Cristina, Brisa y yo
realizamos presentaciones en la Universidad de Guadalajara, organizadas por
Luis Felipe Cabrales y por Irineo Martínez. Todo salió muy bien y compartimos
gratos momentos con nuestros colegas.
Recorrimos Guadalajara
que era muy bonita y contaba con una arquitectura muy interesante y bien
cuidada. Y como broche de oro, Luis Felipe nos llevó en su camioneta a conocer
Guanajuato, explicándonos durante el viaje todo lo que íbamos viendo.
Si bien Guanajuato se
remonta a la época precolombina, fue durante la etapa colonial que alcanzó su
máximo esplendor debido a las explotaciones de oro y plata.
En 1988, fue declarada
Patrimonio de la Humanidad como bien cultural, bajo el nombre de “Ciudad
Histórica de Guanajuato y Minas Adyacentes”.
El edificio más destacado
era la Alhóndiga de Granaditas, que databa de principios del siglo XIX y que
fuera destinado al depósito de semillas para evitar las hambrunas recurrentes.
También era conocido por ser el lugar de exhibición de las cabezas enjauladas
de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez, como escarmiento a los insurgentes, y
haber sido cárcel entre 1864 y 1949. En ese momento, año 2013, era un museo.
Además de otros museos
como el de Historia Natural, el de las Momias, el de Cera, el Iconográfico del
Quijote, el del Pueblo, el de Mineralogía, el de la Casa Natal de Diego Rivera,
entre muchos otros, había una serie de monumentos levantados en homenaje a
Cervantes, a Don Quijote y Sancho Panza, al Cura Hidalgo, a Benito Juárez, a
Jorge Negrete, a los mineros, por mencionar solo algunos. Iglesias, palacios,
plazas, jardines y calles eran otros de los grandes atractivos de ese lugar.
Cerca del Centro se encontraba el Pasaje Alexander von Humboldt, en honor a
quien la visitara durante su largo viaje por América.
Los callejones tenían
pendientes pronunciadas, eran muy angostos y mantenían balcones de singular
belleza. En la calle subterránea Miguel Hidalgo, construida sobre el embovedado
del río Guanajuato, se podían observar los pequeños cuartos de baño de las
casas sostenidos con vigas de madera en las paredes. Esto se hacía así para
poder desalojar rápidamente los desechos urbanos.
Pasamos por el puente del
Campanero, por el cual durante cientos de años bajaban las recuas de mulas, y
subimos al Cerro de San Miguel en funicular desde donde podían verse los
diversos sectores de la ciudad que daban cuenta de cada siglo de historia, la
Alhóndiga, la Universidad, la Basílica, y al fondo sobre los cerros de la veta
madre de plata, llamada por los mineros Sirena, las minas de Valenciana, Rayas
y Mellado. Luego bajamos a pie por los callejones para poder ir teniendo
distintos planos de la ciudad, hasta llegar al Jardín de la Unión.
Continuamos caminando y conociendo ese
laberinto plagado de leyendas, como la del Callejón de Beso. Esa calle tenía la
particularidad de que sus paredes estaban separadas por una distancia menor a un
metro y medio, y dos de sus balcones se encontraban enfrentados a la misma
altura. Y todos contaban que una pareja de jóvenes mantenía un romance a pesar
de la enemistad de sus familias. Ana era hija de españoles acomodados y Carlos
era un pobre minero que vivía enfrente. Una noche el padre de Ana los
sorprendió besándose de balcón a balcón y amenazó de muerte a su hija en caso
de volverla a ver con su amado. No haciendo caso, continuaron con sus
encuentros y el padre cumplió con sus palabras, tomando una daga y matando a su
hija frente a los ojos de Carlos, quien besó su mano mientras ella caía muerta.
Posteriormente, todos los enamorados que visitaban el lugar se besaban como
homenaje a la pareja.
Si bien Guanajuato ameritaba permanecer mucho
más que un día, debíamos regresar a Guadalajara al ponerse el sol. En el viaje
de vuelta, Luis Felipe puso música mexicana de diversos estilos que hicieron
más agradable el camino.
La noche antes de partir
nos reunimos nuevamente con nuestros amigos quienes nos agasajaron con diversas
comidas típicas de Jalisco, cerveza y por supuesto, mucho tequila.
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