El
13 de enero íbamos a dejar la ciudad de Otavalo en Ecuador para continuar
nuestro viaje por tierras colombianas. Y después de arreglar cuentas en el
hotel, le pregunté a la recepcionista qué significaba el mural de la entrada.
Ella me comentó que se trataba del “Pase del Gallo”, una festividad que tenía
lugar entre el 17 y el 25 de setiembre. Era una chica muy amable y
comunicativa, pertenecía a la comunidad otavala, hablaba quichua y rendía culto
a la Pachamama.
Recepcionista
otavala junto al mural del Pase del Gallo, en el hotel Santa Fé
Salimos con nuestras maletas caminando por la vereda, rumbo a la terminal de buses, y en el camino nos topamos con gran cantidad de mujeres que vestían los trajes típicos, sin hacerlo en función del turismo sino auténticamente.
Verdulera
vistiendo traje típico
Mujer
otavala cargando el producto de sus compras
Mujeres con
trajes tradicionales y niños modernos
Madre
otavala llevando a sus hijos
Con trajes
tradicionales en las inmediaciones del mercado
La
vestimenta de las viudas
Prontamente subimos al ómnibus, que no se caracterizaba por sus comodidades, y tomamos la ruta Panamericana, que en ese sector corría entre valles intermontanos.
Nubes
atravesando la ruta en las cercanías de la localidad de Cotacachi
A poco de
andar llegamos a la localidad de San Miguel de Ibarra donde el ómnibus hizo una
parada para que subieran y bajaran pasajeros. La ciudad históricamente ha sido
conocida como “La Ciudad Blanca” por
sus fachadas producto de las construcciones realizadas con la roca del volcán
Imbabura, y por los asentamientos de españoles y portugueses en la villa. Sin
embargo, y a pesar de haber recorrido bastante el país, era el primer lugar
donde veía población negra, que si bien representaban un porcentaje muy bajo de
la población, era evidente su tremenda marginalidad.
Población
negra comiendo del tacho de basura
Conversando con personas de la zona que iban en el
micro, nos contaron que al tratarse de una ciudad blanco-mestiza los grupos
étnicos afro e indígena eran discriminados por gran parte de la población,
siendo comunes la burla y mofa, y que los colegios secundarios mostraban los
casos de racismo más elevados, siendo la indiferencia y el insulto altamente
frecuentes. Y que por otra parte, los clubes nocturnos de la comunidad afro de
la ciudad eran comunes en el maltrato y los robos, la droga y el alcoholismo; y
que además, muchos de esos bares y clubes eran reservados únicamente para los
negros, por lo que el ingreso de un blanco podía terminar en agresión física. Que
el gobierno nacional y el municipio habían intentado frenar el racismo, pero
los prejuicios morales y físicos de los ibarreños tenían raíces muy bien
cimentadas.
Vendedores
de frutas altamente discriminados por los blancos y mestizos
El tiempo también alcanzó para que pudiéramos comprarle alimentos a los vendedores ambulantes que se acercaban, pero en vistas de cómo los elaboraban, nos conformamos solamente con galletitas envasadas.
Vendedora
ambulante de alimentos
En Ibarra
también era común la frase “La Ciudad a
la que siempre se vuelve”, por su pintoresca campiña y clima placentero.
Además de ser considerada una ciudad cultural destacándose el arte, la
escritura, la pintura y el teatro.
Volcán Imbabura cubierto de nubes y laguna
de Yaguarcocha
San Miguel
de Ibarra localizada en el faldeo del volcán Imbabura
Sembrados
en las cercanías de San Miguel de Ibarra
Continuando hacia el norte volvimos a parar una y otra vez para el intercambio de pasajeros, y también para que la mayor parte de nuestros compañeros de viaje, se hicieran de algo más para comer.
Numerosos
puestos de comida al paso en el camino
Y ya
ingresamos al valle del río Chota, a la localidad de Ambuqui, sólo a treinta y
cinco kilómetros de Ibarra.
Viviendas
de la localidad de Ambuqui, en el valle del río Chota
El valle, muy cercano a la línea del Ecuador, tenía una temperatura media de 24ºC por encontrarse a más de 1500 m.s.n.m.
Bellísimo
valle de altura cercano a la línea del Ecuador
Meandroso río
Chota
Se trataba de una de las zonas más pobres del país donde habían surgido varios jugadores de la selección de fútbol ecuatoriana.
Precarias
casas de Ambuqui
Valle del
Chota con la localidad de Ambuqui en el fondo
La actividad principal de la población del lugar eran la agricultura y la elaboración de vinos y mermeladas.
Sembradíos
en el valle del río Chota
En unos
kilómetros más llegamos al cantón Bolívar de la provincia de Carchi, limítrofe
con Colombia. Bolívar era el cantón con mayor devoción católica, siendo el
patrono el Señor de la Buena Esperanza.
Bolívar, la capital cantonal era conocida desde antes de la época de la colonia como Puntal, en honor a su cacique, para luego ser bautizada con el nombre cristiano de Nuestra Señora de la Purificación. Pero la estancia de Simón Bolívar en ese territorio en 1825, provocó que años más tarde se cambiara su nombre por el de Bolívar, en honor a ese acontecimiento, ya que los puntaleños colaboraron con la causa libertaria.
Plazoleta
de ingreso a la ciudad de Bolívar, en la provincia de Carchi
Ya estábamos por sobre los 2.500 m.s.n.m., por lo que la temperatura promedio apenas alcanzaba a los 14ºC. La población predominante era rural, y tal como en el valle anterior, se dedicaba a la agricultura.
Ciudad de
Bolívar, con sus montañas sembradas y una cancha de fútbol local
Finalmente llegamos a Tulcán, ciudad límite con Colombia. Y como no habíamos comido otra cosa más que galletitas, decidimos tener un almuerzo tardío en la terminal de ómnibus antes de cruzar la frontera. Los precios eran muy bajos para nosotros, ya que un ceviche de camarón costaba cuatro dólares, lo mismo que un bistec de carne, mientras que una fritada de pollo se conseguía por tres dólares y medio.
Los precios
que figuraban en la carta estaban en dólares, moneda oficial de Ecuador
Desde allí tomamos un bus local, que nos dejó directamente del otro lado de la frontera. Nadie nos había pedido ninguna documentación para salir de Ecuador, y ya estábamos en Colombia. Así que fuimos a registrarnos en la Oficina de Migraciones donde nos pidieron el sello de salida de Ecuador en el pasaporte. Dijimos que nos habían llevado sin darnos cuenta siquiera del momento del cruce, y nos indicaron que eso era lo que hacía la gente del lugar para comerciar entre un país y otro. Por lo cual regresamos caminando a través del Puente Internacional Rumichaca sin que nadie hiciera caso alguno a nuestro desplazamiento.
Puente
Internacional Rumichaca desde el sector ecuatoriano
Hicimos una
larga fila de una hora reloj en la oficina ecuatoriana. Había muy poca gente
atendiendo y lo hacían muy lentamente. Y ya con nuestro sellito de salida,
volvimos a cruzar el puente internacional a pie.
Vuelta a
retomar el puente internacional ecuatoriano-colombiano
Cruzando a
pie el Puente Internacional Rumichaca
Desde el puente pudimos ver el río Carchi, principal límite entre Ecuador y Colombia.
Río Carchi,
límite natural entre Ecuador y Colombia
Ya en tierra colombiana volvimos a la oficina migratoria y obtuvimos el sellito de ingreso legal al país. Cambiamos algunos dólares por moneda colombiana a quienes lo ofrecían a viva voz, y continuamos viaje…
Puente
Internacional Rumichaca en territorio colombiano
Nos quedaban sólo tres kilómetros para llegar a la localidad de Ipiales. Los hicimos en una buseta que nos dejó en la terminal, desde donde tomamos otro ómnibus que tras ochenta kilómetros más nos llevara a San Juan de Pasto.
Ciudad de
Ipiales, gemela colombiana con la fronteriza ecuatoriana Tulcán
Campos de
cultivo en los alrededores de la ciudad de Ipiales
La distancia en el mapa entre Ipiales y San Juan de Pasto parecía muy corta, pero estábamos en pleno Nudo de Pasto, ese que tanto había estudiado desde la escuela secundaria y que había podido divisar desde un avión poco más de un año y medio atrás. Y eso me produjo una gran emoción. Era uno de los tantos sueños en conocer personalmente lugares de los que sólo había sabido a través de los libros.
Nudo de Pasto
Allí tomé verdadera conciencia de lo que significaba un nudo montañoso. Inimaginable desde los textos, la cartografía y la fotografía…
Las
montañas perecían enganchadas unas con otras
En ese
punto se unían las cadenas de los Andes Septentrionales de Colombia y Ecuador,
y eso se vislumbraba en cada tramo del camino.
Valles
profundos entre abruptas laderas
Las subidas, bajadas, curvas y contracurvas eran permanentes, sin tener siquiera el respiro de una recta… Y el ómnibus parecía no contar con las condiciones de seguridad que requería el medio.
El camino
era tan hermoso como peligroso
A medida que nos acercábamos a la ciudad de Pasto, comenzaron a divisarse complejos vacacionales de diferente nivel socioeconómico.
Complejos
vacacionales en plenos Andes Colombianos
Piscinas en medio del paisaje
montañoso
Y después de todo un día de viaje, arribamos a la ciudad de San Juan de Pasto, donde los sembradíos trepaban por las montañas, ya que no había un solo lugar llano donde cultivar.
Sembradíos en las cercanías de San
Juan de Pasto
Absolutamente
cansados aceptamos el consejo de alojarnos en el hotel Capitolio Real, cerca de
la terminal de buses. La tarifa era de 12U$S, equivalentes en ese momento,
enero de 2012, a 25000 colombianos. La zona era bastante fulera, pero era lo
único posible en ese momento.
Vista
panorámica de la ciudad de San Juan de Pasto
Prontamente
se hizo de noche, y no sin temor, cruzamos hasta la parada de taxis para
trasladarnos hasta el Centro, que resultó ser muy agradable y con mucho
movimiento.
Ya eran las
19,15 y estaban cerrando todos los locales gastronómicos, así que entramos
rápidamente a un restorán/pizzería donde comimos un sandwich de hamburguesa
cada uno en pocos minutos. Tenía muchos ingredientes pero como nos los
sirvieron en platitos muy pequeños y sin cubiertos, fue toda una aventura
llevarlos a la boca.
Y a las ocho de la noche de un día viernes ya estábamos en la cama porque no había nada para hacer. Vimos la CNÑ y TLNOVELAS: ¡culebrones mexicanos!
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