jueves, 17 de diciembre de 2020

Paseando por el Centro Histórico de la Ciudad de México

   El sábado 10 de abril, libre ya de obligaciones académicas, acepté la invitación de Álvaro y Enrique de ir a pasear por el Centro Histórico de la Ciudad de México. Porque si bien había estado en más de una oportunidad, nunca lo terminaba de conocer, y, además, era muy diferente recorrerlo en tan grata compañía.

Habíamos quedado en encontrarnos en la explanada de la Catedral. Yo llegué anticipadamente y aproveché para ingresar. Y me resultó muy impactante ver la cantidad de gente que se desplazaba de rodillas golpeándose el pecho con fuerza. Nunca antes había presenciado tanta fruición ya que en la Argentina no existía tal fanatismo. Y ese hecho me estaba permitiendo comprender algunas actitudes de la sociedad mexicana.

Mientras los esperaba, tomé algunas fotografías de las torres y de la fachada con su bajorrelieve y la puerta de madera repujada. 

 

 

Torre occidental de la Catedral de México


 

Frente y torre oriental de la Catedral

  

Detalle del bajorrelieve del frente de la Catedral

  

Puerta de madera repujada

  

Explanada donde me encontré con Álvaro y Enrique

  

En cuanto ellos llegaron cruzamos al Zócalo donde había tanto artesanos vendiendo bijouterie típica de la región como quienes comercializaban productos industrializados de diversa procedencia.  

Bijouterie típica de la región

  

Productos de diversa procedencia

  

También estaban a la venta réplicas de uno de los Penachos de Moctezuma, un quetzalapanecáyotl o tocado de plumas de quetzal, cuya versión original contaba con engarces en oro y piedras preciosas. 

Réplica del Penacho de Moctezuma

  

Dejamos la plaza de la Constitución, y dirigiéndonos hacia el noreste, pasamos por el Templo Mayor, que fuera el centro de la vida religiosa mexica, es decir, de los aztecas en México-Tenochtitlan.

Si bien se suponía su existencia desde tiempos ha, y que parte de él había sido descubierto a principios del siglo XX, fue recién en 1978 que un grupo de trabajadores de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, haciendo trabajos de excavación, descubriera los muros principales dando origen así al rescate del resto del edificio en años posteriores. El templo se hallaba sepultado debajo de las calles Guatemala y Argentina, ya que Hernán Cortés había ordenado utilizar sus materiales para construir una nueva ciudad con el fin de acabar con los cultos ajenos a la religión católica.  

El Templo Mayor de los aztecas

  

En 1987 se construyó el Museo del Templo Mayor, en cuyo recorrido podían observarse sus distintas etapas constructivas.

  

Museo del Templo Mayor

  

Continuando nuestra caminata por la calle Justo Sierra, llegamos al Anfiteatro Bolívar, donde el muralista Diego Rivera pintara su primera obra, llamándola “La Creación”. El edificio databa del siglo XVIII y era considerado Patrimonio Cultural de la Humanidad. 

Anfiteatro Bolívar

  

A pocos pasos de allí se encontraba la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, a la que ingresamos a través de su patio central donde se encontraba un monumento a Benito Juárez.  

Estatua de Benito Juárez en el patio central de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística

 

Después de haber hecho un breve recorrido entramos al Gran Salón “Libertador Miguel Hidalgo”, donde se realizaban las sesiones plenarias, existiendo en uno de sus muros un mapa que indicaba la extensión del territorio mexicano en 1794.  

Gran salón “Libertador Miguel Hidalgo” con el mapa histórico de México de 1794

  

Y, como acto de simpatía, Álvaro me invitó a subir al podio desde donde se dirigían las sesiones de la Sociedad Geográfica, haciendo sonar la campanita utilizada oportunamente.

 

Con Álvaro haciendo sonar la campanita utilizada para las sesiones de la Sociedad Geográfica

  

Tuvimos un refrigerio en el barcito adyacente y volvimos a la calle para observar personas y costumbres, muchas de ellas similares a las de otras geografías latinoamericanas, pero muy distintas de las de la Argentina, como las de llevar los niños atados a la madre o la de contar con vehículos a tracción de sangre humana.  

Niño cargado por su madre

  

Vehículos de tracción a sangre humana

  

Caminamos por la calle Cuauhtémoc, pleno Centro Histórico, y luego continuamos por la calle Moneda, donde se encontraba el Museo Nacional y una serie de reliquias arquitectónicas.

 

Calle Moneda en Cuauhtémoc, Centro Histórico de la Ciudad de México

  

En el número trece de la calle Moneda estaba el Museo Nacional

 

Detalle del frente del Museo Nacional

  

Reliquias arquitectónicas en la calle Moneda

  

Lo que me llamó la atención fue que existieran servicios de baños por una paga, algo insólito pensado desde la Argentina.

En esa misma zona, a cada paso había, tanto ofertas de comidas como iglesias, para alimento del cuerpo y del alma.

Y, si bien, algunas edificaciones eran muy sencillas, gran parte de los balcones estaban floridos.

 

Oferta de servicio de baño en muchos edificios

  

Oferta de comida e iglesias a cada paso. Alimentos para el cuerpo y para el alma

  

Balcones sencillos pero floridos

  

Regresamos al Zócalo, donde flameaba una enorme bandera mexicana, y diferentes comunidades, con sus trajes típicos, hacían demostraciones artísticas destinadas a los turistas, que en México, los había en cantidades, y de todas las nacionalidades.

 

La bandera mexicana flameando airosa en el Zócalo

  

Diferentes comunidades hacían demostraciones artísticas para el turismo

 

 

Miembro de una de las comunidades originarias luciendo su traje típico

 

Después de cruzar el Zócalo, tomamos la calle Madero desde donde, a lo lejos, divisamos la Torre Latinoamericana… 

Por la peatonal Madero. A lo lejos, la Torre Latinoamericana

  

Y en la intersección con la calle Isabel la Católica se encontraba el Museo del Estanquillo, donde, en ese momento, se estaba realizando la muestra “México a través de las causas”. El edificio que lo albergaba recibía el nombre “La Esmeralda” porque a fines del siglo XIX pertenecía a una de las más lujosas joyerías del país, especializada en la venta de selectas obras de arte, joyas, relojes y cajas de música. 

Calle Francisco Madero, esquina Isabel La Católica

 

Edificio “La Esmeralda” con la muestra “México a través de las causas”

  

Continuando nuestra caminata por la peatonal Madero, observamos con admiración muchas paredes muy ornamentadas, que respondían a diferentes épocas y estilos.

 

Caminando por la peatonal Madero


  

Paredes muy ornamentadas

 

 

A cada paso, algo para admirar

  

Otro de los edificios emblemáticos del Centro Histórico de México era el ex - convento de San Francisco, templo principal de la Orden de los Franciscanos, levantado por cortesía de las arcas del conquistador Hernán Cortés en 1524. Habiendo recibido varias remodelaciones desde entonces, su fachada era de estilo churrigueresco. Con el paso del tiempo, el espacio había quedado reducido de tal manera que sólo conservaba el Templo y la capilla Balvanera, protegidos tras un portón escoltado muchas veces por monjas que ofrecían comestibles en la calle Madero.  

Templo y ex - convento de San Francisco

  

Al llegar a la intersección de las calles Madero y Condesa, nos topamos con una manifestación de una agrupación representativa de obreros, campesinos y estudiantes que abogaban por “Tierra y Libertad”. 

Manifestación en la esquina de Madero y Condesa

  

Y siempre por Madero, pero al llegar a la calle Cinco de Mayo, Álvaro y Enrique me invitaron a visitar la “Casa de los Azulejos”, conocida por ese nombre debido a su cubierta de azulejos de talavera poblana que recubría completamente la fachada del edificio, convirtiéndola en una de las obras más bellas del barroco novohispano.

En el siglo XVI se conocía con el nombre de “Palacio Azul”, y durante toda la época colonial fue la residencia principal de los Condes del Valle de Orizaba. La versión popular decía que uno de los descendientes, joven confiado en sus riquezas heredadas y dedicado al despilfarro y a la vida mundana, fue en varias ocasiones severamente reprendido por su padre, quien le profiriera la siguiente frase: “Hijo, así nunca llegarás lejos, ni harás casa de azulejos…”  Tiempo después el joven sentó cabeza cambiando su modo de vida hacia uno más responsable, y para demostrar a su padre su madurez y esfuerzo, reparó y levantó la propiedad recubriéndola de azulejos.

Ya consumada la Independencia de México a comienzos del siglo XIX, la propiedad fue adquirida por varios personajes destacados hasta que en 1881 se convirtiera en la sede del Jockey Club de México, luego en la Casa del Obrero Mundial, para pasar a ser, a principios del siglo XX, la casa matriz de la cadena de cafés, restoranes y tiendas Sanborn’s. Y en 1931 fue declarado Monumento Nacional de México.

Uno de los sucesos que se habían producido en esa casa, había sido el asesinato del ex – Conde Andrés Diego Suárez de Peredo, a manos del Oficial Manuel Palacios, ocurrido al bajar las escaleras del patio del palacio, tratándose de una venganza ya que el Conde se oponía a que éste tuviera una relación formal con una joven de la familia. Tal crimen sucedió durante el Motín de la Acordada, cuando se desató el saqueo de la ciudad en 1828 en protesta por los resultados electorales de las segundas elecciones presidenciales en México. 

La “Casa de los Azulejos


  

Fachada de la “Casa de los Azulejos”

 

 

Detalle de los azulejos en el exterior del edificio

  

Los interiores se caracterizaban por su estilo mudéjar, por sus obras de arte en los principales muros, y por su cielorraso finamente decorado.

Y en el patio central, donde funcionaba el café-restorán, las meseras vestían trajes típicos.

  

 Interiores de estilo mudéjar

 


 Columnas y obras de arte en los principales muros


  

Cielorraso finamente decorado

 

 

Patio central donde funcionaba el café-restorán

 

Meseras vestidas con trajes típicos

  

Seguimos nuestro paseo por la calle Cinco de Mayo donde pudimos apreciar interesantes ejemplos de la arquitectura de los siglos XIX y XX. Pasamos por el Banco de México, y en la avenida Juárez, ingresamos a un edificio que en altura contaba con una confitería desde donde pudimos tener una vista privilegiada del Palacio de Bellas Artes y de su entorno, como la Alameda Central, la calle Ángela Peralta, el Museo Nacional de Arquitectura y el Eje Central Lázaro Cárdenas. 

 

Calle 5 de Mayo

  

Banco de México

  

Confitería en altura en la avenida Juárez

  

El magnífico edificio del Palacio de Bellas Artes

 

Detalle de la cúpula del Palacio de Bellas Artes

  

Alameda Central y calle Ángela Peralta

  

Museo Nacional de Arquitectura y Eje Central Lázaro Cárdenas

  

Habiendo pasado una tarde maravillosa junto a mis amigos, me despedí de ellos, y haciendo una conexión de metros, regresé a la casa de Susana que me esperaba junto con su hija, quien me había cedido nada menos que su dormitorio.   

Susana y su hija, excelentes anfitrionas

  

Y después de tener una distendida charla de mujeres preparé mi valija y me dispuse a dormir porque al día siguiente muy temprano, debía partir rumbo a Nueva York. 

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