El tránsito estaba muy cargado, y al tener que
atravesar gran parte de la ciudad, que era tan larga como angosta, hubo tramos
en que avanzábamos a paso de hombre. Y, justamente, cuando transitábamos por la
calle Vargas, el bus quedó atascado por un largo rato frente al parque Gabriel
García Moreno, teniendo una vista lateral de la Basílica del Voto Nacional,
también conocida como la Basílica de la Consagración de Jesús o Basílica de San
Juan, aunque la mayoría de los quiteños la llamaba “La Basílica”.
Si bien en Quito había una gran cantidad de
iglesias, ésta era la que se destacaba por su estilo neogótico, siendo en ese
momento, 2012, el templo más alto de Hispanoamérica.
Característica del estilo era la presencia de
rosetones, así como de pináculos que estaban presentes en toda la estructura
del edificio, y la forma ojival en puertas y ventanas. En la fachada principal
se ubicaban dos torres con sus respectivos campanarios y relojes que podían ser
vistos desde cualquier parte de la ciudad. Y en la parte posterior, se
levantaba la torre más alta, conocida como “de los Cóndores”, adornada con esculturas de estas aves, que se hallaba a ochenta y
tres metros, ya que ellos necesitaban al menos esa altura para poder volar. Ese
detalle era sumamente representativo debido a que el cóndor era el ave nacional
de Ecuador y se encontraba coronando su escudo nacional, al igual que los hacía
en este templo.
Para evitar la acumulación de agua en los techos, producto de las lluvias, eran colocados una serie de caños de desagüe, y era típico de la arquitectura de grandes edificios, terminar la parte sobresaliente de éstos, con una figura decorativa a la que se denominaba gárgola. Y si bien en los templos góticos europeos, esas gárgolas representaban a seres mitológicos, en el caso de esta basílica, las figuras coincidían con la fauna ecuatoriana, encontrando así caimanes, tortugas de Galápagos, armadillos, monos y pumas, entre otros. Por otra parte, se colocaban acróteras con fines decorativos, que, como las gárgolas, tenían el sentido de ayudar a espantar a los malos espíritus, una creencia que tenía su origen en el Medioevo y se podía apreciar en toda construcción gótica.
La
Basílica del Voto Nacional desde el parque Gabriel García Moreno
La
Torre de los Cóndores y el pórtico este de “La Basílica” debajo de uno de los
rosetones
Ya fuera de la ciudad, en dos horas, por un
camino serpenteado, con precipicios, y variedad de cultivos, en especial de
maíz, llegamos a destino.
Hotel
Santa Fé
La población de Otavalo había sido diezmada
primero por la invasión incaica y después por los conquistadores españoles,
que, además de la guerra, trajo consigo enfermedades como el sarampión, la
viruela y el tabardete, sumado a los trabajos forzados, que acabaron con la
mayoría de los indígenas.
La ciudad, que databa del siglo XVI, había
sufrido más de un traslado a lo largo de su historia.
En 1573, por orden del Virrey Toledo, se
emprendió el programa de reducciones, siendo así que se enviara a despoblar los
asentamientos originarios, para relocalizar a los nativos en pueblos españoles.
La reducción del pueblo de Otavalo se llevó a cabo entre agosto de 1578 y
noviembre de 1579, para llevarlos a la vera del lago San Pablo, y de esa manera
limitar el poder de los caciques, y, desde ya, el de los indígenas.
El segundo traslado había tenido lugar en
junio de 1673 hacia su localización actual, con motivo de cuestiones de
desarrollo, a partir de mejorar sus condiciones físicas contando con campos más
extensos, un clima más cálido y varios afluentes de agua, a diferencia de las
zonas pantanosas que dominaban las orillas del lago San Pablo. Y fue en esa
oportunidad que se la re-bautizó con el nombre de San Luis de Otavalo.
Durante las Guerras de la Independencia,
Otavalo se constituyó en centro de operaciones militares contra la Nueva
Granada, siendo derrotados por los realistas en la batalla de Ibarra en 1812.
En junio de 1823, Bolívar reunió a sus tropas
en Otavalo, y logró vencer a los realistas en las calles de Ibarra.
El 31 de octubre de 1829, el Libertador Simón
Bolívar pasó por última vez por el valle otavaleño, elevando a la categoría de
ciudad a la que era simplemente una villa, como reconocimiento a lo que sus
habitantes habían significado para él.
En la madrugada del 16 de agosto de 1868, la
erupción del volcán Imbabura y el consiguiente terremoto devastó la ciudad, que
fuera reconstruida frente al hambre, las necesidades y las enfermedades.
A principios del siglo XXI se había convertido
en la ciudad más grande y poblada de la provincia de Imbabura, en la Región
Interandina del Ecuador a una altura de 2.550 m.s.n.m., y con un clima de 16°C
en promedio, oscilando entre 12 y 25°C.
Era llamada “Capital Intercultural del
Ecuador” por su riqueza cultural e histórica, y por ser el lugar de origen del
pueblo quichua de los otavalos, famosos por su habilidad textil y comercial,
características ambas que habían dado lugar al mercado artesanal indígena más
grande de Sudamérica, siendo sus principales actividades económicas la
agricultura, la ganadería, el comercio y el turismo.
Caminamos por la calle Abdón Calderón,
topónimo en homenaje a un joven teniente que fuera héroe de la guerra de la
independencia del Ecuador muerto a los diecisiete años, como consecuencia de
las heridas sufridas en la batalla de Pichincha, que tuviera lugar el 24 de
mayo de 1822. Había sido tal su heroísmo que Simón Bolívar no solo lo ascendió
post mortem, sino que decretó que en el futuro se pasara revista en la primera
compañía del batallón Yaguachi como si él estuviera vivo, honor pocas veces
visto en la historia militar.
Esa
arteria era muy importante ya que, a lo largo de ochocientos metros, pasaba por
el banco de Guayaquil, por el parque González Juárez y la Iglesia Católica El Jordán - Nuestra Señora de
Monserrat, además de la cantidad de locales comerciales que allí se encontraban
y de vendedores ambulantes.
Por esa calle circulaba todo tipo de transeúntes, y como en todo el país, y gran parte de América Latina, era costumbre que las mujeres cargaran a los niños pequeños en sus espaldas.
Banco
de Guayaqyuil sobre la calle Abdón Calderón en Otavalo
Mujer
cargando a un niño en la espalda por la calle Abdón Calderón
Y al llegar a la esquina de Vicente Ramón
Roca, denominada así en honor al político liberal que fuera el primer
presidente constitucional del Ecuador entre 1845 y 1849, nos encontramos ante
la iglesia Católica El Jordán - Nuestra Señora de Monserrat.
Este templo se había construido inicialmente
como un oratorio particular, dedicado al Señor del Jordán, para luego ser
transformado en capilla. Y ya en 1775 se elevó a iglesia parroquial de
españoles y forasteros. Reconstruido luego de los cataclismos de 1868 y 1906,
el nuevo templo databa de 1925, abriendo sus puertas en 1964. El estilo
arquitectónico era historicista manierista con elementos greco-romanos y
renacentistas.
La Iglesia Católica El Jordán - Nuestra Señora de
Monserrat desde la calle Abdón Calderón
con vendedores ambulantes y lustrabotas
La Iglesia Católica
El Jordán - Nuestra Señora de Monserrat desde el parque González Juárez
Continuando con nuestro deambular, no paramos de observar diferentes aspectos del lugar. Pasamos por diferentes comercios, por una casa de velaciones, y por casas particulares, notando una gran semejanza con muchas otras ciudades andinas. Sin embargo, existía una particularidad en la vestimenta de las mujeres miembros de la comunidad otavala.
SALA
DE VELACIONES
El atuendo tradicional de las otavalas estaba
compuesto por una camisa bordada con motivos alegres, generalmente florales; el
anaco negro o azul, que era una falda recta ajustada por dos fajas atadas a la
cintura, una de las cuales era ancha llamada mama chumbi de color rojo, y otra
delgada o wawa chumbi que tenía diversos diseños y colores; la chafalina, una
especie de capa anudada sobre los hombros; además, cintas para envolver el
cabello como si estuviera trenzado; la humaguatarina que se trataba de una tela
doblada colocada sobre la cabeza; y alpargatas de cabuya y gamuza. Y, además,
lucían joyas que incluían aretes y un collar conocido como waika con bolitas
doradas de fibra de vidrio, así como brazaletes o maki watana, hechos con
cuentas de coral o sintéticas, combinadas con algunas realizadas en oro, usados
para protegerse de los malos espíritus, y a veces, de concha Spondylus, como
símbolo de fertilidad.
Los habitantes de Otavalo no utilizaban su
vestimenta para mostrarse ante los turistas, sino que formaba parte de su
identidad indígena y expresaba exteriormente su etnia.
La mayoría de los otavalos mantenían los valores y las prácticas culturales tradicionales a pesar de la opresión de la conquista. Y, a diferencia de otros grupos originarios, el pueblo otavalo sobrevivió como una etnia distinta, y, en algún momento, después del siglo XVI su lengua original se perdió y en adelante comenzaron a hablar kichwa, el dialecto quechua del Ecuador.
Una
mujer otavala con su vestimenta tradicional
Pero no todo era tradición, sino que se notaba un gran contraste entre la población que conservaba las antiguas costumbres, con otro sector que vestía prendas de moda, incluso de marcas internacionales. Y lo mismo se podía encontrar en las calles donde, por un lado, había quienes cargaban mercaderías sobre sus espaldas o empujaban carros, mientras que, por otro lado, se veía circular un parque automotor muy moderno. Típico de gran parte de América Latina.
Deambulando por el Centro de Otavalo
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