domingo, 25 de octubre de 2020

De Cochabamba a La Paz

  Cochabamba era, sin duda, un verdadero ecotono en todo sentido entre Santa Cruz de la Sierra y La Paz. Una ciudad muy bonita donde habíamos pasado unos agradables días de descanso. Y ya iniciábamos nuestro viaje hacia La Paz por un camino desde el cual nunca lo habíamos hecho.

Fue así como partiendo desde Cochabamba hacia el oeste tomamos la ruta número cuatro; y en sólo media hora estábamos llegando a Sipe Sipe, una pequeña localidad de aproximadamente cuarenta mil habitantes, donde el ómnibus hizo una parada con el fin de que subieran más pasajeros. Y mientras eso ocurría, varias mujeres se acercaron a vender comida, principalmente pollo guisado que entregaban sobre un grueso papel o en bolsitas de nylon.   

Vendedoras ambulantes se acercaban al micro en Sipe Sipe

  

Saliendo hacia la zona rural se presentaban ante nosotros diferentes serranías con suelos rojos, producto de la oxidación del hierro en un ambiente relativamente húmedo, y muy estratificados.  

Laderas estratificadas en un ambiente húmedo

  

Los campos de los valles estaban cultivados con diferentes hortalizas y cereales, en base a mano de obra intensiva y con arados tirados por bueyes. 

Amplios campos cultivados con arados tirados por bueyes

 

 

Pero al margen de las características de ese paisaje a comienzos del siglo XXI, el valle de Sipe Sipe con el marco del macizo de Viluma, había tenido una connotación muy particular durante el proceso de independencia de la que posteriormente fuera la República Argentina. La batalla de Sipe Sipe, conocida en España como de Viluma, había sido un enfrentamiento entre las fuerzas de las Provincias Unidas del Río de la Plata y las fuerzas realistas, que tuviera lugar el 29 de noviembre de 1815, cuya derrota representara para Buenos Aires la pérdida de los territorios del Alto Perú.

Tras dos intentos fallidos, el gobierno porteño envió una tercera expedición para desalojar a los realistas del Alto Perú, encomendándole la tarea al General José Rondeau, quien contara con tres mil hombres. Y aunque había logrado tomar las ciudades de Potosí y Chuquisaca (Sucre), las desavenencias con Martín Miguel de Güemes lo privaron de la poderosa caballería gaucha, mientras que el general realista Joaquín de la Pezuela recibiera refuerzos desde Perú, presentando batalla frente al macizo de Viluma.

La batalla de Sipe Sipe o de Viluma estaba considerada como uno de los desastres militares más graves para las fuerzas patriotas, tanto que España festejara el triunfo como fin de la independencia en Sudamérica. No obstante, en menos de ocho meses, el 9 de julio de 1816, las Provincias Unidas del Río de la Plata declararon su Independencia, a partir del denominado Congreso de Tucumán, en el cual estaban representadas las siguientes provincias: Buenos Aires, Mendoza, San Juan, Córdoba, Santiago del Estero, La Rioja, Catamarca, Tucumán, Salta, Jujuy, Potosí, Charcas y Cochabamba. Esto mostraba la integración del puerto de Buenos Aires con Córdoba, Cuyo y el Noroeste, así como con el sur de lo que pasara a ser territorio boliviano a partir de 1825; y por otra parte estando absolutamente ausentes el Litoral y la Patagonia cuya inserción definitiva sucediera recién a fines del siglo XIX y principios del XX. 


Macizo de Viluma, al pie del cual se desarrollara la triste batalla de Sipe Sipe

 

A medida que avanzábamos hacia el oeste la vegetación comenzaba a ralearse siendo muy escasa al ingresar al Altiplano. 

 

Comenzaba a disminuir la vegetación de las laderas


 

Piedras en el techo de chapa para que el viento no lo volara, el cartel de Evo y un burro pastando

 

Imponentes los Andes Bolivianos, vestidos de rojo y verde

 

Pequeños poblados a la vera de la ruta número cuatro

  


De los casi cuatrocientos kilómetros que separaban a Cochabamba de La Paz, justo en la mitad quedaba Caracollo. Así que el conductor del ómnibus decidió hacer allí una parada para que los pasajeros pudiéramos alimentarnos. Pero al bajar sentimos los efectos de la altura, debido a que ya nos encontrábamos a 3625 m.s.n.m., hacía frío y las tierras eran arenosas.  

Altura, frío y tierras arenosas en Caracollo


  

A Martín le llevamos comida al ómnibus ya que no quiso bajar por la presencia de perros vagabundos

 

Caracollo contaba con poco más de veinte mil habitantes, en su mayoría en el área rural, siendo collas que se dedicaban a tareas agrícolas en la producción de patatas, oca, quinua, qañawa, cebada, y pastos para el ganado vacuno criollo, las llamas, alpacas y ovinos destinados al consumo local.  

Mujer colla en el parador de Caracollo

  

Si había algo totalmente ridículo por lo ajeno al lugar era el nombre del restaurant donde almorzamos: “Marino’s Place” (Lugar del Marino), no sólo por estar escrito en inglés sino porque además de ser una zona absolutamente mediterránea, era bastante árida y en el menú no se incluía ningún producto procedente del mar, sino que había sopa de maní, chairo (un plato en base a carne de cordero y tubérculos), y pollo. Tal vez el dueño haya sido marino, aunque Bolivia carecía de salida al mar. 

Restaurant “Marino’s Place” – “El Marino” en pleno Altiplano Boliviano

  

Menú del restaurant “Marino’s Place

  

Al llegar a Patacamaya nubes oscuras comenzaron a cubrir el cielo; y justo en ese lugar salimos de la ruta cuatro para pasar a la número uno, que nos conduciría en poco tiempo a La Paz.  

El cielo se oscureció repentinamente al pasar por Patacamaya

  

Casas de adobe a la vera de la ruta en Patacamaya

  

Y cuando ya habíamos pasado más de cinco horas de viaje, divisamos el majestuoso Illimani, un verdadero símbolo de la ciudad de La Paz, cuya pintura incorporé a la pared del living de casa.

 

Detrás de los cultivos, el Illimani


 

El Illimani entre las nubes del atardecer

  

Tras un largo descanso, imprescindible en razón de la altura, salimos a recorrer La Paz, una hermosa ciudad desde el punto de vista paisajístico. 

 

Edificios modernos, de gran altura, en el Centro de La Paz

  

Caminar por la avenida 16 de julio nos parecía muy interesante porque era un claro reflejo de la diversidad socioeconómica y cultural del país. Mujeres con sus niños a cococho sostenidos por aguayos, jovencitas luciendo prendas de última moda, obreros y trajeados oficinistas, fervientes seguidores del Movimiento al Socialismo de Evo Morales con la bandera whipala (aunque esta frase fuera una redundancia, ya que en aimara, “whipala” significaba “bandera”), y también opositores, todos circulaban por allí. 

La muy transitada avenida 16 de Julio

  

Mujeres con niños a cococho, hombres de trabajo y jovencitas con prendas de última moda

  

Seguidor del MAS con la imagen de Evo y la whipala, y una mujer con prendas típicas

  

Dos atuendos opuestos en la misma acera

  

La continuación de la avenida 16 de Julio era la Mariscal Santa Cruz, llegando así hasta la Basílica de San Francisco, que formaba parte de un conjunto conventual, construida en estilo barroco mestizo o barroco andino entre los siglos XVI y XVIII. 

 

Basílica de San Francisco, de estilo barroco mestizo o barroco andino

 

Detalle de la cúpula de la Basílica de San Francisco, los techos de tejas y las casas del cerro

  

Y desde allí subimos por la calle Sagárnaga que se caracterizaba por su pendiente pronunciada, lo que, sumado a la altura sobre el nivel del mar, nos dejó sumamente agitados.

 

Subiendo por la pronunciada pendiente de la calle Sagárnaga

  

La Basílica de San Francisco desde la calle Sagárnaga

  

Llegando a la esquina de la calle Linares y apenas doblando a la derecha, se encontraba el hotel Fuentes, en el que nuevamente nos habíamos alojado, por ser sencillo pero limpio y cómodo. Además, el barrio era muy turístico y estaba rodeado de locales donde se vendían todo tipo de artesanías, tejidos y productos referidos a las costumbres ancestrales de la región. 

 

La pared rosa pertenecía al hotel Fuentes sobre la calle Linares casi esquina Sagárnaga

 

Linares era también conocida como la calle de las Brujas por encontrarse en las proximidades del mercado donde vendían todo tipo de amuletos o recetas destinados a resolver problemas de salud, amor, trabajo o dinero mediante métodos ausentes de toda racionalidad.

Bolivia en general y La Paz en particular combinaban una mezcla de creencias de los pueblos originarios basadas en la Naturaleza y vinculadas a la Pachamama, es decir la Madre Tierra, junto con la fe cristiana impuesta desde los inicios de la conquista. Y los rituales realizados por hechiceros como por cualquier otra persona requerían de una serie de objetos o figuras esenciales como pequeñas ranas para el dinero, tortugas para pretender una larga vida, cóndores como protección en los viajes, búhos para adquirir sabiduría, pumas para encontrar un nuevo empleo, y cartas del tarot que allí mismo se echaban. Pero lo que más asombraba era la cantidad de fetos de llama de diferentes tamaños dispuestos en cestos, colgados de cordeles o amontonados en las mesas. Las mujeres que los vendían decían que si se enterraba un feto de llama bajo la tierra sobre la que se iba a construir una vivienda, se auguraba fortuna para el nuevo hogar, por lo que había que elegir los más grandes, que ya tenían pelo; sin embargo, si se imploraba suerte en lo personal se debía quemar un feto pequeño con el añadido de estar mascando hojas de coca. También había una gran cantidad de viagras naturales, potingues y pócimas que aseguraban el sometimiento de la pareja sobre la que se tenían dudas en cuanto a amor o fidelidad, otros destinados a atraer clientela en el negocio, con los que hacerse inmensamente rico o incluso fastidiar a los enemigos.  

Calle Linares o de las Brujas, con locales dedicados a la venta de artesanías y elementos de brujería

  

Aguayos y tejidos muy coloridos expuestos en la calle Linares

  

Por la noche fuimos a cenar a un restorán de comidas típicas sobre la calle Sagárnaga, y además tuvimos la intención de escuchar música andina. Sin embargo, no supimos si era por el reciente fallecimiento del cantante argentino Sandro, pero casi todos los espectáculos estaban referidos a tributos hacia su persona, lo que no nos resultaba para nada atractivo. 

Martín comiendo productos típicos de la región

 

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Y como la noche paceña no ofrecía mucho más, nos fuimos a dormir temprano y prepararnos para partir al día siguiente hacia las yungas.

 

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