El ómnibus tomó rumbo hacia el oeste, y en el
camino, enmarcados por diferentes relieves, pasamos por gran cantidad de
viñedos y algunos olivares.
Al llegar a Valparaíso contratamos una excursión,
ya que, si bien algunos ya habíamos visitado la ciudad, quedaban muchos
aspectos por conocer.
Primero nos llevaron al puerto y nos explicaron que
esa bahía había sido descubierta por Juan de Saavedra quien fundara la ciudad
en 1536, y debido a que había nacido en el pueblo de Valparaíso en España, y
habiendo encontrado semejanzas entre ambos lugares, le había dado ese nombre al
valle descubierto.
Pero antes de la llegada de los conquistadores españoles, el sitio era habitado por los changos, un pueblo nómade que se dedicaba a la labranza y a la pesca, utilizando balsas de cuero de lobos sostenidos con tablillas de madera. La zona que rodeaba la bahía era conocida por ellos como “Alinmapu” o, simplemente “Alimapu”, que en su lengua significaba “tierra quemada”.
Martín y mi mamá en el puerto de
Valparaíso
Supuestamente Saavedra había buscado un lugar
seguro donde atracar con su nave Santiaguillo, perteneciente a la flota de
Diego de Almagro, sin embargo, en la zona había alrededor de cuatrocientos
cascos de embarcaciones naufragadas, ya que el Pacífico no contaba con un
topónimo acorde con su comportamiento oceanográfico, tanto por las particularidades
de su oleaje como por los frecuentes tsunamis.
Fue una sorpresa que nos dijeran que cuando los
vientos soplaban con toda la furia, los barcos debían salir a navegar para
“capear el temporal”, ya que de lo contrario se golpearían contra los muelles y
se averiarían. Siempre había creído que estarían a salvo en el puerto, pero era
absolutamente coherente el comentario.
Por otra parte, si bien el guía reconoció que se trataba de un área de gran intensidad sísmica, descartó que fuera factible que se produjera un tsunami en ese lugar debido a la profundidad de la bahía. Sin duda, desconocía o negaba la ocurrencia de lo que sucediera en la madrugada del 8 de julio de 1730, cuando un terremoto que se estimaba pudo haber llegado a los 9,1 a 9,3 grados de la escala de Richter, fue acompañado de olas de ocho metros de altura afectando gravemente a las ciudades de Valparaíso y Viña del Mar. Por esta razón los investigadores de distintas universidades estaban trabajando para recordarles a los habitantes del área costera que existía una ley en geología que decía que los eventos ocurridos en el pasado, con seguridad se repetirán en el futuro, para poder llevar a cabo acciones preventivas ante un desastre de ese tipo. Y si bien era cierto que algunas personas creían que eso no sería posible, muchas otras, ligadas al mercado inmobiliario o al turismo, lo ocultaban porque ese temor arruinaría sus negocios.
Muelle Barón en la caleta Portales de la bahía de
Valparaíso
Por su encanto natural, Valpo, como la llamaban los
chilenos, turísticamente era considerada “la
joya del Pacífico”, siendo fuente de inspiración de artistas plásticos,
escritores y poetas.
Algo realmente llamativo era la cantidad de murales
y graffiti que constituían una verdadera galería de arte al aire libre, fiel
expresión de la creatividad y riqueza cultural que caracterizaban a la ciudad.
Gracias a su historia, arquitectura y diversidad cultural, la UNESCO la había declarado “Patrimonio de la Humanidad” en 2003.
Martín junto a uno de los murales del puerto de
Valparaíso
Martín y mi mamá junto a un mural del puerto de
Valparaíso
Desde el puerto nos dirigimos al barrio El Almendral donde se encontraba el edificio del Congreso Nacional de Chile, que había sido inaugurado el 11 de marzo de 1990, reiniciando las actividades parlamentarias después de dieciséis años y medio de receso debido a la dictadura militar que tuviera lugar desde el 11 de septiembre de 1973. El sentido de su construcción en Valparaíso había tenido la intención de descentralizar las actividades gubernamentales, algo que, como en otros países, había sido un rotundo fracaso.
Edificio del Congreso Nacional de Chile
Luego accedimos a la plaza Sotomayor, donde se erguía el Monumento a los Héroes de Iquique, en homenaje a quienes habían luchado en los combates de 1879 durante la Guerra del Pacífico, cuyo jefe mayor fuera el Capitán de Fragata Arturo Prat, y cuya estatua se ubicaba en la parte superior.
Monumento a los Héroes de Iquique
En su entorno se localizaban varios edificios patrimoniales, entre los cuales estaba la Comandancia en Jefe de la Armada de Chile. El edificio, de estilo neoclásico francés, de cinco pisos de altura, había sido escenario de numerosos eventos históricos y sociales, por lo cual en 1979 fuera declarado Monumento Histórico de Chile, al mismo tiempo que la plaza sea considerada como Zona Típica y de Protección.
Edificio de la Comandancia en Jefe de la Armada de
Chile
Otro edificio destacado era el de la Compañía Sud Americana de Vapores, de origen chileno, considerada la más grande y antigua de América Latina, que cotizaba sus acciones en la Bolsa de Comercio de Santiago desde 1893.
CSAV (COMPAÑÍA SUD AMERICANA DE VAPORES)
A comienzos del siglo XIX, Valparaíso había
comenzado a tener mayor protagonismo y notoriedad pública por ser un importante
enclave dentro de las rutas que comunicaban Europa con la costa del Pacífico a
través del cabo de Hornos, gracias a su puerto de gran calado.
Inmigrantes ingleses, alemanes, franceses,
yugoslavos, además de los españoles, comenzaron a llegar a las costas de esta
pequeña gran ciudad, produciéndose un crecimiento muy particular en las
viviendas erigidas sobre los cerros y en los medios de transporte para
comunicar los distintos puntos de la ciudad, como ser pasajes, escaleras y
ascensores.
El momento de prosperidad de Valparaíso se sostuvo
hasta principios del siglo XX, cuando fue azotada por un terremoto que la
destruyó casi por completo. Sumado a este acontecimiento telúrico, con la
apertura del canal de Panamá en 1916 el tráfico marítimo comenzó a
interrumpirse y comenzó su decaimiento.
Los cerros de Valparaíso poseían características urbanas y sociales diferentes unos de otros, teniendo tanto sus propias calles como sus escaleras y ascensores de acceso, formando barrios e identidades. Algunos de ellos se destacaban por la vulnerabilidad de sus construcciones, mucho más tomando en cuenta su riesgo sísmico en una zona de colinas con pendientes muy pronunciadas, y otros, contaban con viviendas de muy buena calidad y diseño, como el caso del cerro Alegre, con sus casas pintadas de diversos colores de propiedad de la numerosa colonia británica. También allí había algunas recicladas y convertidas en hospedajes alternativos.
Casas vulnerables en las pendientes
Martín y mi mamá junto a las casas coloridas del
cerro Alegre
El Pacífico visto desde el cerro Alegre
Antigua casona reconvertida en el hotel boutique “Acontraluz” en el cerro Alegre
Casas recicladas en los cerros
Consecuencias de los frecuentes incendios de
Valparaíso
Después de recorrer varios cerros, llegamos al
denominado “Florida”, debido a que
antes de su completa urbanización estuviera cubierto por flores silvestres.
Y allí se encontraba una de las tres casas que
habían sido propiedad de Pablo Neruda, “La
Sebastiana”, en honor a Sebastián Collado, quien fuera su anterior dueño y
a quien se debía su atípico diseño, que tenía como elemento en común, que todos
los ambientes contaban con vista hacia el mar.
Neruda la había adquirido parcialmente en el año
1959, y tras finalizar la obra que había quedado inconclusa, la inauguró con
una gran fiesta el 18 de septiembre de 1961, fecha coincidente con el Día de la
Independencia de Chile.
El poeta solía pasar los años nuevos en “La Sebastiana” porque era un mirador
privilegiado del tradicional espectáculo pirotécnico del puerto, recibiendo
allí el 1973, último año de su vida.
Después de su muerte, la casa quedó abandonada y fue saqueada durante la dictadura militar, hasta que, en 1991, después de ser restaurada, abrió sus puertas como Casa Museo, y el 4 de noviembre de 2011 fue declarada Monumento Nacional.
Martín y mi mamá en la Casa Museo “La Sebastiana”, con vista al Pacífico
Martín junto a la figura de Pablo Neruda
Bajando de los cerros y dirigiéndonos hacia el
norte, nos encontramos ante Viña del Mar, que había quedado absolutamente unida
a Valparaíso, y cuya toponimia se debía a que en el siglo XIX los viñedos
llegaban hasta las costas del Pacífico.
El principal símbolo de la ciudad lo constituía un
reloj de flores que se encontraba a los pies del cerro Castillo y que
funcionaba a la perfección.
Junto a él, en la plazoleta que lo contenía, había
una placa sobre una piedra, que decía lo siguiente:
HOMENAJE A:
GUSTAVO LORCA ROJAS
ALCALDE 1958-1964
FERNANDO GIANINNI
INGENIERO AGRÓNOMO
ALVARADO JUAN MUÑOZ GONZÁLEZ
TÉCNICO EN RELOJERÍA
JUAN MUÑOZ PEREIRA
TÉCNICO EN RELOJERÍA
EN VIÑA DEL MAR A 134 AÑOS DE SU FUNDACIÓN
LA CIUDAD AGRADECE A QUIENES PARTICIPARON
EN LA GESTIÓN, CONSTRUCCIÓN Y MANTENCIÓN
DEL RELOJ DE FLORES TRADICIONAL ÍCONO DE
NUESTRA CIUDAD JARDÍN
VIRGINIA REGINATO BOZZO
ALCALDESA Y HONORABLE CONCEJO MUNICIPAL
VIÑA DEL MAR 03 DE SEPTIEMBRE 2008
Con mi mamá y Martín junto al reloj de flores de Viña del Mar
Ya siendo el mediodía, la empresa de la excursión nos ofreció ir a almorzar a Reñaca, un centro balneario contiguo a Viña del Mar hacia el norte. Algunos fuimos al restorán “La Terraza de Alfredo”, donde Martín se deleitó comiendo reineta, un pescado sin espinas del Pacífico, y otros accedieron a diferentes opciones en los alrededores.
Martín
comiendo reineta con papas fritas
En las primeras horas de la tarde permanecimos en la playa de Reñaca, que contaba con mejores condiciones que las de Viña del Mar, donde no estaba permitido ingresar al mar por su inmediata profundidad. Y si bien el oleaje también era considerablemente fuerte, una gran ventaja de ese sector de la costa del Pacífico era el clima mediterráneo, que consistía en veranos con elevadas temperaturas y sin lluvias.
Martín en la playa de Reñaca
Fuerte oleaje en la playa de Reñaca
Cordillera de la Costa en la zona de Reñaca
Reñaca se había transformado en uno de los sectores
turísticos y residenciales exclusivos del Gran Valparaíso, característica por
sus edificios escalonados en las laderas de los cerros, y siendo el epicentro
de la diversión veraniega del Litoral Central.
Si bien el origen de la localidad se remontaba a
1905 cuando el heredero de la Hacienda de Viña del Mar, Salvador Vergara
Alvares junto con Gastón Hamel de Souza, formaron la Sociedad Inmobiliaria
Montemar, y se dispusieran a la urbanización del lugar, a pesar de considerarse
a la zona como un arenal inhóspito, recién en 1965, se transformó en un centro
de importancia. Y en 1980 se desarrolló el barrio Jardín del Mar, en una ladera
de la zona sur, donde había escaso movimiento vehicular y peatonal, con la construcción
de casas y edificios de jerarquía donde se asentaron familias de clase alta, y
famosos. Esa urbanización desmedida, sin un control adecuado, ha generado un
proceso de erosión antrópico sobre la Cordillera de la Costa y sobre áreas de
dunas, que resultará contraproducente con la sustentabilidad de la ciudad
futura.
Ubicada en Jardín del Mar, se encontraba “La Gaviota” junto con un encintado heráldico con el nombre de la ciudad y el balneario, ícono turístico, creado en 1986. Recorrimos el barrio admirando su arquitectura, y por un camino serpenteante regresamos a Viña del Mar.
Imagen de La Gaviota, ícono de Reñaca
Regresando a Viña del Mar
Nos dirigimos a la avenida Libertad entre las
calles 3 y 4 Norte, donde se encontraba el Palacio Carrasco, un edificio
patrimonial construido entre los años 1912 y 1923. Había sido encargado por el
empresario salitrero Emilio Carrasco con el fin de que fuera su residencia,
pero éste falleció sin ver terminada la obra.
Sus herederos la vendieron a diversos empresarios
de la ciudad, hasta que, en 1930, el alcalde Manuel Ossa, la adquirió en nombre
de la Municipalidad para convertirla en el Palacio Consistorial de la Comuna,
función que cumplió hasta 1971.
El Palacio Carrasco había sido dañado gravemente a causa de los sismos de 1965 y 1971, al punto que se planteó la posibilidad de demolerlo. Sin embargo, fue restaurado y desde 1977 albergó al Centro Cultural de Viña del Mar, a la Biblioteca Municipal Benjamín Vicuña Mackena, al Archivo Histórico Comunal y al Museo Fonck (de Arqueología e Historia), que luego del movimiento telúrico de 1985, cambió de sede a un nuevo edificio ubicado en la parte trasera del palacio. El terremoto del 27 de febrero de 2010 había vuelto a generarle fisuras y caída de mampostería, por lo cual, dos años después, cuando nosotros nos encontrábamos allí, permanecía cerrado al público pendiente de un nuevo proceso de restauración.
Palacio Carrasco nuevamente deteriorado por el
terremoto de febrero de 2010
Detalle de las rajaduras
Caída de la mampostería
En 1951 el Museo Fonck, que contaba entre sus
colecciones numerosas piezas relativas a la cultura rapanui de la isla de
Pascua, había llevado una estatua de piedra monolítica moai, que se erguía en
el jardín contiguo al Palacio Carrasco. El traslado había tardado unos tres
años, por las medidas con que hubo que contar como el beneplácito del alcalde
de la Isla, el del Consejo de Ancianos, del de Monumentos Nacionales, del
Presidente de la República y hasta de la Armada, que tendría que hacerse cargo
del flete.
Según el guía, los nativos habían realizado mil
estatuas, de las cuales, a principios del siglo XXI, quedaban solamente
novecientas, ya que las que faltaban las habían perdido en guerras, y que
habían dejado de hacerlas porque notaron que estaban deteriorando el ambiente
por la cantidad de árboles talados. Esta versión me pareció relativamente
verídica, ya que existían diferentes teorías entre los estudiosos.
Los habitantes de la isla habían puesto severas restricciones para el ingreso de turistas, al margen de lo ya complejo de su acceso. Si bien se podía llegar por avión o barco, los pasajes debían comprarse con mucha anticipación ya que había un límite de turistas por día y sin la posibilidad de radicarse nuevos pobladores.
Martín junto al moai y al Palacio Carrasco
Martín y mi mamá junto al moai
Detalle del moai
Dimos unas vueltas por el Centro de Viña del Mar, que se había cargado de gente, tanto viñamarinos como turistas, ya que nos encontrábamos en plena temporada de verano, y, pasadas las horas de mayor heliofanía en las playas, todos se prestaban para hacer compras y disfrutar de otras atracciones que ofrecía la ciudad.
En el Centro de Viña del Mar
Y ya avanzada la tarde, y como broche de oro de nuestro paseo, fuimos conducidos hasta el mirador del cerro Artillería, que debía su nombre a que en 1893 se habían construido fortalezas de defensa del puerto de Valparaíso, desde donde se tenía una impactante vista panorámica.
Vista panorámica del puerto de Valparaíso desde el
mirador del cerro Artillería
Guinche y contenedores en el puerto de Valparaíso
Uno de los puertos más activos de Chile
Omar y mi mamá en el mirador del cerro Artillería
Junto al mirador había una feria artesanal donde nos dedicamos a comprar recuerdos para nuestros familiares, mientras Martín decidió sentarse y disfrutar de un enorme copo de algodón azucarado.
Algodón de azúcar para Martín
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