lunes, 25 de diciembre de 2017

A Valparaíso por el Congreso Chileno de Geografía


En noviembre de 2003, se llevaría a cabo en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, el XXVI Congreso Nacional y IX Internacional de la Sociedad Chilena de Ciencias Geográficas. Me interesaba mucho participar, pero la situación económica en Argentina había mejorado muy poco desde la crisis de 2001, y debido al tipo de cambio imperante, se nos hacía prohibitivo viajar a Chile.
Pero mi colega y amiga Camila Quintana Binimelis, me ofreció parar en su casa de Santiago e ir juntas diariamente a Valparaíso. Yo había conocido a Camila cuatro años antes en el EGAL de Puerto Rico, luego ella había venido al Encuentro Humboldt de Buenos Aires, y nos habíamos seguido viendo a un lado y otro de la Cordillera en los años que siguieron. Además de ser muy estudiosa y apasionada por aplicar sus conocimientos para resolver cuestiones concretas, me parecía una excelente persona y con un temperamento muy jovial. Por lo tanto, acepté la invitación.
Nuevamente experimenté la emoción de cruzar la Cordillera durante el deshielo. No me canso de verla. Debo reconocer que los paisajes áridos tienen su encanto, y que, a pesar de haber nacido en la llanura, me atraen las montañas. Tal vez esa preferencia provenga de mis ancestros, ya que todos ellos fueron habitantes de los Apeninos, y la melancolía me la hayan traspasado genéticamente.
 Camila fue a buscarme a la terminal de buses y me llevó a su casa. Allí nos aguardaba su madre, Cecilia Binimelis, una mujer encantadora. Y como toda mamá, en cuanto llegamos nos quiso alimentar. Que Camila me ofreciera su casa representaba una gran hospitalidad, pero que, además, me diera el cuarto de su hijo, ya me parecía demasiado… ¡Pobre Camilo! Lo mudaron a otra parte de la casa.
Pero en esa casa había otros habitantes, que eran las mascotas de Camilo. En el fondo, además de las plantas, estaba el gallo. Pero un gallo muy especial, que se creía perro. Tal vez porque había sido criado con muchos mimos. Cantaba cuando llegaba alguien y atacaba a los desconocidos. Así que cuando quise ir al patio, tuve que hacerlo con los miembros de la familia para que él viera que todo estaba bien, y ya después no tuve problemas. Me resultó muy simpático y tal como los dueños de casa, no pude comer pollo durante todo el tiempo que estuve allí.
Tomando ómnibus, metro y micro de larga distancia, todos los días íbamos a Valparaíso. El lugar donde se hizo el Congreso estaba cerca del mar, en una zona de gran oleaje.
 En Valparaíso Camila me llevó a visitar lugares que no conocía y juntas revolvimos librerías y ferias de artesanos. Era muy común en esta ciudad encontrar pintores que la plasmasen tanto en lápiz, carbonilla u óleos, y vendieran sus imágenes a precios muy módicos.
 En esa oportunidad, en el Congreso no había casi participantes argentinos, pero sí chilenos de todas partes, por lo que me volví a encontrar con mis amigos, y con muchos de ellos compartí la salida de campo.
 Recorrimos varios cerros donde se manifestaban las diferencias sociales existentes entre ellos, y además pudimos tener una vista panorámica de la ciudad. La mayor parte de los cerros se encontraban habitados por población en condiciones muy precarias. Porque además de los materiales utilizados, se emplazaban sobre pendientes muy abruptas y no debe olvidarse de que se trataba de un área de alta sismicidad tanto por intensidad como por frecuencia.
 En otros cerros podían apreciarse nuevos emprendimientos inmobiliarios, pero habría que ver si las normas de seguridad en la construcción eran las adecuadas.
 Como panorama general la ciudad se veía muy bonita por el marco de la Cadena de la Costa que la asemejaba a un anfiteatro, pero al acercarnos a cada barrio, la impresión era muy diferente. No obstante, seguía siendo la ciudad chilena que más me gustaba.
 Todos los días al mediodía sólo comíamos un italiano (sándwich de salchicha con mucha palta, mayonesa, tomate picado y ají). Pero al regresar, Cecilia nos esperaba con la “once”, que era el nombre que en Chile se le daba a la merienda. La “once” era mucho más cargada que un simple té con algo dulce, y muchas veces se hace alrededor de las siete de la tarde reemplazando así a la cena. Dicen que originariamente ese nombre se debía a que algunos pedían de ese modo el aguardiente, que tiene once letras.
Cecilia Binimelis era una periodista muy comprometida. Muchas de sus denuncias le habían hecho pasar momentos duros en su vida. Pero continuaba con mucha fuerza su vocación. Y sabiendo que yo estaba investigando sobre agrotóxicos, uno de sus temas predilectos, me vinculó con centros de información y me dio documentos de su archivo personal. Porque a pesar de que se pretendiera “vender” otra imagen, determinadas problemáticas eran mucho más graves en Chile que en Argentina. Y el caso de las mujeres que trabajaban en la fruticultura era paradigmático, no sólo por los efectos directos sobre ellas, sino sobre su descendencia.
Junto con Camila y el historiador Patricio Quiroga, visitamos la Universidad ARCIS (Universidad de Arte y Ciencias Sociales), donde ellos se desempeñaban. Allí pude conocer a parte del plantel de investigadores y docentes, de gran reconocimiento internacional.
También recorrimos los alrededores de Santiago. Zonas que otrora formaban parte del cordón de vides, estaban ya convertidas en barrios cerrados con sus respectivos shoppings. Sin duda, el aumento del valor de esas tierras para emprendimientos urbanos y la diferencia del tipo de cambio con el consecuente abaratamiento de Argentina, hizo que algunas de las bodegas chilenas, produjeran en la provincia de Mendoza.
Y ya llegando a su fin de esta nueva visita a Chile, como despedida fuimos a cenar a un restorán-museo que guardaba diferentes antigüedades, en especial frascos. Allí acompañé el cerdo con una ensalada chilena (tomate y cebolla), y de postre, comí torta con manjar, que era la versión chilena del dulce de leche. En lo que estuvimos flojas, fue que el brindis lo hicimos con gaseosas en lugar de tomar un Concha y Toro.
 Como en todos mis viajes trasandinos fueron muy grandes las satisfacciones, por lo que siempre estoy pensando en volver.

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