Por ser pasajera frecuente de LAN solía
recibir ofertas en mi correo electrónico, y fue así, que un día vi que por
cuatrocientos cincuenta dólares podía tener un pasaje desde Buenos Aires a
Caracas, ida y vuelta. Pero la idea que teníamos con Omar para ese verano era
la de recorrer más de un país sudamericano, por lo que llamé a la empresa para
preguntar si era posible sacar un pasaje Buenos Aires-Guayaquil y el regreso
desde Caracas con un mes de diferencia, ya que en ese tiempo recorreríamos por
tierra la distancia que separaba a ambas ciudades. Ellos me contestaron que sí,
pero para poder conservar ese precio, y habiendo mucha demanda por ser
temporada muy alta, no podría ser con escala en Santiago de Chile de dos horas
como era la oferta original, sino que, de ida, deberíamos esperar dos días en
Santiago, y volver a cambiar de avión en Lima. Así que el miércoles 4 de enero
de 2012, tomamos el vuelo 400 de LAN rumbo a Santiago de Chile a las seis y
media de la mañana, aterrizando en el Aeropuerto Internacional Arturo Merino
Benítez, una hora y cincuenta minutos después, tras un vuelo excepcional.
Comienzo del cruce de la
Cordillera de los Andes
Casi nada de
nieve y cirrus en el cielo
Hierro y cobre se
visualizaban en las laderas peladas de vegetación
Atravesando la
Cordillera del Límite
Sin nada de turbulencia a
pesar del relieve montañoso
Profundos valles
intermontanos
Nacientes de
algunos ríos
Erosión glaciaria y fluvial
en las laderas andinas
Sobrevolando territorio
chileno
En pleno Valle Central de
Chile
Cultivos intensivos
Una cantera aparentemente
abandonada
Establecimientos
agroindustriales
Cultivos protegidos por
cortinas de árboles
¡La sombra de nuestro avión!
Tomamos un taxi hasta el hotel Imperio y enseguida
salimos a caminar por la Alameda hacia el este. Vimos algunas vidrieras en el
Portal Edwards, y continuamos hasta el vecino barrio República, donde había
varios centros educativos y viviendas de buen nivel.
En 1944 el coronel del ejército Octavio Soto, estudiante de la Academia de Guerra, solicitó al Ejército un préstamo para poder comprar un terreno de la antigua Quinta Meiggs, con el fin de construir casas para él y sus compañeros de curso, quedando la obra a cargo del arquitecto Luciano Kulczewski; y ese mismo año, el Presidente Juan Antonio Ríos la inauguró. Los habitantes del nuevo conjunto residencial pidieron que el nombre de la calle de acceso se llamara Octavio Soto, pero las normas del Municipio de Santiago exigían que fuera alguien ya fallecido, por lo que se optó por el nombre de Virginia Opazo, madre del coronel. En 1992 fue declarado Monumento Nacional de Chile, en la categoría Zona Típica.
Casas del Conjunto Virginia Opazo
Casas formando una isla en la calle Virginia
Opazo
Volvimos sobre nuestros pasos y yendo hacia el
oeste, llegamos a la Estación Central, donde compramos varias prendas ya que en
ese momento Chile estaba barato para los argentinos. En un taxi nos trasladamos
hasta el Centro, paseamos toda la tarde por la peatonal y alrededores, para
regresar a cenar en el hotel.
Más tarde fuimos al barrio Bella Vista, donde
había una gran cantidad de bares y boliches. Y a pesar de ser día de semana,
había una gran cantidad de gente, lo que dificultaba caminar por las veredas de
la calle Pío Nono. Todos los locales estaban atestados de jóvenes tomando
energizantes, cerveza y otras bebidas alcohólicas de mayor graduación. Pero
también, además del aroma a marihuana, era evidente que se estaban utilizando
otras sustancias debido a ciertos comportamientos que comenzaban a ser un tanto
expansivos. Así que como el ambiente no era para nosotros, caminamos unas
cuadras hasta la Alameda, terminando en un bar con decoración propia de unas
décadas atrás, tomando unas simples colas.
El jueves 5 por la mañana fuimos en taxi a
Providencia donde anduvimos dando vueltas y tomando refrescos en los barcitos
que tenían mesas en las veredas con sendas sombrillas, donde los precios tenían
cierta paridad con los de zonas semejantes en Buenos Aires.
Más tarde fuimos a visitar a Ernesto a la Facultad
de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile con quien después
tuvimos un agradable almuerzo en el restorán del séptimo piso del hotel Montecarlo,
en la calle Victoria Subercaseaux, frente al cerro Santa Lucía.
Desde allí caminamos por la Alameda las
treinta y siete cuadras que nos separaban del hotel, y antes de que cerraran
los comercios fui a comprar un regalo de Reyes para Omar y resortes de colores
para Martín, ya que el barrio donde nos hospedábamos era una zona de comercios
mayoristas al estilo del Once en Buenos Aires.
A pesar de que durante el día la temperatura era
elevada, a la noche refrescaba, y eso era ideal para volver a salir; pero esa
madrugada teníamos que partir hacia el aeropuerto, por lo que cenamos temprano
en el hotel y nos fuimos a dormir.
A las seis y media de la mañana decolamos en el vuelo 2634 de LAN, del cual lo único que supimos fue que tardamos tres horas y media, ya que dormimos profundamente hasta llegar a Lima. Como el aeropuerto “Jorge Chávez” de El Callao estaba saturado, no alcanzaron las mangas y tuvimos que bajar por la escalerita, además de que el vuelo LA 1630 a Guayaquil saliera con cuarenta y cinco minutos de atraso por la misma causa.
Omar bajando las
escalerrillas del avión en El Callao
Decolamos hacia el sudeste y pudimos ver a la ciudad de El Callao con toda claridad, así como al río Rímac desembocando en el océano Pacífico.
Río Rímac en su paso por El
Callao desembocando en el océano Pacífico
El Callao fue fundada por los
colonizadores españoles en 1537, sólo dos años después de Lima, y un año
después de la primera fundación de Buenos Aires. Y pronto se convirtió en el
principal puerto para el comercio español en el Pacífico.
Durante el Virreinato del Alto Perú prácticamente todos los bienes producidos en los actuales Perú y Bolivia, se llevaban a través de los Andes a lomo de mula hasta El Callao, para ser enviados por el Pacífico a Centroamérica, y allí nuevamente por tierra hasta el mar de las Antillas para luego continuar por mar hacia España.
Vista parcial del puerto de El Callao en el
momento del decolaje
El Callao había sido escenario de un combate durante la Guerra Hispano-Sudamericana (1865-1866), en que sus excolonias (Perú, Chile, Ecuador y Bolivia), le declararan la guerra a España, cuando pretendía cobrarse la “deuda de la independencia”, para lo cual había ocupado en 1864 las islas de Chincha, donde se hacía la extracción de guano, principal producto de exportación del Perú de esa época. La batalla tuvo lugar el dos de mayo de 1866, entre una escuadra de la Armada Española, al mando del Almirante Casto Méndez Núñez, y las defensas locales conducidas por el entonces Jefe Supremo de la República del Perú, Mariano Ignacio Prado. Los resultados de dicho enfrentamiento han sido objeto de polémida desde entonces, ya que ambos contendientes se han adjudicado la victoria. Mientras la historiografía española ha sostenido que la escuadra se retiró sin daños graves tras arrasar las defensas del Callao dando por cumplido su cometido, los peruanos han afirmado que las baterías de tierra conservaron su capacidad de combare y que los españoles se retiraron debido a sus daños y falta de munición.
Puerto de El Callao con barcos
fondeados en el mar de Grau
Enseguida el avión viró hacia el
mar, lo que nos permitió divisar un archipiélago conformado por la isla San
Lorenzo separada de la Isla Callao o El Frontón por el canal del Boquerón,
además de Cavinzas y Palomino, entre otras.
Todas esas islas no eran más que los picos de montañas sumergidas en una zona, donde además había profundas grietas de más de siete mil metros de profundidad, las fosas Central y Meridional o fosa de Arica, que continuaba paralela a la costa chilena. Y es en ellas donde se localizaban los principales hipocentros de los movimientos sísmicos producto del roce de la Placa de Nazca con la base de la Placa Continental Sudamericana. De hecho, en 1746, un tsunami había destruido la totalidad del puerto de El Callao.
Canal del Boquerón entre las islas
El Frontón y San Lorenzo. Detrás las islas Cavinzas y Palomino
La isla San Lorenzo con sólo ocho
kilómetros de largo y dos de ancho era la más grande del Perú, pero no había
sido urbanizada por no contar con fuentes de agua dulce. Su altura máxima se
presentaba en el cerro La Mina con 396 m.s.n.m.
Los habitantes del Antiguo Perú
(900-1532 d. C.) la usaron como cementerio, de hecho, en la mitología antigua
de la costa central peruana, las islas estaban relacionadas con la vida de
ultratumba.
Durante la Colonia, la isla había
sido centro de reclusión enviando allí a los esclavos de mal comportamiento; y
desde sus canteras se extrajeron piedras que fueron destinadas a la
construcción de diversas edificaciones como el antiguo Presidio del Callao y la
Fortaleza del Real Felipe.
En los siglos XVI y XVII, fue base
de operaciones de corsarios y piratas como el inglés Francis Drake y el
holandés Jacob Clerk L´Hermite, quien intentara saquear Lima, lo que no pudiera
concretar debido a que tanto él como su tripulación murieron víctimas de una
epidemia, siendo enterrados en la isla.
Charles Darwin la visitó en 1835
haciendo observaciones sobre aspectos geológicos y naturales.
En el Combate del Callao, la
Armada Española enterró a sus muertos y reparó allí sus naves antes de regresar
a Europa.
Y durante la Guerra del Pacífico o
Guerra del Guano y del Salitre (1879-1883), la isla San Lorenzo fue centro de
operaciones de la escuadra chilena al bloquear al puerto de El Callao entre
abril de 1880 y enero de 1881, por lo que se produjeron algunos combates con
trágico saldo para los peruanos. De todos modos, los muertos chilenos fueron
enterraron allí.
Durante el Oncenio de Leguía
(1919-1930), época del gobierno dictatorial ejercido por Augusto Bernardino
Leguía, caracterizado por un estilo populista, de culto a la personalidad y
dando excesiva apertura económica al capital extranjero, la isla San Lorenzo
funcionó como centro de reclusión para sus opositores políticos.
En 1933, debido a una epidemia de
cólera, el gobierno peruano creó un lazareto, donde cada nave era revisada,
dejando a los enfermos en cuarentena hasta su recuperación, sin poder ingresar
a la costa. Los que murieron también fueron enterrados en la isla.
En 2010, el Instituto Nacional de
Cultura declaró como Patrimonio Cultural de la Nación a veinte monumentos
arqueológicos existentes en la isla.
La isla de San Lorenzo contaba además con playas exclusivas sólo accesibles para quienes tuvieran embarcaciones de recreo.
Isla San Lorenzo, la más grande
del Perú
Virando sobre las islas San
Lorenzo y El Frontón
La isla El Frontón, extremadamente
seca y sin vegetación estaba situada a sólo siete kilómetros de la costa y
tenía un área aproximada de un kilómetro cuadrado.
Sin ser habitada durante siglos,
en 1917, durante el segundo gobierno de José Pardo, fue construida una prisión
donde fueron encarcelados los más peligrosos criminales. Pero también
estuvieron recluidos presos políticos como el ex – presidente Fernando Belaúnde
Terry, quien fuera encerrado durante doce días en los años sesenta, por
encabezar desde Arequipa una manifestación en contra del segundo gobierno del
aristocrático Manuel Prado Ugarteche.
Pero el suceso por el cual más se ha hecho famosa es el motín ocurrido el 18 de junio de 1986, durante el gobierno de Alan García Pérez, de parte de los reclusos pertenecientes al Movimiento Sendero Luminoso, cuya mayoría pereciera en el proceso de recuperación del control de la isla por parte de la Marina de Guerra con asiento en el distrito de La Punta, a pocos minutos del lugar. Desde entonces fue materia de investigación judicial y periodística el posible hecho de ejecuciones ilegales, lo que involucraría al mismo presidente García.
Isla Callao o El Frontón, muy cerca de la costa
El avión direccionó ya con sentido norte y entonces tuvimos una vista panorámica donde aparecía en primer plano la península donde se encontraba el distrito de La Punta, el puerto, el río Rímac y la pista de aterrizaje del aeropuerto “Jorge Chávez”.
Vista panorámica de El Callao
donde podían verse la península, el puerto, el Rímac y la pista
En distrito de La Punta había un
barrio residencial, espacios verdes, playas, y la Base Naval del Perú, en cuya
prisión se encontraban Víctor Polay Campos y Manuel Rubén Abimael Guzmán
Reynoso, líderes del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru y Sendero Luminoso
respectivamente, y Vladimiro Ilich Montesinos Torres, el ex Director de
Seguridad Interna durante el régimen de Fujimori.
Los dos primeros, acusados de terroristas, habían sido condenados a prisión perpetua; mientras que el tercero, autor de escándalos de corrupción que lo beneficiaron económicamente, y fundador del Grupo Colina, una entidad paramilitar genocida que cometiera violaciones a los derechos humanos y terrorismo de estado, fue sentenciado en 2010 a una pena de veinticinco años.
Distrito de La
Punta donde se encontraba la Base Naval del Perú.
Detrás, las
avenidas Argentina y Oscar Benavides
Como en toda la costa del
Pacífico, por tener altas montañas, las profundidades en el mar eran inmediatas,
no contando así con plataformas submarinas extensas. Por esa razón, junto con
Chile y Ecuador, Perú ha sido pionero en establecer una legislación que lo
amparara en cuanto a su soberanía y jurisdicción de las aguas y subsuelo
adyacentes a sus costas, siendo precursores dichos países en lo que se llamara
“tesis de las 200 millas” ante la Convención
de las Nacionaes Unidas sobre el Derecho del Mar.
Y si bien, desde el punto de vista
oceanográfico no era propiamente un mar, a ese espacio donde el Perú ejercía su
soberanía y jurisdicción se lo denominó Mar de Grau, en homenaje al Almirante
Miguel Grau Seminario, máximo héroe peruano de la Guerra del Pacífico.
Ese ámbito presentaba
características singulares que determinaban la existencia de una importante
biomasa de zooplancton y fitoplancton, más de seiscientas especies de peces,
moluscos, crustáceos, mamíferos marinos; además de petróleo, gas natural, y
otros minerales. Allí las aguas eran más frías comparadas con las que
corresponderían a su latitud debido a la presencia de la corriente de Humboldt
o del Perú, ocasionando además una serie de efectos en el clima de la costa, ya
que la temperatura promedio llegaba a sólo 18,2°C, en lugar de los 25 ó 26 que
le corresponderían en función de su baja latitud. Como consecuencia de ello
también se originaban neblinas y brumas, condensando en el mar y tornando a la
costa sumamente árida.
Esa región del mar peruano se
caracterizaba por el verdor de sus aguas debido a la gran carga de fitoplancton
que contenía clorofila, hecho que tenía directa relación con la cadena trófica
dando lugar así a la gran diversidad de especies. Más allá de las doscientas
millas marinas, las aguas eran tropicales conservando un color azul intenso.
Dichas condiciones cambiaban cuando la corriente del Niño, de aguas cálidas por derivar de las corrientes ecuatoriales, se desplazaba con fuerza hacia el sur, desviando a la corriente de Humboldt y modificando el ecosistema del mar de Grau. Ese fenómeno, más frecuente a partir de la Navidad, producía lluvias regulares y repentinas, la muerte del plancton, migración de cardúmenes de anchoveta, sardinas y otras especies de aguas frías hacia el sur, generando graves consecuencias económicas y sociales en la costa peruana.
Aguas verdes cargadas de fitoplancton
frente a la costa peruana
Volar sobre la corriente de Humboldt generalmente resultaba muy placentero ya que casi no había turbulencia, pero a la vez, en muchas ocasiones, la nubosidad era muy grande, tal como nos sucediera durante las dos horas del tramo Lima – Guayaquil.
Colchón de nubes en casi todo el
tramo Lima – Guayaquil
Comenzó a abrirse casi llegando a
Guayaquil…
Al llegar al delta del río Guayas las nubes se disiparon lo suficiente como para observarlo nítidamente. Se trataba de una gran planicie de terrenos aluviales donde había una gran diversidad de cultivos tropicales como caña de azúcar, banano, cacao, algodón, arroz, cítricos y otros frutales.
Sobrevolando el delta del río
Guayas, ya en territorio ecuatoriano
Meandro en el delta del Guayas
Variedad de cultivos en las
fértiles tierras deltaicas
Volando muy bajito
Detrás de los arrozales, las
montañas
Y ya casi sobre el aeropuerto,
llegamos a la confluencia de los ríos Babahoyo y Daule, principales afluentes
del Guayas. Ambos ríos estaban separados por la península donde se encontraba
el cantón de Samborondón, nombre derivado de un esclavo mulato conocido con el
nombre de Sambo, y de apellido Rondón.
El lugar se caracterizaba por estar habitado por una población de clase medio-alta y alta, además de los centros comerciales, educativos y deportivos de alto nivel, ubicados allí. Ese era el sector más criticado por el presidente Rafael Correa, a cuyos habitantes les diera el apodo despectivo de “pelucones”. Si bien “pelucón” hacía alusión al uso de pelucas por parte de la aristocracia, el término se había extendido al bando político conservador; y en el caso de los pelucones de Guayaquil o pelucones de la elite porteña mercantilista, se trataba de quienes se habían enriquecido a partir de montar grandes negocios de exportación e importación de diversos productos como la madera, el tabaco, el alquitrán, el cacao, el café, el azúcar, el añil, el vino, el aguardiente, el hierro, las telas, las pasas y los higos, entre otros.
Puente de la Unidad Nacional sobre
el río Babahoyo
Avenida Samborondón en la
península que separaba los rios Babahoyo y Daule
En primer plano las urbanizaciones Palmar del Río y Torres
del Sol
y detrás, Guayaquil Tenis sobre el río, y San Isidro a la
vera de la avenida
En primer plano, la urbanización
Tornero, detrás de la arboleda Palmar del Río,
y sobre el Daule, la Guayaquil
Tenis
Barrio Fontana, que contaba con un
espejo de agua y seguridad privada como los demás
Habíamos reservado el hotel Las
Américas en la avenida 9 de octubre y Machala a dos cuadras del parque
Centenario, pero el taxista, que cobró cuatro dólares por el viaje, lo
convenció a Omar de ir al hotel Versailles, en la esquina de las calles
Quisquís y Ximena. Era de dos estrellas y el precio era bastante más bajo que
el otro y no estaba mal, pero si bien se encontraba cerca de la avenida
principal, el lugar era bastante fulero.
Guayaquil era tan desagradable
como insegura. Tuvimos que hacer pie en ella por ser el principal centro de
comunicaciones del Ecuador, pero nuestra intención era permanecer allí lo menos
posible, así que dejamos las cosas en el hotel y fuimos a la terminal
terrestre, que era lo mejor que tenía la ciudad, y así averiguar horarios y
precios para continuar viaje hacia las playas de Manta al día siguiente.
Merendamos un sanduche de jamón y
queso que compartimos dado el tamaño, tomamos unas frescas gaseosas, y llamé a
mi hijo Enrique para que avisara al resto de la familia que habíamos llegado
bien.
Entre el cansancio, lo poco
atractivo del lugar, la humedad y el calor asfixiante, no tuvimos otro deseo
que encerrarnos en la habitación del hotel bajo el aire acondicionado.
Cuando oscureció, y antes de que cerraran los locales, que allí sucedía bastante temprano, buscamos un sitio donde cenar y terminamos haciéndolo donde tres años atrás habíamos estado con Martín, Maruca y Jorge. Omar se dio el gusto de comer pescado fresco, y yo carne con ensalada, arroz, papas fritas, y por supuesto, con agregado de plátanos fritos.
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