En la Semana Santa del 2008, fuimos a descansar en familia a la
localidad de Victoria, en el sudoeste de la provincia de Entre Ríos.
Llegamos casi al mediodía del jueves 20 de marzo, y una vez instalados
en un hotelito sencillo, salimos a caminar. La ciudad se presentaba tranquila,
por lo menos para quienes llegábamos desde Buenos Aires, ya que su población
apenas superaba los treinta y cinco mil habitantes.
Tranquila calle próxima al
Centro de Victoria
La plaza central era sencilla pero muy limpia y cuidada. En el sector
central estaba los monumentos al General San Martín y a la Madre.
Plaza central de Victoria con los monumentos al
General San Martín y a la Madre
Si bien la ciudad se caracterizaba por predominar bajas casonas, ya
habían comenzado a aparecer algunos edificios de cierta altura, que, para mi
gusto, eran elefantes blancos.
Y justo a las doce, los negocios comenzaron a cerrar y el tránsito a
disminuir rápidamente, así que nos refugiamos en una especie de quincho y
degustamos una espectacular carne asada. Y, después de almorzar, como era de
esperar, la ciudad se vació totalmente, ¡todos se fueron a dormir la siesta!
Así que imitamos a los locales, y recién volvimos a las calles cuando bajó el
sol.
Viejas casonas y nuevos edificios
A la mañana siguiente dormimos hasta tarde, y luego salimos a la ruta provincial
número once, desde donde pudimos ver algunas áreas de producción rural, como
colmenares y gran cantidad de ganado vacuno. Esa vía había sido siempre el
único vínculo con una ciudad relativamente grande, Paraná, capital de la
Provincia, a 118 km al NNW.
Estrecha ruta provincial número 11
A la vera de esa ruta, y sobre una de las siete colinas de la ciudad de
Victoria, se encontraba la Abadía Benedictina del Niño Dios, que contaba con
más de cuatrocientas hectáreas de bosques y jardines. Había sido fundada por
monjes benedictinos llegados de Francia en 1899.
Interior de
la Abadía Benedictina de Victoria
Era de gran importancia para la ciudad, no sólo como lugar histórico,
sino también como fuente de ingresos económicos derivados del turismo. En la
abadía se realizaban retiros espirituales, y, además, los monjes producían su
propia línea de productos comestibles como quesos, dulces, miel, licores y
cerveza.
Abadía
Benedictina del Niño Dios
Esa noche de Viernes Santo se iba a realizar una procesión de
antorchas, pero mi madre y yo, cometimos la herejía de optar por ir al casino.
Y como toda vez que concurrimos a algún lugar por el estilo, ganamos poca plata
o perdemos poca plata, porque nunca llevamos demasiado. Así que cuando juntamos
unas cuantas fichas, decidimos retirarnos antes de que nos cambiara la suerte.
Y ese dinero nos alcanzó para pagar un almuerzo y comprar algunos regalos para
el resto de la familia.
Todos los habitantes de Victoria hablaban permanentemente sobre los
cambios que les habían producido el puente que los conectaba a Rosario,
inaugurado en 2003, y la instalación del casino, que databa de 2005. Muchos de
ellos destacaban los beneficios que ambos les habían significado, pero otro
grupo no menos importante, tomaba a ambos como factores totalmente negativos.
Habían permanecido absolutamente aislados de una ciudad como Rosario,
que en línea recta distaba menos de sesenta kilómetros, pero que, por los
brazos del río en la zona del pre-delta, no les era factible atravesar. Y eso
les había permitido llevar una vida pueblerina donde todos se conocían y no
había prácticamente delitos. Pero tampoco había posibilidades de estudio y
trabajo para los más jóvenes que terminaban migrando a centros urbanos de mayor
jerarquía, por lo que ese sector de la sociedad consideraba una gran
oportunidad poder ir y venir a estudiar o trabajar en Rosario, utilizando a
Victoria como ciudad dormitorio. Pero la gente mayor sentía que todo se le iba
de las manos, y afirmaban que el ingreso permanente de rosarinos que llegaban
en busca del casino, les había aportado también una cuota de delincuencia. Por
otra parte, los hoteleros y comerciantes dedicados a la venta de servicios y
productos a los turistas, nunca se habían visto más beneficiados; mientras que
quienes sólo se vinculaban con el mercado local, se lamentaban de que las
mujeres gastaran sus excedentes en el casino y no en prendas, bijouterie o
cosméticos, como lo habían hecho en otros tiempos.
Ingreso a la
conexión vial que unía a Victoria con Rosario
El puente que unía Victoria, en la provincia de Entre Ríos con Rosario,
en la provincia de Santa Fe, formaba parte de la red vial de accesos, cuya
traza se encontraba sobre la ruta nacional número ciento setenta y cuatro, a lo
largo de sesenta kilómetros.
Zona de bañados
a poco de salir de Victoria
En realidad, se trataba de doce puentes menores que partían desde Victoria,
que atravesaban las islas pre-deltaicas, más uno principal que llegaba a la
localidad de Granadero Baigorria, al norte de la ciudad de Rosario. El conjunto
recibía el nombre de Conexión Vial Rosario-Victoria. El tramo oriental
de la obra, junto a Victoria correspondía a una carretera de un solo carril por
sentido, mientras que el occidental, de acceso a la ciudad de Rosario, era una
autopista de dos carriles por sentido de circulación.
Brazos del área
pre-deltaica del Paraná frente a Victoria
Mientras cruzábamos las islas podíamos ver el predominio de pasturas
características de un clima templado húmedo, como era el de toda la región
pampeana, pero con una selva en galería, producto de las semillas que el Paraná
arrastraba desde sus nacientes en Brasil, para depositarlas en las fértiles
tierras de su desembocadura. Y era así como crecían las mismas variedades que
en el norte, donde los climas eran tropical y subtropical, pero con menor
desarrollo a causa de condiciones no tan favorables.
Por otra parte, ya a lo lejos se visualizaban los edificios rosarinos
que contrastaban totalmente con las casas bajas de Victoria.
Selva en
galería y edificios de Rosario a la distancia
Y ya llegando al brazo principal del río, se podía ver con mayor nitidez
la selva en galería en la margen izquierda, mientras que la urbanización de la
margen derecha se encontraba sobre una zona de barrancas. Contrariamente, en el
curso superior del Paraná, hasta la latitud de la ciudad de Santa Fe, las
barrancas estaban en la margen derecha, y la zona baja, en la izquierda. Por
esa razón las ciudades de Posadas, Corrientes y Paraná se encontraban
edificadas en terrenos relativamente elevados, mientras que Encarnación del
Paraguay, Resistencia y Santa Fe, estaban asentadas en tierras bajas sumamente
inundables.
Brazo principal del río Paraná frente a la
ciudad de Rosario
Desde el puente principal, se podía ver el color del Paraná, marrón
rojizo, producto de la gran cantidad de sedimentos que llevaba en suspensión.
Vista del Paraná desde el puente principal
Nuestra Señora del Rosario
Al arribar a Rosario, prontamente fuimos al Monumento a la Bandera ya
que era horario de ascenso al mirador de la Torre. Y desde allí pudimos tener
una vista panorámica del resto del complejo viendo en primer plano el Propileo
Triunfal de la Patria, en el centro el Pasaje Juramento, a la izquierda la
Catedral y a la derecha el Palacio Municipal en su parte posterior.
Monumento a la Bandera desde el mirador de la
Torre
Entusiasmada por la hermosa vista y la diafanidad del día, comencé a
tomar fotografías hacia todos los puntos cardinales. Y girando hacia el norte,
pude ver a lo lejos, el puente principal Rosario-Victoria, que acabábamos de
cruzar.
Vista de Rosario hacia el norte
Hacia el sur, estaban los parques y la Torre Aqualina en construcción,
ubicada en la esquina de San Luis y Leandro N. Alem. Este edificio, de ciento
veintisiete metros de altura y cuarenta pisos de departamentos, era en ese
momento el más alto de Rosario y el más alto de la Argentina fuera de Buenos
Aires. En el diseño y estudios previos, se tomaron serios recaudos en cuanto a
la resistencia a los vientos, considerando las tormentas que se producían en la
zona con una recurrencia de cincuenta años; sin embargo no ocurrió lo mismo
respecto a un posible movimiento sísmico, ya que si bien la frecuencia e
intensidad eran muy bajas, el hecho era que en 1888 se había producido el
terremoto del río de la Plata, habiendo tenido un antecedente previo en 1848 y
nuevos movimientos en 1988 y 1990, aunque mucho menores.
Torre Aqualina, que en 2008 estaba en
construcción
Mirando al sudeste, se veía la zona parquizada de la avenida ribereña,
el Paraná y a lo lejos las islas.
La bandera
argentina flameando a orillas del Paraná
Y cerrando el círculo en 360º hacia el este, pudimos ver de frente el
Paraná, que en los puertos rosarinos tenían el límite para las embarcaciones de
mayor porte, pudiendo continuar aguas arriba sólo los que cargaban menos de mil
quinientas toneladas.
Brazo principal
del Paraná desde el mirador
La Hidrovía Paraná-Paraguay, estructurada a lo largo de casi tres mil
quinientos kilómetros desde el río de la Plata, límite entre Argentina y
Uruguay, hasta Puerto Cáceres en el estado de Mato Grosso, Brasil, constituía
la principal vía fluvial que proporcionaba una salida al océano a ciudades del
interior de Argentina y Paraguay. El mantenimiento del dragado se realizaba a
través del cobro de peaje en relación con la tonelada de registro neto. La
profundidad de la hidrovía era de 10,5 metros hasta Rosario (kilómetro 416), y
de 7,5 metros hasta Santa Fe, (kilómetro 580).
Buques
de gran porte llegando a los puertos rosarinos
Bajamos del Mirador y fotografiamos la escultura en homenaje a Manuel
Belgrano que se encontraba en la parte inferior del Monumento a la Bandera.
Manuel Belgrano
en el Monumento a la Bandera
Almorzamos en un restorán cercano, atendido por sus dueños, que eran de
origen asturiano, denominado “La Marina”, donde además de gran variedad y
calidad de platos, los precios eran muy accesibles.
Y después de comer, mientras los rosarinos se abocaban a dormir la
siesta, salimos a hacer una lenta caminata cercana a la ribera, pasando por
algunos arroyitos donde estaban amarradas pequeñas lanchas y veleros.
Pequeño arroyito
con desembocadura en el Paraná
Pero lamentablemente, lejos de ser cristalinas, las aguas estaban
contaminadas por ser la descarga de los efluentes de la ciudad.
Botes con motor
de quienes tenían una economía de subsistencia
No podíamos irnos de Rosario sin dar un paseo por el Parque de la
Independencia. Pero como estábamos bastante cansados y cortos de tiempo, lo
hicimos a bordo de un taxi.
Lago del Parque
de la Independencia
El Parque contaba con cinco sectores principales. La plaza del laguito
y un mirador que se denominaba la montaña. Era uno de los sectores más
visitados por la posibilidad de pasear en bote y ver la fuente de aguas
danzantes. El resto estaba dividido en otros cuatro que representaban a las
principales comunidades europeas que formaron la ciudad. Esos estaban
conformados por el Jardín Francés, semejante a los de los palacios y edificios
más destacados de París; el Británico, integrado por importantes instituciones
que identificaban a la comunidad inglesa de principios del siglo XX, el club
Newell’s Old Boys y el Hipódromo; el Español representado a través de un
precioso paseo rosedal que formaba la Plaza Española, con una fuente de
cerámicos donados por la Corona Española; y el Italiano, que se identifica por
la figura del gran libertador Giuseppe Garibaldi. El parque también contaba con
un centro de convenciones, museos y otros clubes de fútbol.
Y con el mismo taxi nos dirigimos a la terminal de ómnibus para
regresar así a Victoria.
El Parque de la
Independencia al caer la tarde
En la mañana del domingo fuimos caminando hacia la Iglesia Catedral que
estaba a pocas cuadras desde el hotel. Sin embargo, tardamos bastante en
recorrerlas porque nos parábamos en cada casa o edificio institucional a
observar las rejas de las ventanas. Y era que a Victoria se la conocía como “la
ciudad de las rejas”, y no era por la inseguridad, ya que todavía la
mayoría de las casas permanecían con las puertas abiertas, sino por una
cuestión de modas de sus primeros habitantes, a quienes gustó decorar los
frentes con esa ornamentación.
En Argentina no existía un patrimonio de rejas tan grande y vasto como
el que poseía Victoria donde se fabricaban desde 1848. Y esto se debió por una
parte al estilo colonial de los españoles, sumado a la radicación de herreros
italianos quienes fueron incorporando nuevos diseños de vanguardia, pasando a
ser no sólo italianas sino también de estilo francés, alemán y vasco.
Reja de una casa
de familia de Victoria
Victoria era una especie de exposición artística permanente donde se
exhibían elementos decorativos de distintas épocas y estilos. Los maestros de
la herrería habían dejado su arte a la vista de todos, y eso sólo merecía
conocer la ciudad. Las líneas arquitectónicas iban desde las más simples,
horizontales y verticales de corte ibérico de Castilla y su zona de influencia,
hasta las renacentistas cuyas rejas, vitraux y otros ornamentos mostraban una
época en que el lujo era moneda corriente ya
que el trigo valía como el oro. Por esa razón las primeras rejas más
complejas, hechas con hierro achatado, llegaron primero a las grandes
estancias, y luego a las calles de las ciudades entrerrianas, siendo Victoria
la más destacada de todas.
Simple pero tan
bonita como todas las rejas de Victoria
Y como por mirar rejas se nos había pasado el tiempo, entramos a la
iglesia apresuradamente para escuchar la misa de Pascuas. Y allí, ese día, mi
hijo Martín tomó su segunda comunión.
Una de las
torres de la Catedral
Recién al salir, reparamos en la arquitectura del templo, que era una
pequeña joya arquitectónica. Tenía características del arte romántico del
Medioevo, torres macizas, sólidas, con dos pequeñas ventanas ojivales
perforadas, y un rosetón que imitaba al vitral clásico y simbolizaba el
naciente de toda iglesia cristiana.
Frente de la Iglesia
Catedral de Victoria
Anduvimos dando vueltas por la plaza como era la costumbre de todos los
habitantes del lugar, aunque ahora se encontraban con un montón de gente que ya
no conocían y eso, era una de las tantas cosas que no les gustaban de la fácil
conexión con Rosario y el crecimiento del turismo.
Mi mamá y mi
hijo Martín en la plaza de Victoria
Y como en toda ciudad hispanoamericana, además de la iglesia, frente a
la plaza se encontraban los principales edificios públicos y las entidades de
mayor importancia, como la Municipalidad.
Municipalidad
de Victoria, frente a la plaza central
Pero pese a que la gente se quejaba de que la ciudad ahora era insegura
y que se había convertido en un centro urbano con “mucho ruido”, a pocas cuadras
del “Centro”, las calles continuaban siendo de tierra y manteniendo un estilo
de vida absolutamente rural.
La periferia de
Victoria a pocas cuadras de la plaza central
Y en ese sector, también se conservaban los antiguos caserones y
almacenes de campo, que fueron los antecesores de los supermercados, ya que
eran de “ramos generales” y se podían conseguir tanto alimentos, como ropa o
elementos de ferretería.
Antiguo Almacén
de Ramos Generales con vivienda incorporada
Muchos de esos edificios, al no existir agua de red, se proveían a
partir de aljibes en sus patios centrales.
Aljibe en el
patio de un antiguo caserón
Al hacerse la noche de ese Domingo de Pascuas, la plaza comenzó a
colmarse de gente porque la Banda Municipal iba a ofrecer un espectáculo a
cielo abierto. Todos los integrantes tenían otros trabajos, como solía ocurrir
en la Argentina con la mayoría de los músicos, por mejores que éstos fueran.
Banda
Municipal de la ciudad de Victoria
Y por ser la última noche de nuestra estada, recorrimos los puestos de
artesanos que se habían instalado en la plaza, y compramos algunos objetos como
mates, carteras, monederos, llaveros, y hebillas para el pelo, hechos con cuero
de pescado y con mondongo. Todos muy bonitos, y, sobre todo, originales.
Trabajando el
cuero de pescado y el mondongo
El lunes 24 de marzo a la mañana, tomamos el micro rumbo a Buenos
Aires, pero al llegar a la altura de Gualeguay, nos encontramos con un corte de
ruta por el famoso conflicto del campo, que paralizó gran parte de las
actividades durante meses.
Corte en la
ruta número once a la altura de Gualeguay
Estuvimos detenidos algunas horas, pero como se trataba de una protesta
de la Sociedad Rural de Gualeguay, es decir, de un corte realizado por los
ricos, al llegar el mediodía, cuando el asado estuvo listo, abandonaron el
lugar dando paso a las larguísimas filas que se habían formado.
Corte de ruta
por la Sociedad Rural de Gualeguay
La Sociedad Rural en la Argentina, siempre representó a los
terratenientes, dueños de las mayores extensiones dedicadas, en su mayoría, a
la ganadería vacuna. Y constituían el sector socioeconómico de mayor peso político
e históricamente económico del país. Por eso siempre se había dicho que la
clase alta argentina tenía olor a bosta. Sin embargo, en los últimos años,
debido a los altos precios coyunturales de la soja, no habían tenido reparo en destinar
la mayor parte de sus tierras a esa oleaginosa, dejando de lado la producción
de carne y leche, con las consiguientes consecuencias para los trabajadores del
sector como para los consumidores, además del deterioro ambiental. Y pese a sus
pingües ganancias, se estaban resistiendo al pago de mayores impuestos por sus
exportaciones.
No obstante, esa era la clase de gente que acusaba de vagos y de quitar
el derecho de desplazamiento cuando los pobres cortaban calles o rutas. Y la
gendarmería, que a los más necesitados había reprimido siempre sin asco, ¡a
estos personajes los protegía!
Uno de los
pocos campos con ganado que perduraban en la zona
Cruzamos el puente Zárate-Brazo Largo e ingresamos a la provincia de
Buenos Aires. Lo que en otras épocas fueran campos para la cría de ganado
lechero o grandes trigales, estaban absolutamente reemplazados por el cultivo
de soja. Y esas grandes extensiones verdes, además de deteriorar los suelos, no
generaban trabajo rural por estar totalmente mecanizado todo el proceso. Y una de
las consecuencias era que los trabajadores rurales con sus familias habían
pasado a engrosar los conurbanos más pobres de las principales ciudades.
Río Paraná
desde el puente Zárate-Brazo Largo
Ya en la ruta nacional número 9, más conocida como la Panamericana,
atravesamos la zona de parques industriales más importante del país.
Planta
automotriz de Ford en la ruta Panamericana
Ingresamos a la ciudad de Buenos Aires por el norte y bordeamos el
Aeroparque “Jorge Newbery”, desde donde operaban los vuelos de cabotaje.
Aeroparque
“Jorge Newbery”, situado entre la vía del ferrocarril y el río de la Plata
Antes de llegar al puerto, encontramos gran cantidad de contenedores
esperando ser cargados.
Contenedores
que indicaban la proximidad al puerto de Buenos Aires
Pasamos por el acceso a una de las terminales del puerto de Buenos
Aires, que había perdido peso relativo desde la segunda mitad del siglo XX por
el crecimiento de Santos, el puerto de Sao Paulo, y por el desvió del tráfico
comercial desde el Atlántico hacia el Pacífico.
Uno de los
accesos al puerto de Buenos Aires
Por último, vimos la Casa de la Moneda de la Nación, lugar de emisión
de monedas y billetes argentinos.
Casa de la
Moneda de la Nación
Y finalmente, aunque con retraso por el corte de ruta, llegamos a
destino y nos preparamos para comenzar las actividades de la semana con
renovadas energías.
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