miércoles, 22 de agosto de 2018

Último adiós en Buenos Aires…


   
No elegimos donde nacemos, pero sí, donde morimos. Muchas veces nuestro “lugar en el mundo” puede haber sido por elección propia o por las circunstancias que nos obligaran a abandonar nuestro sitio de nacimiento o de crianza para buscar nuevos horizontes que nos permitan crecer personalmente.
Este fue el caso de mi padre, quien había tenido que migrar apenas cumplidos los treinta; y después de casi sesenta años, ya habiendo echado fuertes raíces, nos daba su último adiós en Buenos Aires, la ciudad que le había permitido desarrollarse profesionalmente y mantener una familia. Sin embargo, su corazón nunca se había apartado de su natal Ingeniero White (Guaite, para los nativos); por eso decidimos devolverlo a su tierra.
Era el 7 de diciembre de 2006 por la mañana cuando llegué con Omar y Martín a la terminal de ómnibus de Retiro a encontrarme con mi madre y mi hija Fernanda. Y después de abrazarnos fuertemente subimos al micro que nos llevaría a Bahía Blanca. Yo me senté junto a Martín, quien se entretenía mirando todo con atención por la ventanilla, por lo que pude ponerme a pensar sobre los maravillosos momentos que había compartido con mi padre, quien además, había sido mi amigo y mi compinche, tanto en las travesuras de niña como en las decisiones de adulta… Trataba de consolarme pensando que se había ido de viaje, como tantas veces, como tantos adioses…, en que yo esperaba ansiosa su regreso para disfrutar de sus relatos… ¡No quería creer que esta vez fuera para siempre…!
Entre otras cosas, se me venía permanentemente a la mente la imagen de la última fotografía que nos habíamos tomado juntos pocos días atrás, durante el festejo de su cumpleaños número ochenta y nueve. Ese día, a pesar de que su enfermedad ya lo estaba deteriorando demasiado, lució con alegría una camiseta del club Puerto Comercial, a quien siempre había amado, entre otras cuestiones, porque había nacido en la casa donde tuvo lugar la fundación de esa institución, estando entre sus gestores, su padre y tíos.
Mientras tanto, mi mamá, que se encontraba junto a Fernanda, no paraba de hablar, al punto que, a pesar de tratarse de un servicio diurno, algunos pasajeros le pidieron silencio repetidas veces; pero esa era la forma de descargar su angustia.

Última foto tomada con mi padre, a fines de noviembre de 2006,
quien lucía, como regalo de sus ochenta y nueve años,
la camiseta del Club Puerto Comercial de Ingeniero White


Llegamos a la vieja terminal de ómnibus de Bahía ya de noche. Y allí nos esperaban varios familiares. Quedaron en el departamento de la calle Alsina Martín y Omar, y yo junto con mi madre y mi hija pasamos toda la noche junto a la capilla ardiente.
¡No lo quise ver! ¡Imposible hacerlo! No quería recordar siquiera los últimos días que había estado con él en el hospital Durand. Quería conservar en mi mente esta imagen donde mostró, por última vez, la sonrisa que siempre lo había caracterizado. Tomé un calmante y me recosté sobre la falda de mi querida prima Nilda, que me estaba conteniendo sobremanera.
A la mañana siguiente Omar lo trajo a Martín para asistir al funeral. Había mucha gente, familiares, amigos, conocidos, los Bomberos Voluntarios de Ingeniero White con los que siempre había colaborado, y los Scouts de la Agrupación “Ernesto Pilling” de los que había formado parte, quienes colocaron su bandera sobre el cofre que lo transportaba. Y marchamos…
Traté de explicarle todo lo que pude a Martín, quien, al saber que el abuelo no iba a estar más entre nosotros, se había enojado mucho y había orinado una pared.
Mi madre echó tierra con sus manos para cumplir con el mandato tradicional de “enterrarás a tus muertos”. Y yo dije unas palabras…, las que pude. Agradecí a todos los que nos estaban acompañando, destaqué algunos aspectos de la vida de mi padre, y aclaré que me había puesto una prenda colorada, tal como él me lo había pedido en varias oportunidades, ya que odiaba dos colores, el negro y el violeta, por todos los lutos que le había tocado vivir cuando era niño.
Me mantuve bastante entera porque no sentía que él estuviera allí, y mientras Fernanda y mi madre se quedaron a descansar en el departamento, le pedí a Omar que, junto con Martín, me acompañara a Guaite.
Tomamos el colectivo que, por el viejo camino del empedrado, totalmente arbolado con eucaliptus, nos llevó hasta el “Centro” del pueblo; y lo primero que quise hacer fue caminar por la calle Mascarello, donde él había nacido. Frecuentemente me contaba anécdotas sobre los juegos de pelota con sus amigos y sobre los personajes que en su barrio habitaban en tiempos ha… Y después, quise ir a Comercial, y observar largamente el escudo verde y amarillo, colores de la tuna en flor que estaba en la casa de sus abuelos…
¡Y entonces, sí, allí me quebré! Allí sí, lo sentí a él, más presente que nunca… Allí estaba…, y seguirá estando…, ¡por siempre!

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