martes, 27 de octubre de 2020

Coroico, un lugar donde olvidarse del mundo

  Era ya el mediodía cuando el vehículo que nos había transportado desde La Paz nos dejara en la plaza de Coroico, frente a la cual se encontraban la Catedral San Pedro y San Pablo Coroico y la Casa de Gobierno Municipal. 

Plaza de Coroico con la Catedral y la Casa de Gobierno Municipal

  

Y a pesar de tener el equipaje con nosotros, dimos unas vueltas por el diminuto pueblo hasta que decidimos comer algo en la pizzería Italia antes de partir hacia el lugar en que nos alojaríamos. 

Calle principal de Coroico

  

En la oficina de turismo de La Paz nos habían informado que el Eco-Lodge Sol y Luna quedaba a un kilómetro y medio de la plaza de Coroico, pero no aclararon que se trataba de una pronunciada pendiente y embarrada por ser época de lluvias, así que tuvimos que tomar un taxi para poder llegar hasta allí.

  El Eco-Lodge contaba con varias hectáreas de cuidados jardines donde había dos casas con varias habitaciones donde, además, estaban la administración, el lobby, y una pequeña biblioteca. Y dentro del predio había también departamentos, cabañas, espacio para acampar con carpa propia y un restaurant.

  En cuanto llegamos nos dieron las indicaciones y restricciones de permanencia en el lugar y nos llevaron hasta nuestra cabaña, la Bamboos, para lo cual tuvimos que subir varios escalones desparejos construidos artesanalmente sobre una pendiente.

 

Cabaña Bomboos, rodeada de vegetación subtropical

  

La cabaña contaba con un espacio descubierto donde había un fogón y una mesa; un espacio semi-cubierto con una heladera, una pequeña cocina, sillones de mimbre con una mesa ratona y una hamaca paraguaya; una habitación amplia sin televisión ni internet; y un pequeño baño con todos los servicios. Y, además, una hermosísima vista hacia las montañas. 

Omar descansando en el patio de la cabaña

  

Martín y Omar en el sector semi-cubierto

  

Martín en el sector semi-cubierto junto a la habitación

  

Martín durmiendo la siesta 

 

Coroico se encontraba sobre una pequeña meseta del cerro Uchumachi flanqueado por los ríos Coroico, Santa Bárbara y Vagantes. Estaba rodeado de yungas, esas selvas subtropicales con gran diversidad y pisos de vegetación, y amplia variedad de aves, como loros, palomas, perdices, uchis, y mamíferos como chancho del monte, monos y venados. Y en sus alrededores existían claros donde el bioma natural había sido reemplazado por grandes plantaciones de café, coca, plátanos y cítricos.

El pueblo congregaba a grupos sociales de diferentes orígenes como aymaras, afrobolivianos y mestizos, quienes convivían en la región. 

Vista de Coroico y de las yungas desde la cabaña Bamboos


Prontamente salimos a caminar por los bosquecitos que rodeaban la cabaña y tuvimos nuevas vistas del pueblo, todas hermosísimas. 

Martín caminando por uno de los bosquecitos que rodeaban nuestra cabaña

  

Vista de Coroico desde uno de los miradores del Eco-Lodge

  

Edificios de Coroico con el hotel Gloria en primer plano

  

Pero a poco de andar, Martín descubrió la pileta y allí se terminó la caminata. Y mientras yo permanecí cerca tomando fotografías y mirando en detalle algunas plantas, no percibí la existencia de jejenes que terminaron destrozándome las partes del cuerpo que tenía descubiertas. Así que a partir de ese momento nos rociábamos con repelente cada vez que salíamos. 

Martín dándose un chapuzón

 

Martín todos los días pasaba un buen rato en la piscina

 

Vegetación que rodeaba la piscina

  

Esa noche cenamos en el restorán del lugar, prefiriendo comidas típicas en lugar de las internacionales que también existían en el menú. La cocinera se llamaba María y era una señora grande oriunda de la región. 

Un revuelto a base de choclo, cebolla, tomate y queso preparado por María

  

Y cuando quisimos regresar a la cabaña nos encontramos con que al ser un Eco-Lodge, no había alumbrado para evitar al máximo la utilización de la energía eléctrica. Pero teniendo que subir sobre terreno desparejo no fue para nada sencillo, y, además, en un momento nos perdimos ya que no se veía ninguna indicación.

Durante la noche el silencio fue absoluto, lo que paradójicamente, proviniendo de una gran ciudad, al principio me impidió conciliar el sueño, pero a la mañana siguiente estaba como nueva.

Cuando amaneció nos preocupó el estado del tiempo, ya que además de la lluvia, las nubes lo tapaban todo. Pero a medida que transcurrían las horas, las nubes se fueron corriendo y se despejó totalmente. Y eso fue así todos los días, ya que esa era la característica del verano, con días que llegaban a los 26°C, mientras que a la noche la temperatura podía llegar a descender hasta los 16°C.  

Las nubes lo tapaban todo al amanecer


 

Nubes despejando el paisaje paulatinamente


 

El hotel Gloria, un ícono de Coroico


 

También las montañas quedaron al descubierto

  

Y ya con el cielo bien azul podíamos ver las flores desde la ventana…

  

Y también las mariposas

  

Martín disfrutando del bellísimo panorama

  

Las precipitaciones nocturnas y matinales hacían que los caminos permanecieran embarrados por lo que habíamos desistido de caminar hasta el pueblo, haciéndolo sólo por los jardines del establecimiento.

    

Hermosísimos jardines con flores multicolores

  

Martín por los jardines del Eco-Lodge

  

Enormes plantas higrófilas

  

Flores de todos los tamaños y colores

 

Alegría del Hogar y Lazo de Amor en los senderos

  

Plantas tropicales desconocidas en las zonas templadas

  

Varios jardineros mantenían el lugar

  

La propietaria del establecimiento era Sigrid Fronius, una mujer alemana que se había radicado en Coroico en 1983 y se había dedicado a la edificación de Sol y Luna, así como a su administración y mantenimiento, residiendo allí mismo. 

Casa de Sigrid Fronius, propietaria del establecimiento

  

Coroico era el pueblo más visitado de las yungas, por lo que en enero de 2004 había sido declarado “Primer Municipio Turístico de Bolivia”.

Quien nos lo había recomendado había sido el Doctor Ernesto Wahlberg, el psiquiatra de Martín, que cuando le comenté que iríamos nuevamente de vacaciones a Bolivia, me dijera: “Vayan a Coroico, un lugar donde olvidarse del mundo.” 

Coroico, un lugar donde olvidarse del mundo

  

Todo era un verdadero paraíso y estábamos sumamente tranquilos, pero lamentablemente no pudimos olvidarnos del mundo, porque ese doce de enero de 2010 se produjo un tremendo terremoto en Haití que lo destruyó todo y causó una gran cantidad de muertos y desaparecidos, lo que produjera consternación en todos quienes nos encontrábamos en ese alejado sitio de Bolivia, salvo en Martín que no entendía lo que estaba pasando.  

 

Martín ajeno a los problemas del mundo 

 

En pocos días emprendimos el regreso transitando nuevamente por el Camino de la Muerte, y durante casi todo el trayecto la nubosidad fue muy intensa y con lluvias casi permanentes que no nos permitieron disfrutar del paisaje. Recién al llegar a la represa Incachaca el tiempo mejoró un poco.

 

Camino de la Muerte desde un mirador en Coroico

  

Detalle del serpenteo del Camino de la Muerte

  

Montañas con mucha vegetación a la salida de Coroico

 

 

Niebla en alta montaña en el Camino de la Muerte

 

Plantaciones en las laderas de los cerros vecinos a Coroico

 

 

Zonas taladas de las yungas destinadas a la agricultura

 

 

Patrulla Caminera de Yolosa, a la salida de Coroico

  

Cruzando el puente sobre el río Yolosa

 

 

Densa bruma en plena cordillera Real

  

Lluvia durante casi todo el viaje

  

Recién al llegar a la represa Incachaca el tiempo mejoró un poco

 


 

Después de tanta paz, el tránsito de La Paz nos apabulló, aunque lo extrañábamos

  

Habíamos tenido unos increíbles días de descanso, pero al pertenecer a la fauna urbana, ya extrañábamos el ruido, el smog y todos los demás encantos de la ciudad.

 

 

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