miércoles, 16 de diciembre de 2020

De Buenos Aires a México con escala en Santiago

   En abril de 2010 yo debía viajar a los Estados Unidos, y con el fin de aprovechar al máximo el tiempo y los costos que el viaje demandaría, mis colegas mexicanos me propusieron que hiciera un stop por unos días en el Distrito Federal, y así poder dar algunas charlas en la Universidad Nacional de México.

Fue por esa razón que los primeros días de febrero, cuando recién había vuelto de mis vacaciones por Bolivia y Chile, saqué un pasaje por la aerolínea LAN, que saliendo del Aeroparque “Jorge Newbery” de la Ciudad de Buenos Aires me llevaría a Santiago, donde de manera inmediata cambiaría de aeronave y volaría hasta la ciudad de México, llegando con un día de anticipación a las actividades a desarrollar en la UNAM.

Todo estaba perfectamente programado, pagado y confirmado. Pero el sábado 27 de febrero se produjo en Chile uno de los peores terremotos de su historia, con cantidad de muertos, heridos y pérdidas materiales. Había pasado sólo un mes desde que, junto con Martín y Omar estuviera en Santiago, por lo que me impactaron mucho más las imágenes que se mostraban por televisión sobre la infraestructura destruida de las principales ciudades, y, además, de algunos de los edificios de las nuevas urbanizaciones que se habían derrumbado como castillos de naipes.

Pocos días después me llamaron desde LAN diciéndome que, debido a los acontecimientos de conocimiento público, muchas comunicaciones y medios de transporte se habían suspendido durante días y, por lo tanto, gran parte de los vuelos habían sido reprogramados, por lo que los míos pasarían al mes de mayo.

“¡De ninguna manera!” –les dije desesperada. “¡No voy ni por turismo ni por compras! Tengo actividades comprometidas en la Universidad Nacional de México y un congreso en Washington, y no los puedo suspender. Los comprendo, pero por favor, resuélvanmelo” –casi les supliqué.

Después de varios días, de idas y venidas, me dieron un pasaje en LAN a Santiago de Chile para el siete de abril y no para el seis como lo había reservado originariamente. Pero, además, saldría de Ezeiza a las dos y cuarto de la tarde para llegar a las cuatro, y esperar siete horas en el aeropuerto “Comodoro Arturo Merino Benítez”, continuando viaje por Aeroméxico recién a las once de la noche, arribando a México ocho horas y media después, poco tiempo antes de una de las charlas.

Sumado a todo eso, sentí temor de alojarme en el hotel Catedral como estaba previsto inicialmente porque el Centro Histórico de México era la zona más proclive a la actividad sísmica, y el hecho de que en enero se hubiera producido el terremoto de Haití, en febrero el de Chile, y otro en Baja California justo el cinco de abril, podría generar algo similar en la Ciudad de México. Así que mi colega y amiga Susana Padilla me ofreció parar en su casa durante los tres días que permanecería en la capital azteca.

Como se trataba de un vuelo internacional debía estar en el aeropuerto tres horas antes, así que salí de casa a las diez de la mañana del miércoles. El día estaba soleado y sin viento, ideal para volar, y en poco más de una hora estaba cruzando nuevamente la cordillera de los Andes.

Las nubes no me habían permitido visualizar la ciudad de Mendoza, pero la zona andina estaba despejada.

 

Partiendo desde Ezeiza con muy buen tiempo

 

Las nubes cubrían la ciudad de Mendoza

  

Pero la zona andina estaba despejada

 


Hacía poco más de dos meses que había cruzado la Cordillera, aunque por tierra; y si bien desde el aire la visión también era muy bonita, nada tan impactante como sentirse en medio de tan maravilloso paisaje.

Pude ver con toda nitidez el curso del río Mendoza, distinguir la Precordillera y los principales cordones montañosos. Y debido a que ya había pasado el verano y recién nos encontrábamos en el comienzo del otoño, la nieve, sobre los picos más elevados, era muy escasa.

 

 

El río Mendoza desde el aire

 

Volando sobre la Precordillera

  

Podían distinguirse los principales cordones montañosos

  

Escasa cantidad de nieve sobre los picos más elevados

 

 

Yo ya había hecho el cruce aéreo en la década del noventa, cuando todavía era factible pasar a la cabina y tomar fotografías desde allí, pero a pesar de no contar con esa posibilidad, pude lograr interesantes imágenes desde mi ventanilla.

El valle del río Mendoza se veía con toda nitidez, así como algunas laderas muy escarpadas y otros valles glaciarios en forma de “U”.

  

Valle del río Mendoza

  

Si bien volábamos muy alto, con el teleobjetivo pude acercarme bastante a los cerros más elevados

  

De todos modos no podía apreciarse totalmente la majestuosidad de las grandes alturas

 

 

Laderas muy escarpadas en algunos sectores

  

Un valle glaciario, en forma de “U”

  


El cruce había sido absolutamente placentero, pero lamentablemente sólo duraba veinte minutos.

Del lado argentino había más cordones montañosos que del lado chileno, y en cuanto traspasamos la Cordillera, nos encontramos sobrevolando el valle Central de Chile donde predominaban los campos cultivados.

Y si bien se presentaba algún que otro valle transversal, siguiendo el curso de la carretera, aterrizamos en breve en la capital chilena.

 

Vuelo absolutamente placentero

 

 

Había más cordones montañosos del lado argentino que del chileno

  

Ya estábamos en el sector chileno

  

Lamentablemente el cruce por aire sólo duraba veinte minutos

 

 

Y enseguida nos encontrábamos en el Valle Central de Chile

donde predominaban los campos cultivados

  

Uno de los valles transversales al Valle Central

 

 

Y siguiendo el curso de la carretera, aterrizamos en la capital chilena

  

Yo había pensado que durante el largo tiempo que me esperaba en el aeropuerto podría instalarme en uno de los bares a los que solía ir cada vez que hacía alguna escala en Santiago, utilizar el WI FI o bien leer cómodamente en algún sillón. Pero en cuanto accedí me encontré con la peor de las sorpresas. Cuando el terremoto, sólo se había salvado la pista de aterrizaje, ya que todo lo demás se había venido abajo. Afortunadamente el sismo se había producido a la madrugada, momento en que no había movimiento, ya que pocas horas antes había estado repleto por coincidir con el final de las vacaciones chilenas y con el famoso Festival de Viña del Mar. Y recién cuarenta días después estaban en proceso de reconstrucción. Lo lamentable era que estaban utilizando el mismo sistema de paneles que no habían ofrecido la menor resistencia al movimiento telúrico. 

 

 

Estado de las instalaciones del aeropuerto de Santiago de Chile a cuarenta días del terremoto

  

Los bares habían quedado sin sus respectivas cocinas y las vajillas se habían hecho añicos, así que en el mobiliario que se había salvado, servían las bebidas en vasitos descartables y solamente algunos sándwiches fríos. Sin embargo, lo primero que se estaba poniendo en pie eran el Free Shop y algunos locales de moda.

Leyendo algunos periódicos y conversando con diferentes personas me enteré de que en Chile se habían dejado de lado determinadas normas de edificación sismo-resistente para beneficiar a ciertos fideicomisos, algunos de ellos de origen español y francés, y que los resultados estaban a la vista. Después de eso, una de las meseras que me atendió, dijo que todo se había destruido porque cada vez se le rezaba menos a la virgencita del Carmen. Y con cierto fastidio le contesté que, en vez de pedirle protección a la virgen, deberían denunciar a las autoridades para que no fueran corruptas.  

 

Así había quedado la coqueta confitería en la que yo solía parar

 

 

Restos de un bar armado en un pasillo

  

Oficinas en reconstrucción

  

Lo primero que se puso en pie fue el Free Shop y algunos locales de moda

  

Bajo esas condiciones de disconfort sumadas a lo tétrico del lugar, se me hizo muy larga y cansadora la espera del próximo vuelo, por lo que ansiaba desesperadamente subir al avión para poder dormir. Pero si bien no me habían hablado bien de Aeroméxico, no pensé que fuera para tanto. Pusieron una aeronave que en Argentina se utilizaría sólo para viajes cortos, y no para toda una noche, a lo que se le agregó un mal servicio de comidas y turbulencia en la mayor parte del trecho.

Cuando aterrizamos, era la mañana del jueves ocho de abril y mis amigos ya me habían advertido que la única forma de llegar a tiempo para la charla era yendo directamente del aeropuerto a la UNAM. Así que, con el pesado equipaje por la carga de libros, tomé un taxi que por el anillo periférico me llevó en una hora al Instituto de Geografía donde me esperaban Susana y Álvaro Sánchez.

Hacía casi veinticuatro horas que había salido de casa. Estaba agotada y la única posibilidad de higienizarme y cambiarme fue en los sanitarios de la Universidad.

Y después de relajarme un poco, Enrique Propin me preparó un exquisito café, bien fuerte como era de mi preferencia, ayudándome de esa manera a tomar fuerzas para poder dirigirme al aula de la Facultad de Filosofía y Letras donde me esperaba un buen número de estudiantes de Geografía.

El tema sobre el que expuse fue “Las Etapas Migratorias en la Argentina”, y como solía ocurrir entre latinoamericanos, había palabras del castellano que no significaban lo mismo en cada uno de los países. Y cuando en un momento hice referencia a la intensificación de la migración rural-urbana y la disminución de la cantidad de tambos a causa de la expansión del cultivo de soja, los presentes me hicieron saber que no entendían la relación que podría haber entre tales. Lo que ocurría era que mientras en la Argentina la palabra “tambo” se refería a un lugar destinado al ordeñe, producción y venta de leche, en México significaba “cárcel”, por lo tanto, no se comprendía por qué habría menor cantidad de establecimientos penales en función de la producción sojera. Pero, a pesar de los malentendidos lingüísticos, todo estuvo muy bien y con mucho acercamiento.

Almorcé con un grupo de colegas, con Susana fui a una peluquería, a un supermercado y finalmente a su casa, donde se me había destinado la habitación de su hija. Divinas madre e hija.

El viernes nueve nos levantamos temprano para ir prontamente al campus de la UNAM. Susana me ofreció algunos tacos con diferentes rellenos salados que vendían allí, pero yo no acostumbraba a desayunar y mucho menos ese tipo de comida, así que me alcanzó con otro super café preparado por Enrique.

Esa mañana di la charla que organizara la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística en el Instituto de Geografía de la UNAM, que tuvo como tema “Los 15 Años del Centro Humboldt”.

Finalizada la actividad académica, Álvaro y Enrique me llevaron a recorrer el predio de la UNAM para finalmente llegar al MUAC (Museo Universitario de Arte Contemporáneo), que se había inaugurado casi un año y medio atrás, obra realizada por el prestigioso arquitecto mexicano Teodoro González de León. Y había sido el primer museo público creado exprofeso para el arte contemporáneo en México. El MUAC contaba con una gran explanada donde se erigía “La Espiga”, escultura de Rufino Tamayo, y con el restorán “Nube Siete”, localizado sobre las rocas del pedregal de San Ángel, que para que pudiera visualizarse, se había construido un piso transparente.

 

En la explanada del MUAC con el entorno montañoso

 

 

Era el primer museo público creado exprofeso para el arte contemporáneo en México

  

La Espiga, escultura de Rufino Tamayo

 

 

Tomé unos cafés con Álvaro y Enrique en el restaurante “Nube Siete”, en la planta baja del MUAC

 

El restorán se encontraba sobre las rocas del pedregal de San Ángel

  

Esa tarde debía dar otra charla en la Escuela Nacional Preparatoria Plantel 1 “Gabino Barreda”, perteneciente a la UNAM, pero que estaba situada fuera del campus, en Xochimilco.  

Yendo desde el campus de la UNAM a Xochimilco

 

Allí había sido invitada por el Profesor Alejandro Ramos, y debía referirme a “Procesos Socio-Económicos en América del Sur” frente a un alumnado mucho más joven que el de la Facultad, pero muy ávido de información sobre nuestro sub-continente.

Luego recorrimos el establecimiento donde, por todas partes, se podían ver manifestaciones de las actividades de los estudiantes sobre diferentes temas tratados durante las clases de diversas asignaturas. ¡Excelentes trabajos!

Desde allí salí a caminar con Alejandro quien me habló de una de las tradiciones de Xochimilco, la adoración al Niñopan (del español “Niño” y del náhuatl “pan”, lugar). Se trataba de una de las imágenes más antiguas de América que databa del siglo XVI, pero que se caracterizaba por no tener un templo, sino que se encontraba bajo la custodia rotativa de diferentes familias de los barrios de Xochimilco, quienes se fungían como mayordomos. Los interesados debían registrarse en la Catedral de San Bernardino de Siena para recibir en sus casas la imagen durante un año. Para esto el mayordomo debía acondicionar su casa no sólo para recibir al Niñopan con su altar, recámara, y ofrendas recibidas, sino también para asistir y brindar alimentos a las miles de personas que lo visitarían, amén de la música de banda de viento, los mariachis, adornos en las calles aledañas, cohetes, arreglos florales, globos, y otros elementos destinados a su veneración. Ya en ese momento, había quienes se inscribían para recibirlo cuarenta años después.

Con Alejandro tuvimos una muy amena cena en uno de los modernos resto-bares de Xochimilco, y luego, mediante una combinación de metros, pude llegar nuevamente hasta la casa de Susana.

  

Con Alejandro a la hora de los postres en Xochimilco

  

Habían sido dos días intensísimos, pero había disfrutado mucho cada momento, ya que además de hacer todo lo que más me gustaba, viajar y dar charlas, la hospitalidad de mis colegas y amigos mexicanos no había permitido que el cansancio me venciera. La cuestión era cómo retribuir tantas atenciones cuando vinieran a Buenos Aires ya que los porteños no somos tan buenos anfitriones como ellos.

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