A fines de mayo de 2008,
junto con mi madre y mi hijo Martín, tomé un micro en la terminal de ómnibus de
Retiro rumbo a la ciudad de San Luis. Se trataba de un coche cama con muy buen
servicio, pero pese a eso, como era costumbre en casi todas las empresas,
pasaron una película cargada de sangre, por lo que me tapé hasta la cabeza con
la manta y me dormí. Y en medio de la madrugada, Martín me despertó para
mostrarme la luna llena y una enorme cantidad de estrellas muy brillantes, que
podían verse en un firmamento absolutamente negro. Siempre que viajábamos él solía
permanecer mucho tiempo mirando a través de la ventanilla; y en esa
oportunidad, estaba fascinado contemplando ese cielo del sur cordobés que
realmente bien valía pasar la noche con los ojos bien abiertos.
Llegamos a San Luis el
lunes 26 por la mañana temprano y comenzamos a caminar por las calles desiertas
buscando hotel, y las únicas personas que había eran las famosas guardias
urbanas. Y en cuanto nos vieron vinieron a preguntarnos de dónde veníamos, en
qué medio habíamos llegado, qué buscábamos, qué tipo de hotel requeríamos, a
qué habíamos ido, cuántos días nos íbamos a quedar, si teníamos conocidos en el
lugar… ¡Ufffff! Evidentemente tenían razón quienes nos habían dicho que eran la
vista y el oído del gobierno, ya que, al margen del interrogatorio, trataban de
escuchar sin disimulo, lo que hablábamos entre nosotros.
Finalmente nos hospedamos
en un hotelito sencillo que era el único que estaba a nuestro alcance porque la
hotelería en San Luis Capital era escasa y muy cara. Y si bien nuestro destino
final iba a ser la ciudad de Mendoza, hicimos esa escala para que mi madre
conociera la ciudad, y fundamentalmente el famoso Vía Crucis del que yo le
había hablado tiempo atrás.
El día estaba hermoso. La
temperatura era baja, pero se soportaba muy bien porque estaba soleado y no
había nada de viento.
Paseamos por la
plaza principal, caminamos por el Centro, y después de almorzar, en un remis
fuimos hasta la Villa de la Quebrada. Visitamos la capilla y comenzamos a subir
lentamente para poder ver todas las estaciones.
En la Segunda
Estación, donde Jesús carga con la cruz, hicimos un pequeño descanso, ya que
Martín andaba con todas las energías porque tenía solo diecisiete años, pero mi
mamá ya estaba cerca de los ochenta y cinco.
Mi mamá y Martín en la Segunda Estación del Vía Crucis
Mi madre quedó
impactada no sólo por el tamaño de las esculturas, sino por la calidad de los
materiales y lo bien logradas que estaban las expresiones de los personajes.
Una obra de arte de gran valor al alcance de todos
Sin embargo,
debido a malas experiencias, habían tenido que proteger las esculturas mediante
un fino enrejado.
Cristo crucificado en la cima del cerro Tinaja
Estaba tan
despejado que se podía ver el valle en su extensión, lo que nos permitió
disfrutar del panorama y tomar varias fotografías por un buen rato.
Martín y mi mamá en el mirador más elevado del cerro Tinaja
Pero al bajar
nos encontramos con los residuos, esparcidos por el viento, que habían dejado
los peregrinos durante los primeros días del mes.
Basura producto de la gran peregrinación anual de los primeros
días de mayo
Luego
recorrimos los locales de venta de artesanías y souvenirs y al regresar a San
Luis Capital, como el tiempo seguía en muy buenas condiciones, le pedimos al
remisero que nos dejara en la terminal de ómnibus.
Allí no estuvimos
mucho tiempo, sólo el necesario para sacar los pasajes hacia la ciudad de
Mendoza, donde continuaríamos viaje al día siguiente. Pero al salir, se levantó
un fuerte viento muy frío que nos obligó a regresar y merendar en el bar de la
terminal. Al rato, viendo que no amainaba, cruzamos con mucha dificultad la
avenida España y reparándonos como podíamos recorrimos las pocas cuadras que
nos separaban del hotel.
Nos quedamos en
la habitación hasta las nueve de la noche, en que ya había comenzado a llover. Caminamos
unas tres o cuatro cuadras hasta uno de los pocos restoranes que había abiertos
y después de cenar regresamos rápidamente bajo una garua muy fría y finita.
Al día
siguiente, martes 27, nos levantamos temprano y al salir a la calle, alrededor
de las ocho, siendo aun de noche, ¡vimos que estaba nevando! Por lo que, a
pesar de las pocas cuadras que nos separaban de la terminal, nos vimos
obligados a tomar un taxi.
A las ocho a. m., de noche, y nevando
Mientras
estábamos desayunando salió el sol y a las nueve y diez estábamos tomando el
micro. Nosotros pensamos que avanzada la mañana la nieve se derretiría, porque
ya no nevaba más y sólo quedaba en las veredas.
San Luis después de la nevada
Pero cuando aun
no habíamos salido de la ciudad, el tiempo comenzó a cambiar nuevamente. Se
empezó a nublar y todo indicaba que volvería a nevar.
Suburbio de San Luis con sus calles escarchadas
Y fue así. La
nieve comenzó a caer suave y lentamente, hasta cubrir todo de blanco,
desapareciendo las referencias entre la ruta y la banquina.
Suave nevada en las afueras de San Luis
Pero de
repente, mientras estábamos atravesando el parque industrial puntano, comenzó a
soplar viento y los copos de nieve se hacían cada vez más grandes.
Planta de Ultracomb en plena tormenta de nieve
Y en segundos
se transformó en una terrible tormenta de nieve que pegaba sobre las
ventanillas y el parabrisas, al punto que el chofer se vio obligado a detener
el micro porque no podía ver absolutamente nada.
Nieve pegando con toda la furia sobre la ventanilla del micro
Lentamente las
condiciones meteorológicas fueron mejorando y nosotros fuimos avanzando con
cuidado extremo.
Área industrial bajo la nieve
Muchas veces yo
había hecho ese trayecto, pero nunca había tenido la oportunidad de verlo en
esas condiciones.
Hacia el este Villa Mercedes y hacia el oeste Mendoza
Y si bien al
rato dejó de nevar en absoluto, el cielo se fue poniendo cada vez más oscuro.
Eran poco más de las once de la mañana y parecía que ya estuviera anocheciendo.
Campos nevados en el camino entre San Luis y Mendoza
El paisaje me
pareció maravilloso, a pesar de que todo estuviera cubierto de blanco, ya que
se daban reflejos impensables en una zona tan árida.
Ruta nacional número siete
Para Martín,
quien no despegó la cara de la ventanilla, fue una gran experiencia porque
nunca había visto nevar. Mi madre y yo también lo habíamos disfrutado, pero
para la gente del lugar era una maldición por todos los trastornos que traía la
nieve para quien tenía que lidiar con ella.
Vegetación achaparrada bajo la nieve
Y de esa manera
llegamos a Mendoza a las tres horas de haber salido a pesar de que
habitualmente, el tiempo de viaje fuera de media hora menos.
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