nombre Bogotá, derivaba del término muisca Bacatá que significaba “cercado fuera de la labranza o final de los campos”. Y justamente estaba relacionado con que se encontraba en una sabana por encima de los 2600 msnm, pudiendo llegar a 4000 en algunos sectores.
 Nos alojamos en el hotel Bacatá de cuatro estrellas, en la Avenida Calle 19, pleno Centro. Allí estaban muchos participantes conocidos de tiempo atrás, por lo que era como que el verdadero Encuentro comenzaba allí.
En Bogotá a las calles que van en sentido este-oeste se las denominaba “calles” aunque fueran avenidas, y en ese caso se decía “avenida calle”; pero a las calles que iban de norte a sur se les decía “carreras”, y también si se trataba de una avenida se decía “avenida carrera” y su respectivo número, porque todas estaban numeradas, lo que hacía bastante sencillo encontrar una dirección. Por ejemplo, la dirección de nuestro hotel era Avenida Calle 19 No 5 – 20, lo que significaba que se encontraba en la Calle 19 nro. 20 esquina carrera 5; el Museo del Oro en la calle 16 entre 5ta y 6ta (refiriéndose a carreras), pero el Museo Botero quedaba en calle 11 Nro. 4-41, y eso significaba que se encontraba en la calle 11 y carrera 4 (que se solía marcar K4 en los mapas) nro. 41 de la calle 11. Sólo algunas avenidas importantes eran conocidas por su nombre.
 Santa Fe de Bogotá fue fundada el 6 de agosto de 1538 por el conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada, de quien llevaba nombre una de las más centrales avenidas, que arrancaba desde el llamado eje ambiental y dividía la ciudad de Oriente a Occidente. 
Como era domingo, aprovechamos para visitar La Candelaria. Centro Histórico que estaba conformado por varios barrios donde podían encontrarse edificios de estilo colonial y republicano. Las calles eran angostas y no mantenían las líneas rectas. Estaba muy bien cuidado y era el lugar preferido de artistas y bohemios, siendo el principal destino para el turismo cultural bogotano. También había pequeños barcitos donde se podía tomar un delicioso café y probar todo tipo de confituras de chocolate, ambos producidos en las zonas tropicales del país.

  La mayoría de las construcciones que se conservaban habían sido declaradas Bienes de Interés Histórico y Cultural. Gran parte del patrimonio se había perdido por el paso del tiempo y a causa del gran incendio del año 1900, que destruyó las Galerías Arrubla, donde, en el momento en que nos encontrábamos allí, se erigía el Palacio Liévano, quedando el Archivo Municipal reducido a cenizas.

   

Balcones y fachadas muy bien cuidados


Otra pérdida de edificios históricos tuvo que ver con los acontecimientos sucedidos durante “El Bogotazo”, en 1948. Con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, líder liberal que tenía posibilidades de llegar a presidente por el apoyo de las clases media y baja, se desató una revuelta que además de dejar centenares de muertos en las calles, incendió más de ciento cuarenta edificios. Entre ellos, el Ministerio de Gobierno, la Nunciatura Apostólica, el Palacio Arzobispal, el Palacio de Justicia, la Gobernación y el Hotel Regina. 
En 1890 llegaron los salesianos a Colombia con el fin de fundar tanto instituciones educativas como de asistencia a los necesitados. En la ciudad de Bogotá se fundó el Colegio León XIII, localizado junto al Santuario Nacional Nuestra Señora del Carmen. El templo era de una singular belleza y fue diseñado por el arquitecto salesiano Giovanni Buscaglione, en estilo gótico florentino, con toques bizantinos y árabes. Y se destacaba por su pintura interpolada marrón y crema, colores emblemáticos de los Carmelitanos. Por su significado histórico, originalidad, valor arquitectónico y sus riquezas artísticas, santuario y colegio fueron declarados Monumento Nacional.
 El punto central era la Plaza de Bolívar, en homenaje al Libertador. Parece ser el inicio de la ciudad que se conformó con doce chozas. Allí también se colocaron las primeras piedras de la Catedral Primada de Colombia. Se trataba de una plaza seca donde también se situaban el Congreso de la República, el Palacio de Justicia, la Alcaldía Mayor (Palacio Liévano), el Colegio Mayor de San Bartolomé y la Casa del 20 de Julio donde se dio el grito de Independencia. Además, había instituciones de arte, museos y centros de investigación.
Si bien era la zona turística por excelencia no pude tomar fotografías de la Casa de Gobierno, porque cuando lo estaba por hacer, alguien me apuntó con una ametralladora y no muy cortésmente me informó que estaba prohibido. Yo, de todos modos, me enojé y le dije que no había ningún cartel que lo aclarara y, además, que no era forma de decírmelo. Pero como no dejaba de apuntarme y se acercó otro sujeto más, me fui protestando en voz baja.
Al caer la noche, La Candelaria se transformaba en un lugar de esparcimiento muy importante, donde concurrían muchos jóvenes a los bares para tomar tragos y escuchar música. Pero los controles con hombres con armas largas aumentaban, muchísimo peor que en los tiempos de la dictadura en Argentina. Algunos lo justificaban por hechos políticos o de la alta criminalidad, pero por el motivo que fuera, esto demostraba la violencia de la sociedad y las injusticias de las que estaba siendo víctima. 
El lunes comenzaba el EGAL. Por lo tanto, fuimos por la mañana a la Universidad Nacional que no quedaba demasiado cerca, para hacer las acreditaciones, y por la tarde comenzaría la ceremonia de apertura.
Entre el viaje y la lluvia, yo tenía el pelo a la miseria, así que decidí ir a una peluquería por la tarde temprano para que también me arreglaran las manos. Pero en lugar de una peluquería era una academia de peluqueros, por lo que el tiempo que ocupé en eso fue mayor que el habitual ya que los profesores controlaban lo que hacían sus alumnos. Regresé al hotel, me cambié y tomé un taxi hasta la Universidad Nacional. La lluvia y el tránsito atrasaron aún más la llegada a destino. Y al entrar al salón de actos, donde la ceremonia ya había comenzado, vino a buscarme con desesperación alguien de la organización, diciéndome que me habían estado llamando por parlantes para estar en el panel con las autoridades, y se había atrasado la ceremonia por mi culpa. Me subieron al escenario y cuando terminaron de hablar las autoridades, nos dieron la palabra a Álvaro Sánchez Crispín y a mí, a quienes nos habían tomado de sorpresa. De todos modos, ambos no necesitamos ni preparaciones previas ni papeles y hablamos sobre la UGI (Unión Geográfica Internacional), la UGAL (Unión Geográfica de América Latina) y el Centro Humboldt. Nadie nos había avisado nada antes, pero gracias a eso nos hicimos de unos cuantos enemigos, de quienes hubiesen querido ocupar ese lugar.
 Al día siguiente, más distendidos ascendimos en funicular al cerro de Montserrate, que tenía 3152 msnm, y una iglesia en su cima, a la cual acudían muchos fieles que subían trepando las extensas escalinatas como forma de penitencia.   
A medida que se ascendía se podía ver a Bogotá en vista panorámica. Socioeconómicamente hablando la ciudad iba presentando franjas ubicándose los barrios más acomodados en el norte y disminuyendo su nivel hacia el sur. También aumentaba la inseguridad en la medida en que la protección se le ofrecía sólo a quienes estaban en mejores condiciones.
 Al llegar a determinada altura, bajamos del funicular y comenzamos a caminar por senderos muy bien construidos, rodeados de una frondosa vegetación con muchas flores, que me recordaban las que veía en mi colección de estampillas colombianas, cuando era chica. Ese camino iba siguiendo el Vía Crucis que finalizaba cerca del santuario, dentro del cual había una estatua del Cristo que recibía peregrinos todo el tiempo.
 Cerca de la cima del Cerro también había dos restoranes, la Casa San Isidro y la Casa Santa Clara. El primero se especializaba en comida francesa y el segundo en platos típicamente colombianos, como ser mero costeño, tamales tolimenses, la bandeja paisa, cuajada con dulce de mamey y parrilladas de chuletitas y chuletones. Pero, además, el atractivo de la Casa Santa Clara, era que su construcción databa de 1924 en el pueblo de Usaquén, y trasladada al Cerro Montserrate en 1979.
  Al parecer los temas que se trataban ese martes a la mañana no nos interesaban demasiado porque había más participantes en el Cerro que en los salones de la Universidad. O tal vez fuéramos a rezar para que nos fuera bien en las exposiciones o quisiéramos aprovechar las pocas jornadas sin lluvia que nos ofreció esta ciudad.

 Desde la cima del Montserrate, la visión de Bogotá parecía aérea. Nos quedamos un largo rato disfrutando de ese paisaje y del aire puro que se respiraba en las alturas. También visitamos la feria artesanal y los puestos de venta de recuerdos del país, además de las imágenes religiosas.

Si bien no nos desplazamos demasiado por barrios “no recomendables”, permanentemente sentí tensión en las calles, y desde ya muchas protestas por temas de lo más diversos.
Es mi costumbre tratar de conversar con todo el mundo y cuando me preguntaban a qué había ido, y yo respondía que a un congreso, sonreían y lo veían como algo positivo; pero cuando decía que se hacía en la Universidad Nacional, les cambiaba la cara y quedaban callados, como que era mala palabra. Y cuando pretendía preguntar sobre su opinión del gobierno, la mayoría me cambiaba de tema. Justamente me resultaba preocupante que no se hablara de política con desconocidos. Porque lejos de ser señal de que las cosas anduvieran bien, me daba la impresión contraria, recordándome viejos tiempos en Argentina, en que todos desconfiábamos de todos.
Las desapariciones seguidas de muerte parecían seguir siendo moneda corriente en este país. Uno de los casos por los que se reclamaba en esos días era el del historiador Jaime Enrique Gómez Velázquez, profesor de la Universidad Javeriana, asesor del Senado y fundador del movimiento político de oposición Poder Ciudadano. Después de estar desaparecido más de treinta días, había sido hallado en el parque donde estaba trotando, mientras que el gobierno había argumentado que se trató de un accidente. 
Si bien las mujeres colombianas me parecieron más liberadas que en otros países latinoamericanos, tal cual como ocurría en México, Ecuador, Perú, Bolivia…, había demasiados negocios especializados en trajes de novia. Eso me pareció un gran símbolo de atadura religiosa y de subdesarrollo que además, expresaría una especie de mandato, de rol de la mujer. Todo era mucho más formal que en Argentina, que parecía ser el país con menos prejuicios de América Latina.
 Bogotá tenía variados y extensos parques, siendo el más agradable el del Centenario de la Independencia, construido en 1910 en conmemoración de la Independencia que tuviera lugar el 20 de julio de 1810. Además de los desniveles que le daban un marco interesante, lo destacable era la cantidad y diversidad de la flora, predominando especies autóctonas como las palmas de cera. También contaba con ejemplares de gran antigüedad de eucaliptos, pinos, cauchos y acacias. Y en los últimos tiempos se habían plantado algunas especies tropicales. La cantidad de plantas y flores atraía además a cantidad de pájaros que lo hacían más atractivo aún.
Pero a poco de estar allí, cerca del mediodía, nos tuvimos que retirar debido a las actitudes de quienes estaban consumiendo drogas.
En el corazón del Centro Internacional de Bogotá, rodeado por los árboles y monumentos del Parque de la Independencia se encontraba el Planetario, lugar de divulgación científica adaptada a grandes y chicos. Este importante centro de estudios astronómicos fue inaugurado en 1969, meses después de que el hombre llegara a la Luna.
La Plaza de Toros La Santamaría, fundada en 1931, estaba ubicada en la zona oriental del Centro Internacional. En ese entonces se realizaba la temporada taurina durante los meses de enero y febrero, presentándose reconocidas figuras del toreo mundial. También se utilizaba como escenario para manifestaciones políticas, conciertos y espectáculos teatrales. Y había sido declarada Monumento Nacional de Colombia.
También me parece un signo retrógrado que se continúe con las corridas de toros, y lo digo especialmente por la Madre Patria, que lo había divulgado en estos lares durante la conquista. Sin embargo, Argentina las prohibió en 1899, Cuba en 1901 y Uruguay en 1912. 
Siguiendo nuestro recorrido por el Centro de la ciudad, sobre la carrera 7ma. con calle 28 se encontraba ubicado el Museo Nacional de Colombia, el más antiguo del país y uno de los más antiguos de América. Inicialmente se instaló una exposición de botánica, mineralogía y zoología y luego se incorporaron objetos históricos y artísticos.  
Colombia era uno de los pocos países donde querían a los argentinos. En muchas ocasiones veía pasar jóvenes usando camisetas de fútbol de la selección argentina, o de equipos como River, Boca, Independiente, San Lorenzo… Yo me acercaba preguntándoles si eran argentinos. Pero ninguno lo era y se quedaban conversando conmigo preguntándome sobre diferentes cuestiones con mucha curiosidad y cariño. 
En muchos bares y confiterías podían escucharse tangos durante todo el tiempo. Además, muchos lugares tenían como decoración imágenes de Buenos Aires, de Tita Merello y de muchos otros cantantes, y particularmente de Carlos Gardel, que murió precisamente en tierra colombiana. Diría que se escuchaba y bailaba más tango en Colombia que en Argentina.
En las comidas predominaban los productos tropicales y en especial el plátano con el cual se realizaban diferentes preparaciones saladas y dulces. La sopa solía hacerse con caldo de banana que es delicioso. Los plátanos fritos o asados solían acompañar todo tipo de carnes. Y además se utilizaba arroz blanco como principal guarnición en todos los platos.
En las áreas de mayor poder adquisitivo se concentraba la banca internacional. El Citibank, el BBVA y el Santander estaban presentes. También otras empresas españolas. Y eso me hacía sentir que se trataba de una nueva conquista de América porque las había visto por muchos otros países en proceso de crecimiento o de acaparamiento.
Finalizado el Encuentro, Omar y yo, continuamos recorriendo la ciudad, alejándonos un poco hacia barrios menos recomendados. Para eso tomamos el Trans Milenio, el mismo sistema de ómnibus que se acababa de imponer en Santiago de Chile, y la experiencia no me pareció para nada positiva. Desde ya la demanda era muy superior a la oferta y se viajaba bastante mal, además de ser mucho más lento que un subterráneo. Debido a esa lentitud y escasa frecuencia no pudimos visitar algunos puntos sobre los que teníamos especial interés.
Y al cabo de algo más de una semana, emprendimos el regreso a Buenos Aires. No sin antes comprar varias cajas de granos de café revestidos en chocolate y de café Juan Valdés para continuar disfrutando de las principales exquisiteces de este país.




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