jueves, 31 de agosto de 2023

Despidiéndonos de Santiago

 La tarde estaba hermosa, espectacularmente primaveral, así que Solange y yo fuimos a recorrer en el Transantiago diferentes barrios de la ciudad, para lo cual tomamos varias líneas hasta el final del recorrido para poder tener una idea más acabada de la realidad santiaguina. El Transantiago, cuyo nombre derivaba de “Transporte de Santiago”, era un sistema de largos ómnibus con fuelle que se conectaban con las principales bocas de metro, reemplazando los antiguos mini-buses que operaron aproximadamente hasta 2007.

Una de las particularidades del país, y de la ciudad en especial, eran las grandes diferencias entre los sectores socioeconómicos. Los ricos lo eran mucho más que en la Argentina, pero el porcentaje de población que se encontraba en ese nivel era menor; mientras que la clase baja estaba mucho más extendida, si bien se manifestaba un crecimiento, aunque muy lento, de clase media. 

Barrio de monoblocks en el norte de Santiago

  

Viviendas de sectores socioeconómicos bajos

  

Calles arboladas y muy limpias

  

Eran muy comunes las viviendas de madera con techos de chapa

  

Construcciones muy frágiles ante un movimiento sísmico

  

Lejos del Centro los enrejados eran casi continuos

 

 Si bien nos habíamos bajado del ómnibus en más de una oportunidad, en determinado momento decidimos caminar atravesando un barrio para conocerlo mejor, y allí se nos presentó el principal inconveniente que había generado desde un principio la red del Transantiago, la falta de cobertura de amplias áreas donde originariamente llegaban los mini-buses. Por lo tanto, tuvimos que tomar un taxi-colectivo, que nos llevara hasta la parada del ómnibus. El taxi-colectivo, medio de transporte utilizado en varios países latinoamericanos, consistía en un automóvil con un recorrido fijo, con una capacidad máxima de cinco pasajeros. 

Muy bien cuidadas las palmeras pero no tanto los desagües

 

 Ya dejábamos la periferia para ir al Centro de Santiago, siendo el próximo destino La Moneda, sede de la presidencia de la República de Chile. Nos bajamos del Transantiago en la Alameda del Libertador Bernardo O’Higgins y Morandé, y caminamos por la plaza de la Ciudadanía, sobre el frente sur del Palacio.

El edificio había sido proyectado originariamente para albergar la Real Casa de Moneda, durante la época colonial, momento en que las autoridades locales de entonces no contaban con los recursos necesarios para su construcción, por lo que la Corona Española decidió que tendría que ser llevada a cabo por un particular, Don Francisco García de Huidobro, I Marqués de Casa Real. De estilo neoclásico italiano puro fue inaugurado en 1805, y también allí fueron acuñadas las primeras monedas del Chile independiente hasta 1929. En 1845, bajo el mandato del presidente Manuel Bulnes Prieto, pasó a ser la sede del gobierno.

Durante el golpe de estado del 11 de septiembre de 1973, en que fuera derrocado el presidente Salvador Allende, el edificio fue bombardeado por cañones del Ejército de Chile y por los cohetes Sura 3 de los aviones Hawker Hunter de la Fuerza Aérea de Chile, ocasionando un incendio y quedando parcialmente destruido. Ese ataque además significó la pérdida de invaluables tesoros que se venían acumulando durante años, siendo los más importantes el Acta de la Independencia de Chile de 1818, y la original “Piocha de O’Higgins”, estrella de cinco puntas que se colocaba en el extremo inferior de la banda presidencial, y que, en el traspaso de mando de un presidente a otro, significaba la entrega del poder. El antiguo Salón Independencia, lugar donde muriera Allende, fue suprimido y cerrado por un muro de hormigón por orden de Augusto Pinochet para evitar su simbolismo. La presidenta Michelle Bachelet dispuso la restauración de dicha dependencia incluyendo el mobiliario original y dos cuadros del pintor Aldo Bahamonde, uno de los cuales retrataba al presidente saludando desde el balcón, y el otro, mostrando el mismo balcón con su barandal destruido y con el borde presentando impactos de proyectiles tras el bombardeo del ’73.

Las paredes de ladrillos gruesos, de más de un metro de espesor, soportaron varios sismos de Santiago, siendo uno de los pocos edificios coloniales de la capital chilena que ha sobrevivido, por lo que fuera declarado Monumento Nacional. Durante el terremoto de 2010 sufrió daños menores como desprendimiento de frisos en patios interiores y grietas en algunos muros, y algo más graves, como agrietamientos completos, en alguno de sus salones. 

Fachada sur del Palacio de la Moneda desde la plaza de la Ciudadanía

  

Continuando por la calle Morandé llegamos a la plaza de la Constitución, totalmente rodeada por oficinas de distintas dependencias de la presidencia y de los ministerios, por lo que popularmente al lugar se lo llamaba “el Búnker”. 

Plaza de la Constitución desde La Moneda hacia la calle Agustinas

 

Ministerio de Relaciones Exteriores sobre la calle Teatinos

 

 Y sobre Morandé, apenas cruzando la calle Moneda, en la plaza de la Constitución entre La Moneda y el Ministerio de Justicia, se encontraba el monumento a Salvador Allende Gossens, realizado por el escultor Arturo Hevia.

Salvador Allende, quien fuera médico y político socialista, ocupó el cargo de presidente de Chile entre el 4 de noviembre de 1970 y el 11 de setiembre de 1973, día de su muerte a causa del golpe de estado apoyado por el General Augusto Pinochet Ugarte. A pesar de haber sido el primer presidente marxista en el mundo que accediera democráticamente al poder, la Cámara de Diputados en su mayoría opositora, permanentemente lo acusaba de incurrir en violaciones de la Constitución, lo que incentivó la planificación de su abrupta destitución por parte de las tres ramas de las Fuerzas Armadas y del Cuerpo de Carabineros cuando faltaban tres años para finalizar su mandato constitucional.  

SALVADOR ALLENDE GOSSENS (1908-1973)

 “TENGO FE EN CHILE Y SU DESTINO”

 11 DE SEPTIEMBRE DE 1973

  

Dimos algunas vueltas más por las calles céntricas, y después regresamos a Providencia. El día anterior había cenando con Camila y Patricio en el restorán La Estancia, pero ya era noche cerrada y sólo se podían ver las luces de los principales edificios; por eso les propuse a Solange y a Sonia ir más temprano y así poder tomar fotografías desde lo alto.

La vista a la hora del atardecer era muy impactante, en especial por la cantidad de edificios que comenzaban a tapar las montañas. Sin duda, hubiera preferido un ambiente de edificaciones más bajas, a escala humana, con la cantidad de pisos que permitieran ser subidos por escaleras. Las torres exageradamente altas, además de generar un costo energético interno muy elevado, eran las causantes de mayores embotellamientos, y en un área de actividad sísmica intensa hacían más difíciles las tareas de rescate. Y si bien el argumento estaba dado en función de las nuevas normas de construcción sismo-resistentes, la densidad y dependencia de los ascensores, complicaban las posibilidades de defensa ante situaciones de riesgo. Pero el valor de la tierra y la absurda relación entre altura y modernidad, todo lo podían. 

Elevada densidad de edificios en Providencia

  

Los picos nevados de la cordillera de los Andes todavía podían ser vistos

 

Una verdadera selva de cemento hacia todos los puntos cardinales

  

Y como si fuera poco todo lo ya realizado, se encontraba aun en construcción el proyecto inmobiliario Costanera Center, un conjunto de cuatro edificios ubicados en la intersección de la avenida Andrés Bello con Nueva Tajamar, a pocos metros de la estación Tobalaba del metro. El edificio central sería la Gran Torre Santiago, de trescientos metros, sesenta pisos, y veinticuatro ascensores de alta velocidad moviéndose a una velocidad de 6,6 metros por segundo; mientras que otras dos torres llegarían a una altura de ciento setenta y cinco metros, y la cuarta a sólo ciento cinco. De propiedad del consorcio Cencosud iría a contar con un centro comercial, dos hoteles de cuatro y de cinco estrellas, y el resto estaría destinado a oficinas. Y si bien estaba prevista su inauguración para mediados de 2009, los efectos de la crisis económica de 2008 determinaron la paralización momentánea de las obras, por lo que en noviembre de 2011, momento en que nos encontrábamos allí, habiéndose retomado la obra, se proseguía raudamente con el objetivo de que en pocos meses estuviera la mayor parte en funcionamiento. El diseño había estado a cargo del estudio chileno Alemparte Barreda y Asociados, de la compañía canadiense Watt International y del arquitecto argentino César Pelli Clarke, quien trabajara en la construcción de las Torres Petronas de Kuala Lumpur, entre otros rascacielos. Y si bien muchos santiaguinos afirmaban con orgullo tener la torre más alta de Sudamérica, yo pensaba que era un espantoso elefante blanco, que daba por el traste con el ambiente del barrio, ya que tal cual como ocurría en muchas otras partes del mundo, se levantaban edificios sin planificación urbana alguna. 

Gran Torre Santiago en construcción

  

Pero nada terminaba allí, sino que el proceso de cementización de las laderas cordilleranas continuaba a pasos agigantados por todas partes, como lo estaban demostrando las grandes grúas que veíamos a cada paso. 

Las construcciones de altura avanzaban por las laderas de los cerros

  

Y después de hacer críticas urbanísticas que sólo quedaron entre nosotras, decidimos distendernos y preparnos para cenar. Y aunque en los platos no hubiera coincidencias, sí la tuvimos a la hora de brindar para despedirnos de Santiago: “Pisco sour para tres”, -le dijimos al mozo mientras tomaba los pedidos. 

Con Sonia y Solange brindando con pisco sour como despedida de Santiago

  

El viernes 18 Solange y yo regresamos a Buenos Aires por Air Canada. Nuevamente el tiempo estuvo muy bueno, pero en muchos tramos las nubes cubrieron el paisaje por lo que no pudimos ver la Cordillera como hubiésemos querido. 

Campos de cultivo durante el decolaje en Santiago

  

A punto de cruzar los Andes

  

Nubes cubriéndolo todo al cruzar la Cordillera

 

 

Sólo por momentos se despejaba

  

Nos pusimos muy contentas cuando el comandante anunció que ya estábamos sobre Ezeiza. En parte por tratarse de un avión grande y además porque traíamos viento de cola, le habíamos puesto sólo una hora y media entre Santiago y Buenos Aires.  

Debajo de estas nubes estaba el aeropuerto de Ezeiza

  

Pero a los pocos minutos agregó que tendríamos que hacer sobrevuelos de espera porque el aeropuerto “Ministro Pistarini” estaba saturado. Sin embargo no aclaró durante cuánto tiempo, y desde las ventanillas veíamos cada vez más aeronaves dando vueltas como nosotros, como si fuéramos los avioncitos de una calesita.

 

¡Y recién después de cincuenta minutos, por fin, aterrizamos! 

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