lunes, 13 de agosto de 2018

Un día en Monterrey


  Llegué a Monterrey a la noche tarde. El griterío de la terminal de ómnibus me terminó de despertar, ya que me había dormido en el ómnibus. Desde todas las boleterías era costumbre ofrecer a viva voz pasajes para donde fuera: “¡¡¡¡A San Luis de Potosí!!!!” – gritaban de un lado. “¡¡¡¡Al D. F. baratito!!!!”, gritaban desde el otro mostrador. Como yo no contestaba y seguía caminando por los pasillos, insistían: “¡¿Adónde va güerita?, tengo pasajes para todo el país! ¿You speak English?” ¡Realmente insoportables! Pero era lo habitual. Y después de sacarme a esos moscardones de encima, me dispuse a cenar allí mismo, en un restorán bueno. Desde ya que me sirvieron todo tipo de alimentos salados acompañados por picantes, jugos de frutas y café. Pero estaba con hambre porque me lo había pasado viajando y comiendo salteado, así que no desprecié absolutamente nada. Luego le consulté al mozo por algún hotel en los alrededores y me señaló varios en la vereda de enfrente.
México continuaba caro para los argentinos, y mucho más Monterrey. Así que busqué algo que me pareciera visualmente aceptable y que no destrozara mi bolsillo. Reclamé que en la cama tenía una sola sábana y que no había cobijas. De hecho, estaba preparado como albergue transitorio, aunque no apareciera así formalmente. Me prometieron que las llevarían, pero todavía no llegaron. Como estaba muy cansada me quedé dormida vestida y cuando me desperté ya era de día. Dejé la maleta y salí a recorrer la ciudad.
Tomé un taxi y pedí ir a la peatonal. Y desde allí caminé para un lado y otro. Había llovido la noche anterior y permanecía el cielo nublado y el piso mojado. Me pareció agradable pero no me deslumbró. Lo que sí noté una mayor calidad relativa de la presentación de los locales comerciales respecto de otras ciudades mexicanas.
 También la gente estaba vestida con ropa de mayor precio y marcas internacionales. Sin duda, además del poder adquisitivo que era más elevado que en otras regiones, por grandes negocios legales y de los otros, la cercanía a los outlets de la frontera, hacían que todo fuera más accesible.
Era característico de México encontrar argentinos venidos y quedados. Este país siempre había sido un refugio en tiempos de persecución política o crisis económica, no sólo para nosotros sino para muchos más, como, entre otros, para los chilenos.
 Caminé, caminé y caminé…, entré a las galerías y llegado el mediodía decidí complacer a mis pies y a mi estómago. Me instalé en un patio de comidas que estaba vacío porque los mexicanos acostumbraban a tener desayunos muy fuertes y luego almorzaban a las tres de la tarde. Así que siendo la una y media, comí en “El Pollo Yon” que era el lugar que más se adaptaba a mis gustos gastronómicos.
 Como en el resto México, Monterrey presentaba una serie de vidrieras atípicas para las costumbres argentinas. La recurrencia de locales con trajes de novia, de comunión y de bautismo me resultaba realmente llamativa. También las de los trajes de fiesta, que, en el caso de los niños, semejaban a las de disfraces de las tiendas de Buenos Aires. Sin duda, en Argentina teníamos una cultura del vestido mucho más parecida a la norteamericana que a la latinoamericana. Éramos más informales, usábamos más jeans y zapatillas, y los vestidos de fiesta eran mucho más sobrios. Tal vez por eso, muchas veces al entrar a algún negocio, me habían saludado en inglés.
 Tal cual como en otros países latinoamericanos, me había pasado no entender lo que anunciaban determinados carteles, en especial relacionados con los alimentos. No solamente que había una gran diferencia entre lo que se consumía habitualmente en Argentina y Uruguay respecto del resto del continente, sino que también existían términos regionales para denominar la misma cosa. Por eso, en muchos restoranes he tenido que solicitar la carta en inglés para enterarme qué comidas ofrecían. Tal cual los puestos callejeros de Monterrey, donde no pude saber qué significaban los siguientes anuncios: ”Tostadas preparadas con cueritos”, “Conchitas con queso flote crema”, “Elote en vaso”, “Nachos con cueritos, queso y chilitos”, “Croncho solo”…
        Al llegar a un sector de la peatonal donde había una galería de artesanías, encontré una especie de altar con un retrato, un crucifijo, velas, flores, varias calaveras y objetos varios. Me llamó la atención y pensé que se trataba de un homenaje muy singular a esa persona, pero después me enteré de que estábamos en la Semana de los Muertos, y que era habitual en todas las casas y comercios rendir homenaje a sus seres queridos de esa manera. En Argentina, prácticamente ni siquiera ya se visitaban los cementerios.
 La Catedral Metropolitana databa del siglo XVII y era la primera parroquia construida en Monterrey. La torre mayor era mucho más moderna ya que había sido realizada a fines del siglo XIX. Dentro de ella había cuadros muy valiosos.
Monterrey contaba con una plaza de cuarenta hectáreas, denominada Macroplaza, y a su alrededor se localizaban antiguas y modernas construcciones. Uno de ellos era el Museo Metropolitano que otrora perteneciera al Palacio Municipal y luego al Tribunal Superior de Justicia. Varios edificios correspondientes al Palacio Municipal habían sido destruidos durante el siglo XVII a causa de sendas inundaciones. Luego, en el siglo XIX un incendio durante la invasión de las tropas norteamericanas deterioró el que se había construido un siglo atrás.
Monterrey era la capital del estado de Nuevo León y también la cabecera del municipio de Monterrey, por lo cual albergaba a ambos gobiernos.
 Si bien Monterrey era considerada la capital industrial de México, destacándose asimismo por ser el centro de comercialización más importante del norte del país, también gozaba de innumerables actividades relacionadas con la cultura y el deporte. Sede de importantes grupos financieros, así como de importantes empresas como Grupo Multimedios, TV Azteca y Televisa Monterrey. Museos, galerías de arte, estadios, parques y jardines habían contribuido para que muchos la llamaran “la sultana del norte”.
 En el extremo sur de la Macroplaza se encontraba el Homenaje al Sol, monumento obra del famoso pintor mexicano Rufino Tamayo quien tuviera una especial percepción acerca del cosmos.
 Pero además de ser un centro productivo de gran importancia y tener la mejor calidad de vida de todo el país, Monterrey tenía el atractivo de estar al pie de la Sierra Madre Oriental. Por eso le pedí a un taxista que me llevara a recorrer los alrededores, y cruzando el Puente de la Unidad, sobre el río Santa Catarina, fuimos hacia las montañas.
 En las estribaciones de la Sierra Madre Oriental se encontraba el Cerro de la Silla que constituía un ícono en Monterrey.
 El nombre se debía a su semejanza a una silla de montar caballos. Tenía cuatro picos llamados Norte, Sur, Antena y La Virgen.
La escasa vegetación de las laderas, nos permitía comprobar que en la región predominaba el clima semi-desértico.
 Desde los valles las montañas eran impactantes y al atardecer el paisaje se tornaba fantasmagórico. Era un verdadero muestrario para los especialistas en Geomorfología.
 Ya de regreso, pude ver la otra cara de la ciudad opulenta, la que lamentablemente estaba presente en la mayor parte de México, y desde ya, en el resto de América Latina. La marginalidad que se evidenciaba en algo tan fundamental como la vivienda.
 Y antes de que se hiciera de noche, regresé al hotel porque no se trataba de una ciudad muy recomendable para que una mujer sola anduviera por las calles a ciertas horas.
A la salida del hotel reclamé la factura, la hicieron a desgano y no me quisieron dar el original sino sólo la copia. Discutí un rato, pero lo que dijera una mujer en México no tenía ningún valor. Así que crucé a la terminal, cené y esperé mi ómnibus en la sala VIP.
 Mi camión para el D. F. salía a medianoche y llegaría a la mañana siguiente. Al micro o autobús los mexicanos le decían “camión”, lo que a los argentinos nos causaba mucha gracia, porque para nosotros el camión era sólo para cargas. ¡Otra diferencia lingüística entre latinoamericanos!

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