domingo, 17 de diciembre de 2017

Visita a Guanajuato


Cristina, Brisa y yo realizamos presentaciones en la Universidad de Guadalajara, organizadas por Luis Felipe Cabrales y por Irineo Martínez. Todo salió muy bien y compartimos gratos momentos con nuestros colegas.
Recorrimos Guadalajara que era muy bonita y contaba con una arquitectura muy interesante y bien cuidada. Y como broche de oro, Luis Felipe nos llevó en su camioneta a conocer Guanajuato, explicándonos durante el viaje todo lo que íbamos viendo.
Si bien Guanajuato se remonta a la época precolombina, fue durante la etapa colonial que alcanzó su máximo esplendor debido a las explotaciones de oro y plata.
En 1988, fue declarada Patrimonio de la Humanidad como bien cultural, bajo el nombre de “Ciudad Histórica de Guanajuato y Minas Adyacentes”.
El edificio más destacado era la Alhóndiga de Granaditas, que databa de principios del siglo XIX y que fuera destinado al depósito de semillas para evitar las hambrunas recurrentes. También era conocido por ser el lugar de exhibición de las cabezas enjauladas de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez, como escarmiento a los insurgentes, y haber sido cárcel entre 1864 y 1949. En ese momento, año 2013, era un museo.
Además de otros museos como el de Historia Natural, el de las Momias, el de Cera, el Iconográfico del Quijote, el del Pueblo, el de Mineralogía, el de la Casa Natal de Diego Rivera, entre muchos otros, había una serie de monumentos levantados en homenaje a Cervantes, a Don Quijote y Sancho Panza, al Cura Hidalgo, a Benito Juárez, a Jorge Negrete, a los mineros, por mencionar solo algunos. Iglesias, palacios, plazas, jardines y calles eran otros de los grandes atractivos de ese lugar. Cerca del Centro se encontraba el Pasaje Alexander von Humboldt, en honor a quien la visitara durante su largo viaje por América.
Los callejones tenían pendientes pronunciadas, eran muy angostos y mantenían balcones de singular belleza. En la calle subterránea Miguel Hidalgo, construida sobre el embovedado del río Guanajuato, se podían observar los pequeños cuartos de baño de las casas sostenidos con vigas de madera en las paredes. Esto se hacía así para poder desalojar rápidamente los desechos urbanos.
Pasamos por el puente del Campanero, por el cual durante cientos de años bajaban las recuas de mulas, y subimos al Cerro de San Miguel en funicular desde donde podían verse los diversos sectores de la ciudad que daban cuenta de cada siglo de historia, la Alhóndiga, la Universidad, la Basílica, y al fondo sobre los cerros de la veta madre de plata, llamada por los mineros Sirena, las minas de Valenciana, Rayas y Mellado. Luego bajamos a pie por los callejones para poder ir teniendo distintos planos de la ciudad, hasta llegar al Jardín de la Unión.
Continuamos caminando y conociendo ese laberinto plagado de leyendas, como la del Callejón de Beso. Esa calle tenía la particularidad de que sus paredes estaban separadas por una distancia menor a un metro y medio, y dos de sus balcones se encontraban enfrentados a la misma altura. Y todos contaban que una pareja de jóvenes mantenía un romance a pesar de la enemistad de sus familias. Ana era hija de españoles acomodados y Carlos era un pobre minero que vivía enfrente. Una noche el padre de Ana los sorprendió besándose de balcón a balcón y amenazó de muerte a su hija en caso de volverla a ver con su amado. No haciendo caso, continuaron con sus encuentros y el padre cumplió con sus palabras, tomando una daga y matando a su hija frente a los ojos de Carlos, quien besó su mano mientras ella caía muerta. Posteriormente, todos los enamorados que visitaban el lugar se besaban como homenaje a la pareja.
Si bien Guanajuato ameritaba permanecer mucho más que un día, debíamos regresar a Guadalajara al ponerse el sol. En el viaje de vuelta, Luis Felipe puso música mexicana de diversos estilos que hicieron más agradable el camino.
La noche antes de partir nos reunimos nuevamente con nuestros amigos quienes nos agasajaron con diversas comidas típicas de Jalisco, cerveza y por supuesto, mucho tequila.

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