Después de
cuatro años regresé a la Triple Frontera llevando a mi hijo Martín de once
años, quien sufría Síndrome de Autismo; y pensé que una nueva visita a las
Cataratas podría agradarle mucho.
Nos hospedamos
en la Residencial Paquita, frente a la terminal de ómnibus, que era un lugar
modesto pero limpio y cómodo. Y aprovechando la suave temperatura del invierno,
salimos a hacer una larga caminata. Pasamos por el puerto y luego fuimos hasta
el punto tripartito. Desde el monolito argentino pudimos ver claramente la
confluencia de los ríos Iguazú y Paraná, y los mojones de Brasil y de Paraguay.
Al día
siguiente salimos hacia el Parque Nacional Iguazú. Al llegar tomamos el
trencito “ecológico” cuya construcción demandó la tala de gran cantidad de
árboles del Parque. El Hotel Cataratas abandonado, el Sheraton cual elefante
blanco en medio de la selva y las nuevas pasarelas metálicas oxidadas a pocos
meses de inauguradas, me produjeron un enorme desagrado. Para mí, que conocía
el lugar desde hacía casi treinta años, todo me parecía un horror. También noté
la disminución de aves, cuyos gorjeos había podido grabar en viajes anteriores.
Durante muchos años, Argentina protestó ante Brasil por un helicóptero que
sobrevolaba las Cataratas con fines turísticos, y ahora, de nuestro lado teníamos
un aeropuerto internacional cuyos sonidos se expandían por toda el área, amén
de los sistemas para dispersar aves que se utilizaban por razones de seguridad
aeronáutica. No obstante, traté de quitarme la mufa de encima y disfrutar de lo
que mucho que aún quedaba.
Pero a poco de comenzar el recorrido, en
medio de las pasarelas, un gran número de mariposas anaranjadas y azules comenzaron
a revolotear a nuestro alrededor. Y fue así como Martín sufrió una fuerte crisis
con gritos agudos y endurecimiento de sus miembros, sin poder seguir caminando.
Lo abracé muy fuerte y traté de calmarlo. Como las mariposas no se iban,
permanecí así un buen rato hasta que finalmente logró llorar (algo muy difícil
para un autista), y luego, lentamente se tranquilizó y comenzó a sonreir. Era
como un shock de sensaciones que brindaba este paradisíaco lugar. Él se cerraba
al mundo, y el mundo le entraba por los poros. Un verdadero sacudón. El impacto
fue tan positivo que comenzó desde ese momento a disfrutar de muchas más
vivencias, incluso cuando las abejas se posaban en su vaso de 7UP en que largaba
una carcajada…
Para él, que sólo
existía el presente, le permitió desde entonces, recordar el pasado y aunque
con pocas palabras, contar lo sucedido. Es lo que siempre sentí, que este
paisaje se le mete a uno muy adentro. Agua, sol, vegetación, animales, tierra
roja…, ¡mucha vida! Imposible estar deprimido.
Estábamos en
junio de 2002 y se estaba jugando en Japón la final del Mundial de Fútbol entre
Brasil y Alemania. Por lo tanto, era un día muy especial para ir a Foz do
Iguaçu.
Era increíble
lo que se podía ver. Banderas que cubrían edificios de varios pisos, autos de
buena marca y modelo, pintados de verde y amarillo, y absolutamente toda la
gente cubierta con prendas, gorros y maquillajes en alusión al partido.
Finalmente, Brasil se clasificó pentacampeón y la fiesta dio rienda suelta.
Música, cantos, bailes, disfraces, comparsas, fuegos artificiales, semejaban un
verdadero carnaval de invierno. Y como no podía ser de otra manera, las murgas
cruzaban al lado argentino tirando petardos ¡por si no nos enteramos!, ya que
la mayoría de los argentinos iba por los germanos. No era mi caso.
Nuevamente fuimos
hacia el Puente de la Amistad, pero no a comprar nada, sino a observar y
fotografiar, ya que me parecía un espectáculo felliniano.
Uno, dos, tres,
otro, otro más, más y más camiones cargados de mercaderías cruzaban sin que
nadie los controlara… Pero, algún turista desprevenido en un buen coche parecía
el culpable de todos los males, y era revisado hasta los dientes. A algunos les
desarmaban el tablero del auto, mientras a su lado pasaban multitudes cargando
de todo en las manos, la cabeza y la espalda… La situación era realmente
grotesca.
Ciudad del Este
había crecido aún más y era el centro de compras de toda la región con un
umland que abarcaba a Buenos Aires, Sao Paulo y Rio de Janeiro.
Tanto Ciudad
del Este como Foz do Iguaçu presentaban altos grados de criminalidad, en
especial de asesinatos referentes a mafias de contrabando de mercancías y
prácticas ilegales con personas, ya fuera adultas o menores de edad.
Paraguay
prácticamente carecía de industrias y recibía sin impuestos productos de todas
partes del mundo, que en muchos casos se utilizaban como simples envases de
sustancias que ofrecían mejor precio en el mercado.
Los medios de
comunicación atribuían la inseguridad a la presencia de Bin Laden en la zona,
lo que sinceramente sonaba al menos como ridículo, pero era la forma de justificar
una base norteamericana.
Sin embargo, esta
región, y en especial el Paraguay, no era solamente comercio ilegal y “malas
costumbres”; era una zona muy rica en cultura, en especial la guaraní.
Tengo el
convencimiento de que la expresión de la gente y en especial la música como
forma de comunicación, reflejan la geografía en que se vive.
La música es
una de las expresiones más singulares e identificadoras del Paraguay. Entre los
siglos XVII y XVIII, los Jesuitas notaron que los guaraníes tenían buen talento
musical, y en sus misiones los nativos se interiorizaban en la música europea
con muy buenos intérpretes, aunque nunca compusieron. La misma apareció con
connotaciones propias a mediados del siglo XIX. La Polca, que adoptó el nombre de un ritmo europeo, era la forma más
típica, y tenía sus versiones ligeramente distintas en la Galopa, el Kyre’ÿ y
la Canción Paraguaya. Los instrumentos principales eran la guitarra y el arpa.
Tanto en
Misiones, Brasil como Paraguay, la gente gritaba al hablar y lo hacía velozmente.
Tal vez necesitaban tapar con su voz los sonidos de la naturaleza. Las galopas,
las guaranias, la batucada son rápidas, aparentemente alegres, aunque los temas
que se interpreten sean tristes. Y esa era otra de las razones que me llevaban seguido
a estas tierras.
Cuando
estuvimos de vuelta en casa, para sorpresa de sus hermanos, Martín les dijo: “Cataratas…,
mucha agua, mariposas anaranjadas, azules, ‘ovejas’ tomaban Seven Ap… Cohetes…
¡son los brasileros!!!"
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