El miércoles 22 al mediodía, junto a mi hijo Martín
(21) y a mi madre (88), tomé un taxi en el Centro de Santiago para arribar con
tres horas de anticipación al aeropuerto “Arturo
Merino Benítez”, donde después de efectivizar el check-in, almorzaríamos en
el restorán “La Sebastiana”, haciendo
tiempo hasta el momento en que tuviéramos que embarcar.
Con toda tranquilidad nos dirigimos hacia el lugar
donde se controlaban los equipajes, y al llegar al censor, la alarma sonó al
paso de Martín. Lo único que él llevaba encima que pudiera generar ese efecto,
era un resorte de plástico que le había comprado pocos días atrás, que, a
diferencia de otros, tenía un hilo metálico en su interior. Entonces el agente
le pidió amablemente que se lo entregara y que volviera a pasar por el aparato.
Pero ante la negativa de Martín, se lo exigió enfáticamente, y lo que obtuvo
como respuesta fue:
-
“¡La puta que te parió!”, seguido a morderse la mano nerviosamente. Toda la gente que estaba a su
alrededor se quedó pasmada. Si bien no era frecuente insultar a ninguna
autoridad, mucho menos, a un carabinero chileno. ¡Yo me quise morir! Inmediatamente
le expliqué que Martín era autista, y que, si bien había aprendido a tolerar
que le revisaran su mochila, el resorte era algo sagrado, y que constituía su
principal obsesión. Y el hombre, lejos de enfadarse, me pidió disculpas por
haberle hecho pasar un mal momento a mi hijo, y nos acompañó hasta la puerta de
embarque, paralelamente a que otras agentes hacían lo propio con mi madre.
El vuelo a través de los Andes fue espectacular, y
a sólo veintiocho minutos de haber despegado, estábamos aterrizando en el
aeropuerto “El Plumerillo” de la
ciudad de Mendoza.
Martín
junto al avión de LAN en El Plumerillo, aeropuerto de la ciudad de Mendoza
El precio de los pasajes Santiago–Buenos
Aires con escala en Mendoza era muy inferior a un vuelo directo, por lo que nos
habíamos inclinado por esa opción. Yo creía que sólo cambiaríamos de avión y
que del equipaje se encargaba la empresa. ¡Pero no! Tuvimos que retirarlo y
hacer aduana allí, que tenía más restricciones que las de Buenos Aires, no sólo
acerca de las referidas al paso de alimentos, en especial de la fruta, sino
respecto de mi net, diciéndome que estaba vencida la declaración, cosa que, en
otras fronteras, al haberla hecho una vez, ya bastaba. Así que tuve que mostrar
los archivos que ya tenían dos años, para que no me la retuvieran. A todo esto,
eran las cuatro de la tarde y debíamos esperar el otro vuelo que saldría a las
20,10. Tomamos algo e hicimos tiempo.
Llegó el momento de embarcar,
y nuevamente pasamos por los controles. Pero en esa oportunidad fue el equipaje
de mano de mi madre el que generó inconvenientes, ya que la máquina denunciaba
la presencia de elementos punzantes. Entonces le preguntaron acerca de su
contenido, y ella negó llevar algo de esas características. Pasaron nuevamente
su cartera por los censores y nos mostraron la imagen para que no tuviéramos
dudas. Pero mi madre volvió a negarlo rotundamente. Decidieron revisarla
manualmente, y encontraron nada menos que cuatro tijeritas. Y cuando la agente
pretendió sustraérselas, ¡se puso como loca! Yo le expliqué a la mujer que
evidentemente, en algún momento de la larga espera, ella habría pasado el
monedero que las contenía de su valija a la cartera, y le pedí que se las
devolviera, pero se negó. Entonces lo miré al hombre que estaba a cargo de la
máquina y le dije que tuviera en cuenta que se trataba de una mujer grande que
no tenía intenciones de cometer ningún atentado, y con una sonrisa accedió a
permitirle pasar con ellas. Para eso se había formado una larga fila de
pasajeros que nos miraban con fastidio. ¡Qué papelón!
Ya próximos al abordaje pude
ver que no ponían en funcionamiento las turbinas y que varios técnicos se
habían subido al ala para revisar la puerta de emergencia, y que
posteriormente, los pilotos y las azafatas abandonaban el avión. Era obvio que
algo raro estaba sucediendo. Pero recién media hora después anunciaron que la
aeronave había llegado de Buenos Aires “con
novedad”, y que estaba en mantenimiento. La gente se enojó, insultó…, sin
darse cuenta de que era un riesgo volar con una puerta en malas condiciones. Y
como no podían asegurar la hora de partida y para aliviar el tono de las
protestas, nos dieron un voucher a cada uno para una gaseosa y sándwiches.
Aprovechando que todos estaban entretenidos comiendo como si no lo hubiesen hecho por varios días, antes de que fuera más tarde, fui al mostrador a pedir un vuelo para el día siguiente y hotel para esa noche, aduciendo que no podía permanecer allí por más tiempo con una anciana y un muchacho discapacitado. Fue así que nos llevaron al hotel “Solaz de los Andes” de cuatro estrellas, donde nos ofrecieron la cena a cargo de LAN. Pero no la aceptamos porque ya eran las once y media de la noche, estábamos muy cansados y debíamos estar en pie a eso de las cuatro y media.
Martín
en la habitación del hotel “Solaz de los Andes”
El jueves 23 a las cinco de
la mañana nos pasaron a buscar en una van y luego fuimos a otro hotel por más
pasajeros, quienes seguían con cara de culo.
El vuelo a Buenos Aires fue
muy bueno. Pero yo ese mismo día debía viajar a los Estados Unidos vía Santiago
de Chile. Así que rápidamente tomamos un remis desde Aeroparque hasta mi casa
en el barrio de Congreso donde nos bajamos mi hijo y yo, continuando mi madre
sola rumbo a Caballito.
Preparé rápido las cosas de
Martín ya que en breve lo recogerían para llevarlo a una colonia en el partido
de Las Heras y me fui a hacer trámites al Centro. ¡Volví a casa y, sin
almorzar, en un taxi Onda Verde me fui a Ezeiza! El trayecto a Santiago fue
perfecto, y a la medianoche del ya viernes 24, tomé el vuelo 502 que debía
llegar a Miami a las seis y diez de la mañana. Se trataba de un Boeing 767-300
de LAN. Todo marchó muy bien y después de la cena me dormí.
De pronto me desperté y pude
reconocer a través de la ventanilla las luces de Lima. Pero la velocidad y la
altura eran muy bajas. Hacía tres horas y media que habíamos partido, y era la
una y media de la mañana hora local. El avión daba vueltas sobre la ciudad y en
el mapa se reflejaba lo mismo. Me levanté y le pregunté a la azafata si
estábamos sobrevolando Lima. Ella me
dijo que sí. Que se había roto el radar meteorológico y que antes de aterrizar había
que perder combustible. Que era muy arriesgado atravesar el Caribe sin ese
aparato, que se encontraba en la trompa de la aeronave, que era una
computadora, y que era lo único que los aviones no tenían por duplicado o
triplicado. Casi todos los pasajeros estaban durmiendo, y yo decidí hacer lo
mismo. Me desperté nuevamente cuando estábamos aterrizando en el aeropuerto de
El Callao, a las cuatro y media de la mañana hora del Perú.
Hicimos una larga fila para
que nos registraran y nos dieran los vouchers para el bar que se llenó repentinamente.
Y si bien eran entendibles las dificultades para atender a doscientos veinte comensales
malhumorados, la única mesera disponible no contaba ni con demasiadas luces ni
con buena predisposición. La llamé una y más veces, pero ni me contestaba.
¡Pasaron cuarenta y cinco minutos! Cuando la encaré, me dijo que esperara. Me
levanté e hice el pedido en el mostrador. Media hora después me trajo un sándwich
de huevos revueltos con jugo de melón porque era lo único que les quedaba. El
famoso mozo de Cosquín, al que siempre recordaba por su lentitud, había
resultado ser una flecha de oro comparado con ella.
Nos ubicaron en el vuelo
2902 que llegaba a Miami por la tarde, y eso complicaba las cosas porque ya no
podría conseguir conexión a New York durante la mañana, perdiendo así un día de
asistencia al congreso.
Por suerte, tal cual en el vuelo anterior, no tenía compañero de asiento así que me acomodé y dormí hasta llegar al Caribe. El cielo estaba despejado y pude tomar varias fotografías durante el aterrizaje.
Miami desde el aire
No había viento y el mar estaba
planchado
Sombras
de las nubes sobre la ciudad
Los aterrizajes siempre fueron lo
que más he disfrutado de los vuelos
Barrios próximos al aeropuerto
Ya sobre la pista del Aeropuerto
Internacional de Miami
El hotel Hilton y otros edificios próximos
al aeropuerto
Pasados los tediosos
controles de inmigración, se había hecho tarde; era viernes y ninguna aerolínea
tenía lugar en los vuelos de esa noche ni de la mañana siguiente para New York.
Entonces tomé un taxi, que me cobró 17 U$S y me llevó a la AMTRAK Station. Allí
me ofrecieron un asiento en el tren que salía al otro día a las ocho y media de
la mañana, pero no lo acepté porque tardaba veintiséis horas.
Y sin posibilidades de resolver la situación en ese momento, tomé otro taxi y le pedí que me llevara a un hotel económico cerca del aeropuerto. Se trataba de moteles en la ruta, que tenían precios accesibles para mí. Pero si bien en el primero que fuimos había un cartel luminoso anunciando que había lugar, la vieja que me atendió con cara de no muy buenas amigas, me aseguró que no tenía habitación disponible. En consecuencia, intentamos en otro que estaba totalmente enrejado. Había unos papagayos en lo que parecía una oficina. La mujer llamó al marido para consultarle sobre si darme o no alojamiento, y me aceptó por 50U$S sin desayuno. Me pasó la llave a través de la reja y me dijo que me las arreglara por la escalera hasta el primer piso. Evidentemente se manejaban con otro tipo de clientela, porque la habitación tenía espejos por todas partes y un canal porno en la TV; no había ni teléfono ni WI FI.
Motel a la vera de la autopista
cercano al Aeropuerto Internacional de Miami
Dejé mi equipaje, y antes de
que oscureciera, caminé dos cuadras hasta una gasolinera. Allí una guatemalteca
me preparó unas pechugas fritas con ensalada de lechuga, tomate, cebolla y
morrones verdes. ¡Muy rico! Y después compré aguas minerales y galletitas
dulces como postre para pasar la larga noche. A las nueve ya estaba durmiendo.
El sábado 25 me levanté muy
temprano y a las siete pedí un taxi hasta el aeropuerto. Volví a recorrer todos
los mostradores, pero la situación estaba peor que el día anterior. La gente
ocupaba todos los pasillos con bolsos, cochecitos y equipos diversos. No podía
ingresar a internet. Había pocos rincones con señal y nadie decía saber la
clave.
Después de mucho insistir, me
mandaron a una oficina desde donde podrían buscarme vuelos, pero abría recién a
las ocho, hora en que llegó el primer empleado, por lo que comenzaron a atender
a las y cuarto. Y los pasajes que me ofrecieron ¡costaban entre ochocientos y
mil dólares sólo de ida!!!
Estaba desesperada. Había
perdido la posibilidad de tomar el tren de las ocho y treinta, y con la
esperanza de conseguir otro servicio, decidí volver a la estación de la AMTRAK.
¡Pero el taxista esta vez me cobró 35 U$D!!!! ¡Más del doble que el del día
anterior!
Cuando llegué me dijeron que
ya no había lugar en ningún tren hasta el lunes. Quise comunicarme con la
empresa de autobuses Greyground, pero hacerlo mediante un teléfono público me
resultó imposible, por lo que pedí ayuda al hombre que atendía la boletería del
ferrocarril, quien lo hizo por mí, pero sin buen éxito respecto de los pasajes.
Entonces me pidió que lo esperara porque iba a hacer una consulta a través de
la computadora. Tardó un buen rato, pero luego me propuso que fuera al otro
aeropuerto, al Fort Lauderdale, porque había disponibilidad en Jet Blue. Y a
pesar de que pensé que se trataría de avionetas mal mantenidas, decidí aceptar
esa opción porque no me quedaba otra.
Me indicó que tomara el tren en otra estación que estaba a dos o tres cuadras y así lo hice. Y una de las cosas que me sorprendieron fue que las expendedoras de gaseosas y golosinas también estuvieran enrejadas.
Expendedoras de bebidas y
golosinas, totalmente enrejadas
En una máquina automática obtuve mi pasaje y quedé atónita al ver al guarda controlando los boletos, armado con un revolver. ¡Y después hablaban sobre la inseguridad en el Gran Buenos Aires! Pero nadie hacía referencia a la de los Estados Unidos, donde se nos vendía que todo estaba OK.
Guarda controlando los boletos,
portando un arma
Llegué a Fort Lauderdale y
conseguí un boleto para la tarde por doscientos ochenta y seis dólares sólo
ida. Jet Blue era una empresa de bajo costo, pero muy buena, con aviones nuevos
y un gran sector del aeropuerto.
Ya distendida por haber solucionado el problema me senté a comer fajitas de pollo con tortillas, queso, guacamole, y un vaso enorme de Coca Cola por sólo nueve dólares; pero como en otros sitios norteamericanos, en ese lugar se estilaba dejar una propina del veinte por ciento.
Mi almuerzo en el Aeropuerto Fort
Lauderdale
Avanzaba la tarde, pero la temperatura no descendía, habiendo llegado a los 32°C; y pese a eso, cuando ya faltaba poco para embarcar tuve que calzarme las botas porque en New York haría mucho frío. Y si bien el Airbus 320 salió atrasado, aún tenía suficiente luz para tomar fotografías durante el despegue.
Saliendo de Miami el sábado 25 por
la tarde
Rápidamente una capa de nubes lo
cubrió todo
Los “azafatos” pasaron vendiendo cajitas de comida. Yo sólo acepté un
vaso de agua que era lo único gratis. Buen vuelo durante la primera parte,
pero, como estaba pronosticado, el viento del oeste comenzó a soplar extremadamente
fuerte; y al llegar al Aeropuerto JFK no le daban pista para descender. Creo
haber visto subir y bajar aviones uno tras otro (más de uno por minuto). Y
después de media hora de sobrevolarlo, y moviéndose mucho, logramos aterrizar.
Todos aplaudimos al piloto que salió a saludarnos con una sonrisa de oreja a
oreja.
Ya en el aeropuerto, sector
Jet Blue, me compré un sándwich, unas barritas de chocolate y una Coca Cola.
Comí en un banco, le compré un peluche a Martín y tomé una shuttle hasta el
Centro. Con 7 U$D de propina me dejó en el Holiday Inn Midtown, en 57th Street,
entre 9na y 10ma. Siendo ya las 23:30 me fui a dormir, y era tal el cansancio,
que al día siguiente no me podía levantar.
Tras un suculento desayuno caminé las pocas cuadras que me separaban del Hilton, y después de asistir a diferentes exposiciones, me dirigí a la sala Nassau B donde encontré a Astrid Ng, y a algunos de mis colegas latinoamericanos.
Junto a Álvaro Sánchez Crispín,
Liliam Quirós Arias y Alfonso Jirón García
La actividad para la cual nos habían convocado era un snapshot, denominado Geography in the World Today (Geografía en el Mundo Hoy), donde a lo largo de algo más de tres horas, durante la tarde del domingo 26, debíamos hacer una brevísima presentación de no más de cinco minutos cada uno sobre el estado de la disciplina en cada uno de nuestros países. La actividad había sido organizada por Kenneth Foote de la Universidad de Colorado, y la apertura estuvo a cargo de Ron Abler, Presidente de la Unión Geográfica Internacional.
Apertura a cargo de Ron Abler, Presidente de la Unión Geográfica
Internacional
Los oradores latinoamericanos fuimos Susana Sassone y yo por la Argentina, Javier Núñez-Villalba por Bolivia, Nelson Rego por Brasil, Jorge Ruiz por Colombia, Liliam Quirós Arias por Costa Rica, Álvaro Sánchez Crispín y José L. Silvan-Cárdenas por México, y Alfonso Jirón-García por Nicaragua; el caribeño fue Kevon Rhiney por Jamaica; los norteamericanos fueron Randy Bertolas, Richard Schultz y Douglas Richardson por los EEUU, y Anne Godlewska por Canadá; los africanos, James Eshun por Ghana, y Cecil Seethal por la República Sudafricana; los europeos fueron Tadeusz Siwek por la República Checa, Sives Govender por España, Markku Tykkylainen por Finlandia, Yves Boquet por Francia, Frances Fahy por Irlanda, Margherita Azzari por Italia, Henk Ottens por Holanda, Dulce Pimentel por Portugal, Ioan Ianos por Rumania, y René Matlovic por Eslovaquia; los asiáticos, Izhak Schnell por Israel, Weidong Liu por China, y Donggen Wang por Hong Kong; y por Oceanía, Lesley Head de Australia.
La argentina Susana Sassone
representando a GAEA
La costarricense Liliam Quirós
Arias durante su exposición
Alfonso Jirón-García, el
representante de Nicaragua
Más tarde, varios latinoamericanos asistimos a la reunión que organizaba el CLAG (Conferencia de Geógrafos Latinoamericanistas), conducida por David Robinson, donde me nombraron Editora del Journal of Latin American Geography, por el período siguiente. Y cuando las actividades académicas finalizaron, Robinson nos invitó a cenar en el restorán del Sheraton.
Durante la cena en el Sheraton junto a Javier Núñez-Villalba (Bolivia);
un estudiante de Geografía de la UNAM; Álvaro Sánchez Crispín (México);
Liliam Quirós Arias (Costa Rica); David Robinson (EEUU);
y Alfonso Jirón-García (Nicaragua)
Al regresar a mi hotel, el frío y el viento se habían intensificado, pero con mi poncho pampeano y mi chulo catamarqueño los pude superar. Total…, las calles estaban vacías como para quedar en ridículo, aunque si hubiese sido de día y estuvieran repletas de transeúntes, tampoco nadie hubiera reparado en mí.
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