En el mes de
febrero de 2002, el país, y principalmente Buenos Aires eran un caos. La gente
seguía en las calles caceroleando ya que los bancos continuaban con
restricciones para retirar dinero, y a pesar de que el presidente Eduardo
Duhalde había prometido devolver los ahorros en la moneda en que habían sido
depositados, la realidad era que quienes habían puesto dólares, sólo veían
pesos devaluados. Y si bien, en mi caso particular, yo no contaba con fondos en
los bancos, mis cuotas de las tarjetas de crédito me las habían pasado
repentinamente a dólares, cuatriplicando mis deudas.
Todo parecía
ser el peor de los mundos. Y en ese ambiente político y económico tan complejo,
el día doce llegó María Ludmila, mi primera nieta.
La situación no
era para nada sencilla ya que tanto su papá, mi hijo Joaquín, como su mamá,
Luciana, eran adolescentes; y, además de no contar con un ingreso suficiente
para mantenerla, no tenían la madurez necesaria para afrontar semejante
desafío. Sin embargo, Ludmila nos trajo nuevos aires de esperanza y fuerzas
para llevar adelante el crítico momento, y sus progenitores asumieron, no sin
dificultades, pero con mucho amor, buena voluntad, y apoyo familiar, la
responsabilidad de su crianza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario