Era ya sábado 11 de
noviembre y esa noche regresaría a Buenos Aires, pero, por esas cosas extrañas
de las compañías aéreas, debía hacerlo vía Dallas, ya que ese había sido el
destino de ida. Así que me levanté muy temprano y salí a aprovechar el último
día de mi estada en la Ciudad de México. Caminé sin rumbo por las calles del
Centro y aproveché los puestos de artesanías para comprar algunos regalitos
para mi familia.
En pleno Microcentro de la Ciudad
de México
Muchas calles eran convertidas en
peatonales
Por ser sábado había puestos de
venta de antigüedades y de artesanías
Desde pequeñas tarimas
improvisadas, religiosos y políticos trasmitían su mensaje a quienes aceptaran
escucharlos.
Había diferentes actos religiosos
y políticos por todas partes
Tal como en Buenos
Aires, en ciertas calles se concentraban comercios de un mismo rubro.
Vista de la Torre Latinoamericana
desde la calle de las joyerías
Una zona donde predominaban las
textiles
Los típicos sombreros mexicanos y
guirnaldas con los colores de la bandera
Mucho movimiento comercial
Y muy a pesar de
haberse desarrollado ciertas áreas de lujo extremo, como en gran parte de los
países periféricos, continuaban circulando vehículos a tracción de sangre
humana.
Y hasta en las avenidas circulaban
vehículos a tracción de sangre humana
Pasado el mediodía me
dirigí al Aeropuerto Internacional “Benito Juárez” ya que debía estar con mucha
anticipación no sólo porque se trataría de un vuelo internacional, sino
particularmente porque la empresa era American Airlines y debía ingresar a los
Estados Unidos, aunque más no fuera para cambiar de avión. Los controles eran
dobles o triples, y los sensores detectaron más metales en mi cuerpo que lo que
lo habían hecho los de Ezeiza. Además, había que quitarse los zapatos y todos
los pasajeros eran palpados por más de un agente.
En camino al Aeropuerto Internacional
Benito Juárez
En cuanto despegamos
pude ver con mayor nitidez el neblumo que cubría la Ciudad de México, el que
tapaba casi permanentemente a los cerros que la rodeaban.
Despegando en medio del neblumo
Durante todo el viaje
estuvimos sobre las nubes, por lo que no pude ver otra cosa que hermosos
cúmulos. Y en poco más de dos horas y media aterrizamos en el Dallas-Fort Worth
International Airport.
Sobre las nubes de
Dallas
Hasta ese momento
nadie había objetado que llevara un desodorante en mi equipaje de mano debido a
que tenía menos de la mitad de su contenido. Pero en los controles de Dallas,
una de las agentes lo olió y diciéndole a su compañera que el perfume era muy
rico, me lo retiró. Y como sospeché que lo pretendía para su uso personal, se
lo pedí por un momentito y lo vacié sobre mi cuerpo. Verdaderamente no me había
equivocado, y lo demostró revolviendo todas mis cosas con mucha bronca,
mientras los que estaban detrás de mí pasaban con cualquier cosa.
Lo bueno de American
Airlines era la calidad de sus aviones, pero si bien había mejorado respecto de
años anteriores, la atención y la comida continuaban dejando mucho que desear.
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