Nuevamente en La Paz volvimos a alojarnos en el hotel Fuentes de la calle Linares, y otra vez deambulamos por el barrio de las Brujas admirando la Basílica de San Francisco.
Hotel Fuentes en la calle Linares o de las Brujas
Deambulamos por el barrio de las Brujas
Admiramos la Basílica de San
Francisco
Excesivo tránsito para calles tan angostas
Y en esa oportunidad destinamos el tiempo a hurgar en otros aspectos de
la ciudad. Recorrimos a pie diferentes barrios, y en un taxi subimos a los
cerros teniendo nuevas vistas panorámicas.
En uno de los barrios de La Paz
Obtuvimos nuevas vistas panorámicas
Tal cual en el resto de Bolivia, y de la mayoría de los países de
América Latina, las grandes diferencias socioeconómicas se vislumbraban a cada
paso. Y era el caso de los grandes mercados, donde además de la venta de
frutas, verduras y carnes, se vendían comidas preparadas para comer al paso sin
el más mínimo control bromatológico, mientras que, en las confiterías de mayor
nivel, las meseras atendían con barbijos.
Martín se adaptaba bastante bien a nuevas comidas, sin embargo, se fastidiaba,
a la hora de los postres porque las tortas tenían crema en lugar de dulce de
leche.
Mercados sin ningún control
bromatológico
Mesera tomando el pedido con barbijo en la
confitería Dumbo
Martín enojado porque la torta tenía
crema en lugar de dulce de leche
En esos días había en La Paz un parque de diversiones itinerante por lo
que aprovechamos para llevar a Martín, ya que era algo que disfrutaba mucho.
Primeramente subió al barco pirata, pero cuando quiso hacerlo en la
silla voladora, exigieron que fuera acompañado por un adulto responsable a
quien no le cobrarían. Nosotros hicimos saber que Martín estaba acostumbrado a
esos juegos y que no habría ningún inconveniente, pero ellos insistieron y
entonces Omar se ofreció a subir con él. Pero al ver que Martín estaba más
tranquilo que Omar, le permitieron que continuara dando más vueltas solo.
Martín en el barco pirata
Omar y Martín en las sillas
voladoras
Omar y Martín levantando vuelo
Martín solo en las sillas voladoras
Diferentes culturas, una misma
diversión
Martín estuvo en todos los juegos
Al día siguiente partimos rumbo a Copacabana, una pequeña localidad
turística al borde del lago Titikaka, muy cerca del límite con Perú.
Viviendas sobre las laderas de las montañas
Con rumbo hacia el oeste pasamos por El Alto, el suburbio más importante de La Paz; y por la ruta nacional dos fuimos bordeando el lago Titicaca hasta llegar a San Pablo de Tiquina a cien kilómetros del punto de partida.
Ciudad de El Alto
Bordeando el lago Titicaca
En San Pablo de Tiquina bajamos del ómnibus y subimos a una lancha para cruzar el estrecho de Tiquina, siempre en el sector boliviano del lago Titicaca. Pero al ómnibus, junto con otros vehículos lo cargaron en una balsa, que tal cual, como nuestra embarcación, era absolutamente endeble frente a la amenaza de un temporal. Y si bien esa experiencia ya la habíamos tenido años atrás, el estrecho era verdaderamente estrecho y la navegación implicaba un corto tiempo, no por eso el temor estaba ausente, así que no nos quedaba otra que encomendarnos a todos los dioses, incluso a los de la Antigua Grecia.
Embarcadero de San Pablo de
Tiquina
Con Martín en la lancha durante el
cruce del estrecho de Tiquina
La balsa con los ómnibus en medio
del estrecho de Tiquina cuando se avecinaba un temporal
Del otro lado del estrecho se encontraba la localidad de San Pedro de
Tiquina donde debíamos esperar la llegada de la balsa con los ómnibus, que era
mucho más lenta que la lancha. Y mientras aguardábamos, aprovechamos para tomar
algo y observar la imponente estatua de Manco Cápac.
Según una de las tantas leyendas, Manco Cápac, junto con su esposa
principal Mama Ocllo, hijos del Dios Sol, habían nacido de las espumas del lago
Titicaca con la misión de fundar la capital del futuro imperio en un lugar
fértil donde se hundiría su báculo sagrado, cosa que sucediera en el valle del
río Huatanay, en Cuzco. A partir de esto y de las dudas respecto de los años
durante los cuales Manco Cápac viviera, muchos historiadores cuestionaron su
existencia considerándolo un personaje mítico, mientras que otros argumentaban
que fue el primer gobernador de Cuzco, y que sus descendientes o nobleza inca
habían conservado su lugar hasta la llegada de los conquistadores.
Estatua de Manco Cápac en San
Pedro de Tiquina
¡Y por fin llegó la balsa con los
ómnibus!
Todavía nos quedaban cuarenta y cinco kilómetros para llegar a
Copacabana, lo que demandara poco más de una hora.
Nos hospedamos en un hotel tan sencillo como agradable que nos había recomendado mi hija Fernanda quien había estado pocos días antes con su amiga Gaby. Estaba atendido por una pareja de collas muy hospitalaria, y todas las habitaciones daban hacia un gran lobby central, donde había diferentes espacios donde se podía descansar, conversar, consultar diarios y revistas o jugar al ajedrez entre pasajeros o con los encargados. Además, como en casi todas partes, se ofrecía mate de coca, caramelos y bananas en forma totalmente gratuita.
Martín mirando revistas en el
lobby del hotel de Copacabana
Un partido de ajedrez entre la encargada
del hotel y una pasajera
Mate de coca, caramelos y bananas eran ofrecidos
gratuitamente
Original lámpara en la habitación
del hotel
Martín junto a la ventana de la
habitación
Vista de Copacabana desde la ventana
de nuestra habitación
Nuevas edificaciones destinadas al
turismo
Playas del lago Titikaka
Cultivos en los predios urbanos
El hotel contaba, además, con un muy buen restorán donde servían todo
tipo de comidas, aunque había algunos menús muy económicos que incluían sopa,
un segundo plato en base a carne, pollo o pescado con agregados de arroz,
ensalada y papas fritas y una bebida.
Martín tomando la sopa en el
restorán del hotel
Sopa y vasija autóctonas
Después del almuerzo iríamos a hacer una excursión lacustre a las islas
del Sol y la Luna, pero de repente, sin causa aparente, Martín comenzó a
insultar y salió corriendo hacia la calle. ¡Y nosotros detrás! Pero como al
salir a la vereda la encontró llena de perros, volvió a entrar y golpeó con
fuerza una estufa de hierro con el consecuente ruido. Ante semejante crisis,
ninguno de los comensales, europeos la mayoría de ellos, se inmutó; sin
embargo, el hombre que estaba a cargo del hotel, lejos de molestarse, nos ayudó
a controlar la situación, y nos trasladó hacia el hospital municipal para que
fuera debidamente atendido.
El hospital era pequeño, muy limpio y ordenadito, y mientras esperaba
veía cómo estaban haciendo una campaña visual para la protección de mujeres y
niños ante situaciones de marginalidad y analfabetismo.
Prontamente nos atendió una joven médica que, ante mi sorpresa, sabía mucho sobre autismo y sus reacciones. Me indicó que posiblemente se tratara del “mal de altura” con síntomas que Martín no pudiera expresar, pero que en esos casos no era conveniente el mate de coca ya que podría agravar el cuadro, por lo que debía suministrarle un calmante y tratar de hacerlo dormir. Así hice y ya avanzada la tarde, después de una profunda siesta, Martín estuvo listo para ir a merendar, sorteando con nuestra ayuda, la gran cantidad de canes que se desplazaban libremente por las calles.
Martín tomando la merienda en un
barcito de Copacabana
Al día siguiente fuimos a caminar por el pueblo y por el pequeño puertito
desde donde salían las lanchas hacia las islas, habiendo, además, otros
vehículos a pedal para pasear en las inmediaciones de la costa.
Embarcaciones en el puertito de
Copacabana
Lugar de partida de las excursiones
lacustres
A pesar de que Martín se encontrara bien, desistimos de ir a las islas para evitar complicaciones y regresamos a La Paz desandando el camino por el cual habíamos llegado hasta allí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario