Apenas salimos de
Monterrey me dormí profundamente, pero al llegar a San Luis Potosí, a eso de
las seis de la mañana, me desperté y bajé a desayunar. Y si bien la mayor parte
del pasaje se sirvió tortillas con rellenos salados muy contundentes, yo
simplemente tomé un café con algo dulce. Pero lo que más me llamó mi atención
fue ver a un hombre con un atuendo típico como sólo había visto en las
películas o en algún espectáculo destinado al turismo.
Parada para desayunar en San Luis
Potosí
Continuamos viaje y
volví a dormirme para despertarme al ingresar al Distrito Federal. Yo estaba en
los primeros asientos y oí por la radio que tenía encendida el conductor, que
hacían referencia a dos detonaciones que se habían producido durante la
madrugada de ese lunes 6 de noviembre de 2006. Una de ellas había sido en el
local del PRI nacional, y otra en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de
la Federación. Y aclaraban que otras habían sido desactivadas, y que no había
habido ni víctimas fatales ni heridos, pero que habían generado importantes
destrozos; sin embargo, hasta ese momento, nadie se había adjudicado los
atentados.
Ya sobre el mediodía
el ómnibus arribó a una de las terminales de la Ciudad de México, desde donde
en un taxi me dirigí hacia el Centro donde me hospedaría.
Antiguos y modernos edificios de
la Ciudad de México
Cámara de Diputados de México
Si bien la mejor forma de trasladarme en
México hubiese sido en el metro, debido a la carga de libros que llevaba en mi
maleta me había sido imposible, por lo que tuve que soportar más de un
embotellamiento, tan frecuentes en esa ciudad.
Denso tránsito de lunes al
mediodía
Avance de las construcciones en
altura
Empujando un vehículo al cruce de
una avenida
Espacios verdes, un verdadero
desahogo
En camino hacia el Zócalo
Por fin llegamos al Zócalo. Y qué grande fue
mi sorpresa cuando vi dos enormes esqueletos pintados de vivos colores, como
forma de contribuir a la festividad de la Semana de los Muertos. Si bien ya
había visto varios altares en Monterrey, no pensé que en la capital también
tuviera tanta fuerza esa tradición.
Pasando con el taxi por el Zócalo
La Catedral de México, frente al
Zócalo
Y al ingresar al hotel Catedral, de cuatro
estrellas, también había en el lobby un altar dedicado a todos los empleados
difuntos del establecimiento.
Ante mi curiosidad, el conserje me contó que la celebración del Día de los Muertos en México
provenía de por lo menos los últimos tres mil años. Que los Aztecas, Mayas,
Purepechas, Nahuas y Totonacas conservaban los cráneos como trofeos
mostrándolos durante los rituales que simbolizaban la muerte y la resurrección,
presididas por el dios Mictecacihuatl, conocido como la “Dama de la Muerte”, y que se realizaba durante el noveno mes del
calendario solar azteca, equivalente al inicio del mes de agosto. Pero cuando
los conquistadores españoles llegaron a América en el siglo XV, quedaron
aterrados por las prácticas paganas de los nativos, y en un intento de
convertirlos al catolicismo, movieron el festival hacia el dos de noviembre
para que coincidiese con la festividad católica del Día de Todas las Almas y
con la de Todos los Santos (primero de noviembre), que se celebraba al día siguiente
de Halloween (Día de las Brujas), ritual pagano de Samhain, el día céltico del
banquete de los muertos.
Altar en el lobby del hotel
Catedral
Dejé los bártulos y salí a caminar. Y en la
esquina me tenté con la comida al paso, que además de gastar poco dinero me
permitía ahorrar tiempo para poder hacer un recorrido más exhaustivo por la
ciudad.
Productos típicos de venta
callejera
Oferta de servicios sanitarios en
diferentes partes del Centro
¡Casi
imposible desplazarse por las calles céntricas!, ya que en México el sector
administrativo y bancario característico del microcentro de cualquier ciudad,
era coincidente con la zona de venta mayorista y minorista más importante del
país. Tal como si en Buenos Aires el área circundante al Obelisco coincidiera
con los negocios del barrio de Once. Sinceramente un caos. Sumado a eso, una
infinidad de vendedores ambulantes ofrecían cargosamente sus mercancías a cada
transeúnte. Y cuando no se les contestaba, repetían su discurso en inglés. Así
que al sentirme atocigada no me quedó otra opción que regresar al Zócalo.
Se
denominaba Zócalo a la Plaza Mayor o Plaza de Armas de la ciudad de México,
debido a que a mediados del siglo XIX, el presidente Antonio López de Santa
Anna ordenara que en su centro se construyera una columna conmemorativa de la
independencia; pero el presupuesto y la precaria estabilidad política de la
época permitieron que sólo se colocara en ella la base o zócalo quedando
inconclusa la obra. Había sido la plaza principal desde Tenochtitlan y se convirtió
en sede de distintos eventos artísticos, celebraciones cívicas y religiosas,
manifestaciones políticas y sindicales, así como de concentraciones culturales,
sociales y deportivas.
Al norte
de la plaza se encontraba la Catedral, que databa del siglo XVII, habiendo sido
construida con piedras de lo que fueran edificios pre-hispánicos. Las ruinas y
el suelo lodoso sobre los que se encontraba le provocaron, ya desde su
construcción, graves problemas estructurales que obligaron a hacer
periódicamente importantes labores de rescate y nivelación.
Detalle del frente de la Catedral
de México
Sobre la
puerta principal se encontraba en relieve la imagen de Nuestra Señora de la
Asunción, patrona de la Catedral.
Relieve de Nuestra Señora de la
Asunción, sobre la portada principal
Y contiguo
hacia el este de la catedral se levantaba otro templo, el Sagrario
Metropolitano, construido entre 1749 y 1768 por Lorenzo Rodríguez.
Sagrario Metropolitano
En el
sector oriental del Zócalo se encontraba el Palacio Nacional. Fue en 1562, que
durante el período del segundo virrey, don Luis de Velasco, comenzara a
funcionar como sede del gobierno, albergando oficinas, la cárcel y la Casa de
Moneda. Pero anteriormente había sido la residencia de Hernán Cortés, y aún
antes, la casa de Moctezuma Emperador de México Tenochtitlan. El palacio, que
más bien parecía una fortaleza, fue construido usando los materiales de los
templos mexicas derribados. Pero desde entonces, los diferentes gobernantes que
lo sucedieron le hicieron grandes reformas.
Palacio Nacional en el sector
oriental del Zócalo
Y hacia el
sur de la plaza se encontraba el Antiguo Ayuntamiento, uno de los primeros
edificios de la ciudad. Incendiado en 1692, fue reconstruido en 1724, para
luego, a principios del siglo XX, agregarle dos pisos.
Antiguo
Ayuntamiento
Al margen
de los edificios emblemáticos que la rodeaban, en la plaza del Zócalo había
carpas que representaban la disconformidad con el resultado de las elecciones presidenciales
desarrolladas a mitad de ese año, que según el candidato de la Coalisión “Por el Bien de Todos”, Andrés Manuel
López Obrador, carecían de validez alegando la existencia de fraude. Pero el
Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, desestimando los
recursos presentados, había emitido un fallo inapelable a favor de Felipe
Calderón Hinojosa, representante del PAN, con lo cual pasara a ser oficialmente
presidente electo de México. Ante dicha sentencia, López Obrador y sus
seguidores desconocieron el fallo y durante varios meses instalaron un
campamento permanente impidiendo el tránsito vehicular en su totalidad por el
Paseo de la Reforma, una de las principales avenidas de la capital.
Campamento de López Obrador en el
Zócalo
Detalle del campamento de López
Obrador frente a la Catedral
Además,
frente al Palacio Nacional se había instalado otro campamento referido al
conflicto magisterial de Oaxaca, que se iniciara seis meses antes por parte del
Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, que pedía la mejora de la
calidad de las escuelas oaxaqueñas, además de un mejor mantenimiento de las
escuelas rurales, agrupando a ochenta mil maestros. Pero el catorce de junio,
bajo las órdenes del gobernador Ulises Ruiz Ortiz, intentando cumplir un
compromiso de campaña de no permitir manifestaciones en el Centro Histórico, y
tras varios reclamos de comerciantes afectados, se reprimió con gases
lacrimógenos y balas de goma. Ante la violencia de la mayoría de los agentes de
las fuerzas estatales, los maestros respondieron con piedras y palos forzando
la retirada de los policías. Ese hecho desató una ola de protestas dentro y
fuera del estado de Oaxaca en contra de la fuerza pública para acallar
manifestaciones sociales, y los maestros pidieron la dimisióin del gobernador,
quien ya había sido cuestionado dos años atrás por una elección no muy
transparente y actos de violencia con el asesinato del Profesor Serafín en la
región de la Cañada. Habiendo fracasado las negociaciones tendientes a la
normalización de la situación, el movimiento se radicalizó sumándose diversas
organizaciones sociales, políticas y populares que en conjunto formaron la APPO
(Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca), que recibiera el apoyo del
Subcomandante Marcos. La APPO, además de encabezar marchas, había tomado varias
oficinas del gobierno, vehículos oficiales, estaciones de radio estatales y
privadas e incluso, carreteras. Después de varios enfrentamientos que dejaran
un saldo de varios muertos y desaparecidos, los explosivos colocados en
diferentes puntos de la ciudad de México fueron asumidos por la Coordinación
Revolucionaria, que aglutinaba a cinco grupos guerrilleros que demandaban la
salida del gobernador oaxaqueño y de las fuerzas federales de ocupación, la
presencia inmediata de los desaparecidos y presos políticos en Atenco y Oaxaca,
y el castigo para los responsables intelectuales y materiales de las torturas,
violaciones y abusos sexuales contra los activistas de los distintos
movimientos sociales del país.
Carpas de la Asamblea Popular de
los Pueblos de Oaxaca frente al Palacio Nacional
Hacia el oeste del Zócalo, antiguos
edificios convertidos en hoteles y centros comerciales
Me acerqué
a los esqueletos y me puse a conversar con la gente que se paraba a
observarlos, pidiéndoles más detalles sobre la festividad, ya que a pesar de
ser un tema morboso, se llevaba a cabo alegremente. Y así como en España y
demás países católicos se iba al cementerio, en México se hacían ofrendas de
alimentos y bebidas para agasajar a los fallecidos. Se los servía cumpliendo
con las preferencias del difunto y si no los consumía, se le quitaban el día
dos por la noche, ingiriéndolos sus allegados.
¡No podían
creer que en la Argentina no se hiciera algo similar!, y que ya hasta los
puestos de flores estuvieran desapareciendo de la puerta de los cementerios
porque casi nadie concurría ni siquiera en las fechas en que tradicionalmente
se hacía una visita. Que cuando yo era chica eran feriados los días primero y dos
de noviembre, pero que posteriormente habían pasado a ser días comunes y
corrientes.
Esqueletos de vivos colores en el
Zócalo durante la Semana de los Muertos
El martes
7 muy temprano me pasó a buscar el chofer de la UNAM para trasladarme hasta el
Instituto de Geografía en el campus universitario. Y si bien viajábamos en
sentido contrario al tránsito, tardamos una hora y media en llegar.
Eje Central Lázaro Cárdenas
En camino hacia el campus de la
Universidad Nacional de México
Jardines del Campus de la UNAM
Edificio de la Biblioteca de la
UNAM
Al llegar
al Instituto, recibí una calurosa bienvenida de mis colegas y de sus
colaboradores; y nuevamente sorprendida, vi que como en el resto de la ciudad,
tenían un altarcito en homenaje a todos los investigadores fallecidos. Ellos me
comentaron que no dependía del nivel de instrucción ni de la clase social sino
que se trataba de una manifestación cultural muy fuerte que también se había
extendido a otros países de Centroamérica.
Y ya
siendo las diez de la mañana me dispuse a dar la charla “Geografía del Comercio en las Américas”, ante los estudiantes de la
carrera de Geografía.
Anuncio de la charla “Geografía
del Comercio en las Américas”
Con Álvaro Sánchez Crispín durante
mi presentación
en el salón de actos de la
Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM
Almorcé
con mis amigos casi a las tres de la tarde; y por la noche, después de asistir
a una obra de teatro, fui a cenar con Álvaro López López a un restorán de
categoría donde también hacían honor al culto a los muertos.
El lugar
estaba dedicado a Sor Juana Inés de la Cruz, y contaba con cuadros y vitrales
de destacados artistas mexicanos. Junto con las exquisiteces, música mexicana y
una amena charla con Álvaro. Un verdadero placer.
Con “Sor Calavera” y Álvaro López
López en la entrada del restorán
Exquisitos platos y hermosos
vitrales
Muy buena música mexicana como
acompañamiento
Valiosas obras pictóricas
decoraban el lugar
Retrato de la Madre
Juana Ynes de la Cruz
Con Álvaro antes de retirarnos
Las confiterías reemplazaban
diferentes bocadillos por el tradicional “pan de muerto”
Al salir
del restorán encontramos más campamentos referidos al conflicto de Oaxaca, en
diferentes lugares del Centro Histórico.
No queremos un gobierno tirano - FUERA URO (Ulises Ruiz
Ortiz)
Fuimos hasta el Zócalo para ver los principales edificios
iluminados y luego nos detuvimos junto al Templo Mayor.
Frente de la Catedral de México
Torre oriental de la Catedral y Cúpula del Sagrario
Metropolitano
El Antiguo Ayuntamiento
En la calle Seminario, a un costado de la Catedral, se
encontraba una pequeña zona arqueológica donde se podían admirar los restos del
Templo Mayor de los aztecas, el edificio más importante de Tenochtitlán. Estaba
dedicado a Huitzilopochtli, la principal deidad relacionada
con el sol, y Tláloc, dios de la lluvia y de la tierra. En ese espacio sagrado
se ubicaban los edificios principales de la antigua ciudad, destruida durante
la guerra de Conquista, y erigida nuevamente sobre las ruinas prehispánicas,
utilizando las mismas piedras.
El Templo Mayor de los aztecas dedicado a los dioses Tláloc y
Huitzilopochtli
Al día
siguiente, que lo tenía libre, pasé gran parte de la jornada en Coyoacán.
Visité mercados artesanales, la iglesia de San Juan Bautista y la zona de
antiguas residencias de la clase alta mexicana.
Marionetas y muñecos en un mercado
de Coyoacán
Altar de la iglesia de San Juan Bautista, de estilo
churrigueresco
En una zona de antiguas
residencias de lujo
Pese a las
insistencias de mis colegas para que me pasara a buscar nuevamente el chofer de
la UNAM, preferí tomar el metro debido a que tardaba exactamente la mitad del
tiempo, y para mí, dormir media hora más a la mañana, siempre había sido fundamental.
Ellos adujeron que era complicado el viaje en ese medio porque existía la
posibilidad de que alguien me faltara el respeto de alguna manera, a lo que yo
contesté que en ese caso, armaría un escándalo y le daría un carterazo a quien
se atreviera, lo que evidentemente no era costumbre en esa sociedad.
Así que el
jueves 9 por la mañana salí del hotel y yendo hacia la estación del metro, al
costado de la Catedral, encontré a un manosanta que estaba haciendo su trabajo
con una mujer, mientras había una larga fila en espera. Sinceramente me causó
mucha gracia, porque recordé la parodia que hacía el cómico Alberto Olmedo; sin
embargo allí era todo muy serio, y a pesar de mi postura, la situación merecía
respeto. Si bien en Argentina también los había, nunca podría haberlos
imaginado en la puerta de ninguna iglesia, y mucho menos junto a la catedral de
Buenos Aires.
Un manosanta de verdad
En el
metro había uno o dos vagones destinados sólo a mujeres, pero estaban repletos,
por lo que subí a uno de los generales. Y pude observar, que en más de una
oportunidad ciertos hombres antes de bajar pasaban su mano por las nalgas de
mujeres de cualquier edad. Sin embargo, y a pesar de estar algunas de ellas
acompañadas, ¡nadie decía nada! Lo peor de todo fue que cuando yo hice
comentarios en voz alta, las mujeres de mi alrededor acusaron a las víctimas de
ser muy provocativas. Y esas acciones se incrementaron en las últimas
estaciones donde prácticamente quedaban en el vagón inocentes jovencitas
munidas de libros que se dirigían a la UNAM. Eso no era común en el subte de
Buenos Aires, y si muy esporádicamente podía suceder, se armaba flor de
escándalo.
Por otra
parte, los letreros que indicaban las estaciones, además de palabras tenían
símbolos, debido al elevado número de analfabetos. Algo similar ocurría en las
estaciones de la línea A del subte de Buenos Aires, que junto con el nombre en
letras, tenían una guarda de diferente color que las individualizaban; pero eso
se había hecho cuando se construyó, en 1913, momento en el cual gran parte de
la población era inmigrante y hablaba otras lenguas.
Símbolos que marcaban las
estaciones en el metro
Me bajé en
la última estación, ya dentro del campus de la UNAM. Y caminando en busca del
Instituto de Geografía, me topé varias veces con afloramientos basálticos sobre
los cuales fue construida la Universidad. Ese emplazamiento había tenido lugar
en medio de un océano de lava conocido como El Pedregal de San Ángel, atribuído
a la erupción del volcán Xitle. El lugar, ubicado al sur del valle de México,
había sido considerado como agreste e inaccesible, incluso en la época de los
aztecas en que se enviaba allí a los condenados con el fin de que murieran
mordidos por las víboras de cascabel que abundaban por doquier. Sin embargo, había
llamado la atención de muchos viajeros y exploradores célebres como Alexander
von Humboldt, por tratarse de un ecosistema de alto valor geomorfológico y
biológico. Pero fue Diego Rivera quien a mediados del siglo XX, incentivara la
urbanización del lugar respetando las características naturales del sitio.
Afloramientos basálticos sobre las
que estaba construido el campus de la UNAM
En camino al Instituto de
Geografía
Edificio del Instituto de
Geografía de la UNAM
Anuncio de mi charla sobre
“Impacto geográfico de la
localización de actividades económicas en la Cuenca del Plata”
en la cartelera del Instituto de
Geografía
Y tras dar
la charla ““Impacto geográfico de la localización de actividades económicas en
la Cuenca del Plata” en el auditorio del Instituto de Geografía, ante la
presencia de mis colegas, fui a almorzar y dar un paseo con José Luis Palacio
Prieto, quien en ese momento era Vicepresidente de la Unión Geográfica
Internacional.
José Luis Palacio Prieto
Finalizadas
las actividades académicas continué deambulando por la ciudad y en diversos
sitios se encontraba la imagen de una calavera con una enorme capelina. Y ante
mis preguntas, me comentaron que se trataba de la Catrina, cuya versión
original era un grabado en metal del caricaturista José Guadalupe Posada, que
la había bautizado con el nombre de “Calavera
Garbancera”. “Garbancera”era la
palabra con la que se conocía a las personas que vendían garbanza y que
teniendo sangre indígena pretendían ser europeas, renegando de su propia etnia,
herencia y cultura. Pero Diego Rivera la había popularizado en su mural “Sueño de una tarde dominical en la Alameda
Central”, llamándola la Catrina.
Si bien el
Día de los Muertos había sido el dos de noviembre, durante toda la semana
continuaba la festividad, que sin duda, se había convertido en una atracción
más de ese multifacético país.