El lunes 9 compramos los pasajes Manta-Quito, servicio ejecutivo de la línea de ómnibus “Reina del Camino”, por los que nos cobraron solo diez dólares por cada uno, y desayunamos en la terminal. Y si bien se trataba del local de la empresa, había una sola mesa a compartir, siendo un lugar muy precario para lo que los argentinos estábamos acostumbrados, aunque todo gozaba de buena limpieza.
En Manta, las temperaturas oscilaban durante todo el año
entre 24 y 26°C. Durante el invierno, que se iniciaba a principios de diciembre
y concluía en mayo, la influencia de la corriente del Niño permitía que los
vientos del mar produjeran lluvias en el continente, mientras que, por el
contrario, en el verano, que iba de junio a diciembre, la corriente de
Humboldt, generaba precipitaciones en el mar, dando lugar a una relativa sequía
en las costas. Debido a que las temperaturas eran similares y muy elevadas
durante todos los meses del año, llamaban invierno al período de lluvias y
verano a la etapa seca.
Omar desayunando en el bar de la
terminal de la empresa de ómnibus “La
Reina del Camino”
en la ciudad de Manta
A unos cuarenta y cinco minutos de haber
partido, hicimos la primera parada en Portoviejo, una ciudad ubicada a unos
treinta kilómetros de Manta. Fue fundada el 12 de marzo de 1535 por el español
Francisco Pacheco, y el rey Felipe II había mandado a elaborar un escudo que
contenía la frase “A la muy noble, muy leal Villa Nueva de San Gregorio de
Portoviejo, ciudad de los Reales Tamarindos”, fruta que se producía en esas
tierras. Pero fue recién a mediados del siglo XIX, cuando presentó un acelerado
crecimiento demográfico posicionándose como uno de los principales núcleos
urbanos del país, alcanzando en el censo de 2010 una población de 206.682
habitantes, convirtiéndose en uno de los más importantes centros
administrativos y financieros, comerciales y educativos del Ecuador.
Debido a que el relieve de la zona consistía
en una extensa llanura a 50 m.s.n.m., con un clima tropical lluvioso, cuyas
temperaturas mensuales eran de 25°C a lo largo de todo el año y 1000 mm de
lluvias, se desarrollaba la agricultura tropical destacándose las frutas, las
hortalizas y las legumbres para consumo interno.
Circulando por la calle Pedro Gual
esquina avenida Rocafuerte en la ciudad de Portoviejo
Mucho tránsito en Portoviejo
Esta era una localidad pequeña en cantidad de
población, ya que contaba con solo 10.574 habitantes, sin embargo, se trataba
del centro urbano de un extenso valle que debido a la importancia en cuanto a
la producción de arroz, se lo conocía como “el granero de Malabí”. Tanto
los arrozales como otras plantaciones de carácter tropical eran posibles por
tratarse de un clima con temperaturas que oscilaban entre los 24 y los 26°C
durante todo el año con precipitaciones que alcanzaban los 594 mm
concentrándose, principalmente, entre los meses de enero y abril, en que se
producían inundaciones. Algunos de los cultivos tenían continuidad en las
colinas circundantes, por lo que se los realizaba en función de las curvas de
nivel.
Por otra parte, se notaba una gran desigualdad
socioeconómica a partir de las construcciones que iban desde casas de campo muy
bien dotadas hasta palafitos sumamente vulnerables que tenían la finalidad de
protegerse durante la estación de las lluvias.
Zona rural entre Portoviejo y
Rocafuerte
Radio Rocafuerte – 96.1 Mhz
Terminal de la empresa de ómnibus
“Reina del Camino” en la ciudad de
Rocafuerte
Plantaciones cercanas a Rocafuerte
Arrozales en Manabí
Colinas de Manabí
Pequeños valles fluviales en las
colinas de Manabí
Viviendas rurales en Manabí
Campos de Manabí
Cultivos en curvas de nivel
Diversidad de cultivos según la
altura
Palafitos para soportar las inundaciones
estacionales
Viviendas de alta vulnerabilidad
en las laderas
Continuando por una extensa llanura, a una
altitud de 11 m.s.n.m., a treinta y dos kilómetros, se encontraba Tosagua. Era llamada “El Corazón de Manabí”, por su ubicación
geográfica, que en el censo de 2010 contaba con una población de 10.751
habitantes, siendo sus actividades principales el comercio, la ganadería y la
agricultura.
Por su clima cálido con 25°C durante todo el año y precipitaciones de 738,2 mm anuales con mayor concentración entre los meses de enero y abril, se producían inundaciones por lo cual también se construían viviendas en forma de palafito, a los que percibí de muy alto riesgo.
Estación de servicios “Tosagua”
Áreas inundables en Tosagua
Acumulación de agua en período de
precipitaciones
Siempre dentro de la provincia de Manabí, en
el camino entre Tosagua y Chone, se encontraba La Segua, un humedal que ocupaba
el quinto lugar entre los diecinueve del Ecuador, y donde vivían mil
setecientas personas que se dedicaban a la pesca y la ganadería, doce especies
de peces, ciento sesenta y cuatro de aves, más de veinte migratorias, y
veintisiete de flora. Este ecosistema estaba en la lista de la Convención
Ramsar, una iniciativa de protección, de la cual el país formaba parte desde
1991.
Un palafito en las inmediaciones
del humedal “La Segua”
Chone había sido fundada en una
llanura costera entre los territorios pantanosos, semisecos, subtropicales y
húmedos rodeada por cerros y lomas que formaban pequeños sistemas de
elevaciones litorales con alturas que sobrepasaban los 100 m.s.n.m. derivados
de la cordillera Occidental de los Andes adyacente directamente al océano
Pacífico. El relieve más alto se encontraba hacia el sudeste, siendo el del
cerro Blanco con 560 m.s.n.m.; y por el noroeste y oeste estaba rodeada por
tres cerros, de los cuales se destacaba el Guayas. Por contar con temperaturas
de 26°C a lo largo del año con precipitaciones de 730,4 mm concentradas entre
los meses de enero y abril, la zona era ideal para la plantación de plátanos.
Plantación de plátanos en la zona de Chone
Chone estaba rodeada por cerros y
lomas
Ganado entre las plantaciones de plátanos
Sus orígenes databan de inicios del siglo XX, y se
había convertido en uno de los más importantes centros administrativos,
económicos, financieros y comerciales de Manabí, pero las principales
actividades de sus alrededores eran la agricultura, especialmente de banano y
la ganadería.
Lluvia y calor generaban abundante
y variada vegetación en El Carmen
Selva tropical en El Carmen
Plantación de plátanos en El Carmen
Ya había pasado el mediodía cuando
bajamos para almorzar en El Carmen. El menú consistía en arroz, carnes,
ensalada y jugo. Todo por tres dólares.
Y desde un teléfono público
aproveché para hablar por teléfono con mi mamá quien se encontraba en Buenos
Aires, llamada que me costó un dólar y medio, precio muy elevado en comparación
con la comida.
Cocina del comedor de El Carmen
Locales comerciales en la avenida
Chone de El Carmen
Comedores al paso en El Carmen
Llegando a Santo Domigo de los
Colorados
Avenida Quito en Santo Domingo de
los Colorados
A partir de allí nos dirigimos
directamente hacia Quito, la capital ecuatoriana localizada en un valle de
altura entre los cordones Occidental y Oriental de los Andes. Y al comenzar el
cruce, en plena montaña, primeramente las nubes ocuparon todo el paisaje para
luego desatarse una temible tormenta tropical, en una zona donde los picos de
las montañas superaban los 5.000 m.s.n.m., con laderas cubiertas de vegetación
selvática y un camino de cornisa angosto y resbaladizo, donde la visibilidad
era prácticamente nula.
Las nubes ocuparon todo el paisaje
Durante el cruce del cordón
Occidental de los Andes, se largó la tormenta
Laderas selváticas en los Andes
Ecuatorianos Occidentales
La lluvia cada vez más intensa sobre la montaña
El cordón Occidental de los Andes Ecuatorianos superaba los 5.000
m.s.n.m.
Lluvia
y escasa visibilidad en el camino de cornisa
Visión desde la ventanilla del ómnibus durante la tormenta
Llegamos a Quito en medio de la lluvia
torrencial. Le habíamos puesto más de cinco horas para hacer los últimos ciento
sesenta kilómetros porque el camino estaba reducido por un derrumbe. El micro nos
dejó en su terminal que consistía en una pequeña boletería y despacho de cargas,
pero, además, estacionó en la calle. Logramos conseguir un taxi y nos alojamos
en el hotel Plaza del Teatro, en la calle Guayaquil, frente a dicha plaza. Un
lugar donde había varios barcitos y cybers. Y allí, un establecimiento antiguo,
pero bien puesto, discreto y limpio, pagamos veinticuatro dólares el
alojamiento sin desayuno.
Había sido un día intenso. Poco
más de cuatrocientos kilómetros separaban a Manta de Quito, sin embargo, nos
había demandado toda la jornada transitarlos. Habíamos pasado de un clima cuyas
temperaturas promedio oscilaban entre 24 y 26 °C durante todo el año y
precipitaciones de 521,1 mm predominando entre enero y abril, a una zona donde todo el año la temperatura promedio era de
13°C con 1.172,3 mm predominando entre septiembre y mayo. Y si bien ambas
ciudades se encontraban muy próximas a la línea del Ecuador, la primera estaba
sobre el nivel del mar en las costas del Pacífico, y la segunda a los 2.812
m.s.n.m., en plenos Andes Ecuatorianos, lo que explicaba su clima templado.
Ya de noche, y bien abrigados, salimos a caminar por las angostas calles del Centro Histórico, que eran tan bonitas como plácidas, pero en las que la mayor parte de los locales cerraban a horas tempranas. Buscamos un lugar donde cenar y solo encontramos abierto un restorán chino, donde, por dos platazos de tallarines con vegetales acompañados por sendas botellitas de Nestea (té frío con limón), pagamos menos de ocho dólares. Pero cuando se hicieron las diez de la noche, y ante nuestra vista, la dueña desenchufó una de las heladeras.
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