domingo, 22 de septiembre de 2019

Un fin de semana de febrero en Mar del Plata



Como todos los años, un viernes de fines de febrero, debía tomar examen en la Universidad Nacional de Mar del Plata. Y debido a que muchos estudiantes eran del interior de la provincia de Buenos Aires y permanecían en sus casas por alquilar departamentos sólo de marzo a diciembre, y a que los locales conseguían empleos temporarios durante la temporada estival, generalmente se presentaban uno o dos alumnos a la mesa. Y, por lo tanto, quedaba libre rápidamente. Fue por esa razón, que, en el año 2008, decidí viajar con mis hijos Joaquín (23) y Martin (17), y mis nietas Ludmila (6) y Laurita (4).
Salimos a la madrugada de la terminal de ómnibus de Retiro, que estaba repleta, con la empresa El Cóndor y llegamos a Mar del Plata cinco horas después. Desayunamos juntos y mientras yo tomaba los exámenes, mi familia salía a caminar por la ciudad.
Y ya por la tarde, aprovechando un hermoso día de sol, fuimos juntos a la playa Varese, que se encontraba sobre el boulevard Peralta Ramos y la avenida Colón, en una bahía curva, formada por dos largas escolleras de piedra entre el Torreón del Monje y el cabo Corrientes, muy cerca del Centro.
Esta era la famosa playa de los Ingleses que tenía ese nombre debido a una odisea sufrida por un grupo de marinos británicos a mediados del siglo XVII durante la Guerra del Asiento, en que se enfrentaban con el Imperio español. Habían naufragado con la fragata HMS Wager en las proximidades de la isla de Chiloé, pero se las arreglaron para construir una pequeña balandra, la Speedwell, con los restos de la embarcación y con ella doblar el cabo de Hornos. Tras varias peripecias, ocho de ellos fueron abandonados en la playa contigua al cabo Corrientes, terminando dos muertos y otros dos tomados cautivos por los tehuelche, mientras que los demás fueron llevados prisioneros por los españoles a Buenos Aires.
Y si bien, ya para muchos era conocida como Varese, por el nombre de la familia propietaria del hotel Centenario, construido a principios del siglo XX en la ladera de la loma que daba a la playa, la Guerra de Malvinas, terminó de imponer este nuevo apelativo.

Vista parcial de la playa Varese


En este lugar, durante gran parte de la primera mitad del siglo XX, veraneaban los miembros de la clase alta porteña, hasta que, a fines de los años 40, con las vacaciones pagas, el aguinaldo y los hoteles de las obras sociales, pudo también hacerlo gran parte de la sociedad.

Laurita a punto de ingresar al mar en la playa Varese


Martín se divertía chapoteando…


Ludmila y Laurita frente a las olas


Las playas marplatenses tenían la particularidad de disminuir su extensión debido a la fuerte erosión marina, por lo que se habían construido escolleras tipo T de piedra para tratar de contener ese proceso, además del refulado que permitiera recuperar una porción importante de arena.

Espigón de piedras en playa Varese



Fuerte oleaje en la costa atlántica bonaerense


Ludmila chapaleando en la ola


Joaquín con su hijita Ludmila después de salir del mar


Ludmila jugando en la arena


Laurita jugando en la arena


Arena mojada durante la bajamar


Laurita y Ludmila haciendo castillitos con la arena mojada


Y al bajar el sol, rápidamente bajó la temperatura, lo que indicaba el fin de nuestra jornada playera.

Con Ludmila y Laurita al final de la jornada playera


Pero Mar del Plata no era únicamente playa, y por la noche había una gran cantidad de atractivos. Y para los chicos, el barco (terrestre) de la alegría era una buena opción porque con música y personajes recorría un buen sector de la ciudad.

Martín en el barco de la alegría


La música estridente atentaba contra los oídos de Martín


La alegría de la payasa Ludmila


La muy seria payasa Laurita


Ludmila se animó a cantar con micrófono


Ludmila con el Hombre Araña Traje Negro


Ludmila bailando con el Hombre Araña Traje Negro


Martín, Ludmila y Laurita junto al barco de la alegría “El Acantilado”


Ludmila y Laurita con Spider-Man


Típico de la costa bonaerense, el sábado amaneció nublado y con pronóstico de tormenta, y lo que nos salvó fue la existencia de lugares de recreación infantiles bajo techo, previendo estas condiciones meteorológicas.

Y se vino la tormenta…


Joaquín y Martín cuando el viento comenzaba a soplar


Ludmila en un centro de recreación infantil


Expresión de arte en un centro de recreación infantil


Laurita y Ludmila con mariposas pintadas en sus caritas


El domingo el tiempo tampoco nos acompañó, pero, de todos modos, buscando alternativas, logramos pasarla bien, que era lo único importante.



No hay comentarios:

Publicar un comentario