En la década del 30 del siglo XX, la ciudad de Rosario, ubicada al sur
de la provincia de Santa Fe, se ganó un apodo dentro de las crónicas
policiales: “La Chicago Argentina”.
Esto se debió a las andanzas de dos italianos, Juan Galiffi, -conocido
como Chicho Grande o también como el Al Capone argentino-, y su rival Francisco
Morrone, -alias Chicho Chico-. El siciliano Galiffi era señalado como el jefe
de una asociación mafiosa llamada la Honorable Sociedad, que se dedicaba a
cometer asesinatos, estafas y secuestros. Pero como alma mater de la mafia,
delegaba el trabajo sucio a eficaces y desalmados delincuentes, sus “ahijados”,
quienes ahorcaron a Morrone, ya que Rosario podía tener solamente un “capo di
tutti”. Y si bien nunca se le pudo comprobar ningún delito, Chicho Grande fue
detenido en 1933 y deportado a su país, donde se ganó la amistad de Benito
Mussolini.
Pero Rosario, al margen de la mencionada mafia, había tenido, y aún
conservaba a principios del siglo XXI, muchas otras características semejantes
a la Chicago norteamericana. Una de ellas era su emplazamiento; otra era la
alta participación de la inmigración italiana; también la coincidencia del
proceso de industrialización; la desocupación obrera y la re-funcionalización
de los espacios.
Respecto del emplazamiento, Rosario se encontraba sobre una planicie,
en la margen derecha del río Paraná, con una barranca como único relieve (lo
que la asemejaba más a Buenos Aires). Y tal como en Chicago o Buenos Aires, a
falta de atractivos paisajes, los rosarinos siempre se habían vanagloriado por
aspectos humanos, fuera de belleza, capacidad intelectual, o de carácter
cultural.
Y así lo decía Roberto Fontanarrosa:
Somos creativos, a falta de paisaje Rosario tiene
lindas minas y buen fútbol. ¿Qué más puede pretender un intelectual? Esa es mi
respuesta cada vez que me preguntan por qué vivo en Rosario, hecho que, por
otra parte, no es demasiado curioso. Un millón doscientas mil personas han tomado la misma determinación.
Lo de las mujeres, señores, es destacable. Más de
una vez pensé, y hasta lo propuse, que si había que hacer una campaña
publicitando Rosario como destino turístico, a falta de mar, picos nevados o juegos
de azar, teníamos que hacer hincapié en lo de las mujeres.
Considerando, además, que ya pasó aquel momento
brillante de la ciudad, cuando se proclamaba Capital Mundial de la Prostitución
y miles de turistas llegaban a la Chicago Argentina en busca del luminoso
barrio Pichincha.
Usted no puede
darse vuelta a mirar a una señora en la peatonal Córdoba porque se pierde. Se
pierde la que viene de frente. La exaltación de las mujeres, asimismo, se
entronca en el recurso rosarino de defender la ciudad rescatando el paisaje
humano ante la moderada oferta de atractivos geográficos mayores. Seamos
realistas, el Paraná boca arriba (como poetizó Pedroni) es enorme, pero no es
el mar y alrededor no tenemos ni siquiera mansas serranías, como Córdoba.
Entonces, cada vez que el rosarino habla de Rosario, menciona
nombres y apellidos: el Che Guevara, Olmedo, Fito Paéz, Baglietto, el Gato Barbieri, etc. etc. etc. Por ahí va la cosa. Más que nada por el lado de la Cultura. Y sobre la cultura rosarina siempre hay una mirada curiosa, desde otras latitudes. "¿Por qué en Rosario se produce un movimiento cultural tan grande?", suelen preguntarme periodistas porteños, por ejemplo, que llegan a Rosario y no encuentran lugar en los hoteles, copados por un miniturismo atraído
por la oferta de teatro y espectáculos musicales, cuando no congresos o simposios. "Porque en Rosario no hay otra cosa para hacer" contesto yo, medio en serio, medio en broma. Lo que no es absolutamente cierto, pero que algún viso de realidad tiene. Las ciudades turísticas no se caracterizan por generar cultura. En Bariloche, digamos, la gente tiene puesta su energía en alquilar esquís, elaborar chocolate, ahumar ciervos y ofrecer perros San Bernardo con los cuales sacarse fotos. En Mar del Plata la energía recaerá en ofrecer barcas para pescar tiburones, organizar un Bikini-Open, fritar cornalitos y vender choclos en Punta Mogotes. Siempre me pregunto "¿Cuántos escritores dio Las Vegas?"
nombres y apellidos: el Che Guevara, Olmedo, Fito Paéz, Baglietto, el Gato Barbieri, etc. etc. etc. Por ahí va la cosa. Más que nada por el lado de la Cultura. Y sobre la cultura rosarina siempre hay una mirada curiosa, desde otras latitudes. "¿Por qué en Rosario se produce un movimiento cultural tan grande?", suelen preguntarme periodistas porteños, por ejemplo, que llegan a Rosario y no encuentran lugar en los hoteles, copados por un miniturismo atraído
por la oferta de teatro y espectáculos musicales, cuando no congresos o simposios. "Porque en Rosario no hay otra cosa para hacer" contesto yo, medio en serio, medio en broma. Lo que no es absolutamente cierto, pero que algún viso de realidad tiene. Las ciudades turísticas no se caracterizan por generar cultura. En Bariloche, digamos, la gente tiene puesta su energía en alquilar esquís, elaborar chocolate, ahumar ciervos y ofrecer perros San Bernardo con los cuales sacarse fotos. En Mar del Plata la energía recaerá en ofrecer barcas para pescar tiburones, organizar un Bikini-Open, fritar cornalitos y vender choclos en Punta Mogotes. Siempre me pregunto "¿Cuántos escritores dio Las Vegas?"
También podríamos decir que Rosario es al fútbol, cuna de Lionel Messi,
lo que Chicago es al básquet, Michael Jordan en el Chicago Bulls.
Debe darse,
además, en ciudades como Rosario, un condimento de contagio. "Si de acá
salió Fito -se preguntará algún pibe, como el mío, que toca el bajo- y salió Baglietto
y salió Litto Nebbia. ¿Por qué no puedo salir yo?" Los proyectos
artísticos no suenan, entonces, tan descabellados. Como nadie se asombra en
Rosario si un pibe apunta para futbolista profesional. Todos conocemos varios, hijos
de amigos, sobrinos o conocidos que ha aparecido en las inferiores de Ñuls,
Central o Renato Cessarini. (Fontanarrosa)
Por otra parte, el centro comercial y financiero tal como en las otras
dos ciudades, se encuentra a no más quinientos metros de distancia de su ribera.
Luego tiene barrios de diferentes niveles económicos, para en la periferia,
ubicarse la zona fabril; e inmediatamente hacia el norte, oeste y sur, los
campos cultivados.
Ciudad de Rosario, con el centro comercial al
este, cercano al río Paraná
Un plano urbano semejante es el que puede observarse en la ciudad de
Chicago, aunque con una población de cerca de diez millones de habitantes,
frente a los escasos un millón, doscientos mil de Rosario. El lago Michigan
pone límite al desarrollo de la ciudad, tal como ocurre con el río Paraná en el
primer caso.
Ciudad de Chicago (EEUU), con el centro
comercial hacia el este, cercano al lago Michigan
Y otra ciudad con la que también se la podía comparar a Rosario, era
Buenos Aires, ya que a partir del siglo XX, había tenido un desarrollo similar,
a pesar de constituir solo el diez por ciento de su población total.
En definitiva,
Rosario es como una Buenos Aires más chica, afortunadamente más chica y con
muchos menos habitantes. Soy, lo confieso, uno de los tantos rosarinos que
anhelan, egoístamente, que no seamos millones. Nadie ha podido explicarme cual
es la ventaja de ser muchísimos, dónde radica el beneficio de ser como San
Pablo, o ciudad de México, exagerando. Rosario es una ciudad de inmigrantes,
marcadamente italiana, más tanguera que folclórica, más comerciante que
colonial, que busca un perfil identificatorio a través de lo que
hace y produce. Pero claro, nuestra proximidad con Buenos Aires a veces nos mimetiza con ella. (Roberto Fontanarrosa).
hace y produce. Pero claro, nuestra proximidad con Buenos Aires a veces nos mimetiza con ella. (Roberto Fontanarrosa).
También Buenos Aires y Chicago tenían una importante comunidad de origen
italiano, conservando sus tradiciones y gastronomía. Pero Rosario, además, no
siendo la capital del país ni de la provincia de Santa Fe, contaba con un
Consulado General de Italia, por ser la que tenía mayor porcentaje de inmigrantes
y descendientes de esa nacionalidad.
Ciudad de Buenos Aires, con el centro comercial
hacia el este, cercano al río de la Plata
Por
otra parte, durante la etapa de industrialización sustitutiva de las
importaciones, Rosario se convirtió en la segunda ciudad del país, después de
Buenos Aires, no solo en cantidad de habitantes, sino de localización de
fábricas y movimiento de su puerto. Pero también, aunque por motivos
diferentes, cuando gran parte de las industrias se cerraron o se trasladaron a
otros países, tanto Rosario como Chicago, presentaron fuertes tasas de
desempleo. Y tanto en una como en la otra, los espacios fueron
re-funcionalizados. En Chicago, viejas fábricas que se mudaron al Sudeste
Asiático o a México, quedaron convertidas en centros comerciales, de salud o de
educación; y en Rosario, como no podía ser de otra manera, en centros
culturales.
Antigua estación ferroviaria,
convertida en el Centro de Exposiciones y Convenciones Patio de la
Madera
Hablamos como los porteños, el tango nombra a San Juan y Boedo antiguo y
todo el cielo pero ignora el Monumento a la Bandera, no tenemos un cantito como
cordobeses, tucumanos o santiagueños y todo esto, en ocasiones, nos acompleja,
nos hace pensar que no somos diferentes ni reconocibles o que nos
falta una personalidad clara y avasalladora. En verdad, nunca me desveló ese
tema. "El estilo es la insistencia" dijo alguien. Y es ocioso
sentarse a esperar un estilo. Poco habría producido yo si, antes de empezar a
dibujar, hubiese pretendido definir mi estilo. El estilo aparecerá con el
correr del lápiz. A mi juicio la identidad, como el movimiento, se demuestra
andando. Con una buena cuota de creatividad. Rosario es una ciudad de
creativos, mis amigos. Por algo Belgrano, para crear la bandera, eligió
Rosario. (Roberto Fontanarrosa)
Monumento a la
Bandera en Rosario
El
Monumento Histórico Nacional a la Bandera era una construcción símbolo de la
ciudad de Rosario. Estaba asentado en el Parque Nacional a la Bandera, en el
lugar donde el General Manuel Belgrano enarbolara e izara por primera vez la
bandera argentina, el 27 de febrero de 1812, a orillas del río Paraná.
Turistas
de todo el país en el Monumento a la Bandera
El
diseño del monumento, inaugurado el 20 de junio de 1957, estuvo a cargo de los
arquitectos Ángel Guido y Alejandro Bustillo, y colaboraron los escultores
Alfredo Bigatti y José Fioravanti. Luego se agregarían obras de Eduardo Barnes
y accesorios de Pedro Cresta. Además, se colocarían las esculturas hechas en
mármol de Carrara por Lola Mora, en el espejo de agua del Pasaje Juramento, peatonal
que conectaba el Propileo Triunfal de la Patria, parte posterior del monumento
con la calle Buenos Aires, pasando entre el Palacio Municipal y la Iglesia
Catedral.
Belgrano
y la Argentina, obra de Lola Mora
Al
monumento lo integraban una torre de setenta metros de altura con un mirador en
la cima, un Patio Cívico, el Propileo, y una cripta en homenaje al General
Belgrano; aunque allí no descansaban sus restos, sino en la ciudad de Buenos
Aires. En el subsuelo se hallaba la Sala de Honor de las Banderas de América.
Torre
y cripta en homenaje a Belgrano debajo del Propileo
La
obra en su conjunto simbolizaba la nave de la Patria surcando las aguas del mar
de la eternidad en procura de un destino glorioso.
Vista panorámica del Monumento a
la Bandera
A
través de los diferentes conjuntos arquitectónicos se representaban valores
económicos, espirituales, históricos, geográficos y telúricos de la Argentina.
CUÁN EXECRABLE ES EL ULTRAJAR LA DIGNIDAD DE LOS
PUEBLOS VIOLANDO SU CONSTITUCIÓN
(Belgrano – Oficio desde Jujuy a la Junta de
Gobierno – 28 de julio de 1812)
Los
alrededores del Monumento se habían convertido en una de las zonas de mayores
inversiones inmobiliarias de la ciudad.
Modernos edificios sobre la barranca que da al
Paraná
El
Paraná, estaba sin duda, integrado al paisaje urbano. La cercanía del canal más
profundo que permitía el ingreso de los grandes cargueros a los puertos, hacía
que prácticamente éstos navegaran junto al tráfico automotor.
Gran carguero navegando paralelo a la avenida
costanera
El
río también era disfrutado por pescadores locales de diferentes sectores
socio-económicos, que podían encontrar en él un sano pasatiempo o bien una
fuente de alimentación.
Pescadores locales conviviendo con el tráfico de
cargueros
Pero
cercanos al Paraná existían otros espacios de recreación que se reproducían en
función del crecimiento económico de ciertos sectores de la sociedad rosarina.
Confiterías sobre la barranca a pasos del Paraná
Y
aunque nos alejáramos del río íbamos siempre a encontrar espacios verdes como
parques, plazas, boulevares y jardines a lo largo de todo el casco urbano.
Boulevard céntrico de la
ciudad de Rosario
Una
de las zonas tradicionales ocupada por la clase alta rosarina era el boulevard Nicasio
Oroño, denominado así en homenaje a quien fuera intendente de la ciudad y
gobernador de la provincia de Santa Fe a mediados del siglo XIX.
Boulevard Oroño que atravesaba la ciudad desde el
río hasta el Parque Independencia
Originariamente
era solo un área residencial que albergaba históricas mansiones. Pero posteriormente,
debido a que había quedado rodeado de edificios y ruidos urbanos, muchas de
esas familias se habían trasladado a otros barrios más tranquilos y cotizados.
Y era por eso, que esas casonas habían sido transformadas en edificios de
instituciones públicas o privadas como escuelas, clínicas o empresas de
servicios.
Antigua mansión del
boulevard Oroño
En
medio de un barrio de categoría con viviendas y comercios de alto nivel, se encontraba
la plaza San Martín. En su centro había una estatua de bronce del General José
de San Martín, montado en un caballo y llevando en alto la bandera argentina.
La estatua era una copia del monumento erigido en la ciudad francesa de
Boulogne-sur-Mer, el lugar donde el prócer murió exiliado.
Plaza San Martín con la estatua del prócer
Otro
de los nuevos atractivos era el de ir a disfrutar de una exquisita cena en algunos
de los variados restoranes que se habían localizado en los últimos años en la
avenida Pellegrini. E inmediatamente después, tomar un café o una bebida
espirituosa y charlar hasta tarde en el mítico bar El Cairo.
El
Cairo, bar tradicional ubicado en la intersección de las calles Sarmiento y
Santa Fe había sido inaugurado en 1943 en la planta baja de una casona, pero se
hizo famoso a partir de la década del ’70, en que los habitués, que eran
quinieleros, empleados de banco, viajantes de comercio y burreros vespertinos,
se mezclaron con las nuevas camadas integradas por intelectuales, estudiantes
de las facultades cercanas, poetas y rockeros que pergeñaron teorías políticas,
alianzas de clases y revoluciones, canciones y poemas que circularon posteriormente
por las calles. Sería la versión rosarina del bar La Paz, de la avenida
Corrientes y Montevideo, en Buenos Aires.
Pero
quien realmente lo inmortalizó fue el escritor y humorista Roberto Fontanarrosa
en su libro “La Mesa de los Galanes” donde hacía referencia al lugar que
ocupaba junto con Ricardo Centurión, el Negro Herrera, el Pelado Reinoso, y
también el Nano Serrat aquel día histórico en que visitó El Cairo. Esa mesa había
sido fuente de inspiraciones para el creador de personajes como el matón Boogie,
El Aceitoso, y el gaucho Inodoro Pereyra, con su perro Mendieta,
entre tantas de sus obras.
La Mesa de los Galanes en
el bar El Cairo podía ser ocupada por cualquier parroquiano
“De mí se dirá posiblemente
que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado
la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy
por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: ‘Me cagué de risa
con tu libro”. (Fontanarrosa)
Homenaje
permanente del bar El Cairo al Negro Fontanarrosa
Retomando
la costanera, en la zona norte, podía verse el puente inaugurado en 2003, que,
junto con otras obras, unía a Rosario con la localidad de Victoria en la
provincia de Entre Ríos.
Puente Nuestra Señora del
Rosario, o simplemente Rosario-Victoria
Las
playas, si bien estrechas, daban un respiro a la población urbana que sufría días
de calor muy intenso durante los meses de verano.
Playa del norte de la ciudad de Rosario
Gran
parte de la fauna ictícola del Paraná era comercializada en el mercado regional,
predominando surubíes, dorados, bogas, patíes y pacúes.
Surubíes, dorados y bogas eran
los principales productos de la pesca
Como
en el resto del país, la década del ’90 marcó una etapa de destrucción
ferroviaria e industrial, causando muy graves problemas en la mayor parte de la
población argentina, y Rosario no fue la excepción.
Locomotora testigo de lo
que había significado el ferrocarril para Rosario
Uno
de los tantos hombres célebres nativos de Rosario, fue Ernesto Che Guevara. Sin
embargo, no tenía familiares en la ciudad, dado que su nacimiento había sido accidental,
durante la travesía que sus padres estaban haciendo entre la provincia de
Misiones y la ciudad de Buenos Aires.
Casa
natal de Ernesto Che Guevara, en la intersección de las calles Entre Ríos y
Urquiza
Al
dejar el área urbana, el paisaje se convirtió en monótonos campos de soja,
factor principal de las marcadas diferencias socioeconómicas de la nueva
sociedad rosarina. Y aunque pareciera insólito, era tanto el veneno que se echaba
para el control de plagas, que el campo estaba más contaminado que la ciudad.
Campos de soja del sur de
la provincia de Santa Fe
Y
muy a pesar del amor que Roberto Fontanarrosa sintiera por su ciudad, yo
siempre había afirmado que Rosario tenía todos los defectos de Buenos Aires y
ninguna de sus virtudes. Pero tanto por el alto precio de la soja, como por la
gestión del gobierno local de los últimos años, en febrero de 2008 encontré a
la ciudad muy renovada, más ordenada y limpia que en oportunidades anteriores.
Sin embargo, no todo lo que relucía era oro. Esos aspectos positivos podían
visualizarse solo en el Centro, y hasta ciertas horas de la noche, porque esa
supuesta bonanza sojera paralelamente había aumentado aun más los niveles de
pobreza en las áreas periféricas, debido al desempleo generado en las zonas
rurales con el consiguiente proceso de urbanización marginal.
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