En abril de 2003 se
hacía en Mérida - México, el IX Encuentro de Geógrafos de América Latina. Pero
mis posibilidades de asistir eran prácticamente nulas. No tenía ningún
financiamiento y tampoco ahorros personales. La crisis de 2001 con la
consecuente devaluación del peso respecto del dólar imposibilitaba por completo
salidas al exterior, al margen de no estar aun repuestos ni las instituciones
ni los particulares de todas las consecuencias de ese sacudón.
Y dada esa situación
no había enviado ninguna ponencia, dado que no está en mí aparecer en un
programa del que no vaya a participar. Pero cuando faltaba ya poco para que se
venciera el plazo de recepción de presentaciones, me llegó una carta de British
Airways, donde decía que, debido al millaje acumulado por mis viajes en años
anteriores, el Executive Club me concedía un pasaje gratis a Europa. Al
principio no hice caso, dado que no podía viajar a Europa sin llevar dinero
para mantenerme allí, pero pasados unos días se me ocurrió llamar y plantear mi
necesidad de viajar a México. Del otro lado del teléfono me dijeron que como la
aerolínea era miembro de “One World”, podían ofrecerme el vuelo gratis a México
por American Airlines hasta Cancún vía Miami, y que además, me sobrarían millas
para otra ocasión. ¡Me cayó del cielo!
Debido a la cantidad
de argentinos que emigraban para ese entonces, EEUU había comenzado a exigir
visa para entrar a su territorio. Debían depositarse cien dólares en el
Citibank, hacer el trámite y luego esperar si estaba o no aprobado. Y en caso
de rechazo, no devolvían el dinero. No tenía ningún sentido. Pero era factible
llegar a Miami y estando en tránsito sin visa, quedar encerrada en una sala
hasta la partida del otro avión, con lo que estuve de acuerdo.
El vuelo partió a
las nueve de la noche de Ezeiza. Yo ya había hecho otros viajes por American y
si bien los aviones eran nuevos, la ruta y el servicio no habían sido de mi
agrado. A poco más de una hora del despegue comencé a sentir olor a fritanga. Estaban
calentando las hamburguesas estilo Mc Donald’s, que con guarnición y una
manzanita, ofrecían en una “cajita feliz”. En otras oportunidades me había
limitado a comer sólo la fruta y listo. Pero justo ese día era viernes santo,
por lo tanto, no solamente protestamos quienes detestamos la comida chatarra,
sino casi todo el pasaje ya que no había otra opción que no tuviera carne roja.
El revuelo fue enorme y las azafatas contestaban de mala manera como era
habitual en esa empresa. Y todo se terminó cuando la turbulencia envió a todos
a sus asientos, y a nadie le quedaron ganas de comer. American cruzaba en forma
directa el Amazonas y generalmente los vuelos solían ser bastante movidos.
Cuando me desperté
ya estábamos sobre la Florida y aterrizamos sin dificultades. Pero al
descender, a los siete pasajeros que debíamos hacer conexión y no teníamos visa,
nos rodearon varios custodios y nos llevaron por pasillos laberínticos a una
salita totalmente cerrada donde solamente había un televisor. Debíamos permanecer
allí algo más de dos horas y al pedir pasar por el baño, nos acompañaron de a
dos guardias por cada uno de nosotros. A mí no me preocupó. Prefería eso y no
regalarles cien dólares, pero algunos se sentían muy mal y dos mujeres no
podían parar de llorar.
El tramo a Cancún
fue muy bueno, nos acompañó el buen tiempo y pude tomar muchas fotos. Pero al
llegar, tal vez porque llevaba tubos con mapas y varios libros para
intercambiar, el agente del aeropuerto me hizo mil preguntas sugiriendo que me
iba a instalar en México. Eso me irritó bastante y le dije que, por ser
descendiente de italianos, en caso de emigrar, tenía la posibilidad de hacerlo
hacia Europa. Lo que surtió efecto porque inmediatamente me dejó pasar.
Tomé un taxi y me alojé en un hostel en el sector
viejo de la ciudad. Y una vez que descargué los bultos, salí a caminar.
La zona del corredor
de alojamientos de lujo me pareció bastante insípida por lo que fui
directamente a la costa. Si bien parecería que los hoteles tuvieran playa
propia, en realidad eran públicas ya que podía llegarse a ellas por entremedio
de cada edificio. Las arenas eran blancas y muy finitas, tanto que se tenía la
sensación de que fueran talco. Las aguas, transparentes y la temperatura muy
agradable. Pero los turistas, en general, muy superficiales y soberbios. Un
ambiente social similar al de Miami Beach. Puro efecto mostración.
Todo muy caro,
aunque la calidad no estuviera acorde con los precios. Debido a la elevada
temperatura gasté un dineral en refrescos, ¡y cuatro dólares en un heladito! La
cena la tuve en una especie de rancho mexicano donde pedí comida típica, pero
con salsa de guacamole sin picante.
Muy cansada volví a
la habitación del hostel donde había seis cuchetas. Si bien era sector de
mujeres, en la cama de al lado había una pareja en plena actividad. No tenía
recursos para pagar por algo mejor, así que tal como me dijeron una vez en
Inglaterra, pensé: “Mientras no fumen…, todo
es tolerable; puedo mirar para otro lado”. Y me dormí.
Al día siguiente era
20 de abril, 30mo aniversario de Cancún y coincidía con el domingo de Pascua. A
la mañana hubo un acto protocolar con banda de música y palabras alusivas y
durante todo el día cantos y bailes.
Mientras recorría el
lugar recordé el diálogo entre Leandro y Crispín en “Los Intereses Creados”, de
Jacinto Benavente, que decía así:
Leandro: Gran ciudad ha de ser ésta, Crispín; en todo se
advierte su señorío y riqueza.
Crispín: Dos ciudades hay. ¡Quiera el Cielo que en la
mejor hayamos dado!
Leandro: ¿Dos ciudades, dices, Crispín? Ya entiendo,
antigua y nueva, una de cada parte del río.
Crispín: ¿Qué importa el río ni la vejez ni la novedad?
Digo dos ciudades como en toda ciudad del mundo: una para el que llega con
dinero, y otra para el que llega como nosotros.
Y visité ambas
ciudades, la turística y la otra. La habitada por quienes trabajaban en el lugar.
La diferencia era abismal, tanto en precios como en comportamientos. Mientras en las playas las turistas toman sol
casi desnudas, en la otra Cancún se conservaban tradiciones de otro momento
histórico.
Fui a la misa
pascual. Había muchísimos bautismos, y para mi sorpresa los niños estaban
vestidos con atuendos similares a los que usaba el Papa. Comencé a tomar fotos
casi horrorizada, ya que yo lo veía casi como un disfraz además de que tuvieran
que soportar los casi 30ºC que hacían en ese momento con semejante vestimenta.
Y como estaba con mi cámara Minolta profesional, muchos padres creyeron que era
una fotógrafa del evento y me querían contratar.
Al mediodía comí
sola en una pollería de comidas rápidas por lo que me vino la angustia de estar
sin mi familia en un domingo de Pascuas.
A la tarde fui a
Playa del Carmen. Me gustó mucho. Me pareció más real y con un público menos fashion. Había más familias y gente más
mezclada. Tomé refrescos en la playa y disfruté de espectáculos de música
tropical en escenarios montados sobre la costa. Muchos salían a bailar de
manera más auténtica.
El lunes a primera
hora de la mañana estaba tomando un micro de línea que me llevaría hasta
Mérida. Allí Luis Felipe Cabrales me había reservado una habitación en un
hotelito muy coqueto donde me alojaría con Cristina Carballo y Brisa Varela.
El EGAL se realizaba
en los salones de un importante hotel y allí me recibieron Álvaro Sánchez y
José Luis Palacio a quienes había conocido en eventos realizados años
anteriores en otros países. Ellos nos facilitaron las cosas ya que permitieron
que los argentinos pagáramos como estudiantes, además de muchas otras
atenciones, dada nuestra situación financiera catastrófica.
Allí me encontré con
muchos de mis colegas y amigos a los que solía ver de cuando en cuando en ese
tipo de reuniones. Pero entre la exposición de mi ponencia, la asistencia a
muchas otras presentaciones y las reuniones de la Unión Geográfica de América
Latina, no me quedó demasiado tiempo para hacer todas las salidas que hubiera
querido.
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