Y fue así,
que conseguimos una con suficiente capacidad como para poder pernoctar gran
parte de nosotros durante las noches previas, además de disfrutar de una
piscina y de un amplio parque.
El
lugar fue el Barrio Parque El Remanso, perteneciente a la localidad de Parada
Robles, en el partido de Exaltación de la Cruz, al noroeste del Área
Metropolitana de Buenos Aires. Se trataba de una urbanización cuyo emplazado
llevaba solo cinco años en una superficie de quinientas hectáreas.
Junto
con Omar, Martín y Ludmila tomé una combi en las cercanías del Obelisco para
llegar al kilómetro setenta y tres de la ruta nacional número ocho, donde nos
pasaron a buscar en auto nuestros familiares ya que la quinta se encontraba a
varias cuadras por calles de tierra.
En esos días el calor era insoportable, por lo que chicos y grandes pasamos gran parte de las jornadas en la pileta, y recién a la tardecita, nos podíamos poner a tomar sol.
Chicos y grandes en la pileta
Mi nieta Melina con su salvavidas
Un picadito en el agua
Toda la familia disfrutando del agua y del sol
Cuando todos habían salido de la pileta, Martín
continuaba en el agua
Mis nietas Rocío, Laurita y Melina al sol
Mis hijos Fernanda y Martín tomando sol, ya a la
tardecita
Y antes de cenar, se armaban tanto una banda de música improvisada como el infaltable partido de truco.
Enrique en guitarra y Joaquín, Francisco y Martín en
percusión
Martín, Francisco y Joaquín en una banda improvisada
El infaltable partido de truco
Y, por las noches, después de charlas y risas prolongadas, cuando casi todos se iban a dormir, perdí varios partidos de canasta con mi hijo Enrique.
Cuando casi todos se iban a dormir, jugaba a la
canasta con Enrique
Enrique fue el encargado de hacer el asado para la mesa de Nochebuena, donde todos compartimos un momento maravilloso.
Enrique a cargo del asador
La mesa de Nochebuena
Disfrutando de la mesa de Nochebuena
Cuando se hicieron las doce, brindamos por la Navidad, y apareció Papá Noel, quien trajo un montón de regalos para todos.
¡Y llegó Papá Noel!
Mis nietas Ludmila, Laurita y Melina con los regalos de
Papá Noel
En la tarde
del 25 de diciembre decidimos regresar a casa, pero ese día no andaban las combis.
Mi yerno Tobías nos llevó en el auto hasta la parada del colectivo en la ruta
para ir hasta la estación de trenes de Pilar, a unos veinte kilómetros del
lugar, pero, como era la primera vez que haríamos ese recorrido, no teníamos ni
idea de cuánto era ni cómo había que pagarlo. Una mujer que se encontraba allí nos
dijo que cada pasaje costaba tres pesos con cincuenta y que había que introducir
monedas en una máquina. Comenzamos a contarlas, pero ya éramos cinco, porque se
había sumado mi nieta Laurita, y no nos alcanzaban. No había nada abierto como
para cambiar billetes, y eso nos obligaba a comunicarnos con alguien de nuestra
familia para que viniera a solucionarnos el problema, perdiendo el colectivo,
que pasaba con muy baja frecuencia. Entonces, esa mujer, sin conocernos, me
hizo pasar a mí como acompañante de ella que era discapacitada, y de esa manera
se resolvió la situación. Cada boleto resultó ser de solo dos pesos con cincuenta
y nos hubieran alcanzado las monedas, pero fue muy bueno el gesto.
Tomamos el tren y nos bajamos en la estación Chacarita desde donde, en taxi, llegamos a casa, nuevamente en medio del cemento en pleno barrio de Congreso, pero, felices de haber pasado unos días rodeados de los seres más queridos y al aire libre.
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