Era ya el mediodía cuando el vehículo que nos había transportado desde La Paz nos dejara en la plaza de Coroico, frente a la cual se encontraban la Catedral San Pedro y San Pablo Coroico y la Casa de Gobierno Municipal.
Plaza de Coroico con la Catedral y
la Casa de Gobierno Municipal
Y a pesar de tener el equipaje con nosotros, dimos unas vueltas por el
diminuto pueblo hasta que decidimos comer algo en la pizzería Italia antes de
partir hacia el lugar en que nos alojaríamos.
Calle principal de Coroico
En la oficina de turismo de La Paz nos habían informado que el Eco-Lodge
Sol y Luna quedaba a un kilómetro y medio de la plaza de Coroico, pero no
aclararon que se trataba de una pronunciada pendiente y embarrada por ser época
de lluvias, así que tuvimos que tomar un taxi para poder llegar hasta allí.
Cabaña Bomboos, rodeada de
vegetación subtropical
La cabaña contaba con un espacio descubierto donde había un fogón y una mesa; un espacio semi-cubierto con una heladera, una pequeña cocina, sillones de mimbre con una mesa ratona y una hamaca paraguaya; una habitación amplia sin televisión ni internet; y un pequeño baño con todos los servicios. Y, además, una hermosísima vista hacia las montañas.
Omar descansando en el patio de la
cabaña
Martín y Omar en el sector
semi-cubierto
Martín en el sector semi-cubierto junto
a la habitación
Martín durmiendo la siesta
Coroico se encontraba sobre una pequeña meseta del cerro Uchumachi
flanqueado por los ríos Coroico, Santa Bárbara y Vagantes. Estaba rodeado de
yungas, esas selvas subtropicales con gran diversidad y pisos de vegetación, y
amplia variedad de aves, como loros, palomas, perdices, uchis, y mamíferos como
chancho del monte, monos y venados. Y en sus alrededores existían claros donde
el bioma natural había sido reemplazado por grandes plantaciones de café, coca,
plátanos y cítricos.
El pueblo congregaba a grupos sociales de diferentes orígenes como aymaras, afrobolivianos y mestizos, quienes convivían en la región.
Vista de Coroico y de las yungas
desde la cabaña Bamboos
Prontamente salimos a caminar por los bosquecitos que rodeaban la cabaña y tuvimos nuevas vistas del pueblo, todas hermosísimas.
Martín caminando por uno de
los bosquecitos que rodeaban nuestra cabaña
Vista de Coroico desde uno
de los miradores del Eco-Lodge
Edificios de Coroico con el hotel
Gloria en primer plano
Pero a poco de andar, Martín descubrió la pileta y allí se terminó la caminata. Y mientras yo permanecí cerca tomando fotografías y mirando en detalle algunas plantas, no percibí la existencia de jejenes que terminaron destrozándome las partes del cuerpo que tenía descubiertas. Así que a partir de ese momento nos rociábamos con repelente cada vez que salíamos.
Martín dándose un chapuzón
Martín todos los días pasaba un
buen rato en la piscina
Vegetación que rodeaba la piscina
Esa noche cenamos en el restorán del lugar, prefiriendo comidas típicas en lugar de las internacionales que también existían en el menú. La cocinera se llamaba María y era una señora grande oriunda de la región.
Un revuelto a base de choclo,
cebolla, tomate y queso preparado por María
Y cuando quisimos regresar a la cabaña nos encontramos con que al ser
un Eco-Lodge, no había alumbrado para evitar al máximo la utilización de la
energía eléctrica. Pero teniendo que subir sobre terreno desparejo no fue para
nada sencillo, y, además, en un momento nos perdimos ya que no se veía ninguna
indicación.
Durante la noche el silencio fue absoluto, lo que paradójicamente,
proviniendo de una gran ciudad, al principio me impidió conciliar el sueño,
pero a la mañana siguiente estaba como nueva.
Cuando amaneció nos preocupó el estado del tiempo, ya que además de la lluvia, las nubes lo tapaban todo. Pero a medida que transcurrían las horas, las nubes se fueron corriendo y se despejó totalmente. Y eso fue así todos los días, ya que esa era la característica del verano, con días que llegaban a los 26°C, mientras que a la noche la temperatura podía llegar a descender hasta los 16°C.
Las nubes lo tapaban todo al
amanecer
Nubes despejando el paisaje
paulatinamente
El hotel Gloria, un ícono de Coroico
También las montañas quedaron al
descubierto
Y ya con el cielo bien azul
podíamos ver las flores desde la ventana…
Y también las mariposas
Martín disfrutando del
bellísimo panorama
Las precipitaciones nocturnas y matinales hacían que los caminos permanecieran embarrados por lo que habíamos desistido de caminar hasta el pueblo, haciéndolo sólo por los jardines del establecimiento.
Hermosísimos jardines con flores multicolores
Martín por los jardines del
Eco-Lodge
Enormes plantas higrófilas
Flores de todos los tamaños y
colores
Alegría del Hogar y Lazo de Amor
en los senderos
Plantas tropicales desconocidas en
las zonas templadas
Varios jardineros mantenían el
lugar
La propietaria del establecimiento era Sigrid Fronius, una mujer alemana que se había radicado en Coroico en 1983 y se había dedicado a la edificación de Sol y Luna, así como a su administración y mantenimiento, residiendo allí mismo.
Casa de Sigrid Fronius,
propietaria del establecimiento
Coroico era el pueblo más visitado de las yungas, por lo que en enero
de 2004 había sido declarado “Primer Municipio Turístico de Bolivia”.
Quien nos lo había recomendado había sido el Doctor Ernesto Wahlberg, el psiquiatra de Martín, que cuando le comenté que iríamos nuevamente de vacaciones a Bolivia, me dijera: “Vayan a Coroico, un lugar donde olvidarse del mundo.”
Coroico, un lugar donde olvidarse
del mundo
Todo era un verdadero paraíso y estábamos sumamente tranquilos, pero lamentablemente no pudimos olvidarnos del mundo, porque ese doce de enero de 2010 se produjo un tremendo terremoto en Haití que lo destruyó todo y causó una gran cantidad de muertos y desaparecidos, lo que produjera consternación en todos quienes nos encontrábamos en ese alejado sitio de Bolivia, salvo en Martín que no entendía lo que estaba pasando.
Martín ajeno a los problemas del
mundo
En pocos días emprendimos el regreso transitando nuevamente por el Camino de la Muerte, y durante casi todo el trayecto la nubosidad fue muy intensa y con lluvias casi permanentes que no nos permitieron disfrutar del paisaje. Recién al llegar a la represa Incachaca el tiempo mejoró un poco.
Camino de la Muerte desde un
mirador en Coroico
Detalle del serpenteo del Camino
de la Muerte
Montañas con mucha vegetación a la
salida de Coroico
Niebla en alta montaña en el Camino de la Muerte
Plantaciones en las laderas de los cerros
vecinos a Coroico
Zonas taladas de las yungas destinadas a la agricultura
Patrulla Caminera de Yolosa, a la salida de Coroico
Cruzando el puente sobre el río
Yolosa
Densa bruma en plena cordillera Real
Lluvia durante casi todo el viaje
Recién al llegar a la represa Incachaca el tiempo
mejoró un poco
Después de tanta paz, el tránsito de La Paz nos
apabulló, aunque lo extrañábamos
Habíamos tenido unos increíbles días de descanso, pero al pertenecer a la fauna urbana, ya extrañábamos el ruido, el smog y todos los demás encantos de la ciudad.
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