Así
que dedicamos la última tarde en La Paz para comprar tejidos para mis nietas y
cargar con algunas cajas de mate de coca en saquitos, porque si bien en Buenos
Aires no nos apunábamos, era un buen recurso cuando alguien andaba bajoneado o
necesitaba un té digestivo.
Un
barrio comercial de La Paz con el Illimani nevado como fondo
Si
había algo realmente complicado en La Paz era el tránsito. Gran cantidad de vehículos,
muchas veces en calles angostas y empinadas, cada uno estacionando en cualquier
parte, y con embotellamientos a cada paso. Sin embargo, los conductores no
perdían la calma. Y cuando en más de una vez, mi sangre italiana me había
sacado de las casillas por algún atolladero, la respuesta del taxista había
sido: “Y…, las cosas son assssí…”
Por eso siempre creí que eran los choferes perfectos, además del problema del
tránsito, conducían por caminos de montaña con pendientes y curvas
pronunciadas, no pavimentados o con baches, no bien señalizados, y en vehículos
viejos y en malas condiciones; ¡y asimismo se mantenían tranquilos!
Tránsito
pesado en una avenida de La Paz
A la mañana del día siguiente fuimos a la terminal de buses de La Paz donde tomamos un micro de la empresa Continente.
Terminal de buses de La Paz
Saliendo de la terminal vimos gente disfrutando de espacios verdes
El marco de La Paz era imponente con las edificaciones que cubrían las laderas de los cerros, sin embargo, el color rojo de esas casas indicaba que no contaban con revoque externo. Y justamente, una de las características de La Paz, era que la mayor altura era sinónimo de mayor pobreza.
Edificaciones en laderas muy
pronunciadas
Edificios sin revoque exterior
A mayor altura, mayor pobreza,
característica de La Paz
La primera parada fue en la terminal de buses de El Alto, principal centro urbano del conglomerado paceño, donde se encontraba la plaza del Policía, aunque tal vez se tratara de la ciudad más insegura del país. Se había convertido en un área importante desde el punto de vista comercial y de servicios a partir de contar con el mayor número de inmigrantes provenientes del resto de Bolivia.
Plaza del Policía en la Ciudad de El Alto
Tal vez la ciudad más insegura de Bolivia
Centro comercial minorista y de servicios
Elevado número de inmigrantes del
resto de Bolivia
Estepa arbustiva en el Altiplano Boliviano
La ruta que transitábamos era la conexión directa entre la zona franca de Oruro y la zona franca del puerto de Iquique en Chile por donde ingresaban los vehículos de origen asiático que se vendían en Bolivia, además de otros productos.
Gran cantidad de camiones conectaban a la ciudad de Oruro con el puerto de Iquique
El paisaje estaba compuesto
por mesetas con estratos sedimentarios bien marcados, extremadamente áridos con
ríos que pertenecían a la cuenca endorreica del Desaguadero, con cauces secos,
y predominio de erosión mecánica. Eran diversas las geoformas y la cantidad de
colores de las laderas, así como la presencia de sedimentos salinos.
Las precipitaciones eran estivales, oscilando
entre doscientos y seiscientos milímetros, según las zonas, por lo que, a
medida que íbamos avanzando, comenzaba a formarse una tormenta. Si bien el agua
caída no era abundante, ante la presencia de suelos arcillosos, no podía
infiltrarse, pudiendo generarse desbordes, por lo que se habían construido
defensas para evitar inundaciones. Por otra parte, ante la buena heliofanía en
la mayoría de los días del año, eran utilizadas pantallas solares para la
generación de energía.
Cada tanto, en las planicies
donde se disponía de mayor humedad, se presentaban ciertos oasis con verdes
pasturas, ya que el problema no consistía en el tipo de suelo, sino en la falta
de agua. Gran parte de esas áreas eran utilizadas para la cría de ganado, por
lo cual algunas viviendas contaban con cercos de pircas.
En las cercanías de Curahuara de Carangas, la vegetación, una estepa arbustiva, era semejante a la de la Patagonia Extra-andina. Y en pocos kilómetros más comenzamos a divisar el Nevado de Sajama, que luego se cubrió de nubes, despejándose nuevamente unos minutos después.
Los ríos del Altiplano pertenecían a la cuenca endorreica del Desaguadero
Predominio de erosión mecánica en
las áreas más secas
Un cauce seco y encajonado entre
las mesetas
Según las zonas, las precipitaciones anuales
variaban entre doscientos y seiscientos milímetros
Verdes colinas en las áreas de mayor humedad
Defensas de piedra para evitar los
desbordes ocasionados por las lluvia del verano
Estratos bien marcados de rocas
sedimentarias ascendidas
Viviendas rurales con un corral de
pircas
Los suelos arcillosos no permitían
que las aguas de lluvia se infiltraran
Mesetas áridas y planicie húmeda con
abundante vegetación
La ausencia de vegetación no era
un problema de suelo sino de escasez de agua
Y como estábamos en verano se
estaba formando la tormenta
En las áreas de buena pastura se
criaba ganado
Pantalla solar para la generación
de energía
Mesetas y cerros de diversos
colores a lo largo de todo el camino
Óxido de hierro como componente de
varias formaciones
Laderas con sedimentos salinos
Diversas geoformas en las márgenes
de un cauce abandonado
Naciente de un río del Altiplano
Formaciones rocosas en las cercanías
de Curahuara de Carangas
Paisaje semejante a la Patagonia Extraandina
El Nevado de Sajama cubriéndose de nubes
Ya las nubes lo habían tapado totalmente
Para luego poder volver a verlo
Después de cuatro horas de recorrer casi trescientos kilómetros de
paisajes paradisíacos llegamos al paso fronterizo Tambo Quemado-Chungará.
Si bien durante nuestra estancia en Bolivia habíamos recurrido en varias oportunidades al mate de coca, ya nuestros organismos se habían habituado a la altura. Sin embargo, al bajarme del ómnibus para realizar los trámites migratorios, se me nubló todo y me costaba mantener el equilibrio tal como si estuviera borracha. Lo que ocurría era que allí la altura era de 4680 m.s.n.m., seiscientos metros más que en El Alto, el lugar más elevado del Área Metropolitana de La Paz.
Mujeres tejiendo en Tambo Quemado, el sector
boliviano de la frontera
Los trámites del lado boliviano fueron simples y rápidos, así que volvimos a subir al ómnibus para parar a poco de allí nuevamente a la vera del lago Chungará, donde los chilenos revisarían los equipajes para, tal cual, en el resto de la frontera chilena, controlar que nadie pasara alimentos. Y mientras tiraban la comida que algunos cargaban en forma de vianda para el largo viaje, paralelamente un grupo de vendedores ambulantes ofrecía empanadas y otras preparaciones de dudosa higiene. No obstante, todos les compramos porque faltaba aún un buen trecho para llegar a Arica, por lo que las aves del lago rápidamente se nos acercaron para aprovechar las migajas. Y quienes viajábamos con fines turísticos nos dedicamos a tomar fotografías del lugar que era increíble, porque paralelamente a ingresar a territorio chileno, lo habíamos hecho al Parque Nacional Lauca.
Bajando del micro para el control
chileno
Las gaviotas andinas del lago
Chungará
Gaviota andina acercándose para
recibir alimento
El Parque Nacional Lauca (del aimara lawqa
“pasto acuático”) comprendía la Cordillera Occidental, el Altiplano
Andino y la Precordillera de Arica en altitudes que iban de 3200 a 6342
m.s.n.m. en el extremo noreste chileno.
Las precipitaciones anuales de esta región eran de 280 mm, mientras que
las temperaturas oscilaban entre 12 y 20°C durante el día y de -3 a -10°C en la
noche.
En pleno desierto de Atacama, en la zona de Chungará, los conos de deyección
presentaban superficies verdes por la retención de la escasa agua caída.
Cono de deyección muy verde en
medio del desierto en Chungará, ya sector chileno
Nos encontrábamos atravesando la Cordillera Occidental que se caracterizaba por la cantidad de cerros y estratovolcanes de gran altura, como el Umarata, algunos de ellos de nieves eternas como el Parinacota o el Pomerape.
Elevaciones de la Cordillera
Occidental en la frontera chileno-boliviana
Se conocían como los nevados de Payachatas al volcán Parinacota de 6348
m.s.n.m. y al Pomerape de 6282 m.s.n.m., que se encontraban en la línea del
límite entre Bolivia y Chile al norte del paso que estábamos cruzando, y se los
podía ver desde el lago Chungará, que se encontraba tan calmo que asemejaba ser
un espejo.
Estaba sintiendo una gran emoción al ver con mis propios ojos el Parinacota, del cual había tenido mi primera referencia a través de los libros de Geografía del tercer año de la escuela secundaria.
En primer plano el volcán Parinacota y detrás el Pomerape, desde el lago
Chungará
El lago Chungará tan calmo era un verdadero espejo
Continuamos viaje por la ruta número once en dirección al oeste atravesando el Altiplano para luego cruzar la Precordillera de Arica, donde se encontraba la población de Putre. Y en medio de ese desolado camino de cornisa, pasamos por un pequeño santuario.
Los pastos acuáticos a los que los
aimaras denominaran “lawqa”
Un pequeño santuario en medio de la Precordillera
de Arica
Camino de cornisa en la
Precordillera
Bienvenidos a Putre
Pasando Putre se hizo de noche y perdimos el deleite de observar el
paisaje, pero sentimos un enorme placer al dejar la vista perdida en un cielo
repleto de estrellas en un silencio absoluto.
Era enero de 2010 y estábamos llegando nuevamente a Arica a casi un año
de haber estado haciendo también una conexión de ómnibus, pero en esta
oportunidad atravesaríamos el desierto de Atacama durante la noche, en un micro
que le pondría cerca de catorce horas hasta Antofagasta.
La terminal de buses de Antofagasta era muy nueva y sismo-resistente, algo absolutamente imprescindible en la costa chilena.
Martín en la terminal de buses de Antofagasta
Dejamos los bártulos en el hotel y salimos a caminar por el Paseo
Peatonal Arturo Prat, llamado así en honor al máximo héroe naval quien
interviniera en varias batallas en la Guerra contra España, y habiendo
comandado la Esmeralda en el combate naval de Iquique durante la Guerra del
Pacífico, en el cual había muerto. Por otra parte, también en esa arteria se le
rendía homenaje a Don Bosco.
Paseo Peatonal Arturo Prat hacia
la Cordillera de la Costa
Homenaje a Don Bosco en la
peatonal
La ciudad contaba, en ese momento, con aproximadamente trescientos treinta mil habitantes, siendo un importante puerto y centro comercial del norte chileno. Y a nivel local tenía varios centros comerciales, sin embargo, la peatonal era el lugar obligado de compras y paseo, tanto de locales como de foráneos.
Peatonal Prat, la más visitada de
la ciudad
Omar caminando por la peatonal de
Antofagasta
Doblamos por la calle Manuel Antonio Matta, y en la esquina de Baquedano hallamos un edificio de estilo neomudéjar que había sido construido por mandato de sus dueños con el fin de ser residencia familiar y sede comercial de los Almacenes Giménez, tienda que había funcionado desde 1924 hasta 1980.
Casa Giménez, de estilo neomudéjar
Y continuando con nuestra caminata llegamos a la plaza Sotomayor frente a la cual se encontraba el Mercado Central y puestos callejeros de venta de frutas y verduras, tan prolijos como limpios.
Puestos de frutas y verduras en la
plaza Sotomayor
A pesar del cansancio teníamos muchas energías ya que en pocas horas habíamos pasado de los cuatro mil metros de altura al nivel del mar, y eso nos había hecho recuperar fuerzas y velocidad al desplazarnos, el efecto contrario a cuando se hacía el recorrido inverso.
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