Fue
así como partiendo desde Cochabamba hacia el oeste tomamos la ruta número
cuatro; y en sólo media hora estábamos llegando a Sipe Sipe, una pequeña
localidad de aproximadamente cuarenta mil habitantes, donde el ómnibus hizo una
parada con el fin de que subieran más pasajeros. Y mientras eso ocurría, varias
mujeres se acercaron a vender comida, principalmente pollo guisado que
entregaban sobre un grueso papel o en bolsitas de nylon.
Vendedoras ambulantes se acercaban
al micro en Sipe Sipe
Saliendo hacia la zona rural se presentaban ante nosotros diferentes serranías con suelos rojos, producto de la oxidación del hierro en un ambiente relativamente húmedo, y muy estratificados.
Laderas estratificadas en un
ambiente húmedo
Los campos de los valles estaban cultivados con diferentes hortalizas y cereales, en base a mano de obra intensiva y con arados tirados por bueyes.
Amplios campos cultivados con
arados tirados por bueyes
Pero
al margen de las características de ese paisaje a comienzos del siglo XXI, el
valle de Sipe Sipe con el marco del macizo de Viluma, había tenido una
connotación muy particular durante el proceso de independencia de la que
posteriormente fuera la República Argentina. La batalla de Sipe Sipe, conocida
en España como de Viluma, había sido un enfrentamiento entre las fuerzas de las
Provincias Unidas del Río de la Plata y las fuerzas realistas, que tuviera
lugar el 29 de noviembre de 1815, cuya derrota representara para Buenos Aires
la pérdida de los territorios del Alto Perú.
Tras
dos intentos fallidos, el gobierno porteño envió una tercera expedición para
desalojar a los realistas del Alto Perú, encomendándole la tarea al General
José Rondeau, quien contara con tres mil hombres. Y aunque había logrado tomar
las ciudades de Potosí y Chuquisaca (Sucre), las desavenencias con Martín
Miguel de Güemes lo privaron de la poderosa caballería gaucha, mientras que el
general realista Joaquín de la Pezuela recibiera refuerzos desde Perú,
presentando batalla frente al macizo de Viluma.
La batalla de Sipe Sipe o de Viluma estaba considerada como uno de los desastres militares más graves para las fuerzas patriotas, tanto que España festejara el triunfo como fin de la independencia en Sudamérica. No obstante, en menos de ocho meses, el 9 de julio de 1816, las Provincias Unidas del Río de la Plata declararon su Independencia, a partir del denominado Congreso de Tucumán, en el cual estaban representadas las siguientes provincias: Buenos Aires, Mendoza, San Juan, Córdoba, Santiago del Estero, La Rioja, Catamarca, Tucumán, Salta, Jujuy, Potosí, Charcas y Cochabamba. Esto mostraba la integración del puerto de Buenos Aires con Córdoba, Cuyo y el Noroeste, así como con el sur de lo que pasara a ser territorio boliviano a partir de 1825; y por otra parte estando absolutamente ausentes el Litoral y la Patagonia cuya inserción definitiva sucediera recién a fines del siglo XIX y principios del XX.
Macizo de Viluma, al pie del cual
se desarrollara la triste batalla de Sipe Sipe
A medida que avanzábamos hacia el oeste la vegetación comenzaba a ralearse siendo muy escasa al ingresar al Altiplano.
Comenzaba a disminuir la
vegetación de las laderas
Piedras en el techo de chapa para
que el viento no lo volara, el cartel de Evo y un burro pastando
Imponentes los Andes Bolivianos,
vestidos de rojo y verde
Pequeños poblados a la vera de la
ruta número cuatro
De
los casi cuatrocientos kilómetros que separaban a Cochabamba de La Paz, justo en
la mitad quedaba Caracollo. Así que el conductor del ómnibus decidió hacer allí
una parada para que los pasajeros pudiéramos alimentarnos. Pero al bajar
sentimos los efectos de la altura, debido a que ya nos encontrábamos a 3625
m.s.n.m., hacía frío y las tierras eran arenosas.
Altura, frío y tierras arenosas en
Caracollo
A Martín le llevamos comida al
ómnibus ya que no quiso bajar por la presencia de perros vagabundos
Caracollo contaba con poco más de veinte mil habitantes, en su mayoría
en el área rural, siendo collas que se dedicaban a tareas agrícolas en la
producción de patatas, oca, quinua, qañawa, cebada, y pastos para el ganado
vacuno criollo, las llamas, alpacas y ovinos destinados al consumo local.
Mujer colla en el parador de Caracollo
Si había algo totalmente ridículo por lo ajeno al lugar era el nombre del restaurant donde almorzamos: “Marino’s Place” (Lugar del Marino), no sólo por estar escrito en inglés sino porque además de ser una zona absolutamente mediterránea, era bastante árida y en el menú no se incluía ningún producto procedente del mar, sino que había sopa de maní, chairo (un plato en base a carne de cordero y tubérculos), y pollo. Tal vez el dueño haya sido marino, aunque Bolivia carecía de salida al mar.
Restaurant “Marino’s Place” – “El Marino”
en pleno Altiplano Boliviano
Menú del restaurant “Marino’s Place”
Al llegar a Patacamaya nubes oscuras comenzaron a cubrir el cielo; y justo en ese lugar salimos de la ruta cuatro para pasar a la número uno, que nos conduciría en poco tiempo a La Paz.
El cielo se oscureció
repentinamente al pasar por Patacamaya
Casas de adobe a la vera de la
ruta en Patacamaya
Y cuando ya habíamos pasado más de cinco horas de viaje, divisamos el
majestuoso Illimani, un verdadero símbolo de la ciudad de La Paz, cuya pintura incorporé
a la pared del living de casa.
Detrás de los cultivos, el
Illimani
El Illimani entre las nubes del
atardecer
Tras un largo descanso, imprescindible en razón de la altura, salimos a recorrer La Paz, una hermosa ciudad desde el punto de vista paisajístico.
Edificios modernos, de gran
altura, en el Centro de La Paz
Caminar por la avenida 16 de julio nos parecía muy interesante porque era un claro reflejo de la diversidad socioeconómica y cultural del país. Mujeres con sus niños a cococho sostenidos por aguayos, jovencitas luciendo prendas de última moda, obreros y trajeados oficinistas, fervientes seguidores del Movimiento al Socialismo de Evo Morales con la bandera whipala (aunque esta frase fuera una redundancia, ya que en aimara, “whipala” significaba “bandera”), y también opositores, todos circulaban por allí.
La muy transitada avenida 16 de Julio
Mujeres con niños a cococho,
hombres de trabajo y jovencitas con prendas de última moda
Seguidor del MAS con la imagen de
Evo y la whipala, y una mujer con prendas típicas
Dos atuendos opuestos en la misma
acera
La continuación de la avenida 16 de Julio era la Mariscal Santa Cruz,
llegando así hasta la Basílica de San Francisco, que formaba parte de un
conjunto conventual, construida en estilo barroco mestizo o barroco andino
entre los siglos XVI y XVIII.
Basílica de San Francisco, de
estilo barroco mestizo o barroco andino
Detalle de la cúpula de la
Basílica de San Francisco, los techos de tejas y las casas del cerro
Y desde allí subimos por la calle Sagárnaga que se caracterizaba por su pendiente pronunciada, lo que, sumado a la altura sobre el nivel del mar, nos dejó sumamente agitados.
Subiendo por la pronunciada
pendiente de la calle Sagárnaga
La Basílica de San Francisco desde
la calle Sagárnaga
Llegando a la esquina de la calle Linares y apenas doblando a la derecha, se encontraba el hotel Fuentes, en el que nuevamente nos habíamos alojado, por ser sencillo pero limpio y cómodo. Además, el barrio era muy turístico y estaba rodeado de locales donde se vendían todo tipo de artesanías, tejidos y productos referidos a las costumbres ancestrales de la región.
La pared rosa pertenecía al hotel
Fuentes sobre la calle Linares casi esquina Sagárnaga
Linares era también conocida como la calle de las Brujas por encontrarse en las proximidades del mercado donde vendían todo tipo de amuletos o recetas destinados a resolver problemas de salud, amor, trabajo o dinero mediante métodos ausentes de toda racionalidad.
Bolivia en general y La Paz en particular combinaban una mezcla de
creencias de los pueblos originarios basadas en la Naturaleza y vinculadas a la
Pachamama, es decir la Madre Tierra, junto con la fe cristiana impuesta desde
los inicios de la conquista. Y los rituales realizados por hechiceros como por
cualquier otra persona requerían de una serie de objetos o figuras esenciales
como pequeñas ranas para el dinero, tortugas para pretender una larga vida,
cóndores como protección en los viajes, búhos para adquirir sabiduría, pumas
para encontrar un nuevo empleo, y cartas del tarot que allí mismo se echaban.
Pero lo que más asombraba era la cantidad de fetos de llama de diferentes
tamaños dispuestos en cestos, colgados de cordeles o amontonados en las mesas. Las
mujeres que los vendían decían que si se enterraba un feto de llama bajo la
tierra sobre la que se iba a construir una vivienda, se auguraba fortuna para
el nuevo hogar, por lo que había que elegir los más grandes, que ya tenían
pelo; sin embargo, si se imploraba suerte en lo personal se debía quemar un
feto pequeño con el añadido de estar mascando hojas de coca. También había una
gran cantidad de viagras naturales, potingues y pócimas que aseguraban el
sometimiento de la pareja sobre la que se tenían dudas en cuanto a amor o
fidelidad, otros destinados a atraer clientela en el negocio, con los que
hacerse inmensamente rico o incluso fastidiar a los enemigos.
Calle Linares o de las Brujas, con
locales dedicados a la venta de artesanías y elementos de brujería
Aguayos y tejidos muy coloridos
expuestos en la calle Linares
Por la noche fuimos a cenar a un restorán de comidas típicas sobre la calle Sagárnaga, y además tuvimos la intención de escuchar música andina. Sin embargo, no supimos si era por el reciente fallecimiento del cantante argentino Sandro, pero casi todos los espectáculos estaban referidos a tributos hacia su persona, lo que no nos resultaba para nada atractivo.
Martín comiendo productos típicos
de la región
Bolivia habla de Edú… 82 canciones
del gitano – Record único en América
Y como la noche paceña no ofrecía mucho más, nos fuimos a dormir temprano y prepararnos para partir al día siguiente hacia las yungas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario