De La Rioja a Aimogasta, la Ruta Nacional Nro. 75 era el “camino de la costa”
Se
trataba de una ruta tan bonita como peligrosa, en la cual se habían producido
muchos accidentes, lo que se ponía de manifiesto por la cantidad de cruces y
oratorios en las banquinas. Y tal cual como en muchas otras carreteras
argentinas, en especial en el sector árido del país, se rendía culto a la
Difunta Correa, cuya principal ofrenda era el agua. Esto se debía a que “la milagrosa
mujer” muriera en el desierto sanjuanino mientras que su hijo continuara
amamantándose, salvando así su vida.
En este viaje, durante septiembre de 2010, la Ruta Nacional Nro. 75 ya estaba totalmente asfaltada. Cuando yo la había recorrido en julio de 1969, había un extenso tramo de ripio que obligaba a presionar fuertemente el parabrisas con los dedos, para amortiguarlo ante las piedras que pudieran despedirse a partir de la circulación de otro vehículo por la mano contraria; pero continuaba tan angosta como entonces, con un solo carril de cada mano.
Rura Nacional Nro. 75
Estábamos
circulando por un valle longitudinal que marcaba el límite entre la ladera
montañosa y los llanos.
La costa se encontraba en el borde oriental del Velazco
La principal característica de la costa eran los precipicios, muy profundos e impactantes. La carretera serpenteaba entre las montañas, pudiéndose tener una vista diferente en cada curva.
Plantas
xerófilas en primer plano e higrófilas en las márgenes del arroyo
Debido a las particularidades topográficas y climáticas, La Rioja siempre se había caracterizado por la abundancia de caprinos que se criaban en grandes extensiones, donde los animales pastaban libremente, ya que se adaptaban perfectamente tanto a los desniveles del terreno como a la aridez.
Cría de cabras en la costa riojana
Pero últimamente habían surgido establecimientos donde se realizaba una producción intensiva utilizando menor espacio y mayor capital. Los animales se concentraban en establos y disponían de un estrecho lugar para desplazarse.
Criadero de cabras
capital intensivo
No
existía en estas granjas pastaje natural, sino que los alimentos eran proveídos
artificialmente, en horarios pre-determinados.
Productor de origen
francés dándole el biberón a un pequeño cabrito
La
reproducción de los animales se hacía mediante inseminación artificial, y se
respetaban todas las normas sanitarias consideradas a nivel internacional.
Ejemplar macho con su
cornamenta
De esa manera se habían mejorado sustancialmente las condiciones de trabajo de quienes estaban a cargo de su cuidado y la calidad de los subproductos.
Se había mejorado la
sanidad animal estando a cargo de veterinarios
De este ganado se aprovechaban tanto la lana para tejidos rústicos como la piel para la elaboración de carteras, alfombras y cubrecamas.
Tanto la lana como la piel eran muy abrigadas
La carne
y la leche también eran muy consumidas en la zona. Eran típicos los asados de
cabrito, así como los quesillos de cabra.
A
partir de las ordeñadoras mecánicas se había aumentado el rendimiento y
mejorado los niveles de higiene. Las cabras una vez determinado su lugar, se
ubicaban solas junto a la ordeñadora que les correspondía.
Ordeñadoras mecánicas
para la obtención de leche de cabra
El
dulce de leche de cabra era otro de los productos que habían comenzado a comercializarse
en los últimos tiempos.
Seguimos rumbo al norte y al llegar a Aminga, cabecera del departamento Castro Barros, vimos las consecuencias sobre las casas más viejas, del terrible terremoto que se había producido en Chile meses atrás.
Las casas de los pueblos de la costa no eran sismoresistentes
En pocos minutos más llegamos a Anillaco, pero no entramos al pueblo, sino que seguimos un trecho más hasta llegar al aeropuerto.
El
Aeropuerto Internacional de Anillaco fue la obra más faraónica del menemismo. Se
construyó en 1997, con un costo de casi un millón de dólares, sufragados por la
Fuerza Aérea Argentina. La pista tenía una longitud de dos mil cuatrocientos
metros, mayor que la del Aeroparque “Jorge Newbery” de la ciudad de Buenos
Aires, que sólo alcanzaba los dos mil cien metros. Pero la gran diferencia estaba
en que el Área Metropolitana de Buenos Aires alcanzaba los trece millones de
habitantes, mientras que Anillaco apenas llegaba a mil. Y que el Aeroparque
sostenía todos los vuelos de cabotaje, llegando a más de trescientas
operaciones diarias, y que el riojano, fuera usado casi con exclusividad por
Carlos Menem y sus secuaces, mientras fue presidente. Y aunque podía soportar a
un Hércules, nunca se exportaron desde allí las famosas aceitunas por las
cuales, supuestamente, se había justificado su construcción.
Imagen satelital de Anillaco y de la pista de aterrizaje, más
larga que el pueblo
Cuando
nosotros llegamos hacía casi una década que no se utilizaba, lo único que podía
verse era un portón metálico cerrado con candado y un paredón de piedra.
Portón cerrado con candado en el
Aeropuerto Internacional de Anillaco
De lejos vimos unos carteles pegados y supusimos que brindaban alguna información respecto de posibles ingresos, pero sólo se trataba de anuncios de venta de cuchillos artesanales y otras cosas dirigidas a los turistas, que, como nosotros, por una cuestión de curiosidad se acercaban al lugar.
Con Solange y Omar en la puerta del Aeropuerto Internacional
de Anillaco
No había vigilancia, el asfalto estaba agrietado, con bosta de animales, y no quedaban rastros de las balizas que la iluminaron, sólo cables arrancados; apenas si había un contenedor, pintado de rojo y blanco para que se divisara desde el aire, con gabinetes desarmados de artefactos electrónicos y circuitos integrados, desguazados de lo que alguna vez fuera una estación meteorológica, donde los pájaros hicieron sus nidos.
Cabecera de pista en el Aeropuerto Internacional de Anillaco
Las
malas lenguas del lugar decían que la pista estaba siendo utilizada para vuelos
clandestinos. Pero nosotros les dijimos que eso no podía ser factible debido al
mal estado de las instalaciones, a lo que nos respondieron que se trataba de
aproximaciones sin aterrizaje, volcando el cargamento desde el aire. Todo era
posible, porque tanto en La Rioja como en gran parte del territorio argentino
había muchas otras pistas naturales que respondían a esos objetivos.
La pista, paralela a la Ruta Nacional Nro. 75
Y ya el
cartel de bienvenida, no estaba dirigido a quienes llegaran vía aérea, sino vía
terrestre, por visitarse el aeropuerto como ruina de los tiempos del sultanato.
Omar junto al cartel de bienvenida situado
en las ruinas del aeropuerto
El guía nos
propuso continuar hacia el norte para conocer otras pequeñas poblaciones, y fue
así como retomamos la ruta, pasamos por Anjullón, hicimos diez kilómetros más,
doblamos hacia el oeste, y al cabo de otros siete kilómetros llegamos a San
Pedro, último pueblo de la costa riojana.
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