La noche del 19
de noviembre de 2002, Omar y yo subimos en la terminal de ómnibus de Retiro a
un coche cama rumbo a la ciudad de Neuquén. Sirvieron la cena, y mientras
pasaban una película me dormí profundamente. Cuando me desperté, ya estábamos
en la ciudad rionegrina de Cipolletti, justo enfrente, río Neuquén de por
medio, de nuestro destino.
Buscamos un
alojamiento de nivel medio, pero en la capital neuquina, todo era muy caro, y
no existían temporadas bajas. Evidentemente los petroleros eran quienes
levantaban los precios de todo por su capacidad adquisitiva. Así que nos
ubicamos en un hotel de la zona comercial adyacente a la terminal de ómnibus,
pero que a pesar del precio y de su fachada dejaba bastante que desear.
Ese día
comenzaban las Jornadas Nacionales sobre “La Región: un ámbito para la
Planificación y la Acción”, en la Universidad Nacional del Comahue, y si bien la
actividad estaba a cargo de varios colegas de esa universidad, el Prof. Julio
Anguita era quien llevaba la batuta. Nosotros tendríamos las funciones de
moderadores y expositores por lo que le dedicamos todo el tiempo. Las
discusiones fueron tan fuertes como interesantes, y conocimos a gente muy
valiosa, que trataba el tema de la región desde diferentes disciplinas y puntos
de vista.
En los escasos momentos
libres salimos a caminar por la ciudad. Yo conocía Neuquén desde casi treinta
años atrás cuando estaba en su mejor momento, con un gran movimiento, y mucha
esperanza en las calles. Pero, en los últimos tiempos, la notaba cada vez más
caída, y sin duda, esto se debía a las crisis que le habían impactado, tanto la
referida a la actividad frutícola del Alto Valle del Río Negro, como a la
privatización de YPF en manos de Repsol. Por otra parte, la estación de
ferrocarril que ya no funcionaba, y que fuera una de las utilizadas por el
famoso tren zapalero, era otro indicio de las consecuencias de las nefastas
políticas económicas llevadas a cabo durante la década de los ’90.
Una de las cosas
que nos llamó la atención fue no sólo que había menos librerías, sino la gran
cantidad de clínicas privadas especializadas en cirugía plástica. Obviamente la
población local no era suficiente mercado para una localización de ese nivel.
Pero lo que ocurría era que debido al tipo de cambio que las beneficiaba, una
gran cantidad de chilenas cruzaban la Cordillera para hacerse el lifting en la
ciudad de Neuquén, en manos de profesionales de Buenos Aires, que viajaban
periódicamente. Es decir, que se utilizaba el territorio simplemente como un
lugar de encuentro. Y para eso, en muchos casos, se organizaban actividades
académicas o empresariales, a las cuales asistían los hombres mientras sus
mujeres renovaban su apariencia.
Las Jornadas se
cerraron el viernes 22 al mediodía con un servicio de lunch donde aprovechamos
para hacer un brindis por el Día del Geógrafo. Pero, además, yo ese mismo día
cumplía medio siglo y nunca había pasado esa fecha sin apagar velitas. Por lo
tanto, compramos una torta y fuimos a hacer un mini e improvisado festejo a la
casa de Gerardo de Jong y Susana Bandieri.
Al día
siguiente Julio nos llevó en su auto a recorrer diferentes localidades que ya
habían quedado unidas a Neuquén Capital, debido a un crecimiento demográfico
más que acelerado, aumentando así su marginalidad, que en muchos casos era
extrema. Pero cuando llegamos a Cinco Saltos, lugar de su residencia, el
impacto fue mayor. Cinco Saltos era una localidad que si bien pertenecía a la
provincia de Río Negro, siempre había sido una pequeña perlita de sosiego a tan
sólo veinte kilómetros del conurbano neuquino. Pero se había convertido en un
lugar semejante a los barrios más peligrosos de Nueva York. El deterioro social
era tremendo, tanto en jóvenes de bajos recursos como de quienes pertenecían a
familias de buen pasar. Los graffiti, las jeringas y los rostros con miradas
perdidas, así lo demostraban.
Antes de tomar
el micro de regreso, Julio nos despidió con una cena en un restorán tan
sencillo como bonito en el Centro de Neuquén. Nosotros habíamos mantenido con él
una muy buena relación por años, ya que muchos sábados almorzábamos juntos en
Mar del Plata, después de dictar nuestras respectivas clases en la Universidad.
Julio, al margen de su gran responsabilidad, mostraba un gesto adusto en el
aula, pero fuera de ella era muy abierto y divertido. Y era un placer conversar
con alguien que no perdiera el sentido del humor a pesar de los malos tragos
que le habían tocado vivir.
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