Fue
por esa razón que los primeros días de febrero, cuando recién había vuelto de
mis vacaciones por Bolivia y Chile, saqué un pasaje por la aerolínea LAN, que saliendo
del Aeroparque “Jorge Newbery” de la Ciudad de Buenos Aires me llevaría a
Santiago, donde de manera inmediata cambiaría de aeronave y volaría hasta la
ciudad de México, llegando con un día de anticipación a las actividades a
desarrollar en la UNAM.
Todo
estaba perfectamente programado, pagado y confirmado. Pero el sábado 27 de
febrero se produjo en Chile uno de los peores terremotos de su historia, con
cantidad de muertos, heridos y pérdidas materiales. Había pasado sólo un mes
desde que, junto con Martín y Omar estuviera en Santiago, por lo que me
impactaron mucho más las imágenes que se mostraban por televisión sobre la
infraestructura destruida de las principales ciudades, y, además, de algunos de
los edificios de las nuevas urbanizaciones que se habían derrumbado como
castillos de naipes.
Pocos
días después me llamaron desde LAN diciéndome que, debido a los acontecimientos
de conocimiento público, muchas comunicaciones y medios de transporte se habían
suspendido durante días y, por lo tanto, gran parte de los vuelos habían sido
reprogramados, por lo que los míos pasarían al mes de mayo.
“¡De
ninguna manera!” –les dije desesperada. “¡No voy ni por turismo ni por compras!
Tengo actividades comprometidas en la Universidad Nacional de México y un
congreso en Washington, y no los puedo suspender. Los comprendo, pero por
favor, resuélvanmelo” –casi les supliqué.
Después
de varios días, de idas y venidas, me dieron un pasaje en LAN a Santiago de
Chile para el siete de abril y no para el seis como lo había reservado originariamente.
Pero, además, saldría de Ezeiza a las dos y cuarto de la tarde para llegar a
las cuatro, y esperar siete horas en el aeropuerto “Comodoro Arturo Merino
Benítez”, continuando viaje por Aeroméxico recién a las once de la noche, arribando
a México ocho horas y media después, poco tiempo antes de una de las charlas.
Sumado
a todo eso, sentí temor de alojarme en el hotel Catedral como estaba previsto
inicialmente porque el Centro Histórico de México era la zona más proclive a la
actividad sísmica, y el hecho de que en enero se hubiera producido el terremoto
de Haití, en febrero el de Chile, y otro en Baja California justo el cinco de
abril, podría generar algo similar en la Ciudad de México. Así que mi colega y
amiga Susana Padilla me ofreció parar en su casa durante los tres días que permanecería
en la capital azteca.
Como
se trataba de un vuelo internacional debía estar en el aeropuerto tres horas
antes, así que salí de casa a las diez de la mañana del miércoles. El día
estaba soleado y sin viento, ideal para volar, y en poco más de una hora estaba
cruzando nuevamente la cordillera de los Andes.
Las
nubes no me habían permitido visualizar la ciudad de Mendoza, pero la zona andina
estaba despejada.
Partiendo desde Ezeiza con muy buen tiempo
Las nubes cubrían la ciudad de
Mendoza
Pero la zona andina estaba
despejada
Hacía
poco más de dos meses que había cruzado la Cordillera, aunque por tierra; y si
bien desde el aire la visión también era muy bonita, nada tan impactante como
sentirse en medio de tan maravilloso paisaje.
Pude
ver con toda nitidez el curso del río Mendoza, distinguir la Precordillera y
los principales cordones montañosos. Y debido a que ya había pasado el verano y
recién nos encontrábamos en el comienzo del otoño, la nieve, sobre los picos
más elevados, era muy escasa.
El río Mendoza desde el aire
Volando sobre la Precordillera
Podían distinguirse los
principales cordones montañosos
Escasa cantidad de nieve sobre los
picos más elevados
Yo
ya había hecho el cruce aéreo en la década del noventa, cuando todavía era
factible pasar a la cabina y tomar fotografías desde allí, pero a pesar de no
contar con esa posibilidad, pude lograr interesantes imágenes desde mi
ventanilla.
El
valle del río Mendoza se veía con toda nitidez, así como algunas laderas muy
escarpadas y otros valles glaciarios en forma de “U”.
Valle del río Mendoza
Si bien volábamos muy alto, con el
teleobjetivo pude acercarme bastante a los cerros más elevados
De todos modos no podía apreciarse
totalmente la majestuosidad de las grandes alturas
Laderas muy escarpadas en algunos
sectores
Un valle glaciario, en forma de
“U”
El
cruce había sido absolutamente placentero, pero lamentablemente sólo duraba
veinte minutos.
Del
lado argentino había más cordones montañosos que del lado chileno, y en cuanto traspasamos
la Cordillera, nos encontramos sobrevolando el valle Central de Chile donde
predominaban los campos cultivados.
Y
si bien se presentaba algún que otro valle transversal, siguiendo el curso de
la carretera, aterrizamos en breve en la capital chilena.
Vuelo absolutamente placentero
Había más cordones montañosos del lado argentino que del chileno
Ya estábamos en el sector chileno
Lamentablemente el cruce por aire
sólo duraba veinte minutos
Y enseguida nos encontrábamos en
el Valle Central de Chile
donde predominaban los campos cultivados
Uno de los valles transversales al
Valle Central
Y siguiendo el curso de la carretera, aterrizamos en la capital chilena
Yo había pensado que durante el largo tiempo que me esperaba en el aeropuerto podría instalarme en uno de los bares a los que solía ir cada vez que hacía alguna escala en Santiago, utilizar el WI FI o bien leer cómodamente en algún sillón. Pero en cuanto accedí me encontré con la peor de las sorpresas. Cuando el terremoto, sólo se había salvado la pista de aterrizaje, ya que todo lo demás se había venido abajo. Afortunadamente el sismo se había producido a la madrugada, momento en que no había movimiento, ya que pocas horas antes había estado repleto por coincidir con el final de las vacaciones chilenas y con el famoso Festival de Viña del Mar. Y recién cuarenta días después estaban en proceso de reconstrucción. Lo lamentable era que estaban utilizando el mismo sistema de paneles que no habían ofrecido la menor resistencia al movimiento telúrico.
Estado de las instalaciones del
aeropuerto de Santiago de Chile a cuarenta días del terremoto
Los bares habían quedado sin sus respectivas cocinas y las vajillas se
habían hecho añicos, así que en el mobiliario que se había salvado, servían las
bebidas en vasitos descartables y solamente algunos sándwiches fríos. Sin embargo,
lo primero que se estaba poniendo en pie eran el Free Shop y algunos locales de
moda.
Leyendo algunos periódicos y conversando con diferentes personas me
enteré de que en Chile se habían dejado de lado determinadas normas de
edificación sismo-resistente para beneficiar a ciertos fideicomisos, algunos de
ellos de origen español y francés, y que los resultados estaban a la vista.
Después de eso, una de las meseras que me atendió, dijo que todo se había
destruido porque cada vez se le rezaba menos a la virgencita del Carmen. Y con
cierto fastidio le contesté que, en vez de pedirle protección a la virgen,
deberían denunciar a las autoridades para que no fueran corruptas.
Así había quedado la coqueta confitería en la que yo solía parar
Restos de un bar armado en un pasillo
Oficinas en reconstrucción
Lo primero que se puso en pie fue
el Free Shop y algunos locales de moda
Bajo esas condiciones de disconfort sumadas a lo tétrico del lugar, se
me hizo muy larga y cansadora la espera del próximo vuelo, por lo que ansiaba
desesperadamente subir al avión para poder dormir. Pero si bien no me habían
hablado bien de Aeroméxico, no pensé que fuera para tanto. Pusieron una aeronave
que en Argentina se utilizaría sólo para viajes cortos, y no para toda una
noche, a lo que se le agregó un mal servicio de comidas y turbulencia en la
mayor parte del trecho.
Cuando aterrizamos, era la mañana del jueves ocho de abril y mis amigos
ya me habían advertido que la única forma de llegar a tiempo para la charla era
yendo directamente del aeropuerto a la UNAM. Así que, con el pesado equipaje
por la carga de libros, tomé un taxi que por el anillo periférico me llevó en
una hora al Instituto de Geografía donde me esperaban Susana y Álvaro Sánchez.
Hacía casi veinticuatro horas que había salido de casa. Estaba agotada
y la única posibilidad de higienizarme y cambiarme fue en los sanitarios de la
Universidad.
Y después de relajarme un poco, Enrique Propin me preparó un exquisito
café, bien fuerte como era de mi preferencia, ayudándome de esa manera a tomar
fuerzas para poder dirigirme al aula de la Facultad de Filosofía y Letras donde
me esperaba un buen número de estudiantes de Geografía.
El tema sobre el que expuse fue “Las Etapas Migratorias en la
Argentina”, y como solía ocurrir entre latinoamericanos, había palabras del
castellano que no significaban lo mismo en cada uno de los países. Y cuando en
un momento hice referencia a la intensificación de la migración rural-urbana y
la disminución de la cantidad de tambos a causa de la expansión del cultivo de
soja, los presentes me hicieron saber que no entendían la relación que podría
haber entre tales. Lo que ocurría era que mientras en la Argentina la palabra “tambo”
se refería a un lugar destinado al ordeñe, producción y venta de leche, en
México significaba “cárcel”, por lo tanto, no se comprendía por qué
habría menor cantidad de establecimientos penales en función de la producción
sojera. Pero, a pesar de los malentendidos lingüísticos, todo estuvo muy bien y
con mucho acercamiento.
Almorcé con un grupo de colegas, con Susana fui a una peluquería, a un
supermercado y finalmente a su casa, donde se me había destinado la habitación
de su hija. Divinas madre e hija.
El viernes nueve nos levantamos temprano para ir prontamente al campus
de la UNAM. Susana me ofreció algunos tacos con diferentes rellenos salados que
vendían allí, pero yo no acostumbraba a desayunar y mucho menos ese tipo de
comida, así que me alcanzó con otro super café preparado por Enrique.
Esa mañana di la charla que organizara la Sociedad Mexicana de
Geografía y Estadística en el Instituto de Geografía de la UNAM, que tuvo como
tema “Los 15 Años del Centro Humboldt”.
Finalizada la actividad académica, Álvaro y Enrique me llevaron a recorrer el predio de la UNAM para finalmente llegar al MUAC (Museo Universitario de Arte Contemporáneo), que se había inaugurado casi un año y medio atrás, obra realizada por el prestigioso arquitecto mexicano Teodoro González de León. Y había sido el primer museo público creado exprofeso para el arte contemporáneo en México. El MUAC contaba con una gran explanada donde se erigía “La Espiga”, escultura de Rufino Tamayo, y con el restorán “Nube Siete”, localizado sobre las rocas del pedregal de San Ángel, que para que pudiera visualizarse, se había construido un piso transparente.
En la explanada del MUAC con el entorno montañoso
Era el primer museo público creado exprofeso para el arte contemporáneo en México
La Espiga, escultura de Rufino
Tamayo
Tomé unos cafés con Álvaro y Enrique en el restaurante “Nube Siete”, en la planta baja del MUAC
El restorán se encontraba sobre
las rocas del pedregal de San Ángel
Esa tarde debía dar otra charla en la Escuela Nacional Preparatoria
Plantel 1 “Gabino Barreda”, perteneciente a la
UNAM, pero que estaba situada fuera del campus, en Xochimilco.
Yendo desde el campus de la UNAM a
Xochimilco
Allí había sido invitada por el Profesor Alejandro Ramos, y debía
referirme a “Procesos Socio-Económicos en América del Sur” frente a un
alumnado mucho más joven que el de la Facultad, pero muy ávido de información
sobre nuestro sub-continente.
Luego recorrimos el establecimiento donde, por todas partes, se podían
ver manifestaciones de las actividades de los estudiantes sobre diferentes
temas tratados durante las clases de diversas asignaturas. ¡Excelentes
trabajos!
Desde allí salí a caminar con Alejandro quien me habló de una de las
tradiciones de Xochimilco, la adoración al Niñopan (del español “Niño” y del
náhuatl “pan”, lugar). Se trataba de una de las imágenes más antiguas de
América que databa del siglo XVI, pero que se caracterizaba por no tener un
templo, sino que se encontraba bajo la custodia rotativa de diferentes familias
de los barrios de Xochimilco, quienes se fungían como mayordomos. Los
interesados debían registrarse en la Catedral de San Bernardino de Siena para
recibir en sus casas la imagen durante un año. Para esto el mayordomo debía
acondicionar su casa no sólo para recibir al Niñopan con su altar, recámara, y
ofrendas recibidas, sino también para asistir y brindar alimentos a las miles
de personas que lo visitarían, amén de la música de banda de viento, los
mariachis, adornos en las calles aledañas, cohetes, arreglos florales, globos,
y otros elementos destinados a su veneración. Ya en ese momento, había quienes
se inscribían para recibirlo cuarenta años después.
Con Alejandro tuvimos una muy amena cena en uno de los modernos
resto-bares de Xochimilco, y luego, mediante una combinación de metros, pude
llegar nuevamente hasta la casa de Susana.
Con Alejandro a la hora de los
postres en Xochimilco
Habían sido dos días intensísimos, pero había disfrutado mucho cada momento, ya que además de hacer todo lo que más me gustaba, viajar y dar charlas, la hospitalidad de mis colegas y amigos mexicanos no había permitido que el cansancio me venciera. La cuestión era cómo retribuir tantas atenciones cuando vinieran a Buenos Aires ya que los porteños no somos tan buenos anfitriones como ellos.
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