En el año 2008, aprovechando
el feriado del 9 de Julio, en que en la Argentina se conmemoraba el 192
aniversario de la Independencia, junto con Omar y Martín fui a Rosario con el
fin de avanzar con la organización del Encuentro Humboldt, que se realizaría
tres meses después.
Llegamos sobre el
mediodía, que estaba absolutamente gris, y después de dejar nuestro equipaje en
el hotel, fuimos a almorzar a “La Marina”, tal como lo habíamos hecho en viajes
anteriores. Y al salir, vimos que, a pocos pasos, en el Monumento a la Bandera,
había una manifestación.
Manifestación
en el Monumento a la Bandera
Nosotros caminamos
hacia el río, donde había mucha gente paseando y comprando artesanías a tobas y
wichis, que provenían de la región chaqueña. Yo me puse a conversar con ellos y
me dijeron que la mayoría se había radicado en Rosario porque a pesar de tener
que asentarse en barrios marginales, consideraban que sus condiciones de vida
eran mucho mejores que las que tenían en sus lugares de origen. Les comenté que
iría al Chaco en esos días, y me dieron una serie de datos para que me
resultara más sencillo llegar hasta El Impenetrable.
Y como era esperable,
la lluvia se avecinaba, retomamos el camino hacia el hotel, y al pasar por el
Palacio Municipal, vimos que los manifestantes se habían concentrado allí, que
era el lugar hacia donde iban dirigidos los reclamos.
Palacio
Municipal de la ciudad de Rosario
Durante esa tarde y el
día siguiente tuvimos reuniones con estudiantes y colegas que colaborarían en
la organización del Encuentro.; y desde allí, seguí viaje, ya sola con Martín,
rumbo al Chaco, donde debía recorrer varios puntos con el fin de hacer un
diagnóstico para varios trabajos de investigación que tenía en curso.
El micro salió de
Rosario a la medianoche, atravesó todo el norte de la provincia de Santa Fe, y
casi diez horas después arribábamos a la ciudad de Resistencia, capital de la
provincia del Chaco.
En esa oportunidad no
tendría tiempo para permanecer allí ya que mi interés estaba en el interior, así
que enseguida me dispuse a averiguar horarios para desplazarnos hacia el noroeste.
Y después de un suculento almuerzo en la misma terminal, partimos hacia Juan
José Castelli.
Poblado
a pocos kilómetros de Resistencia
Primeramente tomamos
la ruta número dieciséis con destino a Presidencia Sáenz Peña, segunda ciudad
de la provincia, para luego continuar por la ruta veintisiete, hasta llegar a destino.
Restos de la cosecha en un campo sobre la ruta dieciséis
En el camino pasamos
por áreas totalmente destinadas a la agricultura. Muchas de ellas que otrora
fueran algodoneras, estaban siendo reemplazadas por producción de soja,
ocasionando mayores perjuicios ambientales y sociales.
Zona
algodonera reconvertida a sojera
El Chaco ha tenido una
historia catastrófica en referencia tanto a su ambiente natural como social. De
hecho, de haber sido un lugar cubierto por bosques de quebrachos, luego de la
tala indiscriminada llevada a cabo por empresas británicas, pasó a ser un área
de monocultivo del algodón, con el consecuente deterioro de los suelos, y
supeditada a los vaivenes de los precios internacionales.
Los
árboles eran el testigo de la vegetación original
El clima de la región era
subtropical con estación seca en invierno, presentándose cada vez más extremo a
medida que nos dirigíamos hacia el oeste.
Establecimiento
cercano a la ciudad de Presidencia Roque Sáenz Peña
La falta de cobertura
vegetal de gran porte había generado, a lo largo de todo el siglo XX y hasta la
actualidad, períodos de extrema sequía con inundaciones en la estación
contraria.
Rastrojo
de la cosecha y vegetación achaparrada detrás
Y si bien algunos
campos estaban dedicados a la ganadería, debido a las elevadas temperaturas y a
la falta de humedad en gran parte del año, las pasturas se presentaban poco
tiernas, lo que no contribuía para nada a la buena alimentación de los animales.
Caballos
alimentándose en la sabana con pastos amarillos en el seco invierno
Muchos
establecimientos estaban localizados en los bordes del bosque para luego
continuar abriendo paso a nuevas tierras, cuando las otras se agotaran.
Producción
junto al borde del bosque a lo largo de la ruta veintisiete
Durante el verano las
temperaturas de esa zona superaban lo 45ºC, mientras que en el invierno se mantenían
cercanas a los 25ºC durante gran parte del día.
En
épocas de sequía los caminos se tornaban polvorientos
Y pese a los riesgos
por la falta de agua, continuaban utilizando la técnica del rozado para ganar
campos a los cultivos. Ésta consistía en la quema del bosque y su posterior
“limpieza”.
Quema
del bosque y pastizales en proximidades de Juan José Castelli
La desaparición de la
vegetación existente, por más que se tratara de un bosque espinoso y
achaparrado, generaba escurrimiento a gran velocidad, y por ende, mayores
inundaciones en el período estival.
Bosque
próximo a ser totalmente quemado
A este proceso lo
denominaban “pampeanización” de la región chaqueña, pero lejos de tener las
mismas condiciones, agravaba a mediano y largo plazo, las condiciones naturales
de la región.
Campo
semejante a los pampeanos, pero con altos costos ambientales
Finalmente arribamos a
Juan José Castelli, la puerta de entrada a El Impenetrable, cuando todavía era
de día. Buscamos un lugar donde alojarnos que, sin duda, tenía condiciones
bastante limitadas, y desde ya, muchísimo olor a insecticida. Y prontamente
fuimos a conocer la ciudad, que más que ciudad era un pueblo grande. De hecho,
tenía cerca de treinta mil habitantes, lo era todo un acontecimiento, ya que
todos decían entusiasmados que la población se había duplicado respecto de los
años noventa, en que apenas alcanzaba a poco más de doce mil. Pero esto ponía
de manifiesto el fuerte éxodo rural que se estaba produciendo debido al
desplazamiento de las familias por el crecimiento del área sojera.
Avenida
principal de Juan José Castelli, con mucho movimiento
Los pueblos
originarios del lugar eran los tobas y los wichis, pero la mayor parte de la
población urbana actual descendía de alemanes del Volga, y en menor medida, de otras
nacionalidades europeas. Esto se reflejaba en las calles a nivel étnico, ya que
podían verse rostros muy blancos con pelo rubio, y en un número muy reducido,
mestizos gauchos y población indígena.
Monumento
al gaucho, al indio y al inmigrante
Y si bien en el
monumento aparecían los tres grupos que conformaban la sociedad castelense, de
manera igualitaria, la realidad distaba mucho de esa representación.
Por la avenida andaban
los blancos en camionetas cuatro por cuatro, autos de alta gama y paseaban por
las veredas vistiendo ropas de marca. Entraban a negocios puestos al mejor
nivel, a casas de ropa deportiva con precios idénticos a los de Buenos Aires, y
se sentaban a tomar algo fresco en lugares paquetes.
Los gauchos, vestían
sus ropas típicas, camisa, bombachas, alpargatas y sombrero tradicional, y
circulaban en viejos vehículos destartalados. Y antes de que cerraran, entraban
a negocios de venta de productos del campo, o bien, los hombres solos se
sentaban en algún viejo bar a jugar a las cartas y tomar alguna bebida blanca.
Pero a los indígenas
no les quedaba otra opción que la de salir a vender por la calle sus artesanías
o permanecer en sus casas, teniendo como única distracción los programas de
televisión, procedentes de Buenos Aires o películas de Hollywood. Por esa
razón, muchos de ellos preferían migrar, ya que el desprecio al que se veían
sometidos en ese pueblo, era muy superior al de una ciudad mayor. Y como a gran
parte de la población del Litoral, Rosario les significaba un paso muy importante.
Les compré algunos
bellísimos objetos realizados en madera, y al pedirles algunos más me dijeron
que fuera al día siguiente a sus casas, pero que lo hiciera en absoluto
secreto, ya que sólo podían vender una pequeña parte en forma directa al público,
ya que las organizaciones eclesiásticas les compraban casi toda la producción,
aunque a un precio mucho menor. Por esa razón cada tanto bajaban a Rosario o a
Buenos Aires, donde uno de ellos había ganado un premio del Fondo Nacional de
las Artes, y en las ferias podían tener un rédito algo mayor.
Artesano wichi,
hincha de Boca Juniors de Buenos Aires,
quien recibiera
un premio del Fondo Nacional de las Artes
Artesano
wichi hincha de Newell’s Old Boys de Rosario
En la provincia del
Chaco se venían registrando desde tiempos ha, los mayores indicadores de
pobreza del país, y generalmente esto estaba directamente ligado a la población
originaria. Pero en los últimos tiempos, también los mestizos y algunos de los
descendientes de inmigrantes habían caído en los peores niveles de
marginalidad.
Viviendas
precarias y carpas en la periferia de Juan José Castelli
Ya de por sí vivir en
una tapera genera serios problemas en cualquier parte del mundo, pero en las
condiciones climáticas del Chaco, la situación se agrava considerablemente. Y
es aquí donde los fríos números estadísticos se ponen de manifiesto. ¿Cómo no
van a producirse tantas muertes infantiles por diarrea estival en esas
condiciones? ¿Y cómo no va a haber deshidratación y neumonías durante los
inviernos? Y en ambos casos, se trata de causas absolutamente evitables. Esto
pudo haber sido un determinismo geográfico en otro momento histórico, pero no
en el pleno siglo XXI. Y no se trata de otra cosa más que de una decisión
política.
El
problema no es clima sino las condiciones de las viviendas
Algunos, con mucho
sacrificio, pueden construir sus casas de ladrillos, pero de todas formas, se
les hace muy complicado acceder a los servicios mínimos como agua potable,
electricidad para refrigerarlas o combustible para cocinar los alimentos.
Algunas
familias construían sus casas “a pulmón”
El gobierno provincial
había llevado a cabo planes de vivienda, pero de ninguna manera han cubierto
las necesidades de los más postergados.
Barrios
construidos por el gobierno provincial
Sin duda la pobreza había
traído aparejadas otras consecuencias como el trabajo o la trata infantil,
abusos de todo tipo, violencia familiar… Y esos eran los aspectos que intentaba
resolver la Fundación Gotas de Amor, organización cristiana de origen italiano,
que tenía una de sus sedes justamente en Castelli.
Fundación
“Gotas de Amor” dedicada fundamentalmente a los niños de la calle
Nunca había visto
dentro de Argentina una situación tan extrema, en que los niños corrían a los
autos, como si fueran perritos, para que alguien les tirara monedas, comida o
algo con qué jugar. Y esto me resultaba mucho más repulsivo pensando en el
bienestar al que accedieron los dueños de los campos, que lucían su “era
sojera” como el mejor de los tiempos. Y habiéndoles robado sus campos y sus esperanzas,
se quejaban de esta pobre gente, pauperizada aun más en los últimos años,
porque se enganchaban al cable de luz, tal cual como lo hacían en muchos
barrios cerrados del Gran Buenos Aires los que más tenían. Si no contaran con
electricidad, la mortalidad temprana sería aun más elevada que la registrada,
que estaba entre las más altas del país.
Los
ricos acusaban a esta pobre gente de robar la electricidad
Todo lo que aparecía
en números en las estadísticas, respondía a una realidad que debiera avergonzar
a más de uno. Sin embargo, las denuncias eran escasas y las soluciones
prácticamente inexistentes.
Aunque
pareciera increíble, esta era una vivienda
Y después de recorrer
la periferia de Juan José Castelli, a mitad de mañana fuimos hasta una especie
de quiosco donde vendían los pasajes para el único ómnibus que salía rumbo a la
Misión Nueva Pompeya, corazón de El Impenetrable, a doscientos ochenta y cinco kilómetros
de allí.
Tomamos la ruta 9, que
era de tierra y al recorrer casi cien kilómetros hizo una parada para que
podamos comprar algo ligero para comer y beber, e ir a una letrina llamada
baño, ya que el micro no contaba con ese servicio.
Parada
del micro en el kilómetro número noventa y cuatro de la ruta nueve
Lo que más me llamó la
atención en ese lugar, fue que debido al prácticamente nulo tránsito, los
pájaros volaban, gorjeaban y los loritos hablaban a sus anchas. Y ese era el
otro aspecto que no se tomaba en cuenta cuando se talaban los bosques o se
eliminaban humedales, y era la desaparición repentina de la fauna.
Pequeños
pájaros que gorjeaban alrededor de su nido en un árbol caducifolio
Aparentemente, mi hijo
Martín y yo éramos los únicos ajenos al lugar. Pero de pronto vi a una persona
que me resultó conocida, y resultó ser un hombre muy parecido a Maradona, que
se vestía como él para sacarse fotos con los turistas en la excursión que se
hacía a Caminito, en el barrio de La Boca, en Buenos Aires. Cuando le comenté
que lo había visto en ese lugar, se sorprendió muchísimo, y me contó que él era
de la Misión Nueva Pompeya y estaba yendo a visitar a su familia y a buscar
artesanías para vender en Buenos Aires.
Mi
hijo Martín en remera, debido a que la temperatura llegaba casi a los 25ºC
Continuamos viaje
hacia el noroeste, y si bien los lugareños se pusieron a dormir la siesta,
nosotros permanecimos expectantes de cuanto ocurriera. Pero todo era
extremadamente monótono, y entre las incomodidades del micro, el calor, y la
tierra que entraba por todas partes, el trayecto se nos hizo demasiado largo.
Camino
de tierra entre Juan José Castelli y la Misión Nueva Pompeya
En esa zona las temperaturas
oscilaban entre los 23 y los 46ºC en verano, y entre los 10 y los 23ºC en
invierno, aunque se habían registrado años de mínimas absolutas de algunos
grados bajo cero. Y las precipitaciones, entre 600 y 800 mm anuales, pero
concentradas entre los meses de octubre y abril. Esto generaba salinización en
los suelos debido a que en el momento del año en que abundaban las lluvias, eran
evaporadas por las elevadas temperaturas, lo que no permitía regular las
actividades convenientemente.
Parque
chaqueño, con presencia de yaguaretés, mulitas y guazunchos
A medida que
avanzábamos los arbustos se volvían más espinosos, característica de todas las
xerófilas, ya que sus hojas se comprimían para evitar así la evapotranspiración. Pero la densidad del bosque
no disminuía. Los árboles que lo
formaban eran quebrachos colorado y blanco, algarrobos, palos borrachos, guayacanes,
mistoles, palosantos, urundayes, entre otros; y los abundantes cactus,
arbustos, enredaderas, claveles del aire y orquídeas conformaban un sotobosque
imposible de atravesar, lo que le diera el nombre de “Impenetrable”.
Vegetación
xerófila y enmarañada en El Impenetrable
Y como integrantes del
bioma podían encontrarse pumas, guazunchos, tapires, loros, carpinteros,
charatas, águilas coronadas, halcones blancos, y caranchos, entre muchos más.
Además, la región albergaba especies seriamente amenazadas como el yaguareté,
el tatú carreta, y el oso hormiguero.
El
Impenetrable era hábitat de varias especies en vías de extinción
Si bien se decía que
en El Impenetrable vivían cerca de sesenta mil personas, todavía no habíamos
visto un alma en todo el recorrido. Y de pronto, en medio de esa soledad
apareció un importante signo de presencia humana: una improvisada cancha de
fútbol, que fue para mí como para los arqueólogos encontrar una vasija.
Arcos
de una improvisada cancha de fútbol en medio del monte, sinónimo de presencia
humana
El micro
comenzó a parar cada vez más seguido y había quienes se bajaban en el medio del
monte; hasta que por fin llegó a la entrada de la Misión Nueva Pompeya. Ya eran
casi las tres de la tarde y nos aclaró que a las cinco pasaba nuevamente por la
ruta y que era el único servicio.
Caminamos
unas pocas cuadras y llegamos a la plaza principal, o mejor dicho a la plaza,
porque era la única. Y nos sorprendió lo verde del lugar y lo bien cuidada que
estaba. ¡Pero no había nadie! Era sábado a la tarde y todos dormían. Todo
estaba absolutamente cerrado. Parecía un pueblo fantasma.
Plaza
de la Misión Nueva Pompeya, muy verde y cuidada
Los únicos
seres vivos que encontramos estaban en la puerta de la Casa Misional, monumento
histórico que también estaba cerrado.
El edificio había
sido construido con fuerza de trabajo indígena y era el más antiguo exponente
de la arquitectura que subsistía en la provincia del Chaco. Y pertenecía a las
primeras reducciones franciscanas establecidas allí con el propósito de
evangelizar a los indios. La fundación de la Misión había sido promovida por el
Gobierno Nacional como expresión de la presencia nacional en los territorios
del norte argentino. Pero además de los servicios religiosos y pedagógicos, los
misioneros realizaron una explotación económica llegando a exportar productos
agrícolas y obras de carpintería.
La Misión
Nueva Pompeya adquirió su traza actual en 1903, cuando se demarcaron cuarenta
manzanas y un ejido de veinte mil hectáreas. La Misión decayó luego de varios
períodos de sequía, que provocaron el abandono del poblado y el deterioro del
conjunto del edificio original. Pero el verdadero origen había sido un fortín
que formaba parte de la línea de defensa de la frontera con el Paraguay y con
Bolivia, aunque el verdadero sentido, era el de frontera con el indio, al que
se consideraba salvaje e indomable. De hecho, el nombre de la localidad era el
de Fortín Pérez Millán, en honor al Teniente Coronel Polinicio Pérez Millán,
quien perteneciera al ejército argentino a mediados del siglo XIX.
La
Casa Misional, construida con fuerza de trabajo indígena a principios del siglo
XX
En ese
momento la población no alcanzaba a los dos mil habitantes, sin embargo, esto
implicaba la duplicación de la que el pueblo tenía a comienzos de los noventa.
De hecho, si la mayor parte de la población de El Impenetrable era en su
mayoría nativa, fundamentalmente wichi o toba, campesinos y productores rurales,
que se dedicaban a la cría de ganado vacuno o caprino, o bien a la recolección
de frutos, miel del bosque, caza, pesca, o trabajaban en obrajes madereros, la
deforestación había provocado la imposibilidad
de su subsistencia, por lo que parte de ellos migraran hacia el pequeño centro
urbano, amén de todos los que se habían ido a localidades de mayor tamaño.
Por otra
parte, el gobierno provincial había otorgado subsidios para proteger la
actividad artesanal de alfarería, tejidos y talla de madera, y quienes
pertenecieran a las comunidades originarias, siendo todo demasiado
insuficiente.
Muchas de
estas cosas me las contó la gente que estaba en la puerta de la Misión, hasta
que una camioneta los pasó a buscar para llevarlos hasta sus viviendas, en
plena zona rural.
Capilla
y torre de la Misión Nueva Pompeya
Recién
después de las cuatro de la tarde comenzó a salir gente de sus casas, y en un
almacén pudimos comprar gaseosas que calmaran nuestra sed acumulada por el
calor, la sequedad del ambiente y la tierra que se nos había pegado en los
labios durante el camino.
El pueblo
contaba con Registro Civil, Juzgado de Paz, Hospital Rural, varias escuelas
allí mismo y en los alrededores, y otras dependencias tanto de carácter
provincial como nacional, que evidentemente eran las principales fuentes de
empleo para el escaso sector de clase media. Por otra parte, con la instalación
de la antena parabólica podían acceder a la programación de televisión de
varias localidades, única actividad de recreación posible para la mayoría de
los pobladores.
Y mientras
yo deambulaba por los alrededores contemplando las fachadas de los edificios
públicos, Martín aprovechó la soledad de la plaza para hamacarse a su gusto.
Antena
parabólica detrás del conjunto de hamacas
El ómnibus
pasaría a las cinco, pero no quería irme del lugar sin poder hablar con alguien
más y conocer otros detalles del lugar, por lo que decidí regresar en remis
aunque el costo fuera sustancialmente mayor.
La gente nos
saludaba como si nos conocieran de toda la vida, pero era bastante reticente a
darme información acerca de sus vidas. Y lógicamente les resultaba sospechosa
nuestra visita. Querían saber a qué habíamos ido, qué buscábamos… Me
preguntaban si pertenecía al gobierno provincial o al nacional, o a alguna
iglesia. Yo les dije que iba en busca de artesanías porque no iban a entender
lo que significaba la investigación en la universidad, y tampoco quería que se
sintieran como conejitos de la India.
Y viendo que
ya se estaba haciendo tarde y que no iba a lograr más datos, les pregunté a
unos muchachos que estaban jugando a la pelota en plena calle, de tierra, como
todas las demás, dónde había una remisería.
Y uno de
ellos me dijo:
-“Espere que
le digo a mi mamá”. Y salió corriendo para entrar en una casa, que como tantas
otras, tenía las puertas abiertas de par en par.
Enseguida
volvió y nos dijo:
-“Por favor
pasen. Dice mi mamá que se sienten y la esperen”.
Entramos al
living y nos ubicamos en sendos sillones. Hasta ese momento yo pensaba que allí
hacían los viajes, como suele suceder en los pueblos chicos. ¡Pero no! Cuando
la mujer apareció, disculpándose porque se había demorado, nos dio la
bienvenida como si fuéramos parientes o amigos de siempre. Y nos preguntó en
qué podía ayudarnos.
Yo le dije
que necesitábamos un remis para regresar a Juan José Castelli porque ya el
ómnibus había pasado. Ella entonces se comunicó con un familiar que haría el
viaje unas horas después ya que llevaría también a otra gente. Acepté la
propuesta, aunque no sabía qué haríamos hasta ese momento. Pero antes de que yo
dijera algo, nos trajo galletitas y bebidas frescas.
Me preguntó
qué andaba haciendo por allí y le conté sobre mis proyectos de investigación en
la universidad, lo que le interesó mucho porque ella resultó ser la directora
de una escuela rural de la región.
Me contó las
vicisitudes de los alumnos y sus padres, y que muchos maestros como ella habían
ido a trabajar desde otros lugares, debido a los salarios muy superiores al
resto de la provincia.
También me
dijo que los artesanos habían realizado una gran cantidad de trabajos
encargados por el Ministerio de Acción Social de la Nación, a cargo de Alicia
Kirchner, y que nunca después los habían ido a buscar, por lo que los estaban
vendiendo por cuenta propia. Y me ofreció ir a las casas de algunos artesanos,
aunque muchos no estaban porque habían ido a hacer sus ventas a las ciudades, o
a visitar a algún familiar en el campo. Sólo encontramos a una mujer, que paralelamente
a los objetos que realizaba en materiales de la zona, se ganaba la vida dando
de comer a quienes estaban de paso.
Compré
varias cosas y regresamos a la casa de la directora quien le regaló a Martín un
rosario artesanal que ella había tenido colgado en la pared.
Vivienda
y comedor de una de las artesanas de Nueva Pompeya
Cuando llegó
la hora de partir, ella misma acompañada por sus hijos, me llevó en la
camioneta hasta la casa del remisero. Y nos despedimos como si nos hubiésemos
conocido de toda la vida.
En cuanto
tomamos la ruta nueve se hizo de noche, lo que resultaba mucho más complicado
que de día; y realmente era temible la situación por saber que no había
absolutamente nada ni nadie en el trayecto que nos pudiera auxiliar en caso de
tener algún inconveniente.
Casi a las
once de la noche llegamos a Castelli. Nosotros fuimos directamente a dormir al
hotel, pero el conductor debía regresar a Nueva Pompeya. Llevaba una vida muy
sacrificada, como todos los demás.
A la mañana
volvimos a recorrer la ciudad, y aunque anduvimos por barrios de un nivel
medio, la mayor parte de las calles eran de tierra. ¡No quiero pensar lo que
ocurriría en época de lluvias!
Un
paisano caminando por la calle de tierra de un barrio de clase media
Comimos algo
rápido y después del mediodía tomamos un micro hasta Presidencia Roque Sáenz
Peña, y desde allí otro directo a Buenos Aires.
Primeramente
pasamos por la zona algodonera de la ruta provincial noventa y cinco, rumbo a
Villa Ángela, y en ese trayecto, a todos los males de la agricultura se le
sumaban las chimeneas de algunas pequeñas plantas con grandes deficiencias en
la combustión.
La zona algodonera de la ruta noventa y cinco, una de las más contaminadas
del país
Como en el
resto de la provincia, quedaban solo los rastrojos de la zafra, que en el caso
del algodón había finalizado en el mes de mayo.
Rastrojos de algodón en un campo cercano a Villa Ángela
En esa zona,
como en El Impenetrable, el deterioro del ambiente físico y de los seres
humanos no habían tenido límites. Y eso se veía a cada paso, no sólo a través
de la ventanilla sino entre los propios pasajeros, que mostraban diferentes
improntas en sus cuerpos producto de la malograda vida que tenían que pasar.
Fue cayendo
la tarde y lentamente el paisaje comenzó a cambiar. A medida que avanzábamos
las pasturas se hacían más tiernas y comenzó a aparecer ante nuestra vista cada
vez más ganado vacuno, y eso era signo de que ya estábamos abandonando la
tierra chaqueña para ingresar al norte de la provincia de Santa Fe.
Ganado vacuno al sur de la región chaqueña en un deslumbrante atardecer
invernal
Se hizo de
noche y después de cenar casi todos se durmieron. Pero yo no podía pegar un
ojo, y no porque no estuviera lo suficientemente cansada ni porque me
incomodara el asiento del ómnibus, sino porque no podía dejar de pensar en la
triste realidad que vivía la gente del Chaco. Y fue por esa razón que estaba
despierta cuando hicimos una parada en Rosario, lugar donde se bajaron casi
todos los pasajeros, chaqueños en su mayoría, que iban a esa ciudad en busca de
una vida algo mejor.
Y entonces
comprendí que nunca tan actual el pensamiento de Carlos Marx quien afirmaba que
“…la producción capitalista sólo sabe
desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción socavando
al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el
hombre.”