Marzo de 2007. Se hacía en Santa Fe de
Bogotá, el XI Encuentro de Geógrafos de América Latina. Y la delegación
argentina iba a ser bastante numerosa dado que los costos en Colombia no nos
resultaban elevados.
Después de mucho tiempo, volvía a cruzar la
Cordillera por aire, pero esta vez ya no me permitieron pasar a la cabina y sólo
pude tomar fotografías desde la ventanilla. Y si bien siempre disfruto del
paisaje cordillerano, no me impacta tanto como cuando cruzo por tierra.
En
esos momentos se estaban viviendo en Santiago las consecuencias de la
instalación del Trans Santiago, un sistema de ómnibus que ocupaba los carriles
centrales de las principales avenidas, y que tenía paradas en estaciones tal
cual el ferrocarril. Como el funcionamiento de este servicio vino aparejado con
la eliminación de todas las pequeñas micros que se desplazaban hasta los
barrios más alejados, mucha gente quedó aislada, teniendo que caminar decenas
de cuadras para acceder al metro. A la vez se sobrecargó de tal manera el
subterráneo, que se producían todos los días desmayos y hasta muertes, por la
falta de oxígeno y los apretujamientos. Y como siempre, las respuestas de las
autoridades eran ridículas, aconsejando a los ancianos, embarazadas y mujeres
con niños que evitaran tomar estos medios de transporte.
Subimos
a un avión más grande que el que nos había traído y continuamos viaje a Bogotá.
La ciudad se encontraba en un valle de la
Cordillera Oriental de los Andes, por lo cual estaba rodeada de cerros. Los más
conocidos eran el Montserrate y el Guadalupe, al este de la ciudad.
El nombre Bogotá, derivaba del término muisca
Bacatá que significaba “cercado fuera de la labranza o final de los campos”. Y
justamente estaba relacionado con que se encontraba en una sabana por encima de
los 2600 msnm, pudiendo llegar a 4000 en algunos sectores.
En Bogotá a las calles
que van en sentido este-oeste se las denominaba “calles” aunque fueran
avenidas, y en ese caso se decía “avenida calle”; pero a las calles que iban de
norte a sur se les decía “carreras”, y también si se trataba de una avenida se
decía “avenida carrera” y su respectivo número, porque todas estaban numeradas,
lo que hacía bastante sencillo encontrar una dirección. Por ejemplo, la
dirección de nuestro hotel era Avenida Calle 19 No 5 – 20,
lo que significaba que se encontraba en la Calle 19 nro. 20 esquina carrera 5;
el Museo del Oro en la calle 16 entre 5ta y 6ta (refiriéndose a carreras), pero
el Museo Botero quedaba en calle 11 Nro. 4-41, y eso significaba que se encontraba
en la calle 11 y carrera 4 (que se solía marcar
K4 en los mapas) nro. 41 de la calle 11. Sólo algunas avenidas importantes eran
conocidas por su nombre.
Como era domingo, aprovechamos para visitar
La Candelaria. Centro Histórico que estaba conformado por varios barrios donde
podían encontrarse edificios de estilo colonial y republicano. Las calles eran
angostas y no mantenían las líneas rectas. Estaba muy bien cuidado y era el
lugar preferido de artistas y bohemios, siendo el principal destino para el
turismo cultural bogotano. También había pequeños barcitos donde se podía tomar
un delicioso café y probar todo tipo de confituras de chocolate, ambos
producidos en las zonas tropicales del país.
Balcones
y fachadas muy bien cuidados
Otra pérdida de edificios históricos tuvo que
ver con los acontecimientos sucedidos durante “El Bogotazo”, en 1948. Con el
asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, líder liberal que tenía posibilidades de
llegar a presidente por el apoyo de las clases media y baja, se desató una
revuelta que además de dejar centenares de muertos en las calles, incendió más
de ciento cuarenta edificios. Entre ellos, el Ministerio de Gobierno, la
Nunciatura Apostólica, el Palacio Arzobispal, el Palacio de Justicia, la
Gobernación y el Hotel Regina.
En 1890 llegaron los
salesianos a Colombia con el fin de fundar tanto instituciones educativas como
de asistencia a los necesitados. En la ciudad de Bogotá se fundó el Colegio
León XIII, localizado junto al Santuario Nacional Nuestra Señora del Carmen. El
templo era de una singular belleza y fue diseñado por el arquitecto salesiano
Giovanni Buscaglione, en estilo gótico florentino, con toques bizantinos y
árabes. Y se destacaba por su pintura interpolada marrón y crema, colores
emblemáticos de los Carmelitanos. Por su significado histórico, originalidad,
valor arquitectónico y sus riquezas artísticas, santuario y colegio fueron
declarados Monumento Nacional.
Si bien era la
zona turística por excelencia no pude tomar fotografías de la Casa de Gobierno,
porque cuando lo estaba por hacer, alguien me apuntó con una ametralladora y no
muy cortésmente me informó que estaba prohibido. Yo, de todos modos, me enojé y
le dije que no había ningún cartel que lo aclarara y, además, que no era forma
de decírmelo. Pero como no dejaba de apuntarme y se acercó otro sujeto más, me
fui protestando en voz baja.
Al caer la noche, La Candelaria se transformaba
en un lugar de esparcimiento muy importante, donde concurrían muchos jóvenes a
los bares para tomar tragos y escuchar música. Pero los controles con hombres
con armas largas aumentaban, muchísimo peor que en los tiempos de la dictadura
en Argentina. Algunos lo justificaban por hechos políticos o de la alta
criminalidad, pero por el motivo que fuera, esto demostraba la violencia de la
sociedad y las injusticias de las que estaba siendo víctima.
El lunes comenzaba el EGAL. Por lo tanto, fuimos por la mañana a la
Universidad Nacional que no quedaba demasiado cerca, para hacer las
acreditaciones, y por la tarde comenzaría la ceremonia de apertura.
Entre el viaje y la lluvia, yo tenía el pelo a la miseria, así que
decidí ir a una peluquería por la tarde temprano para que también me arreglaran
las manos. Pero en lugar de una peluquería era una academia de peluqueros, por
lo que el tiempo que ocupé en eso fue mayor que el habitual ya que los
profesores controlaban lo que hacían sus alumnos. Regresé al hotel, me cambié y
tomé un taxi hasta la Universidad Nacional. La lluvia y el tránsito atrasaron
aún más la llegada a destino. Y al entrar al salón de actos, donde la ceremonia
ya había comenzado, vino a buscarme con desesperación alguien de la
organización, diciéndome que me habían estado llamando por parlantes para estar
en el panel con las autoridades, y se había atrasado la ceremonia por mi culpa.
Me subieron al escenario y cuando terminaron de hablar las autoridades, nos
dieron la palabra a Álvaro Sánchez Crispín y a mí, a quienes nos habían tomado
de sorpresa. De todos modos, ambos no necesitamos ni preparaciones previas ni
papeles y hablamos sobre la UGI (Unión Geográfica Internacional), la UGAL
(Unión Geográfica de América Latina) y el Centro Humboldt. Nadie nos había
avisado nada antes, pero gracias a eso nos hicimos de unos cuantos enemigos, de quienes hubiesen
querido ocupar ese lugar.
A medida que se ascendía se podía ver a
Bogotá en vista panorámica. Socioeconómicamente hablando la ciudad iba
presentando franjas ubicándose los barrios más acomodados en el norte y
disminuyendo su nivel hacia el sur. También aumentaba la inseguridad en la
medida en que la protección se le ofrecía sólo a quienes estaban en mejores
condiciones.
Si bien no nos desplazamos demasiado por
barrios “no recomendables”, permanentemente sentí tensión en las calles, y
desde ya muchas protestas por temas de lo más diversos.
Es mi costumbre tratar de conversar con todo
el mundo y cuando me preguntaban a qué había ido, y yo respondía que a un
congreso, sonreían y lo veían como algo positivo; pero cuando decía que se
hacía en la Universidad Nacional, les cambiaba la cara y quedaban callados,
como que era mala palabra. Y cuando pretendía preguntar sobre su opinión del
gobierno, la mayoría me cambiaba de tema. Justamente me resultaba preocupante que
no se hablara de política con desconocidos. Porque lejos de ser señal de que
las cosas anduvieran bien, me daba la impresión contraria, recordándome viejos
tiempos en Argentina, en que todos desconfiábamos de todos.
Las desapariciones seguidas de muerte parecían
seguir siendo moneda corriente en este país. Uno de los casos por los que se
reclamaba en esos días era el del historiador Jaime Enrique Gómez Velázquez,
profesor de la Universidad Javeriana, asesor del Senado y fundador del
movimiento político de oposición Poder Ciudadano. Después de estar desaparecido
más de treinta días, había sido hallado en el parque donde estaba trotando,
mientras que el gobierno había argumentado que se trató de un accidente.
Si bien las mujeres colombianas me parecieron
más liberadas que en otros países latinoamericanos, tal cual como ocurría en
México, Ecuador, Perú, Bolivia…, había demasiados negocios especializados en
trajes de novia. Eso me pareció un gran símbolo de atadura religiosa y de
subdesarrollo que además, expresaría una especie de mandato, de rol de la
mujer. Todo era mucho más formal que en Argentina, que parecía ser el país con
menos prejuicios de América Latina.
Pero a poco de estar allí, cerca del
mediodía, nos tuvimos que retirar debido a las actitudes de quienes estaban
consumiendo drogas.
En el corazón del Centro Internacional de
Bogotá, rodeado por los árboles y monumentos del Parque de la Independencia se
encontraba el Planetario, lugar de divulgación científica adaptada a grandes y
chicos. Este importante centro de estudios astronómicos fue inaugurado en 1969,
meses después de que el hombre llegara a la Luna.
La Plaza de Toros La Santamaría, fundada en
1931, estaba ubicada en la zona oriental del Centro Internacional. En ese
entonces se realizaba la temporada taurina durante los meses de enero y
febrero, presentándose reconocidas figuras del toreo mundial. También se
utilizaba como escenario para manifestaciones políticas, conciertos y
espectáculos teatrales. Y había sido declarada Monumento Nacional de Colombia.
También me parece un signo retrógrado que se
continúe con las corridas de toros, y lo digo especialmente por la Madre
Patria, que lo había divulgado en estos lares durante la conquista. Sin
embargo, Argentina las prohibió en 1899, Cuba en 1901 y Uruguay en 1912.
Siguiendo nuestro recorrido por el Centro de
la ciudad, sobre la carrera 7ma. con calle 28 se encontraba ubicado el Museo
Nacional de Colombia, el más antiguo del país y uno de los más antiguos de
América. Inicialmente se instaló una exposición de botánica, mineralogía y
zoología y luego se incorporaron objetos históricos y artísticos.
Colombia era uno de los pocos países donde
querían a los argentinos. En muchas ocasiones veía pasar jóvenes usando
camisetas de fútbol de la selección argentina, o de equipos como River, Boca,
Independiente, San Lorenzo… Yo me acercaba preguntándoles si eran argentinos.
Pero ninguno lo era y se quedaban conversando conmigo preguntándome sobre
diferentes cuestiones con mucha curiosidad y cariño.
En muchos bares y confiterías podían
escucharse tangos durante todo el tiempo. Además, muchos lugares tenían como
decoración imágenes de Buenos Aires, de Tita Merello y de muchos otros
cantantes, y particularmente de Carlos Gardel, que murió precisamente en tierra
colombiana. Diría que se escuchaba y bailaba más tango en Colombia que en
Argentina.
En las comidas predominaban los productos
tropicales y en especial el plátano con el cual se realizaban diferentes
preparaciones saladas y dulces. La sopa solía hacerse con caldo de banana que
es delicioso. Los plátanos fritos o asados solían acompañar todo tipo de
carnes. Y además se utilizaba arroz blanco como principal guarnición en todos
los platos.
En las áreas de mayor poder adquisitivo se
concentraba la banca internacional. El Citibank, el BBVA y el Santander estaban
presentes. También otras empresas españolas. Y eso me hacía sentir que se trataba
de una nueva conquista de América porque las había visto por muchos otros
países en proceso de crecimiento o de acaparamiento.
Finalizado el Encuentro, Omar y yo,
continuamos recorriendo la ciudad, alejándonos un poco hacia barrios menos
recomendados. Para eso tomamos el Trans Milenio, el mismo sistema de ómnibus
que se acababa de imponer en Santiago de Chile, y la experiencia no me pareció para
nada positiva. Desde ya la demanda era muy superior a la oferta y se viajaba
bastante mal, además de ser mucho más lento que un subterráneo. Debido a esa
lentitud y escasa frecuencia no pudimos visitar algunos puntos sobre los que
teníamos especial interés.
Y al cabo de algo más de una semana,
emprendimos el regreso a Buenos Aires. No sin antes comprar varias cajas de
granos de café revestidos en chocolate y de café Juan Valdés para continuar
disfrutando de las principales exquisiteces de este país.
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