viernes, 9 de agosto de 2024

En el Zoológico Nacional de Chile

 El sábado 18 fuimos al Zoológico Nacional, al que se accedía a través de un funicular, ya que se encontraba en la ladera del cerro San Cristóbal. Y ya al comenzar el ascenso tuvimos una vista parcial de Santiago, pudiendo distinguir algunos edificios como el de la sede Bellavista de la Universidad San Sebastián. 

Vista parcial de Santiago desde el funicular del cerro San Cristóbal

  

Los edificios de la ciudad y el recinto de los huemules desde el funicular

  

El techo rojo era de la sede Bellavista de la Universidad San Sebastián

  

Si bien existían cuestionamientos respecto del encierro de los animales, entre los principales objetivos de este zoo se destacaban la conservación e investigación de las especies que en él habitaban, además de las rescatadas, así como la educación y la recreación del público visitante.

Habiendo existido exposiciones previas, este zoológico había sido inaugurado en 1925. Y en 2012, año en que nos encontrábamos allí, poseía una superficie de casi cinco hectáreas de recintos con una población de más de mil animales distribuidos en ciento cincuenta y ocho especies. De todos ellos eran autóctonos el veinticuatro por ciento de los mamíferos y un treinta y siete por ciento de las aves; y trabajaban más de cincuenta personas entre veterinarios, cuidadores, guías educativos, aseadores y administrativos.

Martín, primeramente, se detuvo junto a los huemules, especie que se encontraba protegida en Chile prohibiéndose su caza, tenencia, posesión, captura, transporte y comercialización. Asimismo, a nivel internacional se encontraba clasificada en la categoría EN PELIGRO DE EXTINCIÓN por la UICN (Lista Roja de Especies Amenazadas), estaba incluida en el Apéndice 1 de la CITES (Convención sobre Comercio Internacional de Especies Amenazadas de la Fauna y Flora Silvestres), y en el de la CMS (Convención sobre la Conservación de Especies Migratorias de la Fauna Silvestre). Adicionalmente, en 2006, esta especie había sido declarada Monumento Natural por el Ministerio de Agricultura y en peligro de extinción por el Ministerio Secretaría General de la Presidencia de Chile. La distribución en territorio chileno había quedado limitada al sector patagónico, desapareciendo por completo de la región central, por lo cual un conjunto de organizaciones tanto gubernamentales como privadas, acordaron planes en pos de la recuperación de este ciervo emblemático. 

Martín junto a los huemules, una especie en peligro de extinción

  

Pero en cuanto vio a los monitos hacer sus travesuras, Martín se instaló rápidamente junto a ellos por un tiempo mayor.

El mono Cai, característico de ambientes boscosos o selváticos, era uno de los que había sido objeto de intenso tráfico ilegal, por la dañina afición de utilizar primates como mascotas. Su vida se estimaba en veintiocho años a nivel silvestre y en treinta y cinco en cautiverio. 

Haciendo monerías

  

Después continuó su visita al sitio donde se encontraban las jirafas, otro animal que a él siempre le había llamado la atención.

La habitante de sabanas y estepas arboladas se alimentaba de hojas y brotes de árboles y arbustos, así como de semillas y frutos. Tenía una sola cría después de catorce o quince meses de gestación, y su esperanza de vida era de veintiséis años. 

Dos ejemplares de jirafas

  

Acercándonos a una jirafa

  

Con Omar nos detuvimos a observar las especies acuáticas, tanto aves como peces. Y una de las que más me agradaba era el cisne de cuello negro, asiduo habitante de lagos y ríos.

Ponía sus huevos en nidos flotantes que construía con palitos, ramas y hojas; se alimentaba a partir de plantas acuáticas y algas, raramente de insectos, y vivía alrededor de cuarenta años. 

Omar junto a los cisnes de cuello negro

  

Una gran pecera

  

La laguna de los patos

  

Grande fue nuestra sorpresa cuando vimos las incubadoras donde habían nacido los pichones de flamencos altoandinos, que este zoológico tenía como objetivo recuperar.

Estas llamativas aves zancudas habitaban lagunas y salares, incluso sobre los cuatro mil quinientos metros de altura sobre el nivel del mar, alimentándose de micro crustáceos y copépodos que se desarrollaban en el barro de las lagunas, estuarios, canales y ríos. Y el color rosado de sus plumas lo obtenían gracias a un pigmento llamado caroteno, presente justamente en los invertebrados que consumían.

Esta especie silvestre nativa de Chile se distribuía a lo largo de todo el territorio nacional y era considerada una “especie centinela”, capaz de detectar cambios negativos en el ambiente donde habitaba. Sin embargo, tanto en el norte como en Chile central, había aumentado la mortalidad desde el año 1986, razón por la cual, además de identificar potenciales enfermedades, se habían dado recomendaciones dirigidas a disminuir el impacto de las actividades turísticas cercanas a los salares. 

Flamencos altoandinos

  

La laguna de los flamencos

  

Incubadora con la cría de los flamencos

  

Luego ingresamos al aviario, una enorme jaula donde se intentaba mantener en una mayor libertad relativa a un grupo heterogéneo de aves, entre las cuales había desde palomas y loritos hasta pavos reales.

Una variedad de loritos que se destacaban por su intenso colorido era el agapornis, oriundo del continente africano, que se caracterizaba por ser juguetón y cantarín. Su nombre estaba formado por los vocablos “agape”, y “ornis”, que en griego significaban “amor” y “ave”, respectivamente, por lo cual se lo conocía como el “pájaro del amor”, ya que adoraba vivir en pareja. 

Entrada al aviario

  

Martín mirando la ciudad desde el aviario

  

Palomas y loritos

  

El pavo real

  

Palomas y agapornis alimentándose

  

Lorito multicolor junto al alimento

  

Variedad de aves

  

Este zoológico, al estar ubicado en la falda de un cerro, tenía la ventaja de contar con espectaculares vistas de la ciudad, sin verse perjudicado por el neblumo. Pero, por otro lado, se hacía más difícil el desplazamiento debido a los diferentes desniveles que presentaba con sus consecuentes escalinatas. Y eso complicaba el andar de mi mamá, que en ese momento tenía ya ochenta y nueve años. Sin embargo, contamos con la ayuda permanente de los guías del lugar. 

Mi mamá en el mirador del zoo

  

Otro animalito interesante era la suricata, habitante de sabanas secas y arenosas.

A pesar de las limitaciones de su hábitat natural, la alimentación era bastante variada, ya que consumía insectos, pequeños vertebrados, huevos y vegetales. Vivía en grandes colonias de más de veinte individuos, y siempre estaban protegidos ya que uno de ellos actuaba de centinela erguido sobre sus patas. La longevidad era de diez a doce años. 

Mural de suricatas

  

Suricata actuando como centinela

  

Muy cerca llegamos al recinto del quique, que originariamente habitara llanuras y zonas rocosas con vegetación. Se alimentaba a base de aves y pequeños mamíferos, y a pesar de contar con mucho pelo, las crías nacían desnudas y ciegas. Su tiempo de vida era de aproximadamente diez años. 

Quique

  

Un quique despertándose

 

 

El quique desplazándose

  

También el elefante era admirado por Martín. Originario de la sabana africana, era absolutamente hervíboro, comiendo hierbas, hojas, ramas, cortezas, frutas, flores y raíces, pero el consumo de agua era muy elevado, pudiendo llegar a requerir de unos ciento noventa litros al día. Su longevidad oscilaba entre cincuenta y ochenta años. 

El infaltable elefante

  

Había mucho más para ver, pero, entre las dificultades que se le presentaban a mi mamá para trasladarse de un punto a otro, las extensas paradas que hacía Martín ante los animales que más le gustaban y la elevada temperatura al sol, decidimos dar por finalizada nuestra recorrida.

Y mientras Omar y Martín se instalaron cómodamente en una mesa de un local gastronómico a tomar un cafecito, yo fui con mi mamá a la tienda de recuerdos a comprar regalos para la familia, donde estaban reproducidos en peluche los animales del zoo. Y fue entonces que ella le compró a Martín un tigrecito que él se colgó del cuello, y a mí, como si fuera una niña, una leona a la que le puse de nombre Leoncia. 

Omar y Martín tomando un cafecito

  

Leoncia, la peluche que me regaló mi mamá

  

Desde el mirador de la terraza Bellavista en la cima del cerro San Cristóbal, tuvimos una visión panorámica, pudiendo distinguir una serie de sitios emblemáticos como el parque Forestal, el barrio Bellavista, la autopista Costanera Norte, el barrio Lastarria, el cerro Santa Lucía, el Movistar Arena y los edificios del Centro de Santiago. 

Mi mamá junto a Santiago panorámico

  

Vista panorámica de Santiago

  

Martín con su tigre colgado del cuello y Omar en el mirador del cerro San Cristóbal

  

El parque Forestal en el centro de la fotografía, y en forma de triángulo verde el cerro Santa Lucía

 

El barrio Bellavista desde el mirador del cerro San Cristóbal

  

Vista de Santiago hacia la autopista Costanera Norte

  

El barrio Lastarria, el cerro Santa Lucía y el estadio Movistar Arena

 

Cerro Santa Lucía, Movistar Arena y edificios del Centro de Santiago

 

Y subiendo un poquito más, exactamente en la cumbre del cerro San Cristóbal, a unos ochocientos sesenta y tres metros sobre el nivel del mar, llegamos al Santuario de la Inmaculada Concepción, uno de los principales lugares de culto de la Iglesia Católica de Chile, además de ser un ícono de la ciudad. En abril de 1987 fue visitado por Su Santidad Juan Pablo II, desde donde bendijo a la ciudad y al país. 

Imagen de la Inmaculada Concepción

  

Había sido un día intenso, todos estábamos cansados, sin embargo, después de la cena, Martín pretendió salir a hacer una caminata, y detenerse en una confitería para disfrutar de un café con leche. 

Un café con leche después de cenar

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