La Ciudad de México me
resultaba muy atractiva desde muchos puntos de vista, sin embargo, había dos
aspectos que no me hacían sentir del todo cómoda. Uno de ellos era el smog
combinado con la altura; y el otro, la de ser una zona sísmica de gran
intensidad y frecuencia.
La primera tenía que
ver con que habiendo sido fundada en el valle de México, en una alta meseta de
2240 m.s.n.m. rodeada por serranías volcánicas que superaban los tres mil
metros de altura sobre el nivel del mar, el centro urbano ya contaba para el
año 2006 con casi veinte millones de habitantes, siendo la segunda ciudad más
poblada del mundo, después de Tokyo.
Se había constituido
en el principal centro político, académico, económico, de la moda, financiero, empresarial
y cultural del país, y ese movimiento había dado lugar a una densidad de
tránsito que generaba una cantidad de smog que no podía ser disipado por los
vientos.
Vista de la Catedral y edificios
públicos envueltos en el neblumo típico de la ciudad
Oscuro perfil de la Catedral
Metropolitana
Muchas construcciones estaban
teñidas por el hollín que permanecía en el aire
Hasta las flores estaban cubiertas
por ese tizne
En pleno mediodía todo lucía muy
oscuro
El mes de noviembre
era interesante para visitar la capital azteca debido a su escasa cantidad de
precipitaciones. Sin embargo, ese hecho iba en contra de la contaminación
debido a la baja cantidad de oxígeno del aire.
La Torre Latinoamericana en un día
con mucho smog
Entre la altura y el
neblumo se me hacía complicado caminar a la velocidad que solía hacerlo en
Buenos Aires, y se me secaba la boca a cada instante. Así que paré en un puesto
callejero a comer algunas frutas frescas y tomar jugo. Y allí al lado encontré
un teléfono público desde donde llamé a mi padre, quien a pesar de estar muy
avanzada su grave enfermedad, disfrutaba del viaje tanto como yo. Él me había
dado los teléfonos de viejos amigos para que les enviara sus saludos y me había
recomendado varios lugares a visitar. Y cuando le dije que me encontraba cerca
de la Torre Latinoamericana, me dijo que no podía dejar de subir.
Le dije: -“Me da
miedo, es una zona sísmica”.
A lo que me contestó:
“¡No, nena! Esa torre sobrevivió a todos los terremotos.”
Él de eso sabía
bastante, no solamente por haber tenido que trasmitirlos por radio en más de
una oportunidad, sino porque en el terremoto de setiembre de 1985, había
fallecido uno de sus más queridos amigos.
Puesto de frutas y teléfono desde
el cual llamé a mi padre
Así que continué
caminando, pasé por el Palacio de Bellas Artes, un magnífico edificio art decó,
en el Centro Histórico de la ciudad, frente a la Torre Latinoamericana. Estaba
considerado como la máxima expresión de la cultura, el teatro lírico más
relevante y el centro más importante del país dedicado a todas las
manifestaciones de las bellas artes, por lo que fuera declarado por la UNESCO
como monumento artístico en 1987. Si bien su construcción había sido encargada
por el presidente Porfirio Díaz al final de su mandato, con motivo de la
celebración del Centenario del Inicio de la Independencia de México, el
edificio no fue finalizado hasta 1934.
Por sus escenarios habían
pasado destacados artistas del mundo como María Callas, Luciano Pavarotti,
Plácido Domingo, Rudolf Nuréyev, así como las orquestas filarmónicas de
Londres, Nueva York, Viena, Moscú, Los Ángeles, la de la Juventud Venezolana
Simón Bolívar, y las Nacionales de España y China, entre otras. Pero sus
espectáculos habían sido muy variados, ya que se habían presentado tanto ópera
como música popular, jazz, danza tradicional, ballet clásico, e incluso el
grupo argentino Les Luthiers. Además, era la sede del Museo del Palacio de
Bellas Artes y del Museo Nacional de Arquitectura.
El Palacio de Bellas Artes,
declarado Monumento Artístico por la UNESCO
La Torre
Latinoamericana tenía una altura de ciento ochenta y ocho metros contando su
antena. Tomé uno de sus ocho ascensores, y
llegué al piso cuarenta y cuatro donde se encontraba la terraza, y allí obtuve
una visión del Palacio de Bellas Artes desde la altura, así como de vistas de
la ciudad hacia los cuatro puntos cardinales, sin impedimentos.
Palacio de Bellas Artes desde la
Torre Panamericana
Vista de la Ciudad de México con
su permanente smog desde la Torre Latinoamericana
El edificio, encargado
por la Compañía de Seguros La Latinoamericana, se encontraba ubicado en la
esquina que formaban las calles de Madero y el Eje Central Lázaro Cárdenas.
Había sido inaugurado en 1956, por lo tanto, en 2006, año en que yo estaba
allí, había cumplido cincuenta años. En sus comienzos estaba entre las seis
torres más altas del mundo, y hasta 1972 había sido la más alta de México.
Eje Central Lázaro Cárdenas
Avenida Juárez, Alameda Central y
edificios del Paseo de la Reforma
Ni desde las alturas se podían ver
los volcanes a causa del smog
Después de tomar
varias fotografías descendí hasta el piso treinta y ocho para visitar el Museo
de Exposición Permanente “La Ciudad y la Torre a través de los siglos”.
Tenochtitlan en 1519
La Ciudad de México en 1628
Fue el primer y más
grande edificio en el mundo con fachada de vidrio y aluminio, además de ser el
primer rascacielos construido en una zona de alto riesgo sísmico, lo que
sirviera de experiencia para futuras construcciones, ya que, a sólo quince
meses de ser inaugurado, el 28 de julio de 1957, se produjera uno de los
terremotos más devastadores de México, de magnitud 7.7 (Mw), al que resistiera
sin inconvenientes, gracias a su estructura de acero. Por esa razón recibió el
premio del American Institute of Steel Construction (Instituto Americano de la
Construcción de Acero).
Imagen del terremoto del 28 de
julio de 1957
El terremoto dejó un saldo de setecientos
muertos y dos mil quinientos heridos
La Torre
Latinoamericana intacta, en medio de una ciudad destruida
El estado de la columna reflejaba
la intensidad del movimiento telúrico
El mayor problema del
suelo de la Ciudad de México era su composición lodosa, con consistencia
esponjosa, que complicaba la construcción sobre ese terreno. Por eso se
contrató a un grupo de profesionales muy avezados, como lo eran el Doctor
Leonardo Zeevaert y los arquitectos Augusto H. Álvarez y Alfonso González Paullada.
Fue por ese motivo, que para realizar la construcción de la Torre
Latinoamericana tuvieron que hincar trescientos sesenta y un pilotes muy
profundos que llegaran hasta la roca madre, a una profundidad de treinta y tres
metros. Además, se colocó una cimentación de concreto que permitiera que el
edificio flotara en el subsuelo, y setenta y cinco amortiguadores sísmicos. Y todo
eso fue lo que le permitiera resistir el terremoto del 19 de setiembre de 1995,
cuya magnitud fuera de 8,1 (Mw) con una réplica de 7,5 (Mw) al día siguiente.
Gráfico que representaba la estructura de la
Torre Latinoamericana
Luego de pasar por la
confitería y comprar algunos souvenirs, salí a dar unas vueltas por la ciudad y
regresé por la noche, ya que con el mismo ticket se podía ingresar durante el
día cuantas veces se deseara.
Edificios iluminados
desde la Torre Latinoamericana
Eje Central Lázaro Cárdenas
durante la noche
Cuando regresé al
hotel, ubicado detrás de la Catedral, sabiendo que me encontraba en una de las
zonas de mayor riesgo sísmico de la ciudad, dormí vestida y con un solo ojo.
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