viernes, 30 de octubre de 2020

A Santiago y Valparaíso

   Si bien pretendíamos quedarnos unos días en Antofagasta, después de que el perro corriera a Martín en la costanera, ya no era posible llevarlo a la playa porque había quedado muy alterado, así que decidimos continuar viaje hacia la capital chilena.

Desde un locutorio, que tenía las tarifas planchadas, llamamos al hotel Imperio para hacer la reserva correspondiente y prontamente nos dirigimos a la terminal donde tomamos un ómnibus que en diecinueve horas recorrió los mil cuatrocientos kilómetros que nos separaban de Santiago.

 

 

 

 

 

Tarifas telefónicas planchadas en el puerto internacional de Antofagasta 

 

A la mañana siguiente de haber arribado a Santiago, Martín se levantó más tranquilo, desayunó y se preparó para salir a pasear, pero a poco de andar, nos encontramos con que había tantos perros vagabundos como en Antofagasta, por lo que tuvimos que tomar un taxi para regresar al hotel.

 

Martín ya más tranquilo en el hotel Imperio

  

Martín desayunando y mirando el diario El Mercurio

  

Entonces, como desde hacía tiempo él estaba obsesionado con viajar en el metro de Santiago, se me ocurrió llevarlo a andar de una estación a otra gran parte de la tarde, tomar la once en el shopping de Las Condes y volver a la hora de cenar al hotel. En los horarios pico el apretujamiento de gente y los hurtos lo convertían en algo mucho peor que el subte de Buenos Aires, pero subiendo más tarde o más temprano, se podía viajar placenteramente. Y eso nos permitía, además, evitar el cruce con los canes.

 

Martín subiendo al metro de Santiago

  

Martín siempre amó Santiago de Chile, y si bien en parte podía deberse a que había ido en muchas oportunidades, desde los dos años de edad, de hecho, allí tenía lo que más le gustaba: el metro de gran velocidad y las montañas. Pero, además, el trato de los desconocidos para con él era extremadamente amable. Mientras íbamos de un lado para el otro, cuando los pasajeros que se ubicaban cerca notaban que era especial, le daban conversación y le ofrecían desde dulces hasta frutas, lo que lo hacía sentirse super mimado. Todo lo contrario de lo que ocurría en Buenos Aires donde lo miraban de reojo y trataban de esquivarlo todo lo posible. Y esa discriminación él la percibía más que nadie. 

Fuera de las horas pico, todo estaba a nuestra disposición

  

El metro de Santiago era muy moderno, veloz, silencioso y no generaba sacudones en las frenadas, aunque se realizaran en un corto trecho; y supuestamente eso tendría que ver con unas ruedas especiales que le servían de amortiguación. 

Sistema de rodamiento muy original en el metro de Santiago

  

Martín saliendo de una estación del metro de Santiago

  

Al otro día fuimos en un ómnibus hasta la ciudad de Valparaíso, donde ya en la terminal, nos esperaba una verdadera jauría, así que tuvimos que refugiarnos en un patio de comidas cercano, y hacer una breve recorrida en taxi. 

Martín en un patio de comidas de Valparaíso

  

Habiendo conocido las principales ciudades chilenas desde Arica, en el límite con Perú, hasta Punta Arenas, en el estrecho de Magallanes, mi preferida siempre había sido Valparaíso. Y justamente, además de su historia y su particular característica de centro cultural, su belleza radicaba en que gran parte de ella estaba construida sobre un manojo de cerros que daban hacia la bahía, en forma de anfiteatro natural.

En los cerros se podían encontrar desde los palacetes con los más variados tamaños y estilos arquitectónicos hasta viviendas absolutamente precarias, construidas en chapa y madera casi en el aire.

Algunos de los cerros contaban con funiculares llamados ascensores, mientras que a otros sólo se podía llegar mediante largas escalinatas en pendientes muy pronunciadas. Sin embargo, la ciudad se había originado en el Barrio Puerto, en una zona baja a la que se denominaba Plan, siendo la única de la ciudad donde existían anchas avenidas, además de estar localizados los edificios públicos y religiosos más emblemáticos, así como los principales bancos, comercios y servicios. Y por esa tradición de ciudad-puerto, era que a los nacidos en Valparaíso, tal cual a los que nacimos en Buenos Aires, se les dijera “porteños”.

Le pedí al taxista que nos llevara hasta lo alto de uno de los cerros para tener la imagen panorámica que más me gustaba y poder tomar fotografías desde allí. 

Uno de los principales cerros de Valparaíso, con diversidad de viviendas

 

 

Vista parcial de la bahía de Valparaíso desde los cerros hacia el norte

  

Entre los tantos edificios que se veían desde lo alto, nos llamó la atención uno con techos rojos que ocupaba la manzana entera entre las calles Independencia, Freire, Colón y Rodríguez. Contaba con un patio interior y una capilla con una cúpula. Y se trataba nada menos que del Colegio de los Sagrados Corazones, fundado en 1837, la institución educativa privada más antigua de Chile, que comenzara a funcionar con veinticinco alumnos y tres religiosos como profesores. La capilla había sido inaugurada en 1874 con la torre aún inconclusa, pero el sismo de 1906 le había provocado serios daños que extendieron su construcción por largos años. 

En primer plano, la iglesia y el colegio de los Sagrados Corazones

  

Vista del puerto de Valparaíso hacia el sur de la bahía

  

Al bajar pasamos por la iglesia de la Compañía de Jesús, ubicada en el Plan al pie del cerro Larraín. Construida en 1899, fue declarada Monumento Nacional de Chile, en la categoría de Monumento Histórico. Había sido restaurada debido a los daños que le provocara el terremoto de 1906.

  

Iglesia de la Compañía de Jesús, Monumento Nacional de Chile

 

Continuamos transitando por la avenida Argentina, nombre que se le diera en 1910, Año del Centenario de ambos países. Y allí se encontraba el monumento “Solidaridad”, inaugurado en 1995. La escultura había sido realizada por el chileno Mario Irarrázabal, tenía doce metros de altura y estaba revestida totalmente en cobre. El artista pudo ejecutarla luego de ganar un concurso llamado por la Corporación del Cobre en 1991. 

Monumento “Solidaridad” en la avenida Argentina de Valparaíso

  

El día estaba hermoso, ideal para caminar, pero debido a nuestras limitaciones de movilidad, volvimos a la terminal de buses para retornar tempranamente a Santiago. 

 Autopista Valparaíso-Santiago

 

Esa noche cenamos en el hotel unas espectaculares chuletas Kassler, que consistían en cerdo ahumado con guarnición, una típica comida alemana que en Chile era frecuentemente consumida en los buenos restoranes.


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