Así que mientras esperaba,
aproveché para llamar a mi hija Fernanda, que ese día, cumplía treinta y cinco
años. No me resultaba grato estar tan lejos de ella, pero, debido a que había
nacido en período de vacaciones, en muchas oportunidades, tanto juntas como
separadas, nos habíamos encontrado fuera de Buenos Aires.
Ya habiendo conseguido
billetes chicos, tomamos un taxi hasta el Terminal de Pasajeros, cuyo costo fue
de 27 bolívares. Y con la empresa Táchira Mérida emprendimos el viaje hacia la
ciudad de Barquisimeto.
Primeramente circulamos por
la carretera Trasandina o Troncal 7, la principal a través de los Andes
Venezolanos, hasta su intersección con la autopista El Vigía-Mérida, que
llegaba hasta el aeropuerto.
En 2012, Mérida no conservaba su antiguo aeropuerto porque había quedado en medio de la ciudad y se habían producido varios accidentes, por lo que se utilizaba el de El Vigía (Aeropuerto Internacional Juan Pablo Pérez Alfonzo), que quedaba a una hora y cuarto de micro (72 km).
Carretera Trasandina o Troncal 7
Desde El Vigía continuamos
por la Troncal 1, que atravesaba la región Costa-Montaña, la más poblada de
Venezuela; y si bien en varios tramos habíamos circulado siguiendo el rumbo del
río Chama, en ese momento lo estaríamos cruzando sobre uno de sus puentes.
El Chama era uno de los más
importantes del occidente venezolano, siendo tributario del lago Maracaibo.
Seguía el curso de la falla tectónica de Boconó, la que separaba la Sierra
Nevada de la Sierra La Culata, ambas en la cordillera de Mérida, creando un
extenso valle, asiento de una gran cantidad de ciudades y pueblos entre los que
se destacaban Mérida y El Vigía.
Desde las cabeceras del río, a una altitud de más de 4000 m.s.n.m. (Collado del Cóndor), el Chama corría aguas abajo como un torrente de montaña empinada. A medida que avanzaba a través del valle, rápidamente se contaminaba con las aguas residuales de los muchos poblados por los que pasaba a lo largo de su trayecto. El río continuaba su recorrido pasando al pie de la terraza donde se asentaba la ciudad de Mérida; y cerca de la localidad de Éjido, el río Albarregas se unía al Chama, vertiendo todos los contaminantes de la ciudad de Mérida, alcanzando así su nivel máximo de contaminación. Desde allí, el río seguía en descenso pronunciado, a través de un cauce muy pedregoso, lo que permitía que el agua se oxigenara y, fuera purificado de sus contaminantes orgánicos.
Río Chama desde uno de sus puentes
En menos de una hora desde El Vigía llegamos a Santa Elena de Arenales, una ciudad ubicada a solo 60 m.s.n.m. al sur del lago Maracaibo donde la temperatura media era de 33°C, llegando fácilmente a los 43°C, con precipitaciones regulares durante todo el año. Cuando el ómnibus paró allí apenas pasado el mediodía, para el ascenso y descenso de pasajeros, sentimos ese calor húmedo con toda intensidad.
Santa Elena de Arenales
La Estrella de Santa Elena – Local de lencería y blanco
En todos los pueblos había tanto carteles oficialistas como de la oposición. Pablo Pérez, gobernador del estado de Zulia se postulaba a presidente, por lo que había actos en muchos lugares, incluso cortando momentáneamente la ruta.
Gobierno
Bolivariano y Revolucionario
En las cercanías de Río Frío nos encontramos con que la carretera estaba en pésimas condiciones, y eso, sumado a un puente ferroviario abandonado, daba una sensación muy negativa de la región.
Pésimo estado de la Troncal 1
Puente ferroviario abandonado sobre el río Frío
Al llegar a Aguapey, nos desviamos unos cuatro kilómetros de la carretera principal para ingresar al Municipio Julio César Salas, donde también había varios carteles políticos.
Municipio
de Julio César Salas
El vehículo en que nos
desplazábamos era verdaderamente deplorable. No solo que no contaba con baño
abordo, como tampoco con televisor, estando los cables sueltos. Y por esa falta
de toilette, fue que varias veces pararon en medio de la ruta para que, tanto
los conductores como algunos niños, pudieran orinar a pleno campo.
Y, como si no estuviéramos suficientemente atrasados por el ascenso y descenso de pasajeros en cualquier parte del trayecto, en más de una ocasión nos detuvimos para reparar el motor que recalentaba.
Ómnibus de la empresa Táchira Mérida
Recién a las cuatro de la
tarde hicimos una parada para almorzar. Pero, entre el escaso tiempo del que
disponíamos, la enorme fila que se formó, y las dudas acerca del control
bromatológico, nos conformamos con solo un sándwich de jamón y queso.
Si bien el horario de
llegada estaba previsto entre las seis y las siete de la tarde, ya algo
insólito visto desde la Argentina, en que los horarios programados de los
micros eran exactos, y solían cumplirse en la mayoría de los casos, ya
llevábamos más de una hora de atraso. ¡Y nadie protestaba…!
Cerca de las seis y media se
hizo de noche, y, ocupando el último asiento, sin aire acondicionado, repleto
de gente, con niños llorando, y soportando la mala amortiguación, ¡no veíamos
la hora de llegar…!
Y de pronto, nos paró la
policía para controlar los documentos. Cuando les mostramos los pasaportes nos
preguntaron si estábamos de vacaciones, cuándo habíamos llegado y si íbamos a
Caracas. Al principio sentimos mucho temor a raíz de la mala experiencia que
habíamos vivido con la policía militar colombiana quince días atrás, en que nos
habían encerrado en una pequeña casilla, y apuntándonos con arma larga nos
exigían vacunas innecesarias con la amenaza de deportarnos, además de pedirnos
dolaricos para resolver el problema. Sin embargo, en esta oportunidad, no nos retuvieron
los documentos, pero se llevaron los de los venezolanos y colombianos,
devolviéndolos después de un largo rato.
Con tantas interrupciones,
llegamos a Barquisimeto pasadas las ocho y media de la noche, habiendo tardado
nueve horas y media para recorrer cuatrocientos cuarenta kilómetros.
El Terminal de Pasajeros de Barquisimeto
era muy parecida a la de Maracaibo, donde todos gritaban los destinos que
estaban por salir.
Como no sabíamos si
encontraríamos algo abierto, comimos allí mismo unas arepas, y enseguida, en un
taxi, nos dirigimos al hotel que habíamos reservado previamente. Pagamos 40
bolívares, ¡muy caro en función de la distancia recorrida, que era de solo
diecisiete cuadras!
El hotel Resplandor quedaba en la Carrera 19 entre las calles 35 y 36, lugar donde, siendo algo más de las nueve de la noche, no había prácticamente nadie caminando por la zona. La impresión inicial no fue para nada grata, ya que contaba con una reja muy gruesa en la entrada, y sumado a las prevenciones de seguridad que tomaba el conserje, nos dio la sensación de entrar a una cárcel. Pero estábamos agotados, y aceptábamos cualquier cosa… Sin embargo, a pesar de ser un alojamiento muy modesto, resultó ser cómodo, todo estaba muy limpio, tenía wifi, algo no tan generalizado en esos tiempos, y costaba 190 bolívares la noche.
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