Era el martes 13 de abril, cuando crucé la 7th Avenue desde el hotel Pennsylvania para dirigirme a Penn Station, y comprar un boleto para ir a Washington. Y grande fue mi sorpresa cuando me indicaron que el servicio que yo pretendía costaba ciento cincuenta dólares, ¡y que el más barato alcanzaba los cuarenta y nueve! Así que, resignándome, caminé hasta la terminal de ómnibus que se encontraba en la 8th Avenue entre 41st y 42st W, a unas diez cuadras, donde conseguí un pasaje por Greyhound a solo veinticinco dólares, que, en ese momento, año 2010, costaba lo mismo que entre Buenos Aires y Mar del Plata, cuya distancia por autopista era equivalente.
La
terminal era bastante limitada en comparación con las de las grandes ciudades
de la Argentina, sin embargo, contaba con un local de comidas de la misma
empresa, donde me dispuse a desayunar. La otra diferencia respecto de las
nuestras, era que nadie más que los pasajeros podían pasar al lugar de
embarque, teniendo que avanzar en fila con la documentación en mano hacia una
especie de túnel muy oscuro, donde se encontraban las plataformas estando
prohibido detenerse y fumar.
Llegando a la terminal
de ómnibus de New York, en la 8th Avenue entre 41st y 42nd W
El
local de comidas de la empresa Greyhound
Hacia la plataforma 71
donde estaba el ómnibus con destino a Washington
Túnel oscuro en las
plataformas donde estaba prohibido detenerse y fumar
Partimos
puntualmente a las diez de la mañana y al cruzar el río Hudson, tuve una vista
panorámica del perfil edilicio de una de sus márgenes, ingresando a la
localidad de Weehawken, en New Jersey, una zona residencial del área
metropolitana neoyorquina. Y allí se encontraba la Biblioteca Popular que
ocupaba el edificio, construido en 1904, que perteneciera a la vivienda del
hijo de William Peter Sr., rico cervecero, considerado el barón de la cerveza
de William Peter Brewing Company. Además, en ese suburbio, había una gran
cantidad de viviendas típicas, que, si bien estaban hechas de madera, mostraban
contar con buenas comodidades.
Vista panorámica del
perfil edilicio de una de las márgenes del río Hudson
La Biblioteca Pública
de Weehawken
Típica vivienda
neoyorquina hecha de madera
Enseguida tomamos la
autopista 95, perteneciente al New Jersey Turnpike (NJTP), uno de los sistemas
de carreteras más transitados de los Estados Unidos, y, desde allí, pude
observar la terminal de contenedores y el puerto de Newark, así como la
refinería de Bayway, los tanques de petróleo y una planta de materiales para
soldadura en la margen izquierda del río Rahway.
Luego de la Segunda
Guerra Mundial, el estado de New Jersey, había visto crecer considerablemente
sus instalaciones de transporte, por lo cual, la Terminal Marítima del Puerto
de New Ark-Elizabeth había llegado a ser una de las de mayor actividad en el
mundo.
Terminal de
contenedores en las inmediaciones del puerto de New Ark-Elizabeth
Pasando por el puerto
de New Ark-Elizabeth
Junto con Linden,
Elizabeth albergaba la refinería Bayway, una planta de Conoco Phillips, que
proporcionaba productos derivados del petróleo al área de New York y New
Jersey. Convertía petróleo crudo suministrado por buques cisterna procedentes
de Canadá, el mar del Norte y África Occidental en gasolina, diesel, nafta para
aviones, propano y aceite para calefacción. Además, también contaba con una
petroquímica que producía lubricantes, aditivos y polipropileno. Esta refinería
ha tenido y continuaba teniendo problemas ambientales y era considerada una
infractora reincidente de las regulaciones en vigencia.
Refinería de Bayway
entre Elizabeth y Linden, estado de New Jersey
Tanques de petróleo
desde la autopista 95
Tanques de petróleo y
una planta de materiales para soldadura
en la margen izquierda
del río Rahway, estado de New Jersey
Continuamos circulando
sin inconvenientes, aunque el ómnibus tenía las comodidades de un servicio
común de la Argentina, y contaba con un solo conductor, que, como la mayor
parte de los pasajeros, era afro-americano. Esto significaba, que quienes
viajaban por este medio, pertenecían a un sector socio-económico medio bajo o
bajo, ya que en Estados Unidos, quienes gozaban una mejor posición lo hacían en
avión, tren o auto particular.
Pasajera
afro-americana
Después de cuatro horas y
media, ingresamos a Silver Spring, en el condado de Montgomery, suburbano
ubicado en el estado de Maryland, que formaba parte del Área Metropolitana de
Washington-Baltimore, donde hicimos una parada en la terminal de Greyhound para
que descendieran algunos pasajeros.
Circulando por Sligo
Avenue en Silver Spring, en el condado de Montgomery,
estado de Maryland,
Área Metropolitana de Washingtom-Baltimore
Terminal de Greyhound
en Silver Spring
Y en el corto trecho que
faltaba para llegar a Washington D. C., pasamos por un centro de salud, por
barrios residenciales con casas espectaculares y por el cementerio Rock Creek,
que era propiedad del estado norteamericano.
Pasando por un centro
de salud
Hermosas casas en el
camino entre Silver Spring y Washington
Barrios residenciales
en calles arboladas
Viviendas en Blair
Road NW, Washington
Verdaderas mansiones
en el distrito de Columbia
Cementerio de Rock
Creek
Propiedad del estado
de los Estados Unidos
Detalle del cementerio
de Rock Creek
Siendo
las tres de la tarde arribamos a la terminal de Washington desde donde tomé un
subte hasta College Park, un suburbio donde me hospedaría.
Llegada a la terminal
de ómnibus de Greyhound en Washington
Interior de la
terminal de ómnibus de Washington
El
sitio que había reservado para alojarme estaba ubicado sobre la avenida
Baltimore, a unas veinticinco cuadras de la estación, así que tomé un taxi para
llegar a mi destino.
El
taxista, de origen africano, enseguida me preguntó de dónde era. Y cuando le
dije que era argentina, pegó un grito de asombro y alegría al mismo tiempo, y
ante mi desconcierto, estacionó repentinamente el auto a un costado del camino,
se levantó su remera, y me mostró que en la espalda tenía un tatuaje en tamaño
real del número 10,
con la inscripción “MARADONA”. Desde ese momento, no hicimos otra cosa que hablar del Diego, y de
cuánto, ambos lo admirábamos, comentándome que en Etiopía era un ídolo para
todos los que amaban el fútbol.
Yo
me sentía en deuda con una persona que procediendo de tan lejos, sintiera semejante
amor por alguien de mi país. Quería obsequiarle algo, y buscando entre los
souvenirs que siempre llevo en los viajes para mis colegas y amigos, lo único
que encontré adecuado, fue un llavero con la pelota de Boca. Le comenté que ese
era uno de los equipos en que Maradona había jugado en la Argentina, y que
pretendía que lo guardara de recuerdo. ¡No sabía cómo agradecérmelo! Y al
finalizar el recorrido, no me quería cobrar el viaje. Yo le dije que no podía
aceptar ese gesto, por lo que arreglamos solamente una rebaja.
El
hotel era muy simple, pero muy bonito, y muy cómodo para mis expectativas, ya
que el precio muy accesible para mi presupuesto se justificaba por la lejanía
respecto del Centro de Washington. Estaba rodeado por jardines, tenía una piscina
cubierta, e internet gratis una hora por día en el lobby. La habitación contaba
con dos enormes y mullidas camas con varias almohadas, y algo importantísimo
para mí, una bañera para tener baños de inmersión y una cafetera con sacos
grandes de café molido para poder tomarlo en cualquier momento.
Me instalé en un hotel
de College Park
Piscina cubierta
Cómoda habitación con
ventana al jardín
Dos enormes camas para
mí sola
Muy buena relación calidad-precio
¡Bañera y cafetera! Lo
ideal para mí
Después
de acomodar un poco mi ropa y descansar un rato, decidí salir a comer algo ya
que no probaba bocado desde
la mañana. Y cuando le pregunté a la mujer afro-americana que atendía en el
mostrador qué podía tomar para llegar a la estación de subte cercana, me dijo
que ni se me ocurriera salir sola porque ya era muy tarde, ¡como las cinco y
cuarto! Que, si ella tenía problemas, muchos más los iba a sufrir yo. Que me
recomendaba que fuera a cenar por la zona y que regresara temprano, indicándome
“un buen restorán” a dos cuadras por la ruta. Después de caminar esos
doscientos metros bajo la lluvia, ¡me encontré con que se trataba de un PIZZA
HUT! Tenía hambre, hacía frío y estaba mojada, así que como no tenía otra
opción y entré, pero me negué a comer esa horrible pizza que parecía de papel y
con escasos agregados, por lo que pedí el plato del día que consistía en una
pasta. Y cuando le pregunté a la mesera cómo era la salsa, fue a buscar a la
cocinera para que me lo explicara mejor. Como esta mujer resultó ser mexicana,
nos pusimos a hablar en español y le pedí que no incluyera el pollo. Como
estaba tan contenta de poder platicar en su idioma con alguien que conocía la
capital de su país, me trajo ella misma el plato a la mesa, agregándole
“picantito para una latina”. Si había algo que no me agradaba era justamente la
comida condimentada, pero de todos modos se lo agradecí, porque no me parecía
justo despreciarla cuando había querido complacerme. Y, como era tradicional,
la bebida que acompañaba la cena era el café en una enorme taza, pero por lo
liviano de la preparación, semejaba un simple té.
Pizza y pasta con
enormes tazas de café
Y siendo las ocho de la noche ya estaba acostada, tanto porque no había nada para hacer como porque al día siguiente debía levantarme temprano para comenzar con mis actividades académicas; y si bien ya había pasado un buen rato, seguía con la lengua afuera y tomando mucha agua, para apagar el incendio que me había producido consumir picantes.
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