El sábado 18 fuimos al Zoológico Nacional, al que se accedía a través de un funicular, ya que se encontraba en la ladera del cerro San Cristóbal. Y ya al comenzar el ascenso tuvimos una vista parcial de Santiago, pudiendo distinguir algunos edificios como el de la sede Bellavista de la Universidad San Sebastián.
Vista parcial de Santiago desde el funicular del cerro San Cristóbal
Los edificios de la ciudad y el recinto de los huemules desde
el funicular
El techo rojo era de la sede Bellavista de la Universidad San
Sebastián
Si bien existían cuestionamientos respecto del
encierro de los animales, entre los principales objetivos de este zoo se
destacaban la conservación e investigación de las especies que en él habitaban,
además de las rescatadas, así como la educación y la recreación del público
visitante.
Habiendo existido exposiciones previas, este
zoológico había sido inaugurado en 1925. Y en 2012, año en que nos
encontrábamos allí, poseía una superficie de casi cinco hectáreas de recintos
con una población de más de mil animales distribuidos en ciento cincuenta y
ocho especies. De todos ellos eran autóctonos el veinticuatro por ciento de los
mamíferos y un treinta y siete por ciento de las aves; y trabajaban más de
cincuenta personas entre veterinarios, cuidadores, guías educativos, aseadores
y administrativos.
Martín, primeramente, se detuvo junto a los huemules, especie que se encontraba protegida en Chile prohibiéndose su caza, tenencia, posesión, captura, transporte y comercialización. Asimismo, a nivel internacional se encontraba clasificada en la categoría EN PELIGRO DE EXTINCIÓN por la UICN (Lista Roja de Especies Amenazadas), estaba incluida en el Apéndice 1 de la CITES (Convención sobre Comercio Internacional de Especies Amenazadas de la Fauna y Flora Silvestres), y en el de la CMS (Convención sobre la Conservación de Especies Migratorias de la Fauna Silvestre). Adicionalmente, en 2006, esta especie había sido declarada Monumento Natural por el Ministerio de Agricultura y en peligro de extinción por el Ministerio Secretaría General de la Presidencia de Chile. La distribución en territorio chileno había quedado limitada al sector patagónico, desapareciendo por completo de la región central, por lo cual un conjunto de organizaciones tanto gubernamentales como privadas, acordaron planes en pos de la recuperación de este ciervo emblemático.
Martín junto a los huemules, una
especie en peligro de extinción
Pero en cuanto vio a los monitos hacer sus
travesuras, Martín se instaló rápidamente junto a ellos por un tiempo mayor.
El mono Cai, característico de ambientes boscosos o
selváticos, era uno de los que había sido objeto de intenso tráfico ilegal, por
la dañina afición de utilizar primates como mascotas. Su vida se estimaba en
veintiocho años a nivel silvestre y en treinta y cinco en cautiverio.
Haciendo monerías
Después continuó su visita al sitio donde se
encontraban las jirafas, otro animal que a él siempre le había llamado la
atención.
La habitante de sabanas y estepas arboladas se alimentaba de hojas y brotes de árboles y arbustos, así como de semillas y frutos. Tenía una sola cría después de catorce o quince meses de gestación, y su esperanza de vida era de veintiséis años.
Dos ejemplares de jirafas
Acercándonos a una jirafa
Con Omar nos detuvimos a observar las especies
acuáticas, tanto aves como peces. Y una de las que más me agradaba era el cisne
de cuello negro, asiduo habitante de lagos y ríos.
Ponía sus huevos en nidos flotantes que construía con palitos, ramas y hojas; se alimentaba a partir de plantas acuáticas y algas, raramente de insectos, y vivía alrededor de cuarenta años.
Omar junto a los cisnes de cuello
negro
Una gran pecera
La laguna de los patos
Grande fue nuestra sorpresa cuando vimos las
incubadoras donde habían nacido los pichones de flamencos altoandinos, que este
zoológico tenía como objetivo recuperar.
Estas llamativas aves zancudas habitaban lagunas y
salares, incluso sobre los cuatro mil quinientos metros de altura sobre el
nivel del mar, alimentándose de micro crustáceos y copépodos que se
desarrollaban en el barro de las lagunas, estuarios, canales y ríos. Y el color
rosado de sus plumas lo obtenían gracias a un pigmento llamado caroteno,
presente justamente en los invertebrados que consumían.
Esta especie silvestre nativa de Chile se distribuía a lo largo de todo el territorio nacional y era considerada una “especie centinela”, capaz de detectar cambios negativos en el ambiente donde habitaba. Sin embargo, tanto en el norte como en Chile central, había aumentado la mortalidad desde el año 1986, razón por la cual, además de identificar potenciales enfermedades, se habían dado recomendaciones dirigidas a disminuir el impacto de las actividades turísticas cercanas a los salares.
Flamencos altoandinos
La laguna de los flamencos
Incubadora con la cría de los
flamencos
Luego ingresamos al aviario, una enorme jaula donde
se intentaba mantener en una mayor libertad relativa a un grupo heterogéneo de
aves, entre las cuales había desde palomas y loritos hasta pavos reales.
Una variedad de loritos que se destacaban por su intenso colorido era el agapornis, oriundo del continente africano, que se caracterizaba por ser juguetón y cantarín. Su nombre estaba formado por los vocablos “agape”, y “ornis”, que en griego significaban “amor” y “ave”, respectivamente, por lo cual se lo conocía como el “pájaro del amor”, ya que adoraba vivir en pareja.
Entrada al aviario
Martín mirando la ciudad desde el
aviario
Palomas y loritos
El pavo real
Palomas y agapornis alimentándose
Lorito multicolor junto al
alimento
Variedad de aves
Este zoológico, al estar ubicado en la falda de un cerro, tenía la ventaja de contar con espectaculares vistas de la ciudad, sin verse perjudicado por el neblumo. Pero, por otro lado, se hacía más difícil el desplazamiento debido a los diferentes desniveles que presentaba con sus consecuentes escalinatas. Y eso complicaba el andar de mi mamá, que en ese momento tenía ya ochenta y nueve años. Sin embargo, contamos con la ayuda permanente de los guías del lugar.
Mi mamá en el mirador del zoo
Otro animalito interesante era la suricata,
habitante de sabanas secas y arenosas.
A pesar de las limitaciones de su hábitat natural, la alimentación era bastante variada, ya que consumía insectos, pequeños vertebrados, huevos y vegetales. Vivía en grandes colonias de más de veinte individuos, y siempre estaban protegidos ya que uno de ellos actuaba de centinela erguido sobre sus patas. La longevidad era de diez a doce años.
Mural de suricatas
Suricata actuando como centinela
Muy cerca llegamos al recinto del quique, que originariamente habitara llanuras y zonas rocosas con vegetación. Se alimentaba a base de aves y pequeños mamíferos, y a pesar de contar con mucho pelo, las crías nacían desnudas y ciegas. Su tiempo de vida era de aproximadamente diez años.
Quique
Un quique despertándose
El quique desplazándose
También el elefante era admirado por Martín. Originario de la sabana africana, era absolutamente hervíboro, comiendo hierbas, hojas, ramas, cortezas, frutas, flores y raíces, pero el consumo de agua era muy elevado, pudiendo llegar a requerir de unos ciento noventa litros al día. Su longevidad oscilaba entre cincuenta y ochenta años.
El infaltable elefante
Había mucho más para ver, pero, entre las
dificultades que se le presentaban a mi mamá para trasladarse de un punto a
otro, las extensas paradas que hacía Martín ante los animales que más le
gustaban y la elevada temperatura al sol, decidimos dar por finalizada nuestra
recorrida.
Y mientras Omar y Martín se instalaron cómodamente en una mesa de un local gastronómico a tomar un cafecito, yo fui con mi mamá a la tienda de recuerdos a comprar regalos para la familia, donde estaban reproducidos en peluche los animales del zoo. Y fue entonces que ella le compró a Martín un tigrecito que él se colgó del cuello, y a mí, como si fuera una niña, una leona a la que le puse de nombre Leoncia.
Omar y Martín tomando un cafecito
Leoncia, la peluche que me regaló mi mamá
Desde el mirador de la terraza Bellavista en la cima del cerro San Cristóbal, tuvimos una visión panorámica, pudiendo distinguir una serie de sitios emblemáticos como el parque Forestal, el barrio Bellavista, la autopista Costanera Norte, el barrio Lastarria, el cerro Santa Lucía, el Movistar Arena y los edificios del Centro de Santiago.
Mi mamá junto a Santiago
panorámico
Vista panorámica de Santiago
Martín con su tigre colgado del
cuello y Omar en el mirador del cerro San Cristóbal
El parque Forestal en el centro de
la fotografía, y en forma de triángulo verde el cerro Santa Lucía
El barrio Bellavista desde el
mirador del cerro San Cristóbal
Vista de Santiago hacia la
autopista Costanera Norte
El barrio Lastarria, el cerro
Santa Lucía y el estadio Movistar Arena
Cerro Santa Lucía, Movistar Arena
y edificios del Centro de Santiago
Y subiendo un poquito más, exactamente en la cumbre del cerro San Cristóbal, a unos ochocientos sesenta y tres metros sobre el nivel del mar, llegamos al Santuario de la Inmaculada Concepción, uno de los principales lugares de culto de la Iglesia Católica de Chile, además de ser un ícono de la ciudad. En abril de 1987 fue visitado por Su Santidad Juan Pablo II, desde donde bendijo a la ciudad y al país.
Imagen de la Inmaculada Concepción
Había sido un día intenso, todos estábamos cansados, sin embargo, después de la cena, Martín pretendió salir a hacer una caminata, y detenerse en una confitería para disfrutar de un café con leche.
Un café con leche después de cenar
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