En setiembre de 2002,
pese a la crisis que se estaba viviendo en el país, pudo llevarse a cabo en
Puerto Iguazú, el Cuarto Encuentro Internacional Humboldt. La salida de la
convertibilidad afectó considerablemente los bolsillos de los argentinos, que
en muchos casos, quedamos endeudados en dólares. Además, en algunas provincias
comenzaron a emitir bonos que no tenían valor fuera de ellas y tampoco servían
para hacer compras en empresas nacionales o privadas. Pero esta situación que
impidió la asistencia de geógrafos de provincias próximas como los casos de
Formosa y Entre Ríos, entre otras, favoreció la llegada de los extranjeros por
el abaratamiento de los costos argentinos. Y si bien el Encuentro contó con la
participación de chilenos y mexicanos, tal como había ocurrido en otras
ocasiones, la mayor participación por cercanía y diferencia de precio fue la de
los brasileros. En esa ocasión también contamos con la presencia de José
Panadero Moya, de la Universidad de Castilla La Mancha, España.
Además de las
conferencias, paneles, talleres y presentación de ponencias aprovechamos para
realizar algunas salidas con el fin de que los participantes pudieran conocer
la realidad geográfica del lugar.
Puerto Iguazú
(Argentina) era una de las ciudades de la Triple Frontera, las otras eran Foz
do Iguaçu (Brasil) y Ciudad del Este (Paraguay). Allí confluían los ríos Iguazú
y Paraná, y desde el monolito de Argentina, se podían ver los de los otros dos
países, sin ninguna dificultad.
Pero la principal
atracción fueron las Cataratas del Iguazú, cuyo recorrido comenzaba con un
trencito denominado “ecológico”, pese a la cantidad de árboles que habían
talado para construirlo y que a mi entender era mucho más agresivo que las
formas de arribo anteriores. Por otra parte, las pasarelas metálicas, oxidadas
al poco tiempo de haber sido instaladas no me parecían una buena idea,
prefiriendo las anteriores de madera; y el Hotel Sheraton dentro del Parque
Nacional, un verdadero elefante blanco. Durante muchos años, Argentina ejerció
protestas contra Brasil por el helicóptero que utilizaban para sobrevolar las
Cataratas con fines turísticos, y ahora teníamos el Aeropuerto Internacional, donde
se tiraban petardos para ahuyentar a las aves, y que, con el ruido de los
aviones de gran porte, espantaban a todas las que sobrevolaban a gran cantidad
de kilómetros a la redonda. Téngase en cuenta que muchas de ellas eran las que
realizaban la polinización dentro del Parque, que era prácticamente la única
parte de la provincia de Misiones en que podíamos encontrar el bioma selva o
bosque subtropical. Tampoco se prevenía a los turistas para que evitaran hablar
fuerte o gritar, y pareciera que con la intención de tapar los sonidos
naturales del lugar (caída de las aguas y canto de los pájaros), vociferaran
con más intensidad que en otros paseos. Algunos hicimos el recorrido por las
Cataratas durante el día, y otros, aprovecharon que en esos días había luna
llena y lo pudieron disfrutar de noche.
Otra de las salidas
propuestas era el cruce a Brasil para poder ver las Cataratas desde el mirador,
y visitar la represa de Itaipú que se encontraba sobre el río Paraná y la
compartían Brasil y Paraguay. El problema se nos presentaba con los
mexicanos ya que necesitaban visa para ingresar a Brasil, por ser miembros del
TLC (Tratado de Libre Comercio), y al no estar al tanto de esta programación,
no la habían gestionado. Además, deberían haber pagado cien dólares, tal cual
como si fueran estadounidenses. Entonces le pedimos al Cónsul de Brasil en
Puerto Iguazú, quien estaba participando de nuestro Encuentro, que les
extendiera algún permiso especial para pasar a Foz, sólo por algunas horas. Él
nos dijo que para poder hacer eso, debía mandar a pedir ese permiso a Brasilia
y esperar que formalmente le contestaran, y que ese trámite no llevaría menos
de un mes, pero nos confirmó que no íbamos a tener problema en pasar igual, ya
que nadie controlaría.
Salimos en dos
camionetas con alrededor de quince personas cada una. Íbamos argentinos, brasileros,
chilenos y mexicanos. Llegamos a la frontera del lado argentino y sin que nos
bajáramos, nos dieron una caja de zapatos para que pusiéramos nuestros
documentos adentro. Así, lo hicimos y el agente se los llevó a la oficina. No
pasaron ni cinco minutos y volvió. Pensamos que habría algún problema. ¡Pero
noooo! Nos hizo la venia, y nos dijo que ya los habían controlado y que estaba
todo en orden. ¡Mentira! No hubo tiempo material para poder revisarlos. Y así
cruzamos el puente. Del lado brasilero, nos saludaron gentilmente y nada más.
Así pudimos sacar fotos de las Cataratas y recorrer la represa. Además, en
Itaipú nos mostraron un documental con la historia de toda la obra. Caminamos
por Foz do Iguaçu y tomamos algo fresco, pero todo estaba muy caro para los
argentinos devaluados.
Al día
siguiente en Puerto Iguazú se largó una de esas tormentas tropicales, en que
era muy abundante la cantidad de agua y caía con mucha fuerza. Recuerdo que
nuestro colega Vladimir Misetic se había ido al patio del hotel a disfrutar de
la lluvia. Para él estar en un lugar donde llovían más de dos mil milímetros
anuales era fascinante, porque residía en Antofagasta, pleno desierto chileno.
Todas las
noches íbamos a caminar por Puerto Iguazú, que, a diferencia de su gemela
brasileña, era una ciudad muy segura y conservaba sus locales abiertos hasta
tarde a la noche. En esa región, por ser fronteriza, se mezclaban platos de uno
y otro país, así que además de frutas y verduras tropicales, muchas veces
salíamos a comer galetos, que se trataba de pequeños trozos de carne de vacuno
o pollo y verduras, clavados en pinches de madera y asados.
Ese Encuentro
que contó con alrededor de ciento cincuenta personas, permitió un mayor
acercamiento con nuestros colegas y desde entonces, establecimos grandes
amistades con muchos de ellos.
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