miércoles, 15 de agosto de 2018

La Ciudad de México en la Semana de los Muertos


  
Apenas salimos de Monterrey me dormí profundamente, pero al llegar a San Luis Potosí, a eso de las seis de la mañana, me desperté y bajé a desayunar. Y si bien la mayor parte del pasaje se sirvió tortillas con rellenos salados muy contundentes, yo simplemente tomé un café con algo dulce. Pero lo que más me llamó mi atención fue ver a un hombre con un atuendo típico como sólo había visto en las películas o en algún espectáculo destinado al turismo.


Parada para desayunar en San Luis Potosí


Continuamos viaje y volví a dormirme para despertarme al ingresar al Distrito Federal. Yo estaba en los primeros asientos y oí por la radio que tenía encendida el conductor, que hacían referencia a dos detonaciones que se habían producido durante la madrugada de ese lunes 6 de noviembre de 2006. Una de ellas había sido en el local del PRI nacional, y otra en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Y aclaraban que otras habían sido desactivadas, y que no había habido ni víctimas fatales ni heridos, pero que habían generado importantes destrozos; sin embargo, hasta ese momento, nadie se había adjudicado los atentados.
Ya sobre el mediodía el ómnibus arribó a una de las terminales de la Ciudad de México, desde donde en un taxi me dirigí hacia el Centro donde me hospedaría.


Antiguos y modernos edificios de la Ciudad de México


Cámara de Diputados de México


Si bien la mejor forma de trasladarme en México hubiese sido en el metro, debido a la carga de libros que llevaba en mi maleta me había sido imposible, por lo que tuve que soportar más de un embotellamiento, tan frecuentes en esa ciudad.

Denso tránsito de lunes al mediodía


Avance de las construcciones en altura


Empujando un vehículo al cruce de una avenida


Espacios verdes, un verdadero desahogo


En camino hacia el Zócalo


Por fin llegamos al Zócalo. Y qué grande fue mi sorpresa cuando vi dos enormes esqueletos pintados de vivos colores, como forma de contribuir a la festividad de la Semana de los Muertos. Si bien ya había visto varios altares en Monterrey, no pensé que en la capital también tuviera tanta fuerza esa tradición.


Pasando con el taxi por el Zócalo


La Catedral de México, frente al Zócalo


Y al ingresar al hotel Catedral, de cuatro estrellas, también había en el lobby un altar dedicado a todos los empleados difuntos del establecimiento.
Ante mi curiosidad, el conserje me contó que la celebración del Día de los Muertos en México provenía de por lo menos los últimos tres mil años. Que los Aztecas, Mayas, Purepechas, Nahuas y Totonacas conservaban los cráneos como trofeos mostrándolos durante los rituales que simbolizaban la muerte y la resurrección, presididas por el dios Mictecacihuatl, conocido como la “Dama de la Muerte”, y que se realizaba durante el noveno mes del calendario solar azteca, equivalente al inicio del mes de agosto. Pero cuando los conquistadores españoles llegaron a América en el siglo XV, quedaron aterrados por las prácticas paganas de los nativos, y en un intento de convertirlos al catolicismo, movieron el festival hacia el dos de noviembre para que coincidiese con la festividad católica del Día de Todas las Almas y con la de Todos los Santos (primero de noviembre), que se celebraba al día siguiente de Halloween (Día de las Brujas), ritual pagano de Samhain, el día céltico del banquete de los muertos.





Altar en el lobby del hotel Catedral


Dejé los bártulos y salí a caminar. Y en la esquina me tenté con la comida al paso, que además de gastar poco dinero me permitía ahorrar tiempo para poder hacer un recorrido más exhaustivo por la ciudad.



Productos típicos de venta callejera


Oferta de servicios sanitarios en diferentes partes del Centro


¡Casi imposible desplazarse por las calles céntricas!, ya que en México el sector administrativo y bancario característico del microcentro de cualquier ciudad, era coincidente con la zona de venta mayorista y minorista más importante del país. Tal como si en Buenos Aires el área circundante al Obelisco coincidiera con los negocios del barrio de Once. Sinceramente un caos. Sumado a eso, una infinidad de vendedores ambulantes ofrecían cargosamente sus mercancías a cada transeúnte. Y cuando no se les contestaba, repetían su discurso en inglés. Así que al sentirme atocigada no me quedó otra opción que regresar  al Zócalo.
Se denominaba Zócalo a la Plaza Mayor o Plaza de Armas de la ciudad de México, debido a que a mediados del siglo XIX, el presidente Antonio López de Santa Anna ordenara que en su centro se construyera una columna conmemorativa de la independencia; pero el presupuesto y la precaria estabilidad política de la época permitieron que sólo se colocara en ella la base o zócalo quedando inconclusa la obra. Había sido la plaza principal desde Tenochtitlan y se convirtió en sede de distintos eventos artísticos, celebraciones cívicas y religiosas, manifestaciones políticas y sindicales, así como de concentraciones culturales, sociales y deportivas.
Al norte de la plaza se encontraba la Catedral, que databa del siglo XVII, habiendo sido construida con piedras de lo que fueran edificios pre-hispánicos. Las ruinas y el suelo lodoso sobre los que se encontraba le provocaron, ya desde su construcción, graves problemas estructurales que obligaron a hacer periódicamente importantes labores de rescate y nivelación.


Detalle del frente de la Catedral de México


Sobre la puerta principal se encontraba en relieve la imagen de Nuestra Señora de la Asunción, patrona de la Catedral.



Relieve de Nuestra Señora de la Asunción, sobre la portada principal


Y contiguo hacia el este de la catedral se levantaba otro templo, el Sagrario Metropolitano, construido entre 1749 y 1768 por Lorenzo Rodríguez.


Sagrario Metropolitano


En el sector oriental del Zócalo se encontraba el Palacio Nacional. Fue en 1562, que durante el período del segundo virrey, don Luis de Velasco, comenzara a funcionar como sede del gobierno, albergando oficinas, la cárcel y la Casa de Moneda. Pero anteriormente había sido la residencia de Hernán Cortés, y aún antes, la casa de Moctezuma Emperador de México Tenochtitlan. El palacio, que más bien parecía una fortaleza, fue construido usando los materiales de los templos mexicas derribados. Pero desde entonces, los diferentes gobernantes que lo sucedieron le hicieron grandes reformas.


Palacio Nacional en el sector oriental del Zócalo


Y hacia el sur de la plaza se encontraba el Antiguo Ayuntamiento, uno de los primeros edificios de la ciudad. Incendiado en 1692, fue reconstruido en 1724, para luego, a principios del siglo XX, agregarle dos pisos.


Antiguo Ayuntamiento


Al margen de los edificios emblemáticos que la rodeaban, en la plaza del Zócalo había carpas que representaban la disconformidad con el resultado de las elecciones presidenciales desarrolladas a mitad de ese año, que según el candidato de la Coalisión “Por el Bien de Todos”, Andrés Manuel López Obrador, carecían de validez alegando la existencia de fraude. Pero el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, desestimando los recursos presentados, había emitido un fallo inapelable a favor de Felipe Calderón Hinojosa, representante del PAN, con lo cual pasara a ser oficialmente presidente electo de México. Ante dicha sentencia, López Obrador y sus seguidores desconocieron el fallo y durante varios meses instalaron un campamento permanente impidiendo el tránsito vehicular en su totalidad por el Paseo de la Reforma, una de las principales avenidas de la capital.


Campamento de López Obrador en el Zócalo


Detalle del campamento de López Obrador frente a la Catedral


Además, frente al Palacio Nacional se había instalado otro campamento referido al conflicto magisterial de Oaxaca, que se iniciara seis meses antes por parte del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, que pedía la mejora de la calidad de las escuelas oaxaqueñas, además de un mejor mantenimiento de las escuelas rurales, agrupando a ochenta mil maestros. Pero el catorce de junio, bajo las órdenes del gobernador Ulises Ruiz Ortiz, intentando cumplir un compromiso de campaña de no permitir manifestaciones en el Centro Histórico, y tras varios reclamos de comerciantes afectados, se reprimió con gases lacrimógenos y balas de goma. Ante la violencia de la mayoría de los agentes de las fuerzas estatales, los maestros respondieron con piedras y palos forzando la retirada de los policías. Ese hecho desató una ola de protestas dentro y fuera del estado de Oaxaca en contra de la fuerza pública para acallar manifestaciones sociales, y los maestros pidieron la dimisióin del gobernador, quien ya había sido cuestionado dos años atrás por una elección no muy transparente y actos de violencia con el asesinato del Profesor Serafín en la región de la Cañada. Habiendo fracasado las negociaciones tendientes a la normalización de la situación, el movimiento se radicalizó sumándose diversas organizaciones sociales, políticas y populares que en conjunto formaron la APPO (Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca), que recibiera el apoyo del Subcomandante Marcos. La APPO, además de encabezar marchas, había tomado varias oficinas del gobierno, vehículos oficiales, estaciones de radio estatales y privadas e incluso, carreteras. Después de varios enfrentamientos que dejaran un saldo de varios muertos y desaparecidos, los explosivos colocados en diferentes puntos de la ciudad de México fueron asumidos por la Coordinación Revolucionaria, que aglutinaba a cinco grupos guerrilleros que demandaban la salida del gobernador oaxaqueño y de las fuerzas federales de ocupación, la presencia inmediata de los desaparecidos y presos políticos en Atenco y Oaxaca, y el castigo para los responsables intelectuales y materiales de las torturas, violaciones y abusos sexuales contra los activistas de los distintos movimientos sociales del país.


Carpas de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca frente al Palacio Nacional


Hacia el oeste del Zócalo, antiguos edificios convertidos en hoteles y centros comerciales


Me acerqué a los esqueletos y me puse a conversar con la gente que se paraba a observarlos, pidiéndoles más detalles sobre la festividad, ya que a pesar de ser un tema morboso, se llevaba a cabo alegremente. Y así como en España y demás países católicos se iba al cementerio, en México se hacían ofrendas de alimentos y bebidas para agasajar a los fallecidos. Se los servía cumpliendo con las preferencias del difunto y si no los consumía, se le quitaban el día dos por la noche, ingiriéndolos sus allegados.
¡No podían creer que en la Argentina no se hiciera algo similar!, y que ya hasta los puestos de flores estuvieran desapareciendo de la puerta de los cementerios porque casi nadie concurría ni siquiera en las fechas en que tradicionalmente se hacía una visita. Que cuando yo era chica eran feriados los días primero y dos de noviembre, pero que posteriormente habían pasado a ser días comunes y corrientes.




Esqueletos de vivos colores en el Zócalo durante la Semana de los Muertos


El martes 7 muy temprano me pasó a buscar el chofer de la UNAM para trasladarme hasta el Instituto de Geografía en el campus universitario. Y si bien viajábamos en sentido contrario al tránsito, tardamos una hora y media en llegar.


Eje Central Lázaro Cárdenas


En camino hacia el campus de la Universidad Nacional de México


Jardines del Campus de la UNAM


Edificio de la Biblioteca de la UNAM


Al llegar al Instituto, recibí una calurosa bienvenida de mis colegas y de sus colaboradores; y nuevamente sorprendida, vi que como en el resto de la ciudad, tenían un altarcito en homenaje a todos los investigadores fallecidos. Ellos me comentaron que no dependía del nivel de instrucción ni de la clase social sino que se trataba de una manifestación cultural muy fuerte que también se había extendido a otros países de Centroamérica.
Y ya siendo las diez de la mañana me dispuse a dar la charla “Geografía del Comercio en las Américas”, ante los estudiantes de la carrera de Geografía.




Anuncio de la charla “Geografía del Comercio en las Américas”


Con Álvaro Sánchez Crispín durante mi presentación
en el salón de actos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM


Almorcé con mis amigos casi a las tres de la tarde; y por la noche, después de asistir a una obra de teatro, fui a cenar con Álvaro López López a un restorán de categoría donde también hacían honor al culto a los muertos.
El lugar estaba dedicado a Sor Juana Inés de la Cruz, y contaba con cuadros y vitrales de destacados artistas mexicanos. Junto con las exquisiteces, música mexicana y una amena charla con Álvaro. Un verdadero placer.



Con “Sor Calavera” y Álvaro López López en la entrada del restorán



Exquisitos platos y hermosos vitrales


Muy buena música mexicana como acompañamiento


Valiosas obras pictóricas decoraban el lugar


Retrato de la Madre Juana Ynes de la Cruz


Con Álvaro antes de retirarnos


Las confiterías reemplazaban diferentes bocadillos por el tradicional “pan de muerto”


Al salir del restorán encontramos más campamentos referidos al conflicto de Oaxaca, en diferentes lugares del Centro Histórico.

No queremos un gobierno tirano - FUERA URO (Ulises Ruiz Ortiz)


Fuimos hasta el Zócalo para ver los principales edificios iluminados y luego nos detuvimos junto al Templo Mayor.

Frente de la Catedral de México


Torre oriental de la Catedral y Cúpula del Sagrario Metropolitano



El Antiguo Ayuntamiento


En la calle Seminario, a un costado de la Catedral, se encontraba una pequeña zona arqueológica donde se podían admirar los restos del Templo Mayor de los aztecas, el edificio más importante de Tenochtitlán. Estaba dedicado a Huitzilopochtli, la principal deidad relacionada con el sol, y Tláloc, dios de la lluvia y de la tierra. En ese espacio sagrado se ubicaban los edificios principales de la antigua ciudad, destruida durante la guerra de Conquista, y erigida nuevamente sobre las ruinas prehispánicas, utilizando las mismas piedras.


El Templo Mayor de los aztecas dedicado a los dioses Tláloc y Huitzilopochtli


Al día siguiente, que lo tenía libre, pasé gran parte de la jornada en Coyoacán. Visité mercados artesanales, la iglesia de San Juan Bautista y la zona de antiguas residencias de la clase alta mexicana.


Marionetas y muñecos en un mercado de Coyoacán


Altar de la iglesia de San Juan Bautista, de estilo churrigueresco



En una zona de antiguas residencias de lujo


Pese a las insistencias de mis colegas para que me pasara a buscar nuevamente el chofer de la UNAM, preferí tomar el metro debido a que tardaba exactamente la mitad del tiempo, y para mí, dormir media hora más a la mañana, siempre había sido fundamental. Ellos adujeron que era complicado el viaje en ese medio porque existía la posibilidad de que alguien me faltara el respeto de alguna manera, a lo que yo contesté que en ese caso, armaría un escándalo y le daría un carterazo a quien se atreviera, lo que evidentemente no era costumbre en esa sociedad.
Así que el jueves 9 por la mañana salí del hotel y yendo hacia la estación del metro, al costado de la Catedral, encontré a un manosanta que estaba haciendo su trabajo con una mujer, mientras había una larga fila en espera. Sinceramente me causó mucha gracia, porque recordé la parodia que hacía el cómico Alberto Olmedo; sin embargo allí era todo muy serio, y a pesar de mi postura, la situación merecía respeto. Si bien en Argentina también los había, nunca podría haberlos imaginado en la puerta de ninguna iglesia, y mucho menos junto a la catedral de Buenos Aires.



Un manosanta de verdad


En el metro había uno o dos vagones destinados sólo a mujeres, pero estaban repletos, por lo que subí a uno de los generales. Y pude observar, que en más de una oportunidad ciertos hombres antes de bajar pasaban su mano por las nalgas de mujeres de cualquier edad. Sin embargo, y a pesar de estar algunas de ellas acompañadas, ¡nadie decía nada! Lo peor de todo fue que cuando yo hice comentarios en voz alta, las mujeres de mi alrededor acusaron a las víctimas de ser muy provocativas. Y esas acciones se incrementaron en las últimas estaciones donde prácticamente quedaban en el vagón inocentes jovencitas munidas de libros que se dirigían a la UNAM. Eso no era común en el subte de Buenos Aires, y si muy esporádicamente podía suceder, se armaba flor de escándalo.
Por otra parte, los letreros que indicaban las estaciones, además de palabras tenían símbolos, debido al elevado número de analfabetos. Algo similar ocurría en las estaciones de la línea A del subte de Buenos Aires, que junto con el nombre en letras, tenían una guarda de diferente color que las individualizaban; pero eso se había hecho cuando se construyó, en 1913, momento en el cual gran parte de la población era inmigrante y hablaba otras lenguas.


Símbolos que marcaban las estaciones en el metro


Me bajé en la última estación, ya dentro del campus de la UNAM. Y caminando en busca del Instituto de Geografía, me topé varias veces con afloramientos basálticos sobre los cuales fue construida la Universidad. Ese emplazamiento había tenido lugar en medio de un océano de lava conocido como El Pedregal de San Ángel, atribuído a la erupción del volcán Xitle. El lugar, ubicado al sur del valle de México, había sido considerado como agreste e inaccesible, incluso en la época de los aztecas en que se enviaba allí a los condenados con el fin de que murieran mordidos por las víboras de cascabel que abundaban por doquier. Sin embargo, había llamado la atención de muchos viajeros y exploradores célebres como Alexander von Humboldt, por tratarse de un ecosistema de alto valor geomorfológico y biológico. Pero fue Diego Rivera quien a mediados del siglo XX, incentivara la urbanización del lugar respetando las características naturales del sitio.


Afloramientos basálticos sobre las que estaba construido el campus de la UNAM


En camino al Instituto de Geografía


Edificio del Instituto de Geografía de la UNAM


Anuncio de mi charla sobre
“Impacto geográfico de la localización de actividades económicas en la Cuenca del Plata”
en la cartelera del Instituto de Geografía


Y tras dar la charla ““Impacto geográfico de la localización de actividades económicas en la Cuenca del Plata” en el auditorio del Instituto de Geografía, ante la presencia de mis colegas, fui a almorzar y dar un paseo con José Luis Palacio Prieto, quien en ese momento era Vicepresidente de la Unión Geográfica Internacional.


José Luis Palacio Prieto


Finalizadas las actividades académicas continué deambulando por la ciudad y en diversos sitios se encontraba la imagen de una calavera con una enorme capelina. Y ante mis preguntas, me comentaron que se trataba de la Catrina, cuya versión original era un grabado en metal del caricaturista José Guadalupe Posada, que la había bautizado con el nombre de “Calavera Garbancera”. “Garbancera”era la palabra con la que se conocía a las personas que vendían garbanza y que teniendo sangre indígena pretendían ser europeas, renegando de su propia etnia, herencia y cultura. Pero Diego Rivera la había popularizado en su mural “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”, llamándola la Catrina.
Si bien el Día de los Muertos había sido el dos de noviembre, durante toda la semana continuaba la festividad, que sin duda, se había convertido en una atracción más de ese multifacético país.

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