Habíamos
quedado en encontrarnos en la explanada de la Catedral. Yo llegué
anticipadamente y aproveché para ingresar. Y me resultó muy impactante ver la
cantidad de gente que se desplazaba de rodillas golpeándose el pecho con
fuerza. Nunca antes había presenciado tanta fruición ya que en la Argentina no
existía tal fanatismo. Y ese hecho me estaba permitiendo comprender algunas
actitudes de la sociedad mexicana.
Mientras los esperaba, tomé algunas fotografías de las torres y de la fachada con su bajorrelieve y la puerta de madera repujada.
Torre occidental de la Catedral de
México
Frente y torre oriental de la
Catedral
Detalle del bajorrelieve del
frente de la Catedral
Puerta de madera repujada
Explanada donde me encontré con
Álvaro y Enrique
En
cuanto ellos llegaron cruzamos al Zócalo donde había tanto artesanos vendiendo
bijouterie típica de la región como quienes comercializaban productos
industrializados de diversa procedencia.
Bijouterie típica de la región
Productos de diversa procedencia
También estaban a la venta réplicas de uno de los Penachos de Moctezuma, un quetzalapanecáyotl o tocado de plumas de quetzal, cuya versión original contaba con engarces en oro y piedras preciosas.
Réplica del Penacho de Moctezuma
Dejamos la plaza de la Constitución, y dirigiéndonos hacia el noreste,
pasamos por el Templo Mayor, que fuera el centro de la vida religiosa mexica,
es decir, de los aztecas en México-Tenochtitlan.
Si bien se suponía su existencia desde tiempos ha, y que parte de él había sido descubierto a principios del siglo XX, fue recién en 1978 que un grupo de trabajadores de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, haciendo trabajos de excavación, descubriera los muros principales dando origen así al rescate del resto del edificio en años posteriores. El templo se hallaba sepultado debajo de las calles Guatemala y Argentina, ya que Hernán Cortés había ordenado utilizar sus materiales para construir una nueva ciudad con el fin de acabar con los cultos ajenos a la religión católica.
El Templo Mayor de los aztecas
En 1987 se construyó el Museo del Templo Mayor, en cuyo recorrido
podían observarse sus distintas etapas constructivas.
Museo del Templo Mayor
Continuando nuestra caminata por la calle Justo Sierra, llegamos al Anfiteatro Bolívar, donde el muralista Diego Rivera pintara su primera obra, llamándola “La Creación”. El edificio databa del siglo XVIII y era considerado Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Anfiteatro Bolívar
A pocos pasos de allí se encontraba la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, a la que ingresamos a través de su patio central donde se encontraba un monumento a Benito Juárez.
Estatua de Benito Juárez en el patio
central de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística
Después de haber hecho un breve recorrido entramos al Gran Salón “Libertador Miguel Hidalgo”, donde se realizaban las sesiones plenarias, existiendo en uno de sus muros un mapa que indicaba la extensión del territorio mexicano en 1794.
Gran salón “Libertador Miguel
Hidalgo” con el mapa histórico de México de 1794
Y, como acto de simpatía, Álvaro me invitó a subir al podio desde donde
se dirigían las sesiones de la Sociedad Geográfica, haciendo sonar la campanita
utilizada oportunamente.
Con Álvaro haciendo sonar la
campanita utilizada para las sesiones de la Sociedad Geográfica
Tuvimos un refrigerio en el barcito adyacente y volvimos a la calle
para observar personas y costumbres, muchas de ellas similares a las de otras
geografías latinoamericanas, pero muy distintas de las de la Argentina, como
las de llevar los niños atados a la madre o la de contar con vehículos a
tracción de sangre humana.
Niño cargado por su madre
Vehículos de tracción a sangre
humana
Caminamos por la calle Cuauhtémoc, pleno Centro Histórico, y luego
continuamos por la calle Moneda, donde se encontraba el Museo Nacional y una serie
de reliquias arquitectónicas.
Calle Moneda en Cuauhtémoc, Centro
Histórico de la Ciudad de México
En el número trece de la calle
Moneda estaba el Museo Nacional
Detalle del frente del Museo
Nacional
Reliquias arquitectónicas en la calle Moneda
Lo que me llamó la atención fue que existieran servicios de baños por
una paga, algo insólito pensado desde la Argentina.
En esa misma zona, a cada paso había, tanto ofertas de comidas como iglesias,
para alimento del cuerpo y del alma.
Y, si bien, algunas edificaciones eran muy sencillas, gran parte de los
balcones estaban floridos.
Oferta de servicio de baño en
muchos edificios
Oferta de comida e iglesias a cada
paso. Alimentos para el cuerpo y para el alma
Balcones sencillos pero floridos
Regresamos al Zócalo, donde flameaba una enorme bandera mexicana, y diferentes
comunidades, con sus trajes típicos, hacían demostraciones artísticas
destinadas a los turistas, que en México, los había en cantidades, y de todas
las nacionalidades.
La bandera mexicana flameando
airosa en el Zócalo
Diferentes comunidades hacían
demostraciones artísticas para el turismo
Miembro de una de las comunidades originarias luciendo su traje típico
Después de cruzar el Zócalo, tomamos la calle Madero desde donde, a lo lejos, divisamos la Torre Latinoamericana…
Por la peatonal Madero. A lo lejos, la Torre Latinoamericana
Y en la intersección con la calle Isabel la Católica se encontraba el Museo del Estanquillo, donde, en ese momento, se estaba realizando la muestra “México a través de las causas”. El edificio que lo albergaba recibía el nombre “La Esmeralda” porque a fines del siglo XIX pertenecía a una de las más lujosas joyerías del país, especializada en la venta de selectas obras de arte, joyas, relojes y cajas de música.
Calle Francisco Madero, esquina
Isabel La Católica
Edificio “La Esmeralda” con
la muestra “México a través de las causas”
Continuando nuestra caminata por la peatonal Madero, observamos con admiración
muchas paredes muy ornamentadas, que respondían a diferentes épocas y estilos.
Caminando por la peatonal Madero
Paredes muy ornamentadas
A cada paso, algo para admirar
Otro de los edificios emblemáticos del Centro Histórico de México era
el ex - convento de San Francisco, templo principal de la Orden de los
Franciscanos, levantado por cortesía de las arcas del conquistador Hernán
Cortés en 1524. Habiendo recibido varias remodelaciones desde entonces, su
fachada era de estilo churrigueresco. Con el paso del tiempo, el espacio había
quedado reducido de tal manera que sólo conservaba el Templo y la capilla
Balvanera, protegidos tras un portón escoltado muchas veces por monjas que
ofrecían comestibles en la calle Madero.
Templo y ex - convento de San
Francisco
Al llegar a la intersección de las calles Madero y Condesa, nos topamos con una manifestación de una agrupación representativa de obreros, campesinos y estudiantes que abogaban por “Tierra y Libertad”.
Manifestación en la esquina de Madero
y Condesa
Y siempre por Madero, pero al llegar a la calle Cinco de Mayo, Álvaro y
Enrique me invitaron a visitar la “Casa de los Azulejos”,
conocida por ese nombre debido a su cubierta de azulejos de talavera poblana
que recubría completamente la fachada del edificio, convirtiéndola en una de
las obras más bellas del barroco novohispano.
En el siglo XVI se conocía con el nombre de “Palacio Azul”, y durante toda la época colonial fue la residencia principal de los
Condes del Valle de Orizaba. La versión popular decía que uno de los descendientes,
joven confiado en sus riquezas heredadas y dedicado al despilfarro y a la vida
mundana, fue en varias ocasiones severamente reprendido por su padre, quien le
profiriera la siguiente frase: “Hijo, así nunca llegarás lejos, ni harás
casa de azulejos…” Tiempo después el
joven sentó cabeza cambiando su modo de vida hacia uno más responsable, y para
demostrar a su padre su madurez y esfuerzo, reparó y levantó la propiedad
recubriéndola de azulejos.
Ya consumada la Independencia de México a comienzos del siglo XIX, la
propiedad fue adquirida por varios personajes destacados hasta que en 1881 se
convirtiera en la sede del Jockey Club de México, luego en la Casa del Obrero
Mundial, para pasar a ser, a principios del siglo XX, la casa matriz de la
cadena de cafés, restoranes y tiendas Sanborn’s. Y en 1931 fue declarado
Monumento Nacional de México.
Uno de los sucesos que se habían producido en esa casa, había sido el asesinato del ex – Conde Andrés Diego Suárez de Peredo, a manos del Oficial Manuel Palacios, ocurrido al bajar las escaleras del patio del palacio, tratándose de una venganza ya que el Conde se oponía a que éste tuviera una relación formal con una joven de la familia. Tal crimen sucedió durante el Motín de la Acordada, cuando se desató el saqueo de la ciudad en 1828 en protesta por los resultados electorales de las segundas elecciones presidenciales en México.
La “Casa de los Azulejos”
Fachada de la “Casa de los Azulejos”
Detalle de los azulejos en el exterior del edificio
Los interiores se caracterizaban por su estilo mudéjar, por sus obras
de arte en los principales muros, y por su cielorraso finamente decorado.
Y en el patio central, donde funcionaba el café-restorán, las meseras
vestían trajes típicos.
Columnas y obras de arte en los principales muros
Cielorraso finamente decorado
Patio central donde funcionaba el café-restorán
Meseras vestidas con trajes
típicos
Seguimos nuestro paseo por la calle Cinco de Mayo donde pudimos apreciar interesantes ejemplos de la arquitectura de los siglos XIX y XX. Pasamos por el Banco de México, y en la avenida Juárez, ingresamos a un edificio que en altura contaba con una confitería desde donde pudimos tener una vista privilegiada del Palacio de Bellas Artes y de su entorno, como la Alameda Central, la calle Ángela Peralta, el Museo Nacional de Arquitectura y el Eje Central Lázaro Cárdenas.
Calle 5 de Mayo
Banco de México
Confitería en altura en la avenida
Juárez
El magnífico edificio del Palacio
de Bellas Artes
Detalle de la cúpula del Palacio
de Bellas Artes
Alameda Central y calle Ángela
Peralta
Museo Nacional de Arquitectura y
Eje Central Lázaro Cárdenas
Habiendo pasado una tarde maravillosa junto a mis amigos, me despedí de
ellos, y haciendo una conexión de metros, regresé a la casa de Susana que me
esperaba junto con su hija, quien me había cedido nada menos que su dormitorio.
Susana y su hija, excelentes
anfitrionas
Y después de tener una distendida charla de mujeres preparé mi valija y me dispuse a dormir porque al día siguiente muy temprano, debía partir rumbo a Nueva York.
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