jueves, 29 de octubre de 2020

De La Paz a Antofagasta

   Después de una interesante recorrida por la Bolivia tropical y por el Altiplano, nos pareció atractivo realizar por tierra el camino entre La Paz y la portuaria Antofagasta ya que nos habían hablado sobre las bellezas de la frontera boliviano-chilena, además de la permanente insistencia de Martín por regresar a Chile.

Así que dedicamos la última tarde en La Paz para comprar tejidos para mis nietas y cargar con algunas cajas de mate de coca en saquitos, porque si bien en Buenos Aires no nos apunábamos, era un buen recurso cuando alguien andaba bajoneado o necesitaba un té digestivo.

 

 

 

Un barrio comercial de La Paz con el Illimani nevado como fondo

 

 

Si había algo realmente complicado en La Paz era el tránsito. Gran cantidad de vehículos, muchas veces en calles angostas y empinadas, cada uno estacionando en cualquier parte, y con embotellamientos a cada paso. Sin embargo, los conductores no perdían la calma. Y cuando en más de una vez, mi sangre italiana me había sacado de las casillas por algún atolladero, la respuesta del taxista había sido: “Y…, las cosas son assssí…” Por eso siempre creí que eran los choferes perfectos, además del problema del tránsito, conducían por caminos de montaña con pendientes y curvas pronunciadas, no pavimentados o con baches, no bien señalizados, y en vehículos viejos y en malas condiciones; ¡y asimismo se mantenían tranquilos!

 

 

Tránsito pesado en una avenida de La Paz

 

 

A la mañana del día siguiente fuimos a la terminal de buses de La Paz donde tomamos un micro de la empresa Continente.  

Terminal de buses de La Paz


Saliendo de la terminal vimos gente disfrutando de espacios verdes 

 

El marco de La Paz era imponente con las edificaciones que cubrían las laderas de los cerros, sin embargo, el color rojo de esas casas indicaba que no contaban con revoque externo. Y justamente, una de las características de La Paz, era que la mayor altura era sinónimo de mayor pobreza.  

Edificaciones en laderas muy pronunciadas


 

Edificios sin revoque exterior


 

A mayor altura, mayor pobreza, característica de La Paz

  

La primera parada fue en la terminal de buses de El Alto, principal centro urbano del conglomerado paceño, donde se encontraba la plaza del Policía, aunque tal vez se tratara de la ciudad más insegura del país. Se había convertido en un área importante desde el punto de vista comercial y de servicios a partir de contar con el mayor número de inmigrantes provenientes del resto de Bolivia. 

Plaza del Policía en la Ciudad de El Alto


  

Tal vez la ciudad más insegura de Bolivia

 

Centro comercial minorista y de servicios

 

Elevado número de inmigrantes del resto de Bolivia

 

 Luego nos dirigimos hacia la Carretera Panamericana para continuar por la ruta nacional número cuatro, pasando por pequeñas localidades en el Altiplano Boliviano hasta llegar a la frontera con Chile.

 

Estepa arbustiva en el Altiplano Boliviano

  

La ruta que transitábamos era la conexión directa entre la zona franca de Oruro y la zona franca del puerto de Iquique en Chile por donde ingresaban los vehículos de origen asiático que se vendían en Bolivia, además de otros productos.

Gran cantidad de camiones conectaban a la ciudad de Oruro con el puerto de Iquique 

 

El paisaje estaba compuesto por mesetas con estratos sedimentarios bien marcados, extremadamente áridos con ríos que pertenecían a la cuenca endorreica del Desaguadero, con cauces secos, y predominio de erosión mecánica. Eran diversas las geoformas y la cantidad de colores de las laderas, así como la presencia de sedimentos salinos.

 Las precipitaciones eran estivales, oscilando entre doscientos y seiscientos milímetros, según las zonas, por lo que, a medida que íbamos avanzando, comenzaba a formarse una tormenta. Si bien el agua caída no era abundante, ante la presencia de suelos arcillosos, no podía infiltrarse, pudiendo generarse desbordes, por lo que se habían construido defensas para evitar inundaciones. Por otra parte, ante la buena heliofanía en la mayoría de los días del año, eran utilizadas pantallas solares para la generación de energía.

Cada tanto, en las planicies donde se disponía de mayor humedad, se presentaban ciertos oasis con verdes pasturas, ya que el problema no consistía en el tipo de suelo, sino en la falta de agua. Gran parte de esas áreas eran utilizadas para la cría de ganado, por lo cual algunas viviendas contaban con cercos de pircas.

En las cercanías de Curahuara de Carangas, la vegetación, una estepa arbustiva, era semejante a la de la Patagonia Extra-andina. Y en pocos kilómetros más comenzamos a divisar el Nevado de Sajama, que luego se cubrió de nubes, despejándose nuevamente unos minutos después. 

Los ríos del Altiplano pertenecían a la cuenca endorreica del Desaguadero

 

Predominio de erosión mecánica en las áreas más secas

 

Un cauce seco y encajonado entre las mesetas

 

Según las zonas, las precipitaciones anuales variaban entre doscientos y seiscientos milímetros

  

Verdes colinas en las áreas de mayor humedad

 

Defensas de piedra para evitar los desbordes ocasionados por las lluvia del verano

  

Estratos bien marcados de rocas sedimentarias ascendidas

  

Viviendas rurales con un corral de pircas

  

Los suelos arcillosos no permitían que las aguas de lluvia se infiltraran

  

Mesetas áridas y planicie húmeda con abundante vegetación

  

La ausencia de vegetación no era un problema de suelo sino de escasez de agua

  

Y como estábamos en verano se estaba formando la tormenta

  

En las áreas de buena pastura se criaba ganado

  

Pantalla solar para la generación de energía

  

Mesetas y cerros de diversos colores a lo largo de todo el camino

 

Óxido de hierro como componente de varias formaciones

 

 

Laderas con sedimentos salinos

 

 

Diversas geoformas en las márgenes de un cauce abandonado

  

Naciente de un río del Altiplano

  

Formaciones rocosas en las cercanías de Curahuara de Carangas

 

 

Paisaje semejante a la Patagonia Extraandina

  

El Nevado de Sajama cubriéndose de nubes

 

 

Ya las nubes lo habían tapado totalmente

 

 

Para luego poder volver a verlo

  

Después de cuatro horas de recorrer casi trescientos kilómetros de paisajes paradisíacos llegamos al paso fronterizo Tambo Quemado-Chungará.

Si bien durante nuestra estancia en Bolivia habíamos recurrido en varias oportunidades al mate de coca, ya nuestros organismos se habían habituado a la altura. Sin embargo, al bajarme del ómnibus para realizar los trámites migratorios, se me nubló todo y me costaba mantener el equilibrio tal como si estuviera borracha. Lo que ocurría era que allí la altura era de 4680 m.s.n.m., seiscientos metros más que en El Alto, el lugar más elevado del Área Metropolitana de La Paz. 

Mujeres tejiendo en Tambo Quemado, el sector boliviano de la frontera

  

Los trámites del lado boliviano fueron simples y rápidos, así que volvimos a subir al ómnibus para parar a poco de allí nuevamente a la vera del lago Chungará, donde los chilenos revisarían los equipajes para, tal cual, en el resto de la frontera chilena, controlar que nadie pasara alimentos. Y mientras tiraban la comida que algunos cargaban en forma de vianda para el largo viaje, paralelamente un grupo de vendedores ambulantes ofrecía empanadas y otras preparaciones de dudosa higiene. No obstante, todos les compramos porque faltaba aún un buen trecho para llegar a Arica, por lo que las aves del lago rápidamente se nos acercaron para aprovechar las migajas. Y quienes viajábamos con fines turísticos nos dedicamos a tomar fotografías del lugar que era increíble, porque paralelamente a ingresar a territorio chileno, lo habíamos hecho al Parque Nacional Lauca.  

Bajando del micro para el control chileno

  

Las gaviotas andinas del lago Chungará

  

Gaviota andina acercándose para recibir alimento

  

El Parque Nacional Lauca (del aimara lawqapasto acuático”) comprendía la Cordillera Occidental, el Altiplano Andino y la Precordillera de Arica en altitudes que iban de 3200 a 6342 m.s.n.m. en el extremo noreste chileno.

Las precipitaciones anuales de esta región eran de 280 mm, mientras que las temperaturas oscilaban entre 12 y 20°C durante el día y de -3 a -10°C en la noche.

En pleno desierto de Atacama, en la zona de Chungará, los conos de deyección presentaban superficies verdes por la retención de la escasa agua caída. 

Cono de deyección muy verde en medio del desierto en Chungará, ya sector chileno

 

Nos encontrábamos atravesando la Cordillera Occidental que se caracterizaba por la cantidad de cerros y estratovolcanes de gran altura, como el Umarata, algunos de ellos de nieves eternas como el Parinacota o el Pomerape. 

 

 Estratovolcán Umarata perteneciente a Chile

 

Elevaciones de la Cordillera Occidental en la frontera chileno-boliviana

  

Se conocían como los nevados de Payachatas al volcán Parinacota de 6348 m.s.n.m. y al Pomerape de 6282 m.s.n.m., que se encontraban en la línea del límite entre Bolivia y Chile al norte del paso que estábamos cruzando, y se los podía ver desde el lago Chungará, que se encontraba tan calmo que asemejaba ser un espejo.

Estaba sintiendo una gran emoción al ver con mis propios ojos el Parinacota, del cual había tenido mi primera referencia a través de los libros de Geografía del tercer año de la escuela secundaria.  

En primer plano el volcán Parinacota y detrás el Pomerape, desde el lago Chungará

 

El lago Chungará tan calmo era un verdadero espejo

 

Continuamos viaje por la ruta número once en dirección al oeste atravesando el Altiplano para luego cruzar la Precordillera de Arica, donde se encontraba la población de Putre. Y en medio de ese desolado camino de cornisa, pasamos por un pequeño santuario. 

 

Los pastos acuáticos a los que los aimaras denominaran “lawqa”

  

Un pequeño santuario en medio de la Precordillera de Arica

  

Camino de cornisa en la Precordillera

  

Bienvenidos a Putre

  

Pasando Putre se hizo de noche y perdimos el deleite de observar el paisaje, pero sentimos un enorme placer al dejar la vista perdida en un cielo repleto de estrellas en un silencio absoluto.

Era enero de 2010 y estábamos llegando nuevamente a Arica a casi un año de haber estado haciendo también una conexión de ómnibus, pero en esta oportunidad atravesaríamos el desierto de Atacama durante la noche, en un micro que le pondría cerca de catorce horas hasta Antofagasta.

La terminal de buses de Antofagasta era muy nueva y sismo-resistente, algo absolutamente imprescindible en la costa chilena. 

Martín en la terminal de buses de Antofagasta

  

Dejamos los bártulos en el hotel y salimos a caminar por el Paseo Peatonal Arturo Prat, llamado así en honor al máximo héroe naval quien interviniera en varias batallas en la Guerra contra España, y habiendo comandado la Esmeralda en el combate naval de Iquique durante la Guerra del Pacífico, en el cual había muerto. Por otra parte, también en esa arteria se le rendía homenaje a Don Bosco.  

Paseo Peatonal Arturo Prat hacia la Cordillera de la Costa

  

Homenaje a Don Bosco en la peatonal

  

La ciudad contaba, en ese momento, con aproximadamente trescientos treinta mil habitantes, siendo un importante puerto y centro comercial del norte chileno. Y a nivel local tenía varios centros comerciales, sin embargo, la peatonal era el lugar obligado de compras y paseo, tanto de locales como de foráneos. 

Peatonal Prat, la más visitada de la ciudad

  

Omar caminando por la peatonal de Antofagasta

  

Doblamos por la calle Manuel Antonio Matta, y en la esquina de Baquedano hallamos un edificio de estilo neomudéjar que había sido construido por mandato de sus dueños con el fin de ser residencia familiar y sede comercial de los Almacenes Giménez, tienda que había funcionado desde 1924 hasta 1980. 

Casa Giménez, de estilo neomudéjar

 

Y continuando con nuestra caminata llegamos a la plaza Sotomayor frente a la cual se encontraba el Mercado Central y puestos callejeros de venta de frutas y verduras, tan prolijos como limpios. 

Puestos de frutas y verduras en la plaza Sotomayor

  

A pesar del cansancio teníamos muchas energías ya que en pocas horas habíamos pasado de los cuatro mil metros de altura al nivel del mar, y eso nos había hecho recuperar fuerzas y velocidad al desplazarnos, el efecto contrario a cuando se hacía el recorrido inverso.

 


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