lunes, 3 de mayo de 2021

De New York a Washington en ómnibus

 Era el martes 13 de abril, cuando crucé la 7th Avenue desde el hotel Pennsylvania para dirigirme a Penn Station, y comprar un boleto para ir a Washington. Y grande fue mi sorpresa cuando me indicaron que el servicio que yo pretendía costaba ciento cincuenta dólares, ¡y que el más barato alcanzaba los cuarenta y nueve! Así que, resignándome, caminé hasta la terminal de ómnibus que se encontraba en la 8th Avenue entre 41st y 42st W, a unas diez cuadras, donde conseguí un pasaje por Greyhound a solo veinticinco dólares, que, en ese momento, año 2010, costaba lo mismo que entre Buenos Aires y Mar del Plata, cuya distancia por autopista era equivalente.

La terminal era bastante limitada en comparación con las de las grandes ciudades de la Argentina, sin embargo, contaba con un local de comidas de la misma empresa, donde me dispuse a desayunar. La otra diferencia respecto de las nuestras, era que nadie más que los pasajeros podían pasar al lugar de embarque, teniendo que avanzar en fila con la documentación en mano hacia una especie de túnel muy oscuro, donde se encontraban las plataformas estando prohibido detenerse y fumar.


 

Llegando a la terminal de ómnibus de New York, en la 8th Avenue entre 41st y 42nd W

 

 

El local de comidas de la empresa Greyhound

 

 

Hacia la plataforma 71 donde estaba el ómnibus con destino a Washington

 

 

Túnel oscuro en las plataformas donde estaba prohibido detenerse y fumar

  

Partimos puntualmente a las diez de la mañana y al cruzar el río Hudson, tuve una vista panorámica del perfil edilicio de una de sus márgenes, ingresando a la localidad de Weehawken, en New Jersey, una zona residencial del área metropolitana neoyorquina. Y allí se encontraba la Biblioteca Popular que ocupaba el edificio, construido en 1904, que perteneciera a la vivienda del hijo de William Peter Sr., rico cervecero, considerado el barón de la cerveza de William Peter Brewing Company. Además, en ese suburbio, había una gran cantidad de viviendas típicas, que, si bien estaban hechas de madera, mostraban contar con buenas comodidades.

 

Vista panorámica del perfil edilicio de una de las márgenes del río Hudson

 

 

La Biblioteca Pública de Weehawken

 

 

Típica vivienda neoyorquina hecha de madera

 

Enseguida tomamos la autopista 95, perteneciente al New Jersey Turnpike (NJTP), uno de los sistemas de carreteras más transitados de los Estados Unidos, y, desde allí, pude observar la terminal de contenedores y el puerto de Newark, así como la refinería de Bayway, los tanques de petróleo y una planta de materiales para soldadura en la margen izquierda del río Rahway.

Luego de la Segunda Guerra Mundial, el estado de New Jersey, había visto crecer considerablemente sus instalaciones de transporte, por lo cual, la Terminal Marítima del Puerto de New Ark-Elizabeth había llegado a ser una de las de mayor actividad en el mundo.


 

Terminal de contenedores en las inmediaciones del puerto de New Ark-Elizabeth

 

 

Pasando por el puerto de New Ark-Elizabeth

 

Junto con Linden, Elizabeth albergaba la refinería Bayway, una planta de Conoco Phillips, que proporcionaba productos derivados del petróleo al área de New York y New Jersey. Convertía petróleo crudo suministrado por buques cisterna procedentes de Canadá, el mar del Norte y África Occidental en gasolina, diesel, nafta para aviones, propano y aceite para calefacción. Además, también contaba con una petroquímica que producía lubricantes, aditivos y polipropileno. Esta refinería ha tenido y continuaba teniendo problemas ambientales y era considerada una infractora reincidente de las regulaciones en vigencia.


Refinería de Bayway entre Elizabeth y Linden, estado de New Jersey

 

 

Tanques de petróleo desde la autopista 95

 

 

Tanques de petróleo y una planta de materiales para soldadura

en la margen izquierda del río Rahway, estado de New Jersey

  

Continuamos circulando sin inconvenientes, aunque el ómnibus tenía las comodidades de un servicio común de la Argentina, y contaba con un solo conductor, que, como la mayor parte de los pasajeros, era afro-americano. Esto significaba, que quienes viajaban por este medio, pertenecían a un sector socio-económico medio bajo o bajo, ya que en Estados Unidos, quienes gozaban una mejor posición lo hacían en avión, tren o auto particular.


 

Pasajera afro-americana

  

Después de cuatro horas y media, ingresamos a Silver Spring, en el condado de Montgomery, suburbano ubicado en el estado de Maryland, que formaba parte del Área Metropolitana de Washington-Baltimore, donde hicimos una parada en la terminal de Greyhound para que descendieran algunos pasajeros.


 

Circulando por Sligo Avenue en Silver Spring, en el condado de Montgomery,

estado de Maryland, Área Metropolitana de Washingtom-Baltimore

 

 

Terminal de Greyhound en Silver Spring

  

Y en el corto trecho que faltaba para llegar a Washington D. C., pasamos por un centro de salud, por barrios residenciales con casas espectaculares y por el cementerio Rock Creek, que era propiedad del estado norteamericano.


 

Pasando por un centro de salud

 

 

Hermosas casas en el camino entre Silver Spring y Washington

 

 

Barrios residenciales en calles arboladas

 

 

Viviendas en Blair Road NW, Washington

 

 

Verdaderas mansiones en el distrito de Columbia

 

 

Cementerio de Rock Creek

 

 

Propiedad del estado de los Estados Unidos

 

 

Detalle del cementerio de Rock Creek

 

Siendo las tres de la tarde arribamos a la terminal de Washington desde donde tomé un subte hasta College Park, un suburbio donde me hospedaría.


 

Llegada a la terminal de ómnibus de Greyhound en Washington

 

 

Interior de la terminal de ómnibus de Washington

  

El sitio que había reservado para alojarme estaba ubicado sobre la avenida Baltimore, a unas veinticinco cuadras de la estación, así que tomé un taxi para llegar a mi destino.

El taxista, de origen africano, enseguida me preguntó de dónde era. Y cuando le dije que era argentina, pegó un grito de asombro y alegría al mismo tiempo, y ante mi desconcierto, estacionó repentinamente el auto a un costado del camino, se levantó su remera, y me mostró que en la espalda tenía un tatuaje en tamaño real del número 10, con la inscripción “MARADONA”. Desde ese momento, no hicimos otra cosa que hablar del Diego, y de cuánto, ambos lo admirábamos, comentándome que en Etiopía era un ídolo para todos los que amaban el fútbol.

Yo me sentía en deuda con una persona que procediendo de tan lejos, sintiera semejante amor por alguien de mi país. Quería obsequiarle algo, y buscando entre los souvenirs que siempre llevo en los viajes para mis colegas y amigos, lo único que encontré adecuado, fue un llavero con la pelota de Boca. Le comenté que ese era uno de los equipos en que Maradona había jugado en la Argentina, y que pretendía que lo guardara de recuerdo. ¡No sabía cómo agradecérmelo! Y al finalizar el recorrido, no me quería cobrar el viaje. Yo le dije que no podía aceptar ese gesto, por lo que arreglamos solamente una rebaja.

El hotel era muy simple, pero muy bonito, y muy cómodo para mis expectativas, ya que el precio muy accesible para mi presupuesto se justificaba por la lejanía respecto del Centro de Washington. Estaba rodeado por jardines, tenía una piscina cubierta, e internet gratis una hora por día en el lobby. La habitación contaba con dos enormes y mullidas camas con varias almohadas, y algo importantísimo para mí, una bañera para tener baños de inmersión y una cafetera con sacos grandes de café molido para poder tomarlo en cualquier momento.


Me instalé en un hotel de College Park


  

 Jardines del hotel

 

 

Piscina cubierta

 

 

Cómoda habitación con ventana al jardín

 

 

Dos enormes camas para mí sola

 

 

Muy buena relación calidad-precio

 

 

¡Bañera y cafetera! Lo ideal para mí

  

Después de acomodar un poco mi ropa y descansar un rato, decidí salir a comer algo ya que no probaba bocado desde la mañana. Y cuando le pregunté a la mujer afro-americana que atendía en el mostrador qué podía tomar para llegar a la estación de subte cercana, me dijo que ni se me ocurriera salir sola porque ya era muy tarde, ¡como las cinco y cuarto! Que, si ella tenía problemas, muchos más los iba a sufrir yo. Que me recomendaba que fuera a cenar por la zona y que regresara temprano, indicándome “un buen restorán” a dos cuadras por la ruta. Después de caminar esos doscientos metros bajo la lluvia, ¡me encontré con que se trataba de un PIZZA HUT! Tenía hambre, hacía frío y estaba mojada, así que como no tenía otra opción y entré, pero me negué a comer esa horrible pizza que parecía de papel y con escasos agregados, por lo que pedí el plato del día que consistía en una pasta. Y cuando le pregunté a la mesera cómo era la salsa, fue a buscar a la cocinera para que me lo explicara mejor. Como esta mujer resultó ser mexicana, nos pusimos a hablar en español y le pedí que no incluyera el pollo. Como estaba tan contenta de poder platicar en su idioma con alguien que conocía la capital de su país, me trajo ella misma el plato a la mesa, agregándole “picantito para una latina”. Si había algo que no me agradaba era justamente la comida condimentada, pero de todos modos se lo agradecí, porque no me parecía justo despreciarla cuando había querido complacerme. Y, como era tradicional, la bebida que acompañaba la cena era el café en una enorme taza, pero por lo liviano de la preparación, semejaba un simple té.


 

Pizza y pasta con enormes tazas de café

 

Y siendo las ocho de la noche ya estaba acostada, tanto porque no había nada para hacer como porque al día siguiente debía levantarme temprano para comenzar con mis actividades académicas; y si bien ya había pasado un buen rato, seguía con la lengua afuera y tomando mucha agua, para apagar el incendio que me había producido consumir picantes.



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