lunes, 5 de agosto de 2024

Volando desde Caracas a Buenos Aires

  Mark Twain (1835-1910), el famoso escritor y humorista norteamericano que entre sus obras dedicara varios títulos a relatos de sus viajes, llegó a decir: He descubierto que no hay forma más segura de saber si amas u odias a alguien que hacer un viaje con él”. Y evidentemente este viaje con Omar había sido una prueba de fuego. Al cabo de un mes, habíamos pasado por Chile y con una brevísima escala aérea en Perú, habíamos recorrido por tierra Ecuador, Colombia y Venezuela, tanto de vacaciones como realizando actividades académicas. Y si bien habíamos venido viajando juntos desde hacía veintiséis años, solos o acompañados, en esta oportunidad se habían presentado situaciones diversas, tanto placenteras como incómodas, como nunca antes las habíamos tenido. Sin embargo, siendo ya el 3 de febrero de 2012, emprenderíamos el vuelo de regreso desde Caracas a Buenos Aires, y estábamos enteros.

Bien temprano a la mañana llamamos a un taxi que nos recogió en el hotel y nos llevó al Aeropuerto Internacional “Simón Bolívar”, en la localidad de Maiquetía, cruzando la Cadena del Litoral a través de la Autopista Caracas – La Guaira.  

Viviendas sobre la Cadena del Litoral, saliendo de Caracas

  

Ya en el aeropuerto, mientras esperábamos el avión que venía de Miami y estaba atrasado, aprovechamos para comprar algunos regalos que faltaban con los bolívares que nos quedaban. 

El avión de LAN, en el que íbamos a viajar, en el Aeropuerto Internacional “Simón Bolívar

  

Tanques de combustible en camino a la cabecera de pista

  

Mientras decolábamos veíamos los barcos en el mar del Caribe que iban hacia el puerto de La Guaira

 

Pista del Aeropuerto Internacional “Simón Bolívar”, entre la Cadena del Litoral y el mar

 

Mientras volábamos fui tomando fotografías y mirando en el mapa del avión el itinerario de desplazamiento, lo que me permitió determinar con bastante exactitud los lugares geográficos sobre los que nos encontrábamos.

El primer accidente geográfico que llamó nuestra atención fue el lago de Valencia o lago de Tacarigua. Era el segundo en extensión después del de Maracaibo, y el cuerpo de agua sin desagüe al mar más grande de Venezuela; y se encontraba emplazado en una fosa tectónica conocida como Graben de Valencia, entre la cordillera de la Costa y la serranía del Interior. La cuenca endorreica del lago de Valencia era también conocida popularmente como los Valles de Aragua, y en sus orillas se levantaban las ciudades de Valencia y Maracay. El lago había sido visitado por Alexander von Humboldt, quien había realizado numerosas observaciones y mediciones, además de enviar semillas del tomate que cultivaban allí al Jardín Botánico de Berlín. Además, identificó la papaya de la laguna, plantas liliáceas como el Pancratium undulatum y el Amaryllis nervosa, y plantas de agua como Potamogeton tenuifolium, Chara compressa y Typha tenufolia.  

Lago de Valencia, entre la cordillera de la Costa y la serranía Interior de Venezuela

 

Y atravesando los Llanos Venezolanos pudimos ver algunos de los afluentes del Orinoco, el río más importante del país. Se trataba de un área de sabanas y esteros. 

Un afluente del Orinoco en los Llanos Venezolanos

 

Al ingresar a territorio peruano los afluentes eran del Amazonas. Y el que se presentó ante nuestros ojos era el río Nanay, uno de los tres que rodeaban la ciudad selvática de Iquitos. Pertenecía enteramente a las tierras bajas, era muy tortuoso, con un curso lento, y se dividía en muchos caños, una especie de canal natural que permitía la descarga lateral de los excedentes de agua, además de cadenas de lagunas que inundaban la llanura en las zonas más bajas de ambas riberas. 

Río Nanay, en las cercanías de Iquitos, selva peruana

  

El río Nanay, muy meandroso por ser senil

 

Meandros estrangulados en el río Nanay

  

Las nubes comenzaron a cubrir el paisaje…

  

Estratos y cúmulos nos acompañaron por gran parte de los Andes Peruanos

 

Aunque no lo podíamos ver, el mapa indicaba que volábamos sobre Huánuco

 

Y comenzó la turbulencia…

 

En un determinado momento se despejó parcialmente y divisamos el lago Junín o Chinchaycocha, el más grande de Perú después del Titicaca. Se encontraba a una altura superior a los 4.080 m.s.n.m. en la meseta de Junín o altiplano de Bombón de los Andes Centrales, en las inmediaciones del lugar de la histórica batalla, en que el 6 de agosto de 1824, las fuerzas patriotas al mando del Libertador Simón Bolívar derrotaran al general español José de Canterac. Ese lago caracterizaba por tener pantanos, totorales e islotes en sus costas que albergaban miles de especies de aves acuáticas, ranas, cuyes silvestres, zorros y vizcachas adaptados al clima gélido de la puna. La riqueza de flora y fauna ha dado razón al gobierno peruano a declararlo Reserva Nacional. 

Lago Junín o Chinchaycocha, en la Reserva Nacional Junín, al sur del cerro de Pasco

  

El colchón de cúmulos se hizo nuevamente denso

  

Además de no dejarnos ver nada, nos hizo bailar un buen rato

  

En dirección al sur, llegamos a las costas del océano Pacífico

  

Formación de cirrus sobre el mar

  

Estratos y cúmulos sobre el desierto peruano

 

 

En poco más divisamos la playa Campo Alegre en la localidad de Chincha Baja

  

Ya en la provincia de Pisco pasamos por la península de Paracas, uno de los accidentes geográficos más destacados del extenso litoral peruano, que se encontraba dentro de los límites de la Reserva Nacional de Paracas, cuyos afloramientos de aguas extremadamente frías producían una gran abundancia de plancton, principal nutriente de peces, crustáceos y moluscos. E históricamente, el lugar era muy importante debido a haberse producido el llamado Desembarco de San Martín, que marcara el comienzo de una serie de episodios de la historia peruana de gran importancia para el proceso independentista. El General José de San Martín, procedente de la chilena ciudad de Valparaíso, había arribado a Paracas el 8 de septiembre de 1820. Y ante el retiro de los españoles que custodiaban la zona, el Ejército Libertador con el propio San Martín al frente, entró a la ciudad de Pisco para posteriormente continuar la campaña hasta la Ciudad de los Reyes, como así se la denominaba a Lima, y declarar la Independencia del Perú el 28 de julio de 1821.  

En la provincia de Pisco, la península de Paracas

  

Vista panorámica de la playa Yumaque, la Reserva Nacional Paracas La Catedral, la laguna Supay,

las salinas Otuma y los salitrales de Playón

  

Y enseguida, hacia el sur tuvimos ante nuestros ojos la Laguna Grande, una albúfera, laguna costera de agua salada, separada del mar por un cordón litoral oblicuo formado por gravas o cantos rodados, existiendo un estrecho canal de ingreso, que la comunicaba durante la pleamar con las aguas de la bahía de la Independencia, llamada así en razón de que la expedición libertadora del General José de San Martín recalara allí antes de desembarcar en Paracas. En toda la zona existían hermosas playas y bancos de bivalvos de gran importancia, convirtiéndose en un foco valioso para el desarrollo de la maricultura. La bahía era considerada como un banco natural de almejas (Gari solida), conchas de abanico (Argopecten purpuratus), conchas navaja (Ensis macha), choros (Aulacomya ater), caracoles (Thais chocolate), cangrejos (varias especies), chanques (Concholepas concholepas), pulpos (Octopus mimus), calamares (Loligo gahi), erizos (Loxechinus albus), mejillones (Glycimeris ovata), y palabritas (Transenella sp). Frente a ella se encontraban las islas guaneras Independencia o La Vieja, y Santa Rosa, además de una serie de islotes. Y también había allí extensas praderas de macroalgas marinas, que formaban bosques bajo el mar, sosteniendo una rica biodiversidad, siendo las principales especies la Lessonia trabeculata, Macrocystis pyriferia, Macrocystis sp. y Macrocystis integrifolia.  

Laguna Grande y bahía de la Independencia

  

Las nubes lo volvieron a tapar todo, sin dejarnos ver la mayor parte del desierto de Atacama, pero la recompensa estuvo en que durante todo ese extenso trecho, la luna nos acompañó permanentemente.  

La luna sobre las nubes, un espectáculo visto muy pocas veces

  

Un avanzado cuarto creciente sobre un cielo muy azul

 

 

Nubes sobre el Pacífico que semejaban hielo resquebrajado, en el norte de Chile

  

Cumbres nevadas, la costa y nubes sobre la corriente de Humboldt

 

Costa del sur de Atacama

  

Nubes sobre el continente, Punta de Choros, Coquimbo, Chile

  

A la latitud de Coquimbo, dejamos de sobrevolar el mar e ingresamos al continente, atravesando la cadena de la Costa. Y en dirección sur, pasando por Ovalle, llegamos al Valle Central de Chile. 

Volando de lleno en el sector continental chileno

 

Cultivos en las empinadas laderas

  

Valle fluvial transversal en el centro de Chile

 

Zona densamente montañosa

  

Pocos picos nevados al final del período de deshielo

  

Verdes laderas que mostraban la presencia de cobre en forma de malaquita

  

Pequeñas poblaciones a la vera de los cultivos horto- frutícolas

  

Entre las montañas áridas del centro de Chile se desarrollaban cultivos intensivos a partir del regadío posibilitado a través de la gran cantidad de los diques, que guardaban las aguas de las crecidas por deshielo, en los meses de primavera y verano característicos por la carencia de precipitaciones. Ese clima mediterráneo ofrecía grandes ventajas para el desarrollo de los viñedos.

Uno de los embalses que pudimos reconocer fue el Recoleta, a pocos kilómetros al noreste de la ciudad de Ovalle, en la región de Coquimbo. Y además de ser utilizado para las plantaciones, también se destacaba por el desarrollo de actividades turísticas como deportes náuticos, pesca deportiva y una zona de camping en sus alrededores. 

Cultivos siguiendo las curvas de nivel a la vera del embalse Recoleta

  

Nacientes de ríos con régimen de deshielo llegando a los cultivos

  

El Rincón, junto al embalse Recoleta, al noreste de Ovalle

 

Gran cantidad de embalses se hicieron necesarios para explotar la agricultura en el desierto

  

Otro embalse en el Valle Central de Chile

  

Cultivos entre Los Andes y Santiago

  

Acercándonos a Santiago

  

Después de siete horas y media de vuelo aterrizamos en el Aeropuerto Internacional Arturo Merino Benítez de Santiago de Chile, pero pasaron casi tres horas hasta que subimos a otro avión. Ya estábamos muy cansados y esperábamos ansiosamente descansar un poco en el tramo que faltaba, y luego dormir confortablemente el resto de la noche. Pero el vuelo a Buenos Aires estaba repleto de argentinos, muchos de los cuales procedían de Miami o de países del Caribe, y eran imbancables. Cargados de cosas y a los gritos para mostrarse y mandarse la parte unos con otros. No alcanzaban los lugares en los portaequipajes y cuando las azafatas los obligaron a mandar más maletas a la bodega, protestaron sin parar. Y sumado a eso, detrás de nosotros viajaba un nene con síndrome de Down que estaba muy angustiado y sus quejidos nos mantuvieron tensionados todo el tiempo. La noche era muy cerrada, pero la luna en cuarto menguante casi llena, reflejaba los escasos picos nevados de la Cordillera.

Llegamos a Ezeiza a las doce de la noche. Tomamos un ómnibus de la empresa Tienda León y a las dos de la mañana llegamos a casa. A esa hora hacían 27°C, golpe de calor en Buenos Aires. ¡Y el aire acondicionado no andaba!


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