martes, 19 de diciembre de 2017

En Puerto Vallarta


Estando en Guadalajara, Alfredo César Dachary y un amigo vinieron por mí para llevarme a Puerto Vallarta. Fuimos en auto atravesando la Sierra Madre Occidental, paisaje increíble por las características de ese cordón montañoso donde podían verse coladas de lava y laderas de diferentes tonalidades. Además, debido a las diferentes alturas y a la distancia al mar, la vegetación presentaba grandes variaciones, pasando de estepas a bosques de coníferas en muy corto recorrido.
Yo quería bajarme a cada rato para tomar fotografías, pero mis amigos me apuraban porque consideraban que era muy peligroso por la cantidad de asaltos.
Ya en Puerto Vallarta, Alfredo me alojó en el hotel que la Universidad me había reservado. Era de cinco estrellas, con régimen “all included”, donde a uno le ponían una pulserita y con eso podía servirse todo lo que quisiera y utilizar las reposeras de la playa sin cargo. No se admitían niños y fue gracioso cuando el botones me acompañó a la habitación y no sabía cómo decirme que estaba liberado el canal pornográfico. Me explicaba que no era muy frecuente que fueran profesores de la universidad y que no les era posible anularlo. De hecho, a la noche en el lobby, yo era la única que estaba chateando con mi familia, consultando redes geográficas e interiorizándome sobre las inundaciones que se estaban produciendo en Santa Fe. Todo el resto tomaba bebidas alcohólicas, reía a gritos, cantaba…
Al día siguiente me levanté temprano y fui a desayunar. Y la fauna humana era muy especial. Predominaban los norteamericanos, algún europeo y los demás eran mexicanos de diferentes regiones. Y me llamó la atención el comportamiento ordinario de los “gringos” que se servían comida y si no les gustaba la tiraban nuevamente en las ollas o fuentes, se limpiaban la boca con el brazo, además de hablar a los gritos; en contraposición absoluta con el estilo de los mexicanos, que eran muy delicados y sobrios. Lo que ocurría era que este tipo de hotel en un país periférico resultaba muy barato para sectores sociales de los Estados Unidos que no tendrían acceso a una categoría similar en su propio país. Por el contrario, los mexicanos que podían acceder pertenecían a la clase alta y distinguida. Sinceramente era digno de ser observado, ya que por provenir de un país con mucho dinero eran muy bien tratados a pesar de sus tropelías por un personal que soportaba ser humillado por unas propinas en dólares.
Si bien se podía ingresar desde el hotel, las playas eran públicas, por lo que allí los turistas eran más heterogéneos. La arena era gruesa y con mucho pedregullo; y el oleaje fuerte como en casi todo el Pacífico. Salí a caminar por la zona de hoteles y otros sectores de la ciudad. Lo que más me gustó fue el paisaje, ya que la montaña caía a pique hacia el mar.
Era Primero de Mayo y me resultaba muy raro estar en un lugar así, tan ajeno a los actos que se estaban realizando en las principales ciudades del mundo. Alfredo me llevó a recorrer diferentes áreas de la ciudad en su auto. Y tal como en Cancún, las diferencias socio-económicas saltaban a la vista, a pesar de que los empresarios del turismo habían hecho inversiones para evitar desbordes que les pudieran afectar sus propios intereses.
Al día siguiente di la charla que tenía prevista en el Campus de la Costa de la Universidad de Guadalajara. Me sorprendió que la universidad proveyera a todos sus estudiantes de Laptops, además de que en el pizarrón magnético yo pudiera escribir con los dedos, sin llenarme de tiza como pasaba en las universidades argentinas. Los estudiantes de la Maestría en Turismo, muy compenetrados sobre las problemáticas de Argentina y sumamente cordiales.
Me reuní con Alfredo y Stella, su mujer, en la casa de Nuevo Vallarta y más tarde emprendí el regreso hacia el D. F. desde donde partiría mi vuelo hacia Buenos Aires, previa escala en Miami.

Al llegar a Ezeiza tomé un taxi y le dije al conductor: “¡Al Sanatorio Mitre!” Y fui directamente a conocer a Laurita. Si bien no era horario de visita, cuando me vieron entrar con la valija y con tanta ansiedad, hicieron la excepción. Recién entonces estuve realmente feliz.  

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