miércoles, 22 de julio de 2020

A Santa Rosa por el II Congreso de Geografía de las Universidades Nacionales


   

Entre los días 15 y 18 de setiembre de 2009 se realizaba en la ciudad de Santa Rosa, provincia de La Pampa, el II Congreso de Geografía de las Universidades Nacionales bajo el lema “La Geografía ante la diversidad socio-espacial contemporánea”, en el cual tenía interés de participar.
Y como en el congreso anterior, quería llevar a Martín a quien le encantaba viajar, pero ya siendo un muchacho de dieciocho años, no toleraba aguardar en las salas mientras yo estaba exponiendo o escuchando las ponencias de mis colegas. Por lo tanto, le pedí a mi hijo Joaquín (25) que me acompañara para entretenerlo mientras yo estuviera ocupada.
Tomamos el micro en Retiro durante la noche, dormimos plácidamente y en casi nueve horas arribamos a la capital pampeana, justo para desayunar.
El evento tuvo lugar en la Universidad Nacional de La Pampa y fue organizado por el Instituto y el Departamento de Geografía con el aval institucional del Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Humanas; y estuvo coordinado por la Profesora Stella Maris Shmite.
En esa oportunidad presenté un trabajo en conjunto con Ana Laura Berardi y Omar Gejo, denominado “Argentina como Geografía. Algunos apuntes para una teoría geográfica del desarrollo”; y además, fui entrevistada por el Doctor Horacio Bozzano, de la Universidad Nacional de la Plata, para la Red Latinoamericana Territorios Posibles.
Mientras tanto, a Joaquín no le había sido sencillo entretener a Martín ya que Santa Rosa no tenía demasiados atractivos, más bien que ninguno, salvo ciertos espacios verdes y algún local de juegos. Pero el día jueves 17, como era previsible, hubo una cena como despedida del congreso, y allí sí lo llevé a Martín, quien no sólo disfrutó de la comida sino también del baile. Por otra parte, yo tenía desde algún tiempo un fuerte dolor en un hombro, que el traumatólogo no me había podido resolver a través de sesiones de kinesiología y ungüentos; sin embargo, bailando rock and roll con un colega pampeano, ante un brusco movimiento, algo volvió a su lugar, ¡y nunca más tuve problemas!
Al finalizar la reunión académica dejé a Martín con su hermano en la terminal de Santa Rosa para que regresaran desde allí a Buenos Aires, mientras que yo tomé un micro directo hacia la ciudad de Mar del Plata donde debía dictar clase el sábado por la mañana.
En realidad, “micro directo” era una forma de decir, ya que no era necesario bajarme hasta llegar a mi destino, pero pocas veces sufrí tanto en un viaje. No sólo que paraba en todas, sino que encendían las luces y anunciaban a viva voz el arribo a cada terminal. A mí nunca me habían molestado ni las luces ni los ruidos para dormir, pero todo tiene sus límites. Un verdadero caos era generado entre quienes descendían y ascendían debido a que habían sobrevendido asientos, y a que a los que hacían tramos cortos no les permitían poner el equipaje en la bodega, teniéndolo que cargar encima. Y era por esa situación que los pasillos estaban repletos de paquetes, bolsos y hasta de cochecitos de bebés, que eran saltados por algunos y usados como asiento por otros, ocasionando discusiones permanentes. Sin embargo, tal como ocurre en otros ámbitos, en lugar de quejarse ante la empresa, lo hacían entre los mismos pasajeros.
Finalmente, el sábado por la mañana llegué a la Universidad Nacional de Mar del Plata tarde y mal dormida, por lo que, en vez de clase, dí lástima. Pero ese servicio no había sido una excepción sino que era característico de algunas empresas de transporte monopólicas de las provincias como el caso de El Rápido en la de Buenos Aires. Al retornar a la Capital en El Cóndor, dejé de quejarme de algunas fallas que se solían presentar, ya que me parecían menores ante lo que me había tocado vivir durante la noche anterior.


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